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F. Scott Fitzgerald - St. Paul, Minnesota (1896-1940)

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Entrevista al señor Fitzgerald, por F. Scott Fitzgerald:

[…] “¿Cuánto se demora escribir su libro?” comencé.
“Escribirlo –tres meses, concebirlo –tres minutos. Recaudar los datos del contenido –toda mi vida. La idea de escribirlo se me ocurrió el primero del pasado Julio. Fue una especie de forma sustituta de disipación”.
“¿Cuáles son sus planes ahora?” le pregunté.
Dio un largo suspiro y se encogió de hombros.
“Me condenaría si lo sé. El alcance, la profundidad y la amplitud de mis escritos reposan en el regazo de los dioses”.

[…] “Otra cosa”, continuó. “Mi idea es siempre llegarle a mi generación. El escritor sabio, creo, escribe para la juventud de su propia generación, el crítico para la siguiente, y los maestros para siempre después.

[…] “Por estilo, me refiero al color”, dijo. “Quiero ser capaz de hacer cualquier cosa con las palabras: manejar la sátira, descripciones ardientes como Wells, y usar la paradoja con la claridad de Samuel Butler, la amplitud de Bernard Shaw y el ingenio de Oscar Wilde. Quiero hacer los amplios cielos sensuales de Conrad, las puestas de sol laminadas en oro y los cielos de edredones locos de Hichens y Kipling, así como los amaneceres y crepúsculos pastel de Chesterton”.

A este lado del paraíso - novela
Considerado como uno de los escritores norteamericanos más importantes del siglo veinte, el autor de The Great Gatsby y Tender is the Night, inventó esta auto entrevista en la primavera de 1920, pocas semanas después de la publicación de This Side of Paradise (A este lado del paraíso), cuando F. Scott Fitzgerald, y su novela debut, estaban en el centro de la opinión pública. Contaba entonces con tan sólo veinticuatro años de edad.

Sus novelas, con agudos puntos de vista sociales y lirismo de tono perfecto, convirtieron a F. Scott Fitzgerald en uno de los escritores más queridos y famosos de su tiempo.


F. Scott Fitzgerald




-John Montañez Cortez-


Materias dispuestas (Juan Villoro ante la crítica)

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—Alberto Hernández—
Editorial Candaya
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En el prólogo de Efectos personales (Edición de Biblioteca Era, México D.F. 2003) Juan Villoro afirma que “el lenguaje tiene una curiosa forma de esforzarse para lucir ‘irrefutable’, o por lo menos ‘oficial’. Cuando un paciente llega a una sala de emergencias o un detenido es presentado en la delegación de policía, las palabras habituales son sustituidas por otras que los diccionarios y la costumbre consideran más aptas para la ocasión”. Precisa el escritor azteca que en ese instante, tanto la enfermera como el funcionario no le piden otra cosa al sujeto que sus “efectos personales”. Es decir, hacen irrefutablemente oficial un lenguaje que es predominio del instante, del momento amargo del sujeto que es interpelado por quienes no lo ven como sujeto capaz de no tener efectos personales, digamos palabras para defenderse o hacerse el desentendido. ¿Cuáles definitivamente son los efectos personales de alguien que es acosado por el miedo o por el escándalo de la realidad? Efectos personales o propiedades menudas, identidad, señas particulares, domicilio, amores, odios, hijos, amantes, etc. En todo caso, la palabra tiene que ser irrefutable. En esta instancia, casi “oficial”, para evitar más problemas.

Cabría preguntarse cuáles son los efectos personales de un escritor. De qué objetos se vale para rellenar bolsillos, carteras, bolsos o mochilas. Con qué imágenes construye su imaginario. Fácil queda decir que son las palabras la herramienta precisa para elaborar su mundo. Tales efectos personales también son las historias, recursos expresivos, las metáforas, los giros lingüísticos, las elipsis, metonimias e hipérboles que le dan vueltas en la cabeza a quien se aproxima al fuego de la creación literaria.

Este es el caso de Juan Villoro, un tipo que vive cerca de la candela verbal, que atiza con la mano desenguantada y juega con los tizones sin quemarse. Y para dejarlo sentado, una vez más Candaya ha acertado en su empeño editorial al seleccionarlo para registrar su paso por las letras: Materias dispuestas (Juan Villoro ante la crítica) es un libro ambicioso, como los anteriores dedicados a Juan Marsé, Vila-Matas, Piglia y Bolaño. Los académicos mexicanos José Ramón Ruisánchez y Oswaldo Zabala fueron los encargados de darle cuerpo a este tomo de estudio que hoy nos ocupa.

Juan Villoro
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En este grueso tomo de Candaya están los efectos personales del escritor, del fabulador, del ensayista, del soñador, del cronista, del mexicano y universal Juan Villoro, de ellos dan cuenta el chileno Antonio Skármeta, el venezolano José Balza, el español Martínez de Pisón. Igual los críticos Juan Antonio Masolíver Ródenas, Christopher Domínguez, Mahály Dés e Ignacio Echevarría. No pueden quedar por fuera Bolaño, Pitol y Rossi. Y, como regalo, las voces de Villoro y Piglia. Además de un documental realizado por Juan Carlos Colín titulado Villoro en Villoro.

Esas materias dispuestas son los mismos efectos personales o particulares que Villoro lleva a todas partes. No puede separarse de las palabras, de los sonidos que lo mantienen vivo frente a la realidad, frente a la ficción, al vacío, al ruido o al silencio. Alguien que escribe, que inventa, que sueña despierto, que hace nuevas realidades, tiene que ser portador de muchos efectos personales: sobresaltos, taquicardias, biografías, lápices, bolígrafos, tinteros, computadoras, mujeres, latidos cardíacos, borradores, adjetivos, sustantivos, verbos y hasta interrogatorios policiales, así como declaraciones al médico mientras la enfermera revisa los resultados de los exámenes del antígeno prostático. ¿Qué más efectos personales que esos? ¿Qué más materias dispuestas que esas? Nada, Juan Villoro está frente al “pelotón de fusilamiento” y recibe los elogios de un nutrido grupo de creadores, gente de las letras de ambos mundos castellanos.

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Bolaño dejó dicho que Villoro es un hombre que escribe “para permanecer en el borde del abismo”, y así lo hacen ver quienes aquí lo tratan. En efecto, cuando entramos en El testigo (Anagrama, Narrativas hispánicas, Barcelona 2004), la escritura lleva al lector a colocarse en peligro como “testigo” de un retorno, de un reencuentro con el color local, con los abismos del pasado, con los precipicios del tiempo. Para testificar todo esto, el libro de Candaya divide este tributo crítico en cuatro partes: 1) testimonios de escritores; 2) ante la crítica cultural; 3) ante la crítica académica, y 4) el perfil humano del mexicano.

Hablan estas páginas de las influencias provenientes de Sergio Pitol, Octavio Paz, José Emilio Pacheco o Carlos Monsiváis, así como de Monterroso o José Agustín. Y hasta de la misma dinámica de un partido de fútbol. Fanático de este deporte, Villoro escribió “Dios es redondo”, como el tiempo, como un poema, como el Universo. Como el planeta que lo habita y lo celebra desde las enjundiosas páginas de este grueso libro editado por la gente de la orilla del Mediterráneo.




Cincuenta sombras de Gray - ficción, erotismo y banalidad

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–Luis Fernández Zavala*–

There is no pornography without secrecy.
D.H. Lawrence

Recientemente, visitando la ciudad de Crozon, situada en una enorme y silenciosa bahía al norte de Francia, en la región Bretona, me encontré con la novedad de que más de uno de mis anfitriones comentaba con vehemencia el éxito comercial global de Cincuenta sombras de Grey de la autora inglesa E.L. James. “Es una novela erótica sobre sado-masoquismo, escrita por una mujer para las mujeres”, me dijeron. “¡Es un éxito!”, corearon varios. Viniendo los comentarios de franceses que deberían conocer el impacto cultural y literario de las obras de ficción sexual de mujeres como Pauline Rèage (Histoire d’O, 1954), Jean de Berg (L’image, 1956), y Anaïs Nin (Little Birds, 1974), presté atención, confesé mi ignorancia y pedí referencias.

Cuarenta millones de ejemplares vendidos en el mundo. Es el libro de venta más rápida en su versión económica impresa y el más vendido en su versión digital en Kindle (cerca del millón). Las ventas han sobrepasado las expectativas de la editora Random House motivando la asignación de un bono de cinco mil dólares a cada trabajador. Ha sido traducido a treinta y un idiomas, incluido el castellano, croata, japonés y el finlandés. En las redes sociales, como facebook, las mujeres siguen los avatares amorosos de los personajes y expresan sus preferencias sobre los posibles actores y actrices para la versión fílmica. Se vende t-shirts con textos alusivos al sado-masoquismo (“relájate y obedece”), se vende ropa interior alusiva al libro. Desde septiembre de este año se puede adquirir el disco compacto con la música clásica mencionada en el libro. Plomo (grey) es el color recomendado para decorar no sólo el dormitorio, sino toda la casa. Incluso se sospecha que el incremento de las ventas de sogas en algunas ciudades de los Estados Unidos es debido a este libro. En pocas palabras, 50 sombras... se ha convertido, en muy poco tiempo y con la rapidez que el mundo digital lo permite, en un fenómeno cultural y de mercado excepcional. “¡Felicitaciones a la autora! ¡Bien hecho!”, les dije.

En los días siguientes, puede ver el libro en el  escaparate de la única librería del pacífico pueblito de Crozon. Posteriormente, siguiendo mi periplo francés, encontré el libro en las librerías de ciudades más grandes y cosmopolitas como Tours, Nantes y París y hasta en una obscura librería en la estación de tren de Quimper.

Si bien no estaba en mi lista inmediata de lecturas, tanta algarabía me despertó la curiosidad y bajé la novela a mi Kindle. Después de todo –pensé– sería una buena lectura para mejorar las condiciones de mi vuelo de nueve horas de regreso a los Estados Unidos y relajarme ante la presencia amenazadora de la tormenta Sandy.

Durante el vuelo, me enteré que Sandy no sería problema. Ya había arrasado New York  y se alejaba de mi puerto de entrada, Washington D. C. Me quedaba entretenerme con 50 sombras…, ya sin otra tensión que arreglar mi largo cuerpo a la estrechez de mi silleta de vuelo por nueve horas. Sin embargo, por más que me esforzaba por avanzar en la línea narrativa de la obra de E.L. James y habiendo agotado 60% de ésta, el aburrimiento me alargaba las horas de vuelo miserablemente. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso estaba muy cansado para entenderla? ¿O quizá, mi genero de varón me impedía acceder al erotismo prometido?.

No, me dije. Lo que pasa es que este libro ni es erótico, ni es buena literatura. Entonces, ¿cuál es la explicación  de su éxito comercial global, mayormente entre las mujeres?

E. L. James
La autora describe su trabajo  como “romances provocativos” y “romances para adultos”. Lo que ofrece es la búsqueda del amor, coqueteo y sexo. Eso es romance para adultos. Pero los críticos literarios han sido un poco más virulentos. Su trabajo ha sido llamado “porno para amas de casa”, “porno para las mamás” (aunque mi hijo de catorce años lo tildó de “porno para las abuelitas”), y “Barbie porno”. The Guardian señala que el libro ni siquiera llegó a estar entre los finalistas del Bad Sex Award 2012debido a que no cumple con el primer requisito para ser considerado: ser una obra literaria. El jurado no toma en cuenta pornografía u obras eróticas.

Otros críticos (Jessica Reaves del Chicago Tribune) van más al detalle y consideran que el tema en sí no descalifica al libro, porque hay varios ejemplos de obras de ficción sexual con calidad literaria escritas por mujeres. El problema es la calidad de lo escrito. En este sentido, se critica la pobre presentación estereotipada de los personajes, su relación poco creíble, el desarrollo de la acción obvia y predecible, diálogos bobos, lo repetitivo en la descripción de la excitación sexual, ausencia de imágenes, el uso de metáforas dignas de niños de primaria y por último, la ausencia de drama y la tacañería en la construcción de frases dignas de recordarse.

En las secuencias de la relación entre los dos personajes principales (Anastasia y Christian) todo es externo, bonito, aburridamente presentado de color rosa, pero un poquito más picante para venderse en los supermercados.

El argumento de la obra podría resumirse así: chica educada, virgen a los 21 años –en contra de las estadísticas sobre la sexualidad juvenil en los Estados Unidos e Inglaterra[1]– con un ego disminuido, encuentra al príncipe azul (o grey, plomo[2]). Al príncipe le gusta hacer sentir que él es príncipe: “No me toques”, “te vienes cuando yo quiera”, “te vistes como yo quiera”, “tú eres mía, yo no soy tuyo”, “me gusta controlar”. A la moderna Cenicienta le gusta y se sorprende de la sexualidad de Christian, pero quiere “algo más”. El paradigma (o construcción social) usado es que en una relación heterosexual, la mujer busca amor y compromiso, mientras el hombre busca sexo (en el caso de Christian, sexo kinky).

La doncella que a los 21 años todavía es virgen sexual y orgásmica, hace de Anastasia una chica post-moderna especial. Se siente en desventaja con respecto al resto de sus congéneres. Ella no se siente sexi como Kate, su compañera de habitación. Para acceder al placer de mujer adulta que quiere dar placer, ser deseada y recibir placer tiene que firmar un contrato. Aquí la autora malgasta su tiempo –y del lector– con los detalles del contrato, que es el recurso para hacer “legal” el acto de sumisión (¿réplica del compromiso matrimonial?), admisible, respetable y seguro. El resto de la historia es darle relleno moderno y decorativo a una relación entre estereotipos sacados de una revista de SM para ser presentada a las girl scouts.

Para pintarla como una mujer joven de nuestros tiempos, no es casual que Anastasia escriba correos electrónicos coquetos (el general Petraeus y su amante saben de este poderoso instrumento de calentamiento a distancia; los sex-texting es una manía generalizada entre los jóvenes del siglo XXI). Ella usa su MacBook (“cacharro infernal”), su IPod, escucha música de Britney Spears, pone especial atención a la marca del carro, a la alfombra cara, a la calidad de la ropa de su príncipe (“me ha dejado uno de sus boxers de algodón, de Ralph Lauren, nada menos.”) y a los vinos caros que el galán le ofrece con displicencia seductora. Ella es la Cenicienta moderna.

Christian Grey, el príncipe plomo, es la imagen del novio de la Barbie. Ken es el muñeco inalcanzable, frío, distante y robótico creado por Mattel Inc. y que las mujercitas ahora adultas, todavía sueñan en 50 sombras... Esta imagen del novio ideal ha sido globalizada y se puede encontrar en todas partes el mundo y se ha ido reciclando según el ambiente cultural desde su introducción en 1961. Por ejemplo, en 2011 se lanzó una versión de Ken para adultos coleccionistas. Los muñecos de Mattel tienen vida propia. Ken y Barbie tienen desencuentros amorosos como cualquier otra pareja. Se separan, se juntan, él no quiere casarse. En la versión de E.L. James, Ken-plomo le gusta darle nalgadas a su amante y no quiere comprometerse más allá de su contrato de gustitos sexuales.

La autora recurre a la “diosa que llevo adentro”, como la voz de la conciencia y lo formal de Anastasia que le hace llamados de atención ante su comportamiento ambivalente. Esta diosa, un ícono presumiblemente usado para crear drama, no logra alcanzar ese nivel. Es  unilineal, aparece y desaparece convenientemente. No le crea conflicto mas allá de “yo te lo dije”, tal cual su madre se lo diría, o salta llena de alegría pueril cuando Anastasia se apunta un gol efímero en sus coqueteos con Christian. Pero el lector no sabe nunca que arquetipo de diosa está dentro de Anastasia: ¿Afrodita, Hermis, Athena...? ¿Una combinación de todas? Esta voz interior es más bien la imagen del genio de la botella o el hada madrina en la versión de Walt Disney.

El éxito de 50 sombras... radica en usar imágenes ya conocidas e interiorizadas por las mujeres actuales para hacerlas entrar en el sado-masoquismo de salón. Ese que hace que los asuntos en la cama sean un poquito más interesantes. La señora E.L James no quiere escandalizar a nadie, sólo utilizar los íconos aceptados y pintarlos modernamente con un tenue barniz bizarro, pero aceptable y presumiblemente de buen gusto. Después de todo, a qué mujer no le gustaría un poquito de sal y pimienta durante el sexo que les permita tener orgasmos más frecuentes.

Su obra no pretende buscar el camino de la transgresión que sigue “O” (cuánto de mí voy a negar, para arribar a un estado casi místico de entrega al otro) sino contar un cuento de hadas con el cual se identifique la mujer promedio sobre la base de fantasías pueblerinas retrogradas: ¿A qué chica no le gustaría tener un novio millonario, educado, bonito, bien dotado, físicamente perfecto, bien vestido, que le dé regalos caros? ¿Qué chica joven no le hubiera gustado tener orgasmos en su primer acto sexual?[3]¿Qué chica de cualquier parte del mundo no sueña con tener una cita y ser transportada en helicóptero (o unicornio)?

Anaïs Nin
Quizá el mérito de este libro sirve para probar que sofisticadas técnicas de marketing (la autora se desempeña como ejecutiva de televisión) desde su concepción hasta su venta en una trilogía, funcionan. Parte de este proceso es hacerlo asequible en su versión digital. Ahora la novelita romántica y un poco kinky, puede leerse con privacidad necesaria. Esto, según algunos comentaristas, ha ayudado al público femenino, al cual estarían catalogando de cucufato, a leer “romances para adultos” sin que nadie se entere de que son personas sexuales. Darle a las audiencias femeninas poco sofisticadas –el gran mercado– lo que quieren leer, es el mérito de este libro. Pero esto no la convierte en una obra de ficción de calidad (nunca fue su objetivo), ni una obra de ficción sexual que cumpla su cometido. Basta aquí recordar que Anaïs Nin, fue parte de un grupo de poetas que se dedicó a escribir erotismo por necesidad, pero que su obra ha ido más allá del tema y de su venta, para quedar como una obra literaria de calidad. Por más que el lector lo intente, no podrá encontrar ninguna frase amigablemente literaria digna de recordase en 50 sombras.
Anaïs Nin podrá decir: “The little clitoris stiffens like a nipple. My head between her two legs is caught in the most delicious vise of silky, salty flesh”.
E.L. James dirá: “Cogiéndome por la parte superior de ambos muslos, me separa las piernas. Gruño con fuerza al notar que su lengua me acaricia el clítoris. Dios...”.

Si la función de la ficción es reinventar la realidad –mentir, como lo llamaría Mario Vargas Llosa–, la ficción de la señora James es poco creíble. En la ficción, la verdad de los hechos se transforma pero siempre hay un referente que el lector puede identificar en la vida real. Es puente por el cual transita la dicotomía realidad/ficción y donde la literatura ejerce su hechizo. En 50 sombras... no hay ese referente básico. La realidad sin ficción de la que se parte es ya una mentira a secas. Esto debido a que sus personajes son modelos mediáticos y de escaparate, arlequines ya mentirosos, antes de ser ficcionales. Siguiendo a MVLL sobre la relación ficción-verdad: “toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente”.

Para llegar  a ser una obra de ficción sexual, la novela tendría que haber entrado en el otro lado de la sexualidad: aquel en que parece lo prohibido, lo misterioso, lo transgresor, la búsqueda del placer en circunstancias catalogadas anormales pero muy íntimas y sin mencionar repetidamente que lo que está sintiendo la protagonista es “erótico”. Al no estimular la imaginación intuitiva del lector cuando se presenta la descripción de lo estrictamente sexual, no hay espacio para la asimilación imaginada de texturas, insinuaciones, colores, la exacerbación de otros sentidos. Todo se queda a nivel fotográfico y voyerista.

Las relaciones de poder que sí se dan en la tranquilidad del dormitorio de las parejas, aquí se dan desde la perspectiva de un modo de vida del protagonista. Pero él no es transgresor, él sigue mandando en la cama tal y como manda a sus empleados de exitoso imperio comercial. Ken-plomo, no puede dejar de jugar su papel de niño rico. Al contrario de la Historia de “O”, donde la presencia masculina es fuerte por las demandas y etérea en su historia personal, casi fantasmal, 50 sombras... pone al centro al príncipe plomo y sus caprichos.

Hubiera sido más interesante para el lector, que con todo el poder que le da el dinero, Christian hubiese devenido en un cross dresser y así crear un conflicto. Un drama de varios mundos encontrados frente a los cuales la heroína tiene que definir su amor y atracción sexual.

Hay otros alcances dignos de resaltar en esta trilogía. El primero es obvio: dada la permisividad sexual de nuestros tiempos, quizá ahora se pueda intentar algo más en la privacidad del dormitorio de las parejas al presentarse el sado-masoquismo como juego sexual sin un carácter subterráneo. Por último, desde Octubre de este año se puede adquirir la música exquisita que la autora presenta en la novela. Sin embargo, como podemos notar, ambos logros, no son literarios.


*Luis Fernandez Zavala, Ph.D. vive en Santa Fe, New Mexico. Acaba de terminar su primer libro de historias cortas, El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas. luferza@gmail.com




[1]En USA, según el Centre for Decease Control and Prevention, 76 % de las mujeres entre 17-18 tienen sexo; el porcentaje es mayor en el grupo de 20 a 24 años (81 %). El grupo de edad de Anastasia. En Europa, Inglaterra tiene el porcentaje más alto de actividad sexual (40 %) del grupo femenino quinceañero.
[2]“Plomo” como  llamarían en Perú a alguien que es pesado y aburrido por lo perfecto que es.
[3]  Mientras que 75 %  de los hombres  siempre alcanzan el orgasmo, sólo 29 % de las mujeres lo obtienen durante el coito. Esto en circunstancias normales y no estresantes como la desvirginación. National Health and Social Life Survey. 

Recuerdos peligrosos (cuento) - Santiago Restrepo (1975) Colombia

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Salto del Tequendama, Cundinamarca, Colombia
(Foto FranciscoA. ZeaB.) 
Ferney Roldán trató con desespero de agarrase de algo pero solo encontró el vacío del Salto del Tequendama. Su cuerpo giró en el aire y vio alejarse las rocas oscuras de la pared. Era el fin, caía al abismo.

El pánico paralizó su sangre y su pensamiento.

Imágenes de su vida desfilaron como instantáneas frente a él:

Niños que corren tras unas tapas en una calle polvorienta al lado de un rancho de latas, desde donde su padre lo llama con los ojos bien abiertos y una correa en la mano.

La sonrisa temblorosa de su madre que lo invita a rezar junto a una veladora.

La gallada en el parque junto al poste de la luz y Yuliana que pasa por el andén en un vestido corto de flores y lo mira con ojos verdes que brillan entre trenzas negras.

El Flaco, en la puerta de su pieza, le entrega una bolsa llena de llaveros, collares y lápices “Made in China”. Objetos que levanta ensartados en un palo en un cruce del centro repleto de gente que camina sin cesar.

La mirada ansiosa de Yuliana que, con Jonathan en brazos y Kelly jugando a su lado, busca algo en sus manos vacías cuando él abre la puerta.

El abrazo del Flaco en el estrecho local rebosante de licuadoras, hornitos y secadoras. Los rostros sonrientes de Jota, Carepa y Pipe que alzan vasos plenos de ron.

Un barco con arrumes de cajas cerca de una playa donde esperan decenas de personas. Un fajo de dólares que sale de su bolsillo.

Kelly de blanco y Jonathan de negro en la iglesia del barrio.

Los fríjoles, el arroz, las tajadas de plátano de Yuliana.

Marisol que le sonríe, le pica el ojo y lo llama con el dedo hacia su escote y hacia el apartamento nuevo.

El rostro granuloso y serio del comprador de chaqueta de cuero que paga con decenas de billetes y luego le muestra una identificación de policía.

el escritor colombiano Santiago Restrepo
La cara de sorpresa del Flaco cuando le ponen las esposas.

Las miradas de odio del Flaco, Jota, Carepa y Pipe desde el banco de acusados hacia él, sentado entre dos fiscales.

La foto del Flaco en el periódico cuando sale sonriente de los juzgados con su abogado.

Brazos que lo sujetan y lo meten a la fuerza al baúl de un carro.

La casa vieja al borde de la carretera y al fondo el agua de la cascada. La mano del Flaco que empuja su pecho.

El abismo profundo que termina en una mancha borrosa de verdes y cafés.

Después un negro infinito.

Ahora, que abre los ojos, el blanco de las paredes lo deslumbra. Reposa sobre una cama. Lo invade el pánico y trata de levantarse. Pero el cuerpo le duele y no responde a sus órdenes.

Llora. Quiere una segunda oportunidad para rehacer su vida.

A lo mejor el Flaco lo dio por muerto. Pero… ¿y si lo está buscando?

La puerta del cuarto se abre.


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Cuento ganador en el Concurso de Cuento Generación – EL COLOMBIANO 2012. Fue publicado originalmente en el Magazín Generación, el suplemento dominical de ese periódico, el 14 de octubre de 2012.

Del autor: “Escribir ficción es mi vocación” dice el escritor y antropólogo colombiano Santiago Restrepo (1975). Antes de empezar a escribir, Restrepo estudió diferentes disciplinas de las ciencias sociales e idiomas. Ha trabajado como coordinador de relaciones internacionales, periodista y traductor. Vive en Bogotá. (Escribir Ficción)




Las metamorfosis del vampiro - Charles Baudelaire (1821-1867) France

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Charles-Pierre Baudelaire

La mujer nos decía, con su boca de fresa,
retorciéndose, cual serpiente en las brasas,
oprimiendo sus senos sobre el duro corsé,
estas palabras impregnadas de almizcle:
“Yo tengo el labio húmedo y conozco la ciencia
de perder en el fondo de un lecho la conciencia;
enjugo todo llanto en mis senos triunfantes
y hago reír a los viejos igual que a los infantes;
Sustituyo, para quien me contempla sin velos y desnuda,
a la luna, al sol, al cielo y las estrellas,
Soy, mi querido sabio, tan docta en los placeres,
cuando sofoco a un hombre en mis temibles brazos
o cuando a sus mordiscos abandono mi busto,
tímida y libertina, y frágil y robusta,
que sobre esos colchones que de emoción se pasman
los ángeles no podrían por menos de perderse por mí”.

Cuando hubo succionado de mis huesos la médula,
cuando lánguidamente me volví hacia ella
para darle mis besos, no vi otra cosa que
unos flancos viscosos, todos llenos de pus.
Cerré entonces mis ojos, con un frío espantoso,
y al abrirlos de nuevo al vivo resplandor,
junto a mí, en lugar del maniquí potente,
que parecía haberse provisto bien de sangre,
temblaban, muy confusos, residuos de esqueleto
que emitían ruidos como de una veleta
o de una bandera sobre un mástil de hierro,
que balancea el viento en las noches de invierno.


Foto: Cervantes@MileHighCity (2013)

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Bojeo sobre una antología: Poesía contemporánea del Japón

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—Gregory Zambrano—

La poesía japonesa y la tradición:
La palabra poética es la suma expresión de una lengua. Ella revela y oculta, sugiere y enmascara; se prestigia con sus sonoridades profundas y misteriosas, mientras va de lo más simple a la síntesis de lo más complejo. La poesía toca en las fibras sensibles  y hace que todo se perciba como misterio; se expresa en lenguas y culturas como concreción de la belleza o de lo sublime, y también de lo disonante, de lo oscuro y perturbador.

Así, la poesía japonesa no podía ser la excepción. Es producto de una tradición milenaria que se adquirió a partir de antiguas formas de expresión con que la cultura china fue incorporada en el archipiélago japonés, pero que se transformó según sus propias realidades. Ya lo decía Octavio Paz: “A pesar de la influencia de los clásicos chinos, la poesía nunca perdió, ni en los momentos de mayor postración, sus características: brevedad, claridad del dibujo, mágica condensación” ("Tres momentos de la literatura japonesa", 1954).

Pero esta poesía poco a poco se fue llenado de sus propios signos, afirmaciones y preguntas, ideas, paisajes y palabras nuevas. No se conformó con ser un simple arte imitativo sino que buscó sus propios caminos para estampar nuevas impresiones del mundo, y sobre todo, otras preguntas esenciales. Del kanshi, heredado de la China clásica, la expresión poética genuinamente japonesa comenzó con el tanka, y luego evolucionó al haiku, forma que se convirtió, desde el siglo XVII hasta hoy, en una admirable y prestigiosa manera de sintetizar el mundo en apenas 17 sílabas y tres versos: cinco, siete, cinco.

Pero ese molde también fue evolucionando y, hoy en día, se cultivan diversas formas de poesía no sólo para expresar sensaciones o captar instantes, sino también, todo un sistema de pensamiento enraizado en los valores y visiones del ser japonés. En este tránsito dilatado se han escrito memorables versos y se han expresado formas muy particulares de entender la relación del hombre con el misterio del tiempo, la divinidad y la naturaleza, entre otros temas.

La poesía japonesa, con todo y su larga tradición, sus nombres imprescindibles y sus signos característicos, configura un conjunto considerable de creaciones que sería muy difícil encerrar en unas cuantas categorías. Tal vez por ello, el haiku sigue siendo una forma prestigiosa de expresión que se ha retenido en la memoria colectiva. Y se cultiva con gran interés aún en nuestros días. Los cultores del haiku aprovechan los modernos canales de difusión masiva (como los de la prensa y la televisión) para dar a conocer su trabajo, el cual se hace en diversos clubes, donde poetas consumados y también aficionados se reúnen para hablar de poesía y compartir sus creaciones.

Pero ello, al mismo tiempo, encierra unos códigos que se tornan un reto para el lector, no sólo para el lector japonés acostumbrado al ritmo, las pausas y silencios en la expresión, sino para todo aquél que se aproxime motivado por los enigmas que guardan los ideogramas, los que se buscan develar en las traducciones. Los kanjis se trazan siguiendo un ritmo premeditado y se asocian a la naturaleza profundamente poética de sus misterios.

Aquí la poesía se hace huidiza, hermética, difícil. Para Occidente la lectura de la poesía japonesa siempre ha necesitado de unas formas de mediación, es decir, de traducciones  que permitan hallar los caminos que estén lo más cerca posible a los códigos de la lengua y de la cultura, más allá de equivalencias literales.

Y a esto apela la reciente edición de la antología Poesía contemporánea del Japón, publicada en Venezuela en 2011, gracias al Centro de Estudios de África y Asia, y a la Secretaría de la Universidad de Los Andes. Es un volumen organizado por los poetas Tetsuo Nakagami y Yutaka Hosono, que reúne a diez poetas: Kazuko Shiraishi, Ruriko Mizuno, Toriko Takarabe, Yutaka Hosono, Tetsuo Nakagami, Chuei Yagi, Shoichiro Aizawa, Masaki Ikei, Toshiko Hirata y Masayo Koike.

Hacia una poética personal:
Cada uno de estos autores, se sitúa frente a su tradición y, a su manera, expresa su visión del mundo, tal y como se afirma en el sucinto y revelador prólogo “Poesía del país de la lluvia: la particularidad y la universalidad de la poesía japonesa”, escrito por el poeta Tetsuo Nakagami, quien de una manera didáctica resume lo que ha sido la evolución de este género, desde sus antiguas raíces hasta nuestros días. Veamos entonces algunos elementos que ayudan a comprender la poesía de cada uno de los autores antologados:

Kazuko Shiraishi indaga en universos culturales de amplios registros; entre la historia y las incertidumbres del futuro vuelve a los símbolos eternos, como el de Ulises, el viajero impenitente, que tendrá siempre un hogar en el horizonte, pero que no puede regresar a él porque el país al que desea volver le está negado. Entre otros símbolos, éste representa el dilema del desterrado.

Ruriko Mizuno se sumerge en un universo mineral, cargado de anécdotas de la infancia; el mundo de la casa familiar, los alimentos llenos de frescura, los sueños de la niñez y la vida cotidiana donde los abuelos, su padre y su hermano forman parte del paisaje que habita en sus sueños repetidos, y que tanto quieren parecerse a la realidad.

Toriko Takarabe convierte la amarga experiencia de la guerra en un motivo para celebrar la vida; anécdotas que se confunden en la memoria, recuperan una infancia vivida entre refugiados, en la lejana Mongolia. Como aquella niña que evoca su poema, con la cabellera cortada al rape para que se confundiera entre los varones y estuviera a salvo de los hombres rapaces.

Yutaka Hosono transforma en materia de poesía sus sueños y deseos: el entorno familiar, el misterio de la noche o sus revelaciones, los hechos y lugares que dejaron huellas hondas en su memoria. En sus versos convergen la carnalidad de la pasión y el poder de la palabra, para fijar aquello que no por distante se ha desvanecido. La de Hosono es una poesía vivencial, llena de plasticidad, poseedora de un gran poder vivencial y sensorial.

Tetsuo Nakagami explora y hace suyos los motivos de la poesía beatnik, de la que se muestra deudor; las suyas son imágenes alucinantes, asociaciones temáticas de insólita plasticidad, que se ven como al trasluz de un cristal, y desafían la percepción de la realidad. Pero no sólo esto, también hay en sus versos historias íntimas, familiares, que alimentan su imaginación y hacen juego con sus audaces metáforas.

Chuei Yagi quiere ubicarse en un lugar de su tradición poética; lee desde sus metáforas autores de la poesía tradicional japonesa, pero no para reescribirlos sino para rendirles homenaje. Cambia sus símbolos y los convierte en su propia visión del mundo. Sus poemas quieren revivir, como si fuesen una tarjeta postal, todo cuanto pasa indetenible ante sus ojos; su mirada inquieta es como la de un pasajero que viaja en tren y desea, o necesita, hacer que el instante permanezca.

Shoichiro Aizawa mezcla los elementos de la vida cotidiana y los sazona con palabras. Su mundo poético se centra en la casa, la cocina y el arte culinario. Como un maestro de artes combinatorias de olores y sabores, ordena cada uno de los elementos de la casa y convive con ellos en una cálida tensión. Sus poemas acompañan el registro del día a día con cierto aire distraído, con el placer de sentirse dueño de su mundo íntimo, cálido y cotidiano.

Masaki Ikei descubre un universo de resonancias familiares en la relación amorosa con su hijos; su voz, o mejor dicho, el poder creador de su palabra, juega a recordar momentos en la compañía de los pequeños vástagos; sabe de la finitud del tiempo humano y algo les quiere dejar como enseñanza. Sus poemas son el testimonio de un hombre que mira con nostalgia su propia infancia.

Toshiko Hirata escribe una poesía creativa y desconcertante; suma las imágenes intensas del mundo que la rodea, y hace un juego de asociaciones sonoras; combina elementos de la infancia con los sueños, y de ellos emerge una certeza que borra la pasión o el amor irrealizado. El cuerpo sufriente, mutilado, le da la fuerza necesaria para asir su realidad y huir de las apariencias.

Masayo Koike construye sus poemas siguiendo unos modelos peculiares. Combina sus vivencias con las sonoridades de la tradición poética japonesa, especialmente la que se reconoce en el tanka. Mezcla los elementos de los juegos de azar tradicionales de Japón, y los nutre con sus vivencias; allí está la magia de su expresión. Su poesía pudiera resultar desconcertante si no se tienen en cuenta estos elementos, tan particulares como los juegos de naipes, presentes en la cultura japonesa desde tiempos antiguos.

Coda
La muestra que conforma esta antología Poesía contemporánea del Japón, fue posible gracias al interés y la colaboración de los compiladores, Tetsuo Nakagami y Yutaka Hosono, quienes hicieron la selección de los textos y le dieron forma a un conjunto de poemas que, como hemos podido advertir, son bastante singulares en sus orientaciones formales y temáticas. También jugó un papel preponderante para conformar el volumen, el equipo de traductores, conformado por Mutsuko Komai, Akiko Misumi, Ryukichi Terao y Kazunori Hamada, coordinados por la académica y traductora Ayako Saitou, de la Universidad de Tokio.

Poesía contemporánea del Japón se constituye en un valioso repertorio que da cuenta de los derroteros que la poesía ha ido siguiendo a través de varias generaciones de creadores en el país del Lejano Oriente. Este libro se constituye en una importante referencia editorial en vista de la limitada difusión que la poesía japonesa tiene en la lengua castellana, sobre todo considerando que ésta es una muestra traducida directamente del idioma japonés, lo cual impuso considerables retos a los traductores, que aquí dan muestra de su empeño y destreza.

Al mismo tiempo, este volumen es un testimonio del acercamiento que hermana a dos culturas y a dos pueblos —el japonés y el venezolano— que se expresan a través de la creación poética, la cual, como decíamos al comienzo de estas notas, representa la más pura expresión de una lengua y una cultura. Deseamos que la disfruten en todos sus alcances y valores.



Ficha bibliográfica:
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Tetsuo Nakagami y Yutaka Hosono, Poesía contemporánea del Japón(antología), Mérida, Venezuela, Universidad de Los Andes, Secretaría-Centro de Estudios de África y Asia “José Manuel Briceño Monzillo”, 2011, 148 págs.






El callejón de los milagros - Naguib Mahfouz (1911-2006) Egypt الخديوية المصرية

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—Alberto Hernández—


He nacido en los viejos barrios de El Cairo y los amo.
Pienso que en la base de la escritura hay una especie de amor,
por un lugar, por una gente, por un ideal. Estos barrios viejos
lo son todo para mí, como una esposa única...
Naguib Mahfouz a Salwa Al Neimi
Magazine Littéraire

1
He entrado a El Cairo a pesar de la música estridente del vecino (me tiene harto de malas rancheras, cantadas por sodomitas angustiados). He mirado con alegría las callejuelas empedradas. Los perros de la ciudad azotados por la arena.

Sin conocer Egipto tengo una idea del pensamiento del hombre de la capital. Naguib Mahfouz me ha conducido con maestría por cada mirada, cuerpo o gesto de sus personajes, construidos con extraordinaria paciencia. Cada rostro de Mahfouz es un mosaico de su país. Sintetiza en El callejón de los Milagros los vicios, virtudes y pasiones de un pueblo que hoy hemos comenzado a conocer.

(“Muchos son los detalles que lo proclaman: el callejón de Midaq fue una de las joyas de otros tiempos y actualmente es una de las rutilantes estrellas de la historia de El Cairo...”).

2
Mi vecino de edificio insiste en elevar el volumen del aparato de sonido (extraño es el café de Krisha lleno de la estridencia de Juan Gabriel, quien contorsiona las caderas en una imitación a la danza del vientre). El vecino de enfrente pega un alarido y cae al piso frente a su mujer que también bizquea de la borrachera. Yo sigo con Mahfouz.

3
La calle Sanadiqiya es la historia de El Cairo. Cerca de ella el núcleo que el escritor árabe utiliza para hacer el universo: el Callejón de Midaq. Confluye en conjunto de voces que no agotan las múltiples imágenes de los personajes.

Construir un personaje de novela obliga a un oficio, al de narrar. Se trata de un fabulador de conductas: Naguib Mahfouz. Cada capítulo es un retazo de acciones escalonadas: un paisaje envuelve al sujeto y éste a la vez organiza la visión de mundo del autor: personaje tan real que enceguece.

Rompe la tradición del tiempo y el espacio. Es notoria la presencia de un imaginario revelador. Si Sherezade contó para no dejar morir a su hermana, el Premio Nobel egipcio lo hace para preservar la memoria árabe: tener presente que su pueblo es una multiplicidad de caracteres y signos.

(“Los ruidos del día se habían apagado y se comenzaban a oír los del atardecer, susurros dispersos, un ‘Buenas noches a todos’ por aquí, un ‘Pasa, es la hora de la tertulia’ por allá. ‘¡Despierta, tío Kamil y cierra la tienda’, ‘¡Cambia el agua del narguile, Sanker!’, ‘¡Apaga el horno, Jaada!’, ‘Este hachís me duele en el pecho’. Cinco años de apagones y bombardeos es el precio que hemos de pagar por nuestros pecados”).

4
(Juan Gabriel me ha convertido en un idiota. He llegado a mi límite. Saco la cabeza por la ventana y grito la madre del vecino, quien sin inmutarse me saluda con la cordialidad y humor de su cantante).

5
El Cairo es un personaje. Un templo repleto de vocablos, intenciones, olores. Personaje que respira con el aliento del “hachís escondido”. Transpira en el pan de Jadada, en las mariconerías de Hussain Kirsha. Ovilla la coquetería miserable de Hamida, la ociosidad inútil del tío Kamil, la “sabiduría” de Booshy, la fabricación de mendigos de honorables y pingües profesiones. El jeque Darwish representa la vieja caricatura de la ensoñación.

6
El vecino, al fin, apaga el ruido y se sume en su propio callejón. El tío Kamil reclama su mortaja. Abbas se burla y el jeque sentencia:

“Has tenido suerte. La mortaja es el velo de la otra vida”.

Me gustaría decirle lo mismo a mi vecino, pero me encuentro en la última página de El Cairo y no quiero regresar.

(“Después, el interés de los vecinos del callejón se concentró en la familia de carniceros que fue a ocupar el piso de Booshy. La familia del carnicero consistía en su mujer, siete hijos y una chica muy hermosa de la que Huissain Kirsha dijo que era tan bonita como la luna en cuarto creciente...”).

A esta hora, cuando han pasado varios años de esta crónica, El Cairo se debate entre la vida o la muerte: es decir, entre seguir en dictadura o conocer la libertad. En algún rincón del antiguo callejón Naguib espera, atiende, respira su ausencia y se acerca a los eventos de las calles de su ciudad. Algo le dirán, porque lo están mirando.




نجيبمحفوظ



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cumpleaños, feliz? Señor William Burroughs (1914-1997) USA

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William Burroughs. Photo: William Coupon / Corbis
In my writing I am acting as a map maker, an explorer of psychic areas, a cosmonaut of inner space, and I see no point in exploring areas that have already been thoroughly surveyed.

(En lo que escribo actúo como un cartógrafo, un explorador de áreas psíquicas, un cosmonauta del espacio interior, y no veo la necesidad de explorar áreas que ya han sido ampliamente estudiadas).


Exdope addict William Burroughs in Beat Hotel
Photo: Loomis Dean./ Time & Life Pic / Getty Image
William Seward Burroughs (St.Louis, Missouri, 1914 – Lawrence, Kansas, 1997) fue algo más que un homosexual que se salvó de ser condenado por el asesinato de su segunda esposa, Joan Villmer, después de dispararle en la cabeza en Ciudad de México en 1951, jugando a “Guillermo Tell”.

Sin embargo, la misoginia, la misantropía y la drogadicción de William Burroughs dieron sabor a las obras literarias que hicieron de él una figura significativa en las letras norteamericanas del siglo XX.

Burroughs (L) and Jack Kerouac, New York, 1953
Photo by Allen Ginsberg - Corbis. 
Burroughs fue un novelista famoso, miembro predominante del movimiento Beat. Además, fue también llamado "el Padrino del Punk". Allen Ginsberg lo elogió diciendo que Burroughs era tan interesante, inteligente y sabio mundano que parecía como una especie de hombre intelectual espiritual de distinción.

Burroughs es uno de los pocos beats cuyos libros han permanecido en impresión. Su postura anárquica en su literatura fue crucial para el desarrollo de muchas subculturas del siglo XX (beats, hippies y punks).







traducción del inglés por John Montañez Cortez





Retazos para un país escrito de memoria - Venezuela

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—Alberto Hernández—

1
Sobre la misma tierra, como decía el novelista, nos queda mucho terreno que pisar.

Anormales —o más allá de la certeza de serlo—, lubricamos el discurso impelido por un país donde la locura cabe perfectamente en el final de un poema escrito por un personaje de Faulkner. Que nadie lo subestime, somos así, paranormales.

Todos los personajes de Gallegos eran la crisis que somos. Cada uno hizo de su parcela nacional un trozo de vergüenza, de decoro o de misterio. Más allá de la normalidad, nuestro novelista metió la mano en la carne podrida de un país que no termina de saberse Nación. De allí que aún, a esta altura del siglo, seamos el acento de esos personajes. Son nuestra representación.

Rómulo Gallegos
2
La mano junto al muro revisa el horizonte donde no queda lugar para pensar. Somos un país extraño, demasiado pequeño para lo grande que nos creemos. Nos deslizamos con placer sobre la brasa de un parloteo incesante. Paranormales, no sabemos si ser reales o un invento clásico de nuestra desmesura.

Merecemos una crítica a nuestros enfermos asuntos. Una mujer, una prostituta, roza la piel de un hombre que la busca. Era aquella costa la visitada por el turismo sexual que bajaba de los mercantes y yates provenientes del resto de la tierra. La miseria nos tatuaba a diario. El novelista, Guillermo Meneses, sólo nos dibujó en el vicio, en la traición, en el descuido, en la arrogancia de quienes nos dieron la sangre de hoy. Eso hemos sido, una mano sucia contra un muro derruido.

Adriano González León
(Valera 1931- Caracas 2008)
3
País portátil que nos lleva de lado y lado.

Líquidos bajo el plomo de una guerra de verbos gastados, terminamos en la penúltima página de una novela premiada. Adriano González León nos introdujo en la maleta de una historia donde la violencia nos arrojó a muchos años de atraso, los mismos que hoy nos apuntan con el hierro de marcar reses.
“Por entre los eucaliptos de la vieja estación venían ellos: verdes, amenazantes, con metralletas y fusiles. De nuevo se iniciaron las carreras, los empujones, el retroceso al cerro”. Esa ha sido nuestra historia, un retroceso hacia el cerro, hacia la pobreza, hacia la violencia, hacia el dolor, hacia nuestra más autóctona estupidez.

4
Las historias de la calle Lincoln se han quedado en la piel reseca del olvido. La mano que la escribió es la artritis de un duende que camina entre botellas e indigentes tirados en las calles de la gran ciudad. La mendicidad tiene sentido muchas veces. Carlos Noguera parece haber olvidado los rincones de Sabana Grande, el Callejón de la Puñalada, los placeres con aquellos que lo acompañaron, los que hoy son sombra y olvido. Aquel país metido en la Lincoln se ha desdibujado. El autor pasó a ser parte de lo que confirmaba como antiestético.

5
Cien años de soledad para quienes despertaron frente al dinosaurio y no supieron que los edificios de la gran ciudad no regaban cagarrutas en los parques del mundo. Gabriel García Márquez regresa a su viejo lar. En el pueblo que lo vio nacer sólo quedan los huesos de los monstruos prehistóricos que se han instalado en nuestro patio doméstico.

Salvador Garmendia
(Barquisimeto 1928 - Caracas 2001)
6
Varios títulos encerrados en una biblioteca que sólo una sola mano podrá extraer escondido de Los pequeños seres. Salvador Garmendiasupo retratarlos, hacerlos la parte que nos toca, la que somos realmente, esa oscura materia que transita por las calles entrenada por la desidia, la maledicencia y la celebración repentina. Somos seres anónimos con la pretensión de pasar a la historia subidos en las ancas de un caballo. Somos simples seres manipulables, hechos con papel maché y alambres para ser movidos en un escenario de sonámbulos.

7
“Cuando en los lomos del siglo veintiuno el llano, MdeJ., tío Ricardo, la tía Trina y la perra Anémona, lloren una vez más ante la muerte aparente del desierto: Yo, Rey de los Chigüires, no dejaré huellas en las arenas de mi reinado”. Así empieza Palabreus, de José Vicente Abreu. Y comienza como se comienza un siglo decadente como éste que nos ha tocado. Un siglo donde caballos, asnos, perros y orangutanes han resucitado para regresarnos al desierto, donde no quedarán huellas, marcas o pivotes para decir que se estuvo allí. Sólo algunas palabras, algunos sonidos huecos, algunas groserías.

Victoria de Stefano
8
Victoria de Stefano desató la memoria. En La noche llama a la nochehizo de la novela un personaje. Noveló la novela, la cabalgó con personajes que aún suben y bajan las escaleras de un país romántico, asido de la nostalgia. No se detuvo en el andamiaje aunque le dio cuerpo con huesos firmes. Una novela del país que ella vivió con la densidad de los gritos y susurros de aquellos días de los años sesenta.

Ese país, el dibujado aquí, el siempre a la orilla de un precipicio, no aprendió la lección. No entendió el cuento de Monterroso. O como dibujó alguien por allí: el dinosaurio no nos entendió, en la creencia de que quien trazaba la hora menguada estaba en el Paraíso. Y de lejos veía a los demonios, vestidos con el traje de un tiranosaurio rex de metal.

Denzil Romero (1938-1999)
9
Lo dijo Manuel Bermúdez en el pórtico que abrió en El invencionero de Denzil Romero: “El lector... va a tener la dicha de ver la reconstrucción de paraísos derribados por el tiempo”, y no falló el dictum de quien vio y leyó este país, porque Bermúdez y Romero lo pasearon, lo tuvieron al alcance de sus reflexiones, lo amasaron con manos amorosas y lo dejaron para que otros le siguieran los pasos. Sin embargo, la invención de país, la invención de esta anécdota, sigue siendo un estadio alucinante. Nada de lo que nos queda se puede decir que nos pertenece. Estamos de paso sobre el filo de un cuento, como en la saliva del tonto de la novela de Faulkner.

10
“Por El Valle del Lucero no se va a ninguna parte”, excelente entrada para leer Los caballos de la cólera, donde Eduardo Casanovanos vierte completos. Novela paisaje humano en el que destaca una tierra de espanto y miedo, crímenes y desolación. Un boceto de país que nos arrastra y nos ahoga. “Tierra pisada con dolor de siglos”, dice el autor. Los personajes recorren todas las páginas y se salen de ellas para someternos a las lecciones de una realidad emergente, tiesa, como el cuero aquel, como la porfía del poema hecho cantata, como una marca en la frente. Son los caballos de la ira, los del apocalipsis, los de las tantas escaramuzas que se convirtieron luego en una épica enfermiza.

Israel Centeno (Caracas 1958)
11
Israel Centeno parece venir de las sombras. Acosado por tantos personajes, ha recreado un país, el que carga a diario en cualquier parte del mundo. Criaturas de la noche lo empuja a decir de los extraños que se mueven en la niebla y corren hacia la luz en búsqueda de cómplices. La soledad los aturde, los hace innecesarios. Caracas es un cuento de miedo. En el Ávila alguien siempre espera. No sabemos.

12
Hay tantas tierras y una sola. En La otra isla hay siempre una sola isla, aunque Coche y Cubagua se peleen el derecho a ser llamadas como la Isla Madre. Francisco Suniaga la ha descubierto para este país que no termina de decirse como tal. Una navegación literaria que abarca los sueños y la realidad bajo el intenso sol testigo de un crimen. La noche también la vio a la orilla de la playa, desnuda y con algunos signos para investigar. La muerte, lo forense, nos ha hecho socios del miedo.

Federico Vegas Pérez (Caracas 1950)
13
Un libro de notas. Un tomo que compendia un país, lo dibuja con sangre, con pólvora, con las huellas digitales de un grupo de hombres cuyo apellido era Falke. Federico Vegas lo traduce desde el presente, desde el ADN de un pariente que dejó su cuerpo, la piel y sus huesos, en medio de la invasión, aquella de la década de los 20 del siglo XX. Una historia en libretas, entregadas el 13 de julio de 1929, un poco antes de aquella fallida aventura, como las tantas procuradas en esta tierra de ya poca gracia.

14
Aquí está un final, Los invencibles, de Rodrigo Blanco Calderón, un libro ciudad que calca la rutina, los pasos de unos personajes agitados por el fracaso, los sueños, la invención, lo fantástico, suerte de pelotica de goma con guante profesional. Una línea de trabajo que ofrece el país de casi todos los días.



Diez preguntas al escritor Israel Centeno (Caracas, 1958)

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–por John Montañez Cortez–

Foto ©Laura Morales Balza
“Pido un trago de Caldas con Coca-Cola y desestimo con un
gesto los improperios de Pichita Karina. Se pierde algo más que una
apuesta cuando la pierna débil baila sola. ¡La caballerosidad y los
huevos! –me grita–. No jugó mi zurda. Al menos no pensé en la
jugada. La adversidad es una ejecución inapelable.”
Israel Centeno
Lady in black – Según pasan los años
  

Sólo diez preguntas al autor de la excelente novela Bajo las hojas (Alfaguara, Caracas, 2010), o del grupo de cuentos –su último libro– Según pasan los años (Sudaquia Editores, New York, 2012), un autor cuyos escritos ya han sido publicados en importantes editoriales, no serían suficientes.

Hoy por hoy, Israel Centeno –Caracas, 1958– es uno de los principales narradores venezolanos y una de las voces más sugestivas en Latinoamérica.

En un artículo titulado Repaso a la narrativa de Israel Centeno–revista cultural destiempos.com, octubre/noviembre 2009, año 4, número 22, México, D.F.–, el profesor universitario, editor y escritor venezolano Valmore Muñoz Arteaga, no pudo haberlo definido mejor; y cito: “En la actual narrativa venezolana, la obra de Israel Centeno se asoma como una de las más originales y más sólidas. Una obra que mezcla acertadamente géneros narrativos aún menospreciados por la crítica como la novela negra y el erotismo, uniéndolos en un ambiente de violencia y caos en donde los rasgos más oscuros de la modernidad vienen torciendo el cuello al hombre, haciéndolo –ahora más que nunca– un ser para la muerte. Quizás por eso se ha transformado, casi unánimemente, en una referencia obligatoria entre los escritores más jóvenes de una Venezuela devorada por el mismo caos que ella engendró”.

De muchos talentos, y con una capacidad creativa asombrosa, Centeno es poeta, narrador, crítico, profesor, prestigioso editor por muchos años, traductor y promotor de la literatura hispanoamericana. Estudió Dramaturgia en la Escola d’Actors de Barcelona, España. Ha representado a su país en eventos literarios internacionales y ha sido premiado tanto en Venezuela como en España.

Foto © Andy Prisbylla
Entre sus novelas podemos destacar Calletania (Monte Ávila, Caracas,1992, Premio CONAC y reeditada en España en 2008 por la Editorial Periférica), Criaturas de la noche (Alfaguara Venezuela, 2000) o Bengala (Norma Venezuela, 2005). En 1996, la sucursal venezolana de la editorial Planeta publicó en un solo volumen dos novelas, Hilo de cometa y otras iniciaciones. Actualmente reside en la ciudad de Pittsburgh, Pennsylvania, como escritor residente de City of Asylum.

Cervantes@MileHighCity ha tenido la oportunidad de entrevistarlo:


JMC: ¿Cómo definirías a Israel Centeno?
IC: Es difícil definirse uno mismo, siempre puedes hacerlo mal, carecer de objetividad para ello. Fundamentalmente, soy un escritor obsesionado por contar historias, por contarlas bien, cautivado por las formas y las posibilidades estéticas para expresarse a través de la palabra. He pasado toda mi vida muy terco, apegado a estos criterios de riesgo y búsqueda estética, soy intranquilo en eso.

JMC: ¿Cómo surge Israel Centeno como escritor?
IC: Leía mucho, siempre, desde pequeño. Leía todo lo que me caía en las manos, no solamente ficción. He leído tanto que me he olvidado de muchas de las cosas que he leído, o ellas se han incorporado en esa memoria compleja que pierde categorías al convertirse en bagaje. Están allí, a veces abandonadas y de repente surgen como la gracia. Al leer me sentía motivado a querer escribir mis cosas, pero en realidad luego de mi primera juventud, inmersa en muchos conflictos y un viaje de año y medio a Europa, en Barcelona (España) me di cuenta de que lo que quería hacer en la vida, o con mi vida era escribir, involucrarme con el proceso, lectura, invención, reinvención, deleite, trampas, todas esas cosas que van con uno cada vez que uno se sienta frente a la pantalla en blanco o frente a algo en blanco a tratar de llenarlo con tiempo, con movimiento y tiempo.

Foto: Editorial Periférica
JMC: ¿Qué autores te han influenciado? ¿Qué leías?
IC: ¡Imagínate! Al principio leí los clásicos, en esas ediciones baratas de Bruguera… me leí temprano los Diálogos de Platón, mezclados con Los Poseídos y Crimen y Castigo de Dostoievski, y así, entrelacé clásicos hasta llegar a la literatura contemporánea. Leí a los autores de lo que llaman el boom latinoamericano.
Entre mis influencias o mis lecturas principales, están El Proceso de Franz Kafka, Ulisses de James Joyce, La Mano junto al Muro, de Guillermo Meneses, Jorge Luis Borges, Oswaldo Trejo, José Napoleón Oropeza, Renato Rodríguez, Las Mil y una Noches, El Quijote, Tirant lo Blanc, Juan Carlos Onetti, Maupassant, Flaubert y la saga artúrica, Juan Marsé, José Donoso, Teresa de La Parra, La Habana para un Infante Difunto y Tres Tristes Tigres, de Guillermo Cabrera Infante, Virginia Woolf, Joseph Conrad, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, y todos los cuentos de Cortázar, sobre todo los de Bestiario, los contrasto frecuentemente con el imaginario fantástico de Ednodio Quintero, otro gran narrador latinoamericano. Debo puntualizar entre mis influencias que vienen de la poesía, a T.S.Elliot, José Antonio Ramos Sucre, Andrés Eloy Blanco, Eugenio Montejo, Rafael Cadenas, César Vallejo, John Woolworth, el poema clásico Gilgamesh, La Biblia, sobre todo los libros sapienciales, las principales tragedias griegas… Safo, y bueno, la obra de Shakespeare… es inútil, siento que a estas alturas de mi vida estoy dejando de lado muchas lecturas importantes. Tómese esto como un intento ligero de inventariar influencias.

JMC: Has trabajado muchos géneros. ¿Dónde te sientes más cómodo a la hora de escribir?
IC: En la narrativa.

Foto: Ediciones Generales, Caracas
JMC: Háblanos de tu experiencia como editor y traductor.
IC: Es complicado. En cuanto a la edición, las circunstancias tuvieron que ver más que la vocación. A estas alturas, creo que uno debe dedicarse a una de las dos cosas, escribir o editar,  porque ambas podrían entrar en conflicto. Sin embargo, no pontifico al respecto, a veces es necesario hacerlo y eso fue lo que sucedió conmigo, hay gente que puede manejar y equilibrar las dos cosas. En cuanto a la traducción, llegué a ella por la propuesta de mi editor en España, Julián Rodríguez Marco.

JMC: En una oportunidad Juan Rulfo dijo, “Los problemas sociales se pueden plantear de una manera artística. Es difícil evadir de una obra el problema social, porque surgen estados conflictivos, que obligan al escritor a desarrollarlo”. ¿Piensas que esto, en parte, definiría tu literatura?
IC: Nadie escapa de esta circunstancia. El escritor pertenece a un momento, a un tiempo en particular. Sin ellos no existe ninguna trascendencia. Los temas sociales son historia. Cómo podríamos narrar sin historia? Sin embargo, no necesariamente estas cosas deben presentarse de manera explícita, subrayada, panfletaria.

Foto por Israel Centeno
JMC: ¿En tu opinión, que diferencias has encontrado el ser un escritor latino en Estados Unidos a serlo en tu país?

IC: En mi país todo el mundo es latino, lo quiera o no. Aquí formo parte de la primera “gran minoría”. Acá probablemente tendré que vencer las barreras idiomáticas o encontrar la manera de colocar mi obra en el mundo hispanohablante de los Estados Unidos, que es vasto. En mi país a veces el problema radicaba, desde hace un tiempo, en estas exclusiones que no tienen que ver con la raza o esas cosas, más bien tienes que luchar con el tema de la exclusión por conciencia, por pensar diferente. Hay algo que en Venezuela no se perdona hoy en día: la independencia de criterio. Sistemáticamente, desde el poder, y a veces lamentablemente desde otros ángulos. Hemos ido ganando conciencia de ghetto.

En Estados Unidos escribo mucho más consciente de mi lengua, sus recursos formales y su capacidad para significar todo lo que deseo contar, o expresar estéticamente. Escribo sabiendo que no tengo una editorial esperando por mi trabajo, bueno, en Venezuela sucedía lo mismo, pero acá la sensación pesa aún más. Escribo al contraste con otras lenguas y eso siempre es bueno.

JMC: ¿Cómo definirías la realidad actual de la literatura contemporánea latinoamericana? ¿Algún autor, o autores, latinoamericanos que en tu opinión destacan en este ámbito?

Es una literatura mucho más libre, por ejemplo ya no se tiene que escribir de tal cual manera, mostrar mundos maravillosos, o descubrirnos a otro mundo, siempre más culto y atento. Me interesa lo que escriben Horacio Castellanos Moya, Yuri Herrera y Edmundo Paz Soldán. Igual, podría cada quien extender su lista, y aparecerá la pluralidad.

Alfaguara. ©2010, Editorial Santillana S.A.
JMC: ¿Te atreverías a recomendar algún libro, o escritor, en particular?
IC: ¿Venezolano? Me gustaría recomendar a algunos autores venezolanos porque a veces se tiende a evadir este tema, con el pretexto de que podríamos obviar a alguien y herir susceptibilidades. Y sí, eso ocurre. Siempre cabe la posibilidad, en eso no tiene nada que ver la estima y el interés. Sencillamente se escapan. El asunto es que hay que comenzar a nombrarnos, a hacernos atractivos y señalarnos como algo existente, que no cabe en un rápido inventario, asunto que invita a los investigadores a indagar en esta pluralidad extensa y compleja. Como te decía, la literatura latinoamericana es diversa y eso se refleja también en lo que se está haciendo en Venezuela. Voy a nombrar a tres o cuatro y dejar abiertas las posibilidades para que cada quien busque en ese territorio virgen y rico que podría resultar la literatura venezolana. Contemporáneos: Rubi Guerra, tome al azar cualquiera de sus libros, nunca se sentirá defraudado. Las novelas policiales de Eloi Yagûe, no pase por alto los libros de Juan Carlos Méndez Guédez, particularmente el Libro de Esther y Tarde con Campanas, no deje de leer sus cuentos. Oscar Marcano y Juan Carlos Chirinos. Tenemos dos escritoras maravillosas, escandalosamente jóvenes y geniales: Liliana Lara y Enza García Arreaza, creo que estas narradoras están haciendo la diferencia al escribir, pero para no emitir más juicio de valor, me voy con otra pequeña lista sin acotaciones: Fedosy Santaella, Roberto Echeto, Héctor Torres, Rodrigo Blanco Calderón, Salvador Fleján, Eduardo Sánchez Rugeles, Gustavo Valle, Keila Vall De La Ville y como dije, investigue, que encontrará cosas buenas, una primera novela de José Urreola, el nombre de Lesbia Quintero y muchos etcéteras. Detrás de estos autores, nombro con bastante orgullo a Victoria de Estéfano, Silda Cordoliani, Ana Teresa Torres, Antonieta Madrid, Milagros Mata Gil, Ednodio Quintero, José Napoleón Oropeza; Eduardo Liendo y aquí aplica lo mismo: investigue sobre esta gran tradición que cabalgamos y continuará agregando nombres. La lista terminará siendo larga y controversial.
La literatura venezolana no es ni mejor ni peor que ninguna otra, Es. Tiene una tradición. Falta ponerla en el mapa.

Foto: PopCityMedia.com, Pittsburgh
JMC: Para terminar ¿Alguna anécdota jocosa, o interesante, que quisieras compartir con nuestros lectores?
IC: No tengo anécdotas jocosas, he intentado reinventarlas todas a través de la ficción. Además algunas de ellas son divinamente privadas.

Muchas gracias Israel por esta valiosa oportunidad…



John Montañez Cortez - Febrero de 2013








Chimayó: Peregrinación USA a la española - Santa Fe, New Mexico

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–Luis Fernández Zavala*–
Buscando el perdón antes de llegar - Santa Fe, NM, USA


Cada año durante la Semana Santa católica, especialmente jueves y viernes santo, más de treinta mil personas de todo el mundo, principalmente latinos, hacen una peregrinación hasta el Santuario de Chimayó, cerca de Santa Fe, la capital de New Mexico.


Esta es la única peregrinación católica de tal magnitud en los Estados Unidos. Los peregrinos llegan al Santuario a pie, a caballo, en motocicletas, en automóviles de los low riders y hasta en patines. La gente carga cruces, imágenes religiosas, rosarios y biblias durante su caminata, mientras agradecidos voluntarios –probablemente aquellos que recibieron algún milagro– ofrecen agua y frutas gratis a los peregrinos.


Algunos caminantes vienen desde Albuquerque, a noventa millas del Santuario. Los peregrinos que asocian el sacrifico con los milagros caminan doce horas o más, mientras otros menos afectos al sacrificio, parquean sus carros muy cerca para sólo caminar una ahora. Todos tienen en mente llegar y recoger la “tierrita santa de Chimayó” a la que le atribuyen poderes curativos y milagrosos. Cada año se mueven entre veinte y treinta toneladas de tierra para mantener “activo” el pocito santo.


Curiosamente, Chimayó ya era un lugar sagrado para los nativos antes de la llegada de los españoles. En 1810, los colonos españoles cristianizaron este lugar para ellos construyendo una capilla dedicada al cristo Negro de Esquipulas (Guatemala). Tanto en Chimayó como en Esquipulas se le atribuye poderes curativos a la tierra que se saca de la capilla. La muestra de ese poder milagroso se puede ver en la cantidad de muletas y notas de agradecimiento acumuladas en el cuarto adyacente al pocito milagroso de Chimayó.


Santuario Chimayó - Santa Fe, NM, USA 
Yo personalmente, sin ser católico practicante, he hecho la peregrinación cuatro veces. Algunas de ellas con amigos judíos. Porque al final, es un acto de fe y la fe puede mover montañas, especialmente si así lo deciden treinta mil peregrinos.



Fotografías: Luis Fernández-Zavala, de la Serie Caminata a Chimayó, 2000.
Técnica utilizada: Fotos pintadas a mano.





Hulk y la Inmaculada Toalla - Santa Fe, NM, USA



*Luis Fernandez Zavala, Ph.D. vive en Santa Fe, New Mexico. Acaba de terminar su primer libro de historias cortas, El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas  luferza@gmail.com



Pequeña biografía de un indeseable - Jacinta Escudos (El Salvador, 1961)

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Jacinta Escudos
-por John Montañez Cortez-


“Lina Miranda no se arrepentía de sus
pecados. Lo único que en el fondo resentía era que
yo no fuera hijo de Mauricio Campos, quien le
daba un sexo más gozado, más animal.”
Pequeña biografía de un indeseable
Jacinta Escudos


I
No cabe la menor duda, ese muchacho Miranda, como todo buen protagonista en primera persona narrativa, nos cuenta sus sentimientos; podemos saber sus pensamientos y puntos de vista de una forma real, cruda, salvaje.

El escritor, crítico literario y profesor guatemalteco, José Mejía, escogió Pequeña biografía de un indeseable, para su muy acertada antología Los centroamericanos, antología de cuentos(Alfaguara, Editorial Santillana, S.A., Ciudad de Guatemala, Guatemala, 2002), precisamente por su originalidad e intensa imaginación demostrada en el manejo del personaje principal.

En efecto, la escritora salvadoreña Jacinta Escudos -San Salvador, El Salvador, 1961-, despliega todo su talento experimentando con técnicas y formas literarias intencionales donde sitúa su trabajo en las posibilidades de la apertura y su relación entre el yo y el espacio.



II
Pequeña biografía de un indeseable  -de su primer libro- es una narración biográfica detallada de una concepción fortuita calificada de error, un embarazo no deseado, rechazo, y hasta una acción contra natura: ser repudiado y literalmente tirado en una letrina por tu propia madre.

“No sé qué pudo pensar aquella mujer en ese momento, sólo sé que sus manos me soltaron y que caí literalmente en medio de todas las cochinadas de la familia.”

El indeseablecreció con los abuelos, ignorante de los pecados de su madre, la libidinosa Lina Miranda. Todo fue revelado de sopetón cuando, a los trece años de edad, un borracho gritó su historia secreta, el secreto de su propia existencia. Huyó de su casa, se cambió de nombre y se fue a la ciudad, donde la realidad de la violencia y el crimen son las únicas herramientas de subsistencia.


“Aprendí a hacer de todo: abro carros, bolseo a la gente en los buses, arranco cadenas a veces. Ahora están de moda la droga y el cambio de dólares.”

El desenlace de este relato corto desemboca en un final que definitivamente hace reflexionar, traspasa la piel, es casi un aforismo:
“No me importa nada. No le temo a nadie. Nadie puede ser superior a este muchacho que, desde el primer día de nacido, triunfó sobre la mierda y la muerte.”




III
La autora de A-B-Sudario, publicada por Alfaguara, es una escritora disciplinada, llena de talento y energía. Es capaz de escribir en cualquier parte, siempre que sea junto a una ventana viendo un jardín rebosante de plantas, pero eso sí, en absoluto silencio.
 “Un artista se puede desarrollar en cualquier parte, incluso en un desierto. No son las condiciones exteriores las que determinan que uno sea o no artista y que uno crezca y se desarrolle como tal, sino la voluntad y el talento personal.” dice.



Escudos, aparte de haber cultivado los géneros de novela, cuento, poesía, crónica y ensayo, también ha trabajado en la actuación y las artes plásticas. Fue escritora residente de la fundación Heinrich Böll Haus, en Alemania y de La Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs, en Francia. Ha sido galardonada con varios premios literarios, entre ellos los X Juegos Florales de El Salvador en 2001 y el I Premio Centroamericano de Novela “Mario Monteforte Toledo” en 2003. Ha sido traducida al inglés, alemán y francés; su obra ha aparecido en diversas antologías de América Latina, Estados Unidos y Europa.

Entre sus publicaciones destacan: Crónicas para sentimentales (F&G Editores de Guatemala, 2010), El Diablo sabe mi nombre (Uruk editores, Costa Rica, 2008), A-B-Sudario (Alfaguara, 2003), Felicidad Doméstica y otras cosas aterradoras (2002), El Desencanto (2001) y Cuentos Sucios (1997).

Jacinta Escudos vive en El Salvador y escribe para diferentes medios de prensa centroamericanos, también mantiene el interesantísimo blog Jacintario, no dejen de visitarlo: (http://jescudos.wordpress.com/).





El daguerrotipo del deseo - Foto y erotismo: orgasmos del mismo tiempo

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—por Alberto Hernández—

Stéphanie, Macau, 2002, by Dahmane
(Dahmane.com)
1
Una foto desleída revela la carrera de unos muchachos desnudos hacia unos matorrales. El autor de la imagen —jamás registrada por cámara alguna— es del novelista francés Georges Bataille. La aventura se desliza preciosamente en las páginas de Historia del ojo, obra maestra de la literatura erótica. Bataille, surrealista de vocación, era también ferviente admirador de las gráficas donde los cuerpos y los olores del cuerpo se advierten a través del movimiento y el jadeo. Las fotos y dibujos bien logrados llevan sonidos, ruidos y certezas en los que la naturaleza humana, la naturaleza del deseo, es la protagonista.

Por supuesto, la imagen del autor galo suele reconocerse en la lectura de su prosa, como un engaño, o como la osadía de quien inicia un capítulo con esta travesura: “A partir de entonces, Simone adquirió la manía de romper huevos con el culo”, mientras —como lectores— volteamos la tapa del libro y vemos el rostro diabólicamente angelical de Simone. Eso no deja de provocar en nuestro bajo vientre alguna pasión erectiva. O un simulacro de crucifixión eucarística.

El pecado, el arrebato místico, las miradas inocentes o la presencia de Dios en la sudoración cutánea, forman parte de eso que solemos definir como erotismo. El hombre es vehículo de la obscenidad porque la mujer es sujeto de nuestros afectos y defectos. Nadie que se haya visto en un espejo haciendo el amor rompe el vidrio donde se refleja. O lanza la primera piedra cuando descubre un hilo de sorpresas en los pliegues o abotonaduras de los labios animosos de una Fanny Hill. La carnadura del goce, del deseo convertido en acción criminal, en el buen sentido de la lucha amorosa, en la tardanza de la penetración, con la mirada vidriosa, endulzada por el soslayo ocular, decúbito, hacia el espejo: superficie que espía en la totalidad de su ojo inocente. En esa escena del azogue está la foto de nosotros, en grupo, caballunos, asnales y asmáticos, en la entrepiernas de la eternidad.

2 
Aldo Pellegrini, escritor argentino que abre los fuegos en el libro Pornografía y obscenidad, donde Lawrence y Miller comparten almohadas literarias, dice: “La obscenidad designa una manifestación que se desarrolla en el plano social, y abarca el terreno del lenguaje, del gesto, de la expresión”, trípode con que sostenemos este trabajo, que más que labor agobiante es un disfrute para despertar los líquidos feudales. Y digo, sin rubor, líquidos feudales, porque el deseo, con o sin obscenidad, es la emisión deliciosa de los ríos y mares de nuestra patria erótica, el cuerpo y el alma, la vida y la muerte, patrimonios que designan las únicas propiedades verdaderas. No olvidemos la tragedia de aquellas mujeres que pasaban por la cama del señor feudal antes de ser parte del sueño de un matrimonio que, a la larga, resultaba castrado. Así, muerto porque, como señala Pellegrini: “Un falso erotismo sin amor constituye la base de la pornografía, y se presenta asociado a la fealdad. Tampoco el erotismo constituye una caricatura de la sexualidad”. Bien, sin rasgar vestiduras, sin embargo, el deseo, ese gusano sin control, reside en el pecado, en ese sabroso momento en que palabra y acción vulgarizan la carne. O la sacralizan, pero esa es otra discusión. De allí que la fotografía sea eso, un acto a veces incontrolado, fallido, de la entrega. Un orgasmo fabricado con las manos, con los líquidos que no se tocan porque desacralizan la piel, a oscuras en la cámara silenciosa e íntima del laboratorio (cuando éste existía, ahora ocurre frente a la computadora), suavizado con una luz roja como en aquellos santuarios donde nació el amor tarifado, el encargo sexual y el devaneo o desajuste de los sentidos. Una foto, y más si se trata del género donde el lenguaje es el cuerpo femenino, es la propuesta codificada del deseo. Tras la intención, la resequedad de la boca, la presión en las sienes y el abultamiento de la entrepierna, con la sudoración inminente, esa que nos guía hacia la autocomplacencia o al regusto del cuerpo que nos espera veleta abierta, brisa de los mares en la cama, en el rincón más discreto de la casa o en la imaginación de las arenas del desierto.

3
En la portada sagrada de Frivolidades parisinas, fotografía erótica hacia 1920, una muchacha de ojos vacunos, aislados por el sepia del tiempo, nos mira a la cara. La mano derecha reposa —objeto cercano, objeto medio— en los bulbos de las nalgas. La mano, reproducción icónica, referente de la realidad, que es la mano de todas las muchachas que son capaces de mostrarse así, no es, si se quiere, la mano de la muchacha que se toca el trasero, porque la mirada nos dice, aún traicionando el punto de vista del fotógrafo: “Pon la tuya aquí, entrometido, voyerista, méteme mano y hunde tu dedo de ginecólogo en mis humedades, en las estrías celestiales de este rito de encajes y sedas, sinuosidades y deseos”. Por supuesto, de allí en adelante no parece extraña la presencia de Bruno Braquehais, Roberto Doisneau, August Belloc, Willi Warstat, Eduard Fuehs, todos protagonistas de la Historia ilustrada de la moral, aquel fascinante compendio de voces, cuerpos retraídos, vulvas incesantes: Europa en una ilimitada locura sáfica, apolínea y elegante en las que sólo bastaba la punta de la lengua y el glande de las disipasiones culturales.

Fotos todas reunidas como apostillas a las gráficas de desnudos y al retrato erótico del siglo XIX y de comienzos del XX. En ese mismo inventario aparece Henry Miller, autocalificado el “americano cochino que soy”, aturdido de emociones y papeles en una pensión de Clichy. Larga historia que Benedickt Taschen ofrece en una desenfrenada relación pasional que rubrican Michael Koetzle y Uwe Scheid.

El ser humano es voyerista. O como se dice en venezolano, buceador. O para pronunciarlo como en aquellos tiempos románticos y onanistas de la adolescencia: busca picón, ayudado por el espejito para retratarnos en la cámara negra de alguna ausencia. En esta etapa la masturbación también era una fotografía. Pobre Marilyn Monroe, María Félix. O alguna Shakira de la época. Las conejitas de Playboy, las azafatas de las revistas inocentes. O la cocinera, muchacha de mandado de la casa del vecino. O la misma muchacha que nos miraba desde alguna ventana a medio cerrar. Todas, congeladas en una gráfica que la memoria conserva intacta y reproduce en cualquier texto de Dziga Vertov, páginas del cine que recogían la intimidad de una puesta en escena. Aún no andaba por la barriada de nuestra imaginación el loco Salvador Dalí.

4 
El fisgón, personaje exquisito de la literatura española, como el buscón o el simulador, siempre tiene una ventana por donde atisbar cuerpos desnudos, desatar los botones o bajar el cierre de estos tiempos de pantalones menos traumáticos. El “voyerista”, a quien atribuyen todos los males de nuestras sociedadeshembristas, es un experto en deseo. No tanto en belleza, en el erotismo oculto que posteriormente el cine, pero más la fotografía, nos ha revelado.

Kiki de Montparnasse by Man Ray
Fisgones como Man Ray, que se hizo el Kiki de Montparnasse, célebre modelo parisina de sólo veinte años, como Dios manda, porque la carne es fresca y amorosa, uno de los favores recibidos del afecto, así como los actos de Ray eran de entrega a la gráfica. Modelo de las locuras de Dalí fue Nusch Eluard, también resumida por Man Ray en su bitácora de cuerpos en cueros. Amante de Picasso, Dora Maar, recogida por la cámara del Man; Meret Oppenheim, Juliet Browner, entre otras, mitificadas, como las modelos de Belloc por allá en 1854, relamidamente románticas, envueltas por una luz disecada, pero en la que la gracia de la imagen —precisamente— estaba en dejar entrever un deseo que era colectivo. Que se hace plural. Todos queremos tener una aventura con aquellas mujeres que sólo son imágenes, pero que son reconstruidas en cada entrega real, en cada madrugada y trasnocho. Para el mismo Man Ray “una imagen de por sí no significa nada”, sin embargo, para el espectador es la ilusión, el sesgo animal, al tratarse de imágenes eróticas. Mientras esto dice Ray, Paul Strand agrega que “fotografía y realidad parecen ser una pareja indisociable no sólo en la historia de la reproducción icónica. El realismo icónico se halla anidado en el hacer mismo de los fotógrafos”, propuesta de Strand que embarga una cercanía, una relación en la que se observa el desarrollo hormonal del negativo expuesto a la luz de los descubrimientos, semiótica del acople, eyaculación del diafragma, el mismo obturador como esfínter de la imagen.

Foto por Félix-Jacques Moulin
5 
La elegancia del desnudo. La modernidad del pubis. El filtro/laboratorio de la imagen. El deseo de la actualidad. La lisura perfecta, la erección con mirada de ángel terrible. El meato ritual del siempre hacia adentro y hacia afuera. El ojo sin malicia, mientras —más abajo— entre pieles de bestias santificadas por la moda, el sexo, esa gruta de laberínticos tauros, ágora y santuario, brújula y testarudo y revolucionario, también fotografiado. Es Dahmane, otro logro recopilador de Taschen. La perversión de la elegancia erótica ya no reposa, en este ciclo, en el desnudo primitivo. Desnudas, sí, las mujeres, pero acompañadas de una escenografía que hace más artístico, extrínsecamente, el intento. Es como desarraigar el prehistórico ojo del cuerpo en cueros, a secas. Aunque no hay nada más hermoso que un cuerpo femenino, solitario, abandonado, abierto como verdura fresca, a la espera de la más sublime tensión carnal. En el caso de Dahmane nos vemos en la burguesa ornamentación/tentación de un gato que olisquea perfumes y riquezas, aunque convenimos en adivinar su fino olfato para detectar los olores del sexo, mientras la piel y la vulva se adocenan entre medias de extraña tersura, alfombras persas de sorprendente magia aerodinámica, rotundas y frescas representaciones de adoquines, escaleras, pisos eléctricos, espejos/espías, puertas artísticas, sillas y arquitectura, tacones y pantaletas, muslos y rodillas, sacrificio de Sísifo hacia los senos, la delgada e impúdica desnudez frente a los arcos eróticos de Nuestra Señora de París.

Abundosas pelambres, pubis deslumbrantes desde la Tour Eiffel, el Centro Simón Bolívar o desde la puerta de mi casa, desde la cual imagino batallas sexuales en los aviones que surcan el cielo. O un cuerpo acostado sobre un puente. Grafitis: una mano que se toca el sexo mientras los versículos traducen el día de una ciudad alocada en la mirada del rey Salomón.

Las nalgas son el universo gemelo de un laberinto. Con las manos la mujer se desliza el pantalón a rayas mientras el tren pasa. O el semáforo aturde la paciencia de los conductores. Todo esto ocurre, no en una escuela de periodismo. Pasa en calles, bares y esquinas. La imagen, definitivamente, es la salvación. O la palabra que se contiene en ella. No puede haber amor sin alguna palabra pegada de la oreja, o declarar que ellas andan por dentro, en un émbolo de sombras. Pero la moda, el vestido o el derrape de encajes y tejidos descubre la vulva de una elegante que recorre la muerte del deseo. Con esos trajes ostentosos, llenos de bombachas y simulaciones, el sexo podría ser una propuesta erótica, pero a veces la mercancía pasa por barata, y entonces el engaño, el blue jean o la falda ancha son frustración, como la foto velada. Porque si detrás de la fina opacidad está la frívola o frígida turgencia, entonces la erección podría ser demasiado salón, filosofía y poesía de la mala, tentación sin el diablo, simple fotografía que no invita a pecar.

Coryne, le Drouant, Paris, 1988
by Dahmane (Dahmane.com)
    
Una mujer se agacha y defeca. Imagen fea, que denigra de la imagen femenina. Pero es natural. No la imagen, la postura, el hecho mismo. Repetir esta realidad agrede la imagen en el papel. Pero si la imagen es la de una mujer con la pompa de Dios tocando los pétalos de un jardín, entonces la cuestión es distinta. Una mujer en un ascensor, desnuda y provocadora, es un sismo en la cara y más abajo. Una mujer desnuda, ataviada de novia: sólo las rodillas indican la gala de la ceremonia, representa un matrimonio perfecto, aunque irreal: la infidelidad, los cuernos y el dolor serán presencia también perfecta, amarga, pero la imagen, intemporal, existe y es de Dahmane. El registro erótico de nuestros tiempos, el pecado en un laboratorio de fotografía. La economía neoliberal de la vulva de nuestra modernidad. El deseo está oculto, allí, en el lugar que todos sabemos.

6 
Retomo las viejas imágenes. Regreso a la cultura, a esa borrosa y testimonial expectativa. Daguerrotipos, Lumière y auto de fe. Cartas astrales de los orgasmos del siglo pasado y los perdidos en éste que ya supera una década. Ya Belloc es clásico. Jacques Moulin nos responde con dos carnigones encendidos en una V de vaca y labial, con cámara frontal y manchas de líquidos en el encuadre.

Foto por Louis Camille d'Olivier
Louis Camille d’Olivier en sus modelos, unas gordas, otras pálidas, retocadas, sentadas en la ironía de la invitación. O aquella damisela que se regodea en el espejo, mientras de espalas ella misma se ve en los ojos del espectador lascivo. Richbourg y las fotos en serie, en una clara alusión cinematográfica. William Thompson y sus tigresas anémicas, rescatadas en una película de granos invisibles, de lamparones en el negativo. El tiempo ha hecho su trabajo. Retocadas, maquilladas, safriscas de ayer, anónimas muchas: una muchacha vulgar, con cara de hetaira barata, le abre las nalgas a otra que acomoda la cara en la almohada. Tiene ojos de ternera sacrificada. Nos vemos en esa pupila roja, húmeda, ciclópea, y surge la pregunta: ¿quién fotografía a quién? La vulva, entretejida y ahora abierta, es una vieja cámara de pata del fetichismo, en contraposición a los retratos abiertos, panorámicos, odaliscos y clásicos de Carl Heinrich Stratz.

Cámara vulvar versus cámara fotográfica. Ojos frontales, enfrentados. Líquidos, fijadores de deseos. ¿Cómo se portó el ojo del fotógrafo? ¿Qué punto de vista asumió en el instante en que el cuerpo de la mujer abierta sacudió el universo con un orgasmo? ¿Es el ojo del sexo multiplicador de imágenes?

La maja desnuda, Museo del Prado, Madrid
circa 1797-1800, by Goya
Una mujer es tibia, suave, molino de viento en las caderas. La foto de una mujer desnuda es tibia, suave, molino de viento en la imaginación.
La desnudez femenina ha promovido muchas reflexiones. Ya no es la pobre Maja Desnuda, ese salto goyesco, la que nos interroga con la mirada seductora y cabaretera de la Gioconda. Cualquier pintor, fotógrafo o poeta, una artista, puede imaginarle los muslos, los senos y hasta los glúteos a la Gioconda. Probablemente no oculten nada. O no tengan nada que ofrecer. Un reto fallido. La fotografía de la Gioconda a cuerpo entero podría ser una gran decepción.

Verte desnuda es un libro que reúne diez voces de la literatura ibérica. Cada escritor fue llamado para tratar una parte del cuerpo femenino. Por gusto personal me sumo al tema de Francisco Umbral: Elogio y memoria de los glúteos. De ellos dice: “La fascinación del culo femenino no puede ser otra, para mí, que ésa: los glúteos son un lujo de la Naturaleza, mera sexualidad, una llamada de la especie, no sé. Hay mujeres de culo plano que, naturalmente, realizan todas las funciones vitales y sexuales como las otras. Así como los pechos son funcionales, nutricios, el culo es pura gratuidad, equivale a la cola desplegada del pavo real, a un mero signo de sexualidad. Y a partir de aquí podría estudiarse toda la gestualidad del culo”. El voyerista busca los movimientos y volúmenes de las nalgas. Para nadie puede ser un secreto el hecho de que las mujeres tienen dos puntos de vista. Las tetas, los senos, las pechugas. Dos promontorios de espionaje que nos hacen mirarlos y desearlos con pecado. Todo culo es fotografiable, como todo seno. Todo bamboleo de los glúteos es un espectáculo que los fotógrafos, cineastas, dibujantes o pintores han tratado más que las naturalezas muertas. El culo es una naturaleza viva, masticable, terriblemente conspiradora. Siempre estará aquí, en la cabeza, como para mover de postura al Pensador del Rodin.

Francisco (Paco) Umbral
Y triunfa, finalmente, el voyerismo, en los registros y calcos de la Belle Époque, con marca casi comercial desimili verre, vidrio repetidor del daguerrotipo. Pierre Louÿs, Agelou, Mante y Goldschmidt, y en nuestra cercana tierra de aforismos y poesía sin pernocta: Jean Camille Duprat, M. X., Yves Richard rompiendo con la cronología en la que el deseo y la eyaculación orgásmica, la imagen rescatada, la alusión a los cuerpos ausentes y urgentes confirman hoy, el hoy de la docilidad, el hoy de sólo la mirada y la caricia rápida, toda una antología del desnudo, de la porno/erotografía universal.

De los cuerpos, en mente. Del deseo, el montecito de Venus. Y para cerrar con seguro obturador, la carnalidad de una imagen vital: “Teta, la que en la mano quepa”, como dice el refranero. O para gusto más íntimo, de la mano de una mujer, sus ansias. Que después nos hacemos las fotos.




La influencia kafkiana: metamorfosis, absurdo e inspiración

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—por John Montañez Cortez—

Franz Kafka (1883-1924)
El mundo paradójico y visceral de Franz Kafka, por años, ha sido de gran interés para los expertos y catedráticos, tanto en el aspecto literario como en el psicológico del celebérrimo autor checoslovaco. Para muchos escritores no pudo haber sido de otra manera:

El Nobel de 1982, Gabriel García Márquez, en su libro autobiográfico Vivir para contarla—Grupo Editorial Random House Mondadori, Barcelona, España, 2002—, narra su primera experiencia con La metamorfosis:
Vega [Domingo Manuel] llegó una noche con tres libros que acababa de comprar, y me prestó uno al azar, como lo hacía a menudo para ayudarme a dormir. Pero esa vez logró todo lo contrario: nunca más volví a dormir con la placidez de antes. El libro era La metamorfosis de Franz Kafka, en la falsa traducción de Borges publicada por la editorial Losada de Buenos Aires, que definió un camino nuevo para mi vida desde la primera línea, y que hoy es una de las divisas grandes de la literatura universal: «Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un monstruoso insecto».

Edimat Libros, Madrid
Por su parte, Tina de Alarcón, tradujo Die verwandlung—título oiginal—, para Edimat Libros, Madrid, 2003, de la siguiente manera:
«Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana de su inquieto sueño, se encontró en la cama, convertido en un insecto gigante». La misma Tina de Alarcón nos recuerda que Kafka escribió La metamorfosis en diciembre de 1912 —fue publicada en 1915 en Leipzig—, el período más exaltadamente creador de su vida, en la época en que se decidió su destino como hombre y como escritor. Al terminar la segunda guerra mundial, gracias al entusiasmo que por esta novela experimentaron los franceses André Breton, Jean Paul Sartre y Albert Camus, irónicamente, fue editada primero en francés e inglés, antes que en alemán, su lengua original.

Max Brod (1884-1968) Foto Three Lions/Getty
El amigo y albacea de Kafka, Max Brod, siempre dejó claro que también existe un punto central en la obra kafkiana: “La responsabilidad hacia la familia”. Esta es la clave de las historias cortas como La metamorfosis, La condena y El desaparecido, para muchos el detalle principal en otras de sus obras.

Mario Vargas Llosa nos expone en su ensayo Cartas a un joven novelista—Editorial Planeta, Barcelona, España, 1997— que existen novelas donde el cambio súbito de sexo del personaje principal provoca una mudanza cualitativa en todo lo narrativo, moviendo a éste de un plano que parecía hasta entonces “realista” a otro, imaginario y aun fantástico. En este caso, la muda es un cráter, un hecho central del cuerpo narrativo, un episodio de máxima concentración de vivencias que contagia todo el entorno de un atributo que no parecía tener. No es el caso de La metamorfosis de Kafka, donde el hecho prodigioso, la transformación del pobre Gregorio Samsa en una horrible cucaracha, tiene lugar en la primera frase de la historia, lo que instala a ésta, desde el principio, en lo fantástico.

Kafka
En las páginas de un libro maravilloso, el cual considero, en lo personal, como uno de los mejores ensayos en idioma español, La verdad de las mentiras—Alfaguara Argentina, 2002—, Vargas Llosa, una vez más, nos ilumina con su escrito, a propósito de Kafka. Considera que existen tres obras maestras en el género de novelas cortas: La muerte en Veneciade Thomas Mann, La muerte de Ivan Ilichde Tolstoi y La metamorfosis de Kafka. Pocas han logrado esa economía de medios y perfección artística en la historia de la literatura. Comparten la excelencia formal, lo fascinante de su anécdota y, sobre todo, la casi infinita irradiación de asociaciones, simbolismos y ecos que el relato va generando en el ánimo del lector.

Hasta la lectura de Kafka es paradójica. Carlos Fuentes, en un artículo publicado por La nación, México, 2004, nos cuenta:
‘¿Has leído a Kafka?’ —me preguntó Milán Kundera— ‘Por supuesto’ —le contesto— ‘creo que es el escritor indispensable del siglo veinte’. Kundera sonríe socarronamente. ‘¿Lo has leído en alemán?’ ‘No.’ ‘Entonces no has leído a Kafka.’

Comoquiera que sea pienso que todo el que lea La metamorfosis quedará afectado. Ya no será el mismo lector de siempre. Lo dijo el propio Kafka en un aforismo suyo que leí en el extraordinario ensayo Alfabetosdel escritor italiano Claudio Magris:
“Un libro debe golpear como un puñetazo, dejar una huella profunda, cambiar —aunque sea imperceptiblemente— la vida del lector”.







Drácula de Bram Stoker (Dublin, Irlanda, 1847 — Londres, Inglaterra, 1912)

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—John Montañez Cortez—

película de Carl Laemmie (1931)
Universal Pictures
“Left Munich at 8.35 P.M. on 1st May, arriving at Vienna early next morning; should have arrived at 6.46, but train was an hour late. Buda-Pesth seems a wonderful place, from the glimpse which I got of it from the train and the little I could walk through the streets. I feared to go very far from the station, as we had arrived late and would start as near the correct time possible.”

Así comienza el capítulo uno, titulado Jonathan Harker’s Journal (Kept in shorthand), de la obra cumbre del escritor irlandés Bram Stoker, Dracula. Pero la frase más icónica de este clásico de la literatura universal vendría un poco después del comienzo del segundo capítulo diario de Jonathan Harker:

“I am Dracula; and I bid you welcome, Mr Harker, to my house. Come in; the night air is chill, and you must need to eat and rest.”
“Soy Drácula y le doy la bienvenida, señor Harker, a mi casa. Entre; el aire de la noche está frío y usted debe necesitar comida y descanso.”

Bram Stoker
Con estas palabras, el Conde, se presenta a Jonathan Harker, al arribar al Castillo Drácula, el vasto y arruinado hogar de un noble de Transilvania. El joven visitante inglés pronto se da cuenta que se encuentra encerrado en un reino de alucinación y terror más allá de las peores pesadillas jamás soñadas.

Drácula es la quinta novela del escritor irlandés Bram Stoker ayer se cumplieron ciento un años de su muerte, famosa por la introducción del personaje del vampiro Conde Drácula. La novela, de formato epistolar del género terror gótico, fue publicada en 1897 por Constable & Co. de Edimburgo, cuenta la historia del intento de Drácula de trasladarse de Transilvania a Inglaterra y la batalla entre Drácula y un pequeño grupo de hombres y mujeres, dirigidos por el profesor Abraham Van Helsing.

Bela Lugosi en el papel de Drácula (1931)
Drácula ha sido asignado a muchos géneros literarios incluyendo la literatura de vampiros, ficción de horror, la novela gótica y la literatura de invasión. La novela toca temas como el papel de la mujer en la cultura victoriana, las convenciones sexuales, la inmigración, el colonialismo y poscolonialismo. Aunque Stoker no inventó el vampiro si definió su forma moderna y la novela ha dado lugar a numerosas interpretaciones de teatro, cine y televisión.

La historia de Dráculaha sido la base para numerosas películas y obras de teatro. El propio Stoker escribió la primera adaptación teatral, que se presentó en el teatro Lyceum Theatre de Londres bajo el título Dracula o The Undead poco antes de la publicación de la novela y se presentó sólo una vez. Películas populares incluyen Dracula(1931) interpretada por el no menos famoso actor húngaro Bela Lugosi, Dracula(título aternativo: The Horror of Dracula) (1958) y Dracula (también conocida como Bram Stoker’s Dracula) (1992). Drácula
Bela Lugosi en Dracula (1931)
también fue adaptado como Nosferatu (1922), una película dirigida por el director alemán F.W. Murnau, sin permiso de la viuda de Stoker; los realizadores trataron de evitar problemas de derechos de autor alterando muchos de los detalles, incluyendo el cambio del nombre del villano a “Conde Orlok”, pero fueron infructuosos llevándolos a una batalla legal que perdieron a la postre.

La obra maestra de Bram Stoker es un thriller de tal intensidad hipnótica que ha cautivado a millones de lectores en todo el mundo y ha inspirado su propia literatura y su propia mitología de lo sobrenatural.

 
Nosferatu (1922)





Montaigne: el ensayo, tonto, el ensayo - Periodismo y literatura

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—Por Alberto Hernández—

Confieso que, a mí, tanta serenidad en una persona me impacienta
y me aburre un poco, pero no hay duda de que, en un campo específico,
el de la política, si prevaleciera la juiciosa actitud de Montaigne, habría
menos estragos en la sociedad y la vida de las naciones hubiera sido más
civilizada de lo que fue y es todavía.

Mario Vargas Llosa


1
Largo otoño el de la Edad Media, como para oír la voz de Johan Huizinga en tanto en cuanto palabra y silencio se ataron de la misma mano. A través de una mirada periférica, el autor europeo atrapó el dominio caballeresco de William James, quien en Las variedades de la experiencia religiosa se atrevió a afirmar que “sentimentalmente, si no en la práctica, nos acogemos a la visión de la vida militar y aristocrática. Glorificamos al soldado como el hombre absolutamente llano, inencumbrado”, razonamiento que roza las orillas de ese pasado del cual emergió aquella literatura “desbaratada” luego por Miguel de Cervantes.

El sueño de heroísmo y amor, como titula el mismo Huizinga en su tratado de historia, se convirtió en una prueba para derribar con sorna, o con la seriedad del silencio, todo el aparataje de esa oscura época, en la que y de la que, para felicidad de todos, nacieron los textos fundamentales de nuestras letras.

El contacto clásico sigue siendo base para recrear y fundar proposiciones que hoy están a la mano con nuestras angustias y embargos humanos. De allí que Miguel de Montaigne (1533-1592), quien, en clara oposición a la Edad Media, rechazó todo conocimiento absoluto, lo que le imprime fuerza a la denodada pasión de quienes lo leemos y apreciamos por conocer sus propias limitaciones. Oportunidad que nos brinda el autor gascón para decir que sus Ensayos tienen la facultad de analizar, medir y aquilatar, cualidad ésta que nos remite al origen, a la etimología latina, ligada ulteriormente al griego y al sánscrito, en el sentido de aplicarse a cualquier ingenio, pero sobre todo al estudio y análisis de los minerales, específicamente al de los metales oro y plata, “para determinar la ley —lo fino, lo puro— de las monedas”. Pero Montaigne va más allá en su reconocida humildad: escribió por hábito de habla, “sin estudio ni artificio”, en su estilo “natural y ordinario”.

Dutch historian Johan Huizinga (1872-1945)
2
La curiosidad del ensayista francés se aproxima a todo: lo que está cerca y lo que está lejos le conciernen. Nada es desdeñable. Todo lo mirado, tocado, saboreado, olido, acariciado, intuido, enseña algo. De modo que lo absoluto se convierta en afán de multiplicidad.

Escepticismo, inclusive contra su propia búsqueda: terreno fértil para librarse de complacencias y orgullos, soberbias y miopía introspectiva. En medio de esta atmósfera, Montaigne vive para ejercer la “libertad para opinar de todo”. La Iglesia lo convirtió en carne de juicio por ser un escritor peligroso, de cuidado. Antidogmático, el genio de este traductor del tiempo continúa atado a la vigencia de su indagación.

Se desprende de su porfía, una declaración que lo fija definitivamente: “Yo no afirmo ni niego”. Ensaya, experimenta, recorre fértiles e infértiles lugares, sin teoría alguna: renace de una sombra que lo marca en otra, pero sin abandonar el aliento de la antigüedad clásica.

Este género, el ensayo, que no tiene en Montaigne su inventor, se remonta a tiempos alejadísimos, perdidos en la memoria. La antigüedad nos reseña su raíz en elucubraciones morales: diálogo entre los hombres que expresa una definición casi implícita.

Michel de Montaigne (1533-1592)
En la trama de su desarrollo, el sacerdote jesuita P. Mir, en su trabajo titulado “Prontuario”, logró un acercamiento en tano esbozo, proyecto o bosquejo como términos definitorios.

Paralelo a su desarrollo y crecimiento, la sociedad se ha visto envuelta en la madeja de los modelos comunicacionales, desde Aristóteles pasando por Shannon-Weaver hasta la tecnología japonesa y las llamadas redes sociales, tan caras hoy en todos los senderos del hombre.

Las primeras escuelas de periodismo, más de ensayo que de otra cosa, revelaron el carácter individual de una práctica alejada de los cánones de la universidad contemporánea, del academicismo tradicional, tan vapuleado en estos días. Si bien la función del periodismo es indagar, interpretar e informar, también es cierto que el ensayo transita por esos caminos. De allí que en 1903, Pulitzer se convirtió en el primer editor de un diario que ofrece financiamiento para la fundación de una escuela profesional de periodismo. Escuela que ya existía en Breaslau, Alemania, la cual ofrecía los cursos de Ciencia del periodismo, por 1806, intento que estudiaba la relación entre el periodismo (un ensayo) y la opinión pública (otro ensayo si nos atenemos a los cambios de una sociedad emergente).

József Pulitzer (1847-1911)
Hungarian-American journalist
3
En este punto podemos enlazar la opinión de Montaigne y de otros ensayistas en el sentido de que ese periodismo, que sigue siendo el de hoy y será el de mañana con algunos cambios, informa, explica, interpreta y critica. Aproximación al fin, esté llena de detalles equívocos y anómalos que precisan de un estudio más pormenorizado, calmado y tenido como fuente de búsqueda permanente. En América Latina, sin querer mirar muy atrás, nos topamos con “periodistas” que han sido ensayistas: el roce los convierte en practicantes y oferentes de un oficio afín. Henríquez Ureña, Mariátegui, Martí, Picón Salas, Briceño Iragorry, Octavio Paz, Borges, Sábato, Otero Silva, Sanoja Hernández, representan, entre otros, el signo más representativo de este carácter que en el fondo busca un solo objetivo: ensayar el mundo.

Pero así como la forma de ensayar amplía la manera de decir, también el periodismo busca fórmulas de avance. La información, como base empírica, nacida así, convertida en estudio, en indagación, tiene en la modernidad lo que los norteamericanos denominan el “new journalism”, el nuevo periodismo, o periodismo de investigación. El nuevo diarista o el escritor ocasional en periódicos desecha en tanto la información, ya de por hecho contenido en el cuerpo de la nota, para convertirse en una opinión que toca la realidad, la especulación y hasta la ficción. Viene al pelo el experimento informativo de Orson Welles a través de la radio. O los trabajos de Bolch y Miller,
Edward Bok en su oficina de redacción
de la revista Ladies' Home Journal en 1889
Carl Bernstein y Bob Woddward, quienes, en un alarde de labor investigativa, escriben verdaderos ensayos para dar a conocer los pormenores de un evento que conmociona al mundo. No se descarta la especulación, la indagación, la búsqueda y hasta la curiosidad ingenua que lo acerca a la literatura. Ese periodismo americano entrega —con dudas por doquier— piezas de creación, donde la información real se confunde con los giros de la más descarada coloración ficcional, como las de Mario Puzo, John Seigenthaler, Jack Newfield, quien laboraba en el diario The Village Voice, en Nueva York; Ed Bok y Mark Sullivan, quienes reventaron el tema de los narcóticos con verdaderos trabajos ensayísticos de contenido ficcional, ambos para el diario Ladies Home Journal.

4
En El Cojo Ilustrado, pintoresca y voluminosa publicación venezolana (1892-1915), encontramos los nombres, entre otros, de Lisandro Alvarado, Eloy González, Cabrera Malo, Miguel Eduardo Pardo, Eugenio Méndez y Mendoza, Eduardo Calcaño, Sales Pérez, Alejandro Urbaneja, quienes hacían labor de ensayo con la más ingenua de las tradiciones. Nuestros diarios, décadas después, comenzaron a proporcionar otros contenidos, más allá de lo meramente informativo, lo que hace repetir la expresión del viejo Montaigne: “Yo no afirmo ni niego”, a lo que se podría agregar: El ensayo, tonto, el ensayo. Ensayar: entrar y salir del error. Pensar.


publicación No.331 - Caracas (1905)
director: J.M. Herrera Irigoyen





Alejandro Oliveros DOS LECTURAS: TRISTIA Y LA MUERTE EN UN DIARIO

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—Alberto Hernández—
Así, el bochorno y la humedad han avanzado por mis huesos.
Nadie escapa al rigor de estas tierras del trópico
A.O.


1.-
¿Qué invitación humana puede resistirse ante la mirada aérea del poema, sin que la tristeza, el bochorno, o la ilusión de un cielo solitario no pierda su propio exilio? Alguien lee entre líneas la sombra o la luz de la ciudad y la muerte de un hombre habitante del vacío.

A cinco años de tu muerte, a la sombra
de una ceiba que refresca la tierra que te esconde,
me pregunto si habrá manera de aliviar
tanta tristeza, tanto dolor, tanto naufragio.

La pregunta formulada en el texto revisa la herida, el desgarro que produce la marcha definitiva del padre. El hombre bajo tierra ignora el calor de diciembre, portador de más humedad mortalmente espiritual. Quien mira el lugar donde habita el silencio, donde el poema se hace sopor de realidad, tanta tristeza, es el mismo que ha escrito diarios para activar la memoria propia y la de otros, instalada en este abismo donde Cada pregunta es un vacío. La voz de quien interroga tiene como destino la sombra de sus huesos, la de las palabras que intentan encontrar el eco o el espejismo de un nombre: Tus delgados labios/ no se mueven. Tu mirada sigue fija, perdida. La muerte –entonces- el sonido de aquella casa donde sólo es posible acercarse y dejar sentado el dolor, la tristeza.

El clima, el sopor de la espera: un trago de licor para escanciar el recuerdo, el otro tiempo de la vida. O aquello que dice María Fernanda Palacios: La angustia es el precio de lo distante. El poeta asienta mientras el calor del verano cae sobre las lápidas.

Si el brandy más fino o el escocés más escaso
sanarían los bordes de esa herida que te abrasó
en los momentos más oscuros, cuando dabas voces
y gesticulabas frente a la costa abrupta de Cumboto.

Es una tarde calurosa de diciembre. Los vientos
del norte se han demorado. Los fuegos del verano
rodearon con sus negros el viejo cementerio.
Una rosa amarilla es todo lo que roza tu piel blanca.



2.-
¿Cuántos viajes han hecho los ojos de Alejandro Oliveros para encontrar el lugar, el dejado atrás bajo la fronda de la ceiba, donde su palabra tendrá definitivo asiento? Lugar donde es posible la voz que funda las líneas de la desesperación, asida solamente a tiempos y espacios abrumados por la pérdida. He aquí que el lugar se queda en uno solo, tapiado por aquello que fue y continúa siendo en el horizonte del texto. Digo: el poeta viaja para hacerse muchos, para multiplicar la mirada. O para alejar el dolor, olvidarlo, hacerlo lugar de otro, del que se queda y no espera respuesta. ¿Cuántas veces, entonces, retorna a sus orígenes, a sus orillas y paisajes para escribir desde estas costas y así alejar el ahogo y sobrevivir? Pese a los paisajes recorridos, el poeta regresa a los lugares donde impera el peligro, el desgano, la abulia, la calidad del tiempo.

A estas provincias sólo llegan los desesperados,
los excluidos del sueño, los muertos de una vida
sin huellas ni paisajes, el hambre de las noches,
la guerra al amanecer y la peste en el viento,
animan las calderas de los trasatlánticos.

Nadie se somete a la selva inundada,
a la sabana estéril sin una historia
oscurecida y un horizonte de migajas.

Se llega a estas costas para sobre vivir
en lo húmedo, el mediodía infinito,
la noche de alimañas. Atrás quedan
encinas y olivares, cipreses y trigales.

¿Tiene acaso semblante para definir –a escasos silencios de su voz- la ausencia del paisaje donde los desesperados se aferran al infinito de las sombras?
De allí que Nadie cambia de cielo sin el sol negro a las espaldas. / A estas provincias sólo llegan los desesperados.

En esta estación, vista desde la luz sosegada del desarraigo, Alejandro Oliveros, solitario y dispensador de una poesía desnuda de adornos, ha construido una poética que en Tristia(Ediciones del Fondaco, Royal Wine Merchants, Caracas-Nueva York, 1995) resume la justificación de quien se siente arrojado al ánimo de una naturaleza exiliada, con el equipaje de una edad en la que el otro ha extraviado la imagen del río, la polis, la sílaba del tiempo.


3.-
La Valencia que leemos en Alejandro Oliveros es la ciudad marcada por viejas cicatrices, rasguños y señas que el tiempo, el protagonista de este poemario, y quizás de toda la obra del autor carabobeño, ha dejado en sonidos distantes, sólo previstos en la paradisíaca remembranza de Bejuma y Montalbán, cuando el tiempo se convierte en ilusión, en una amable y aromatizada presencia terrenal. Lo sensual destaca el imaginario de Oliveros, en el trópico enfermizo, húmedo, depresivo en ese verano que los desesperados convierten en sobrevivencia.


Foto El Universal, Caracas.
4.-
En Tristia, un espíritu clásico, una mirada hacia atrás para prestigiar la presencia de nombres que se conjugan con los viajes y los acentos, como si la poesía se arrancara de cada paisaje imposible, o como esa indolencia que traspasa la memoria en reposo.

La nostalgia es un río seco. El río que no puede acoger los deseos de Heráclito. La corriente que es sólo la edad, el murmullo del tiempo, un entusiasmo inesperado que alegra a los ignorantes, ciegos y desahuciados. La muerte del Cabriales tiene en las últimas lluvias una profunda carga que desmitifica la sensación vital, el vano esfuerzo de ese ciclo agobiante del trópico, absoluto, dijera Eugenio Montejo.

En la poesía de Oliveros, en Tristia, sólo está lo que queda, como el ojo que viaja e intenta mover el universo.

**

Escribir la muerte desde la agonía del otro.

Esta mañana me recogí en silencio a leer este Diario Literario de Alejandro Oliveros. Y lo hice con la intención de ensimismarme, tenderme al único sol que penetra violentamente por la ventana de la biblioteca donde reposa mi cama y el polvo de todos estos años de rinitis y desmemoria. Las primeras páginas me tornaron levedad frente a un texto donde un hombre se desnuda ante la muerte (recuerdo la Herida, el poema), pero acompañado de sus más queridos amigos: los nombres que le han hecho el camino y el silencio. Sartre, Simone de Beauvoir, Ernst Jünger, Meyer Schapiro, Conrad, Mann, Heidegger, Hanna Arendt viajan por este diario que Oliveros construye con el calendario de la muerte.

Una mujer muere en la cama, a su lado la mirada atenta del hijo, quien ha trasnochado en lecturas, pero ha recobrado las horas, los días y el nombre de su ciudad en una íntima revelación intelectual. Mientras ocurre el intento por prolongar la vida, ésta se hace espíritu en unas cuantas páginas. Paradoja, el hijo eterniza a la madre en un libro donde navegan las lecturas y sus adentros. Tristiase conjuga en varios tiempos.

Se me hace difícil distanciarme para decir de este libro que Alejandro nos ha entregado desde su más adentro lacerado. Y es así porque quien lo traza se mueve en tres puntos cardinales que someten al escarnio su tranquilidad: el cáncer de la madre –la agonía-, los viajes a Caracas y la ciudad que oprime y se hace referencia y fecha. En ese trance aparece el diario que el poeta escribió, quizás desde una silla, con el rostro de la mujer entre el sobresalto y el dolor de la carne; quizás desde un balcón mientras Valencia era una mentira o un recuerdo de tarjeta postal, mientras la quimioterapia y el Tegretol surtían el efecto deseado. “Ayer con mamá. Le preparo un hígado a la veneciana. Come con dificultad. Se ve muy decaída aunque con poco dolor. El lunes comienza la inmunoterapia. Los resultados no son previsibles. Si no mejora se pasaría a la quimioterapia cuyas secuelas son devastadoras. Los médicos parecen tener como meta prolongarle la vida hasta Navidad. Pienso que si su estado no mejora apenas valdría la pena”.

Salgo del libro. La mañana se ha marchado. Sobre la cama la tapa del libro que Fundarte sacó a la calle. Mi lectura es lerda, el libro me hace lento, una suma de nostalgia, de esperas.

Mientras apago el instante, el libro respira su materia: nombres aventuras, viajes, un diario: la fortuna de tenerlo en este país donde el género ha sido desterrado, poco frecuente.

Aparecen los libros del poeta, los nueve años de la muerte del padre zumban en una página de Martín Heidegger, un accidente del lector y la computadora que borra todo lo escrito. El recomienzo me aturde. Tomo de nuevo el teclado, el libro se cierra. Faltan páginas por recorrer. Un diario nunca termina, y el poeta, este Alejandro Oliveros que lo escribe, nos sigue llevando por su historia. La Ilíadalo regresa en el polvo de la guerra, lo entrega a los gritos y traducciones en el campo de batalla. La madre ha muerto. El padre ha muerto. El silbido del viento nos aconseja tener el diario cerca. Tristianos entrega al silencio.




LOS HUÉSPEDES NOCTURNOS DE FRANCISCO PÉREZ PERDOMO

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La persistencia de una imaginación
Alberto Hernández

1.-
Con esta “Confesión”  Francisco Pérez Perdomo sintetiza parte de su poética:

Habito la zona donde carne y espíritu
disputan como dos viejos rivales
sobrevivo a los desastres
arrullado por bellos espectros
¡Ídolo mío¡ Yo confío el desorden de mi lengua
a la fuerza absurda de tus máximas
Hablo de las enfermedades que me conciernen
Soy mi único juez
Soy el único auditorio que celebra mis obras
El ave que se lamenta en el árbol del paraíso
me transmite su enigma
sólo mi oído languidece oyendo su mensaje.

Desde ese instante, desde  el momento de estos versos pertenecientes a Fantasmas y enfermedades (1961), Francisco Pérez Perdomo forma parte de unos sonidos oscuros, trágicos, espectrales.  Sometidos al eco de alguien que habla desde una remota lejanía, desde un lugar en el que quien elabora el discurso cuestiona su propia presencia vital y la coloca al borde del miedo, de la fatalidad, de una suerte de épica personal en la que la soledad también es una insania perdurable.

El poema entonces es un visitante, un huésped provisto de sonidos umbríos, de laberintos oníricos, de temores alojados en sueños recurrentes. Pérez Perdomo acude  a una especie de poltergeist, a los designios de personajes invisibles que elaboran mensajes, códigos y silencios propios de una época muy personal, íntima y solitaria.  Desde el primer lugar de la palabra, desde la primera página del tiempo, desde el árbol genésico viene el misterio, el “enigma” convertido en poema. Y desde ese mismo instante, Francisco Pérez Perdomo no ha dejado de oír esas voces y de escribirlas, no ha dejado de ser visitado por sus fantasmas, por  “el huésped errante”, que “luego retomaba el hilo feérico de sus palabras”.

Poesía nocturna, fantasmal y fantasmagórica, registra a este poeta venezolano como el único que se ha paseado por ese mundo gótico, siempre asombrado por los pasos que los extraños personajes que lo habitan acostumbran a dejar marcados en sus versos, en las líneas verbales que en muchos críticos han desatado alejamiento y hasta el rictus del descuido. No obstante, debemos afirmar que Francisco Pérez Perdomo ha sido fiel a sus fantasmas, a sus voces interiores, a los espectros que lo habitaron y luego se convirtieron en libros, en una vida entera dedicada a sus ensoñaciones, en revelaciones, en sombras recogidas al lado de cuerpos insondables.

La poesía de Francisco Pérez Perdomo es tan humana que se aleja de los humanos para alcanzarlos en su destino trágico. Para hacerse del hombre se acerca a los duendes, a los fantasmas, a los espectros, a presencias etéreas que lo anudan a un tiempo indeterminado, a espacios innominados. El poeta ubica al personaje, lo espeta, lo respeta, lo define: Los fantasmas son personas en exceso sensibles/ Cualquier pregunta para ellos se vuelve intolerable/ por el esfuerzo que significa/ abrir una boca tanto tiempo cerrada. El silencio anticipa el silencio. La boca cerrada, la palabra encerrada, negada a salir.  Tanto el sonido como el ojo humano humillan al fantasma. El poeta entra en crisis: entristece con el aparecido. El poema forma parte de esa complicidad, del misterio que fabrica el autor. Es decir, el poema es el mismo misterio, un sentimiento que no tiene forma en la forma inasible de la revelación. Quien lea el cuerpo del fantasma, lee el poema. Quien lee el poema, lee el enigma, el mensaje.

En una de las páginas de El arco y la lira (La revelación poética), Octavio Paz afirma: La experiencia poética, como la religiosa, es un salto mortal: un cambiar de naturaleza  que es también un regreso a nuestra naturaleza original. ¿Cuál ha sido el desempeño de la poesía de Pérez Perdomo? ¿No ha sido acaso creer firmemente en una naturaleza, verterse en ella, transformarla para regresar a ella en voces inmateriales, indefinidas, fantasmales? ¿No eran vivos de ayer los muertosde sus poemas de hoy, los mismos que recuperan los sonidos vitales para hacerlos una nueva naturaleza basada en sus raíces? Poema del poema: voz de una voz que tenía cuerpo, que tuvo “carne y espíritu”.

Habitantes de un solo poema, los personajes invisibles de la obra de Pérez Perdomo continuaron su curso como  los siempre huéspedes nocturnos, que si en algún instante abandonaron las líneas de sus cuadernos personales fue por poco tiempo. El poeta había sido asaltado por su  propia imaginación. Atado a esa religión, Paz dixit, queda Encubierto por la vida profana o prosaica (…)  y nuestro ser de pronto recuerda su perdida identidad; y entonces aparece, emerge, ese “otro” que somos. El poeta es su  fantasma personal. Su espectro en el poema. Su muy próximo huésped nocturno.

2.-
Quien ambula entre fantasmas termina en diálogo con ellos.  O hace de la soledad monólogo sin horizonte. Así, el poeta que me ocupa tiene en las palabras lugar para hablarlas, decirlas y definirlas:
Hay también palabras lentas/ hoscas/ palabras sombrías/ palabras como rescatadas a la boca de la desgracia,

Y también una lengua/ incapaz de murmurarte al oído/  la palabra evidente. Pero, a pesar de lo “evidente”, de lo que se advierte, la sombra aparece con las mismas palabras y materializa el miedo: En las aceras/ y sobre las basuras que levanta el viento/  me rindo a mis fantasmas.  
Una vez más, el poeta se inventa, se crea. Y lo hace con la materia de su imaginación. Sus fantasmas, los restos de un espíritu que recorre, entre sonidos, el mundo sombrío que lo embarga. Francisco Pérez Perdomo intenta ordenar su espacio, trata de confirmarse, de ser ante lo que a veces no es, hasta lograr reconocerse en su cuerpo, en la carne que lo enferma: Conozco la cara amarga/ de esta enfermedad/ Nadie puede ocultarme su rostro/ entre sudarios. No deja casi espacio para decir en otro poema: Un ocio radiante/ como una suntuosa enfermedad/ Nada escucho/ Yo me acuesto en un lecho inefable/ Inerme ante la proximidad del cielo/ Reposo inmortal.
Al final de esta instancia, el poeta cierra con esto: Allí encontré la muerte.

3.-
De Los venenos fieles (1963) incorporamos a esta lectura el brillo de la prosa que Pérez Perdomo usa para continuar su viaje por lo que él llama “Catástrofe genial”. No se aparta del tono anterior. El color de sus verbos se contiene en el carácter personal, interior de quien habla, de quien expresa el mundo, su mundo y su mirada: Había caído en un error inexplicable. Me situaba frente a las cosas con ojos tradicionales. Costumbre sin duda funesta y deleznable. Desconocía que el objetivo del ojo nada a la deriva de las circunstancias y que una especie de dinámica incesante o círculo vicioso era el objetivo del paisaje. El autor mira el afuera, se permite alejarse de los fantasmas, aunque un poco más adelante aparece hecho un cadáver vital. Nombra a la muerte y la lleva hasta otro poema donde duerme con su mujer, con quien saca “la cabeza de la urna del sueño”. Dice de “un hombre tenebroso”. Son poemas abismales y abisales. Estos textos venenosos y fieles de Pérez Perdomo diagnostican la presencia de tres  divinas personas que agitan las aguas de un relato, de un poema largo, tóxico y sensible: El Vivo, El Vidente y El Difunto. Así, para clausurar la tensión del libro, respira: Pensadores cultos y profundos me explicaron que se trataba/ de ciertos juegos reversibles y pueriles de la nada. Queda el vacío y entra a La depravación de los astros (Premio de Poesía “José Rafael Pocaterra” 1966) con la piel mordida por alimañas y ratas que le permiten escribir sobre la roña de su dolor. Huéspedes horarios diseñados para que el personaje, el poeta que se ahoga en el texto,  pronuncie: Hacia la alta noche desperté confinado dentro de mí, circuido por un ritual sombrío…. Preso por su agobio, quien escribe recurre a la Torre de Babel para explicarse: Yo que tantas lenguas inventé, como Nemrod me veo/ enredado y ahorcado en los hilos del lenguaje.

Encara la muerte, la borra del espejo. Se mira en el espejo. Se acicala.  La primera persona lo ahoga, lo conmina a volver al origen: Desde el árbol la serpiente me llama. Acento  bíblico donde no dejan de estar presentes todos los viajes, todos los retornos.

4.-
Un inventario mitológico envuelve el libro Huéspedes nocturnos (1970), uno de los más relevantes de este poeta nacido en Trujillo en 1930. En esta aventura Pérez Perdomo recurre a la cultura griega, a  personajes que de alguna manera han sido parte de pesadillas, sueños y sobresaltos, tanto literarios como cotidianos. Estos huéspedes afinan su presencia y se pasean por los poemas que contiene este tomo. Así, Teseo, Argos, Trofea, Medea, Medusa, arpías, gárgolas, trasgos forman la corte de estos moradores agitados por relámpagos, atmósferas inquietas, animales y fantasmas: una representación fantástica que dota de  simbologías la lectura, sus muchos significados.  

El animal –cabeza de toro y cuerpo de relámpago mitológico- iluminó por un instante mi cuarto (necesaria y fatalmente por el tiempo de un relámpago). Entonces súbitamente me encontré cegado y seducido por el brillante hallazgo. El ardor de su cola comenzaba a quemarme. Ardiendo y rodando por el suelo proclamaba sobre él mi exclusiva propiedad.  Pero si es mío, repaso al punto entre las sombras y en duérmela un repentino y extraño personaje, asesinando así aquella aparición que tanto me hechizaba. En las praderas nocturnas y en las carnicerías tiempos después lo he recordado muchas veces con nostalgia.

El poema se metamorfosea con el poeta, con el personaje nocturno, con la vocación extrema de ser parte de una pesadilla, de convertirse, como Gregorio Samsa, en una suerte de bicho que trepa las paredes y funda otra realidad. Uno de esos huéspedes podría calificarse de referencia, de roce con el cuento del hipnótico Kafka. Esta aparición no deja lugar para no emparentarla con quien tanto trabajo nos  ha dado durante toda la vida. Kafka es para los lectores un huésped de todas las horas.

Pérez Perdomo lo entrega así: Descolgándose por las paredes del dormitorio vino hacia mí…. El poeta, su personaje  –espectador de su propio sueño- no es la bestia esta vez, es su víctima. Su consagración, la imagen recurrente que hemos advertido desde que  abrimos el primer poema. Teseo entonces, araña, gorgojo u hombre mosca enmudecen a quien pegado a la cama no  puede escapar del animal. O de él mismo.  Muy allá, al final del camino, queda un sonido: “El poema se salva”, título que refugia a quien lo escribe, a quien lo macera y lo aleja para revelarlo.  Y luego de él, una poética, la declaración sombría, el abismo, el precipicio anulado.

El autor reza: …-Somos sombras- confiesan. / Sus quiméricos rasgos/ ahora se delinean, revocan apariencias/  y parsimoniosamente se establecen/ en la plenitud oscura.// Sus legiones escapan/ de los tratos solares y entran en la noche.// Sólo el sueño revela. 
Nocturno siempre, Francisco Pérez Perdomo entra en un Círculo de Sombras (1980). Ese mismo año le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura.

 5.-
 En este momento el poeta deja de respirar. Es la mañana del domingo 27 mayo de 2013. En el preciso instante en que escribía el nombre del libro que empiezo a tratar, un correo entró y me avisó de la muerte de Francisco Pérez Perdomo. Entonces vuelvo al presente y  leo en voz alta:

Soy de aquí, usted lo sabe,
aquí nacieron y murieron
mis antepasados,
entre estos cerros
ahora áridos y estos cactus,
entre estos horizontes  sostenidos
cada día y para siempre,
cada noche, cada día,
por el baladro de los perros
y los silbatos expiatorios
de un viento fantasma
que no descansa nunca,
aquí vivieron mis antepasados
alimentando historias simples,
entre estos árboles  del campo
y estas consejas que a diario invaden
y transitan por mi sangre
viniendo desde lejos,
aquí, entre estos árboles y el viento
y el polvo que aleteaba
en los cortos veranos
por la ingrimitud de estas calles,
aquí, entre los hombres de las lomas
acurrucados en la red de sus días
y clavando en los arcos del espacio
indescifrables miradas, profundas
miradas surgiendo
de una ambigua heredad, de un tiempo
erradicado, sin fronteras,
soy de aquí y usted lo sabe.

Todos lo supimos. Aquellos cerros de Sabana Libre y luego los de Boconó, los de Valera, los túmulos de su memoria, los nombres y apellidos de su herencia. Desde 1948 Caracas supo de sus pasos y de su poesía, de sus estudios en la UCV, de su ejercicio como abogado. Pero sobre todo de su respiración verbal, de sus libros en los que aparecen sus antepasados,  su “tiempo erradicado”.

Con este libro el recién desaparecido poeta Pérez Perdomo se busca en  el recuerdo, en el pasado de un paisaje lejano, en esta casa de escombros/donde los muertos/ detrás de las puertas cerradas,/ con sus voces opacas,/ se sentaban a conversar/ sobre los viejos temas/ de la oscura existencia….
El origen, las noches de la infancia, el polvo de aquel país casi extraviado. El poeta se esconde de los fantasmas y aparecidos de sus primeras páginas. Ahora le toca mirarse en él mismo, en el que era, en el que fue. El que tuvo lugar de nacimiento, el que se agacha para recoger tierra y agua, barro de su lar. El ritual de saberse también andino, viento desconocido, sonidos espectrales, sueños, mitos recurrentes.

Y así como comienza, asido a la memoria, termina estas páginas con  “No es para mí la vida/ una rigidez geométrica,/ una fórmula, una costumbre/ rigurosamente aceptada, una página/ que se sucede día y noche/ con su escritura infinita/ y monocorde,/ no, la vida es un remolino,7 un vértigo de los contrarios/ que se producen sin cesar, una/ contradicción que se alarga/ más allá de sí misma/ y me flagela/ con sus enormes látigos,/ me hunde en el vacío/ y luego me rescata/ para hundirme de nuevo/ en su cerrado círculo de sombras.

6.-
Incialmente, Los ritos secretos (1988) llevaba por nombre Los ritos, libro con que Francisco Pérez Perdomo se alza con el premio de la Primera Bienal Nacional de Poesía, auspiciada por la Casa de la Cultura de Falcón. De ese libro se desprenden cuatro partes: Poemas rurales, La adolescencia sentimental, La angustia del poeta por la palabra y Los poemas introspectivos. Se trata de un trabajo en el que el autor hace un breve recuento de su vida en el comienzo del poema “Ese es mi nombre”:

Francisco me nombran,
esa es mi gracia
y soy de estos lugares,
nací en esta tierra
llamada tierra de nubes
un día dieciséis de septiembre
de mil novecientos treinta, entre
los árboles, los bosques y un viento
que salía a menudo
de unas vasijas gigantes
y se ponía a dar carreras
por la cercana plaza.
Vine al mundo
escoltado por insectos luminosos,
ardillas y lagartos.

Los ritos … es un libro de iniciación temática. En él el poeta se descubre él. Es él desde su propio nombre. Desde una poesía que lo hace él y lo nombra, lo ubica en un lugar, en su lugar de origen, en la tierra de sus antepasados, en la tierra donde comenzaron los ecos, las voces, los espectros, las sombras, los círculos sombríos.
Con el poema “Ese día” traza el contenido del libro:
Ese día, ese tristísimo día/ un huso de marfil/ hilaba una red melancólica/ y la colgaba/ en los patios de las casas. / Suspendidas en una edad/ lejana, las lluvias antiguas/ traspasaron sus límites/ y comenzaron a bajar lentas, menudas, descolgándose/ perezosamente/ a lo largo de esos hilos/ mágicos. / Atormentaban a los huesos. / Abriendo unas puertas cerradas/ entraron al mundo/ de los sueños de ahora. / Desde unas ventanas grises/ y señaladas por los relámpagos/ en los sitios más altos/ de una pared apenumbrada,/ se veía girar el infinito./ Parpadeaban los enigmas del tiempo.
El rito, un extraño tejido de imágenes en el que la lluvia, tan común, es una metáfora invasiva. El texto escalonado, narrativo como la mayoría de los poemas de Pérez Perdomo, da cuenta de la raya donde nada termina. El tiempo –desconocido- destaca como tema en este instante de la creación del poeta nacido en Trujillo.  
7.-
En la ocasión de haber ganado el premio  de la Primera Bienal Nacional de Poesía “Guillermo de León Calles”, el poeta Pérez Perdomo respondió a Miriam Freilich (El Nacional 21-7-85) acerca de cómo asumía la poesía, lo siguiente:

-Ni en el extremo de Breton ni en el de Artaud. Yo escribo con la convicción de que a medida que lo hago me voy descubriendo a mí mismo y a los demás. Entendiéndose un poco a sí mismo, uno va entendiendo mejor a los otros. No se puede escribir por un puro regodeo narcisista. La poesía pura es una aberración. Creo que la poesía sí debe tener una proyección: es el testimonio de un ser humano que necesita comunicar, si no, no publicara.

Con esas palabras ingresa en El sonido de otro tiempo (1991) donde insiste en la búsqueda en un laberinto de  sombras. Se busca en el tiempo, en la sonoridad de las horas. En el pasado, en la mirada turbia de personajes extraños. Por eso dice: En esa hora, escuchaba el sonido/ de un tiempo que desde lo más profundo/ de sus orígenes/ con sus voces muertas y consumidas/ lo llamaba. Ese llamado siempre estuvo presente en el clima de sus poemas. Invoca el Libro del Pasado, el Libro de las Revelaciones, los revisa, tantea en el “cortejo de los sueños” y “La luna de los muertos lo alumbraba”. Visiones fantasmagóricas, viajes oníricos, miedos colgados de un espejo, voces, “huecos del tiempo”, poltergeist, el tiempo, siempre el tiempo, alucinaciones, desvelos, noches en blanco, la ausencia, el silencio, la soledad, el tiempo nocturno, tinieblas, “el silencio de los astros”, espectros, casas ruinosas. He allí entonces parte de su testimonio, de su vida, del recuento de una existencia, del inventario de imágenes y sueños perturbadores. A través de ellos, el poeta se descubre, se desnuda frente a sí mismo.

8.-
Una vez más Octavio Paz ilumina con estas palabras: La revelación es creación. El lenguaje poético revela la condición paradójica del hombre, su “otredad” y así lo lleva a realizar lo que es (…) El acto mediante el cual el hombre se funda y revela a sí mismo es la poesía. En este sentido, el poeta y ensayista mexicano muestra los lados cercanos de la palabra poética y los de la religión. Y si la poesía, como ha dicho Montejo, es la última religión que nos queda, entonces Pérez Perdomo ha asumido con creces esta virtud, ser un poeta basado en la revelación, en el descubrimiento de un mundo que va más allá de la realidad, más allá de lo asible.

Francisco Pérez Perdomo ha creado. Ha forjado con vocablos un paisaje, una forma de vivir y de morir, ha tallado un destino, una fantasía, una poética fantasmagórica, espectral, una paradoja en la que existe un rostro que se mira a través de un espejo. La otredad es, en consecuencia, la poesía porque ella es el reflejo de lo más próximo a la humanidad, al ser, al yo creador y creyente.
Paz precisa que La poesía nos abre la posibilidad de ser que entraña todo nacer; recrea al hombre y lo hace asumir su condición verdadera, que no es la disyuntiva: vida o muerte, sino una totalidad: vida y muerte en un solo instante de incandescencia. El poeta trujillano lo entendió siempre así. Su poesía fue un todo, un discurso que se sostuvo en el mismo tono, en el mismo ritmo, entre la luz y la sombra.

9.-
En 1996 salió a la luz Y también sin espacio, libro en el que nuestro autor insiste en poetizar el tiempo, el  entrar y salir de sensaciones, percepciones, irrealidades, paisajes umbrosos del adentro. Persiste la voz, recoge y se recoge, sigue atenta a una forma errante y engañosa (…) Se hacía entonces noche impenetrable/ y soplaba un viento de muerte. La oscuridad, la oquedad, el insomnio, el frío, el misterio: Meditaba sobre el tiempo. / Un viento de otro mundo,/ lóbrego…, y así, en una especie de poesía negra, medieval por el diccionario de sensaciones que provocan en el lector: martirios, sacrificios, agonías, “horribles espejismos”, “pánico de la noche”, “visiones interiores”, “un ojo ciego y neutro”. En el mismo instante de la creación del poema: A cierta hora de la noche, / frente a la página en blanco/sudoroso cavilaba. Esa acumulación de imágenes destaca la presencia de un personaje cambiante, irreal, doblado por la sombra, doblegado por el miedo. “El huésped sibilino” se calca en los signos del zodíaco, en el azar, en el grito. La casa amortajada. Todo el libro es una secuencia de revelaciones, exigencias de una lectura que sumerge al lector en el agotamiento, toda vez que se trata de una larga agonía, de un ahogo que subvierte los sentidos. Crea un vacío, como leemos en el último poema: Unas voces como letárgicas/ lo llaman desde afuera. / Nada escucha. / Busca con desesperación  alguna cosa/ a la cual aferrarse./Lo seduce la nada./ Pierde su precaria cabeza/ y por el centro de esa ausencia/ baja con pasos que pesan como siglos./ No tiene salida./ Está solo./  Se hunde en su propio vacío.
Sin espacio, vacío, solitario, el ser humano es sólo una imagen relatada en el poema.

10.-
¿Qué línea fronteriza se interpone entre el poema y el poeta?  ¿Qué otros elementos, aparte de los vacíos y precipicios,  constituyen el mundo que Francisco Pérez Perdomo encontró en su soledad poética, entre fantasmas y ruidos nocturnos? La respuesta la encontramos en El límite infinito (1997) donde el autor incorpora a su constante temática la lluvia, la sequía, “los veranos largos”. Así, el Libro de los Abismos, atesorado por el autor de este nuevo título, hace presencia activa en cada uno de los versos que transitan por estas páginas.

Digamos de la imagen de un hombre doblado sobre las hojas de un inmenso volumen. Los cinco sentidos se activan para traer al lector, al espectador de la imagen, olores, sabores, ruidos, sonidos, texturas: la noche cubre el rostro de quien lee en silencio: Se hundía de nuevo en sus abismos/ como si inexorable lo arrastrase un sueño/ y sucumbía en las aguas de la muerte.

El poema es una representación. Contiene infundios, fábulas, incendios, silencios, gritos, susurros. Pero el poema se niega muchas veces a ser lo que es. El mismo Paz lo ha afirmado. El poema puede desdecirse, negarse, sucumbir a su propia belleza, a “lo que podría ser”. En este sentido, la poesía de Pérez Perdomo es una formulación crítica del lenguaje, en el sentido de negarse a ser parte de la cotidianidad. No es una poesía del diario devenir. Es una poesía muy exclusiva, muy particular, personal, entrañablemente personal. Representación de sí misma, la poesía de este venezolano no activa la lectura, la aprehende desde una verdad provocada por los sentimientos más secretos del autor. ¿No son  acaso el misterio, el miedo o el desasosiego  síntomas que niegan el curso de la vida cotidiana? La vida es para no tener miedo, para ser cristalina. Quien inventa el misterio, quien lo recrea, es el mismo ser humano. Y si se trata de un poeta, entonces teoriza y se revela desde la sombra, desde lo inesperado. La palabra se hace tradición en una constante, en un poema que es toda la poesía de Pérez Perdomo.
En tal sentido, la primera persona se arriesga a ser lo que el poema quiere que sea: protagonista de un relato que comenzó en el primer libro y que terminó con la muerte del autor.
Veamos:

Me desespero./ Sí, es esencial para mi vida/  eso desconocido,/ o eso ignorado por mí,/ o eso que no alcanzo a comprender./ Me desespero./ Es algo esencial y torturante./ Interrogo el vuelo de las aves./ El árbol de Hermes./ bebo el licor de Fausto./ Busco una cosa en mí que tal vez/ nunca podría descifrar./ Esa sombría velada/ me torturo./ Vivo en eterno rapto./ Miro al infinito./ Sobre mi cabeza/ pasa un soplo helado./ Las lumbraciones de un cielo/ oblicuo me miran como Argos./ Saturno me hace señales./ Y también la luna./ Nada, nada me dice nada.

La nada flota en muchos poemas de nuestro autor. La nada como lectura, como síntesis de lo que el futuro le depara al ser humano. Un hueco, el infinito. El otro tema, adherido al infinito, es la eternidad, tan cara a quienes le cantan a la muerte. La nada se nombra y luego se borra en la misma palabra. El poema es una tentación. Un intento. El poema a veces no existe.

A gatas,
la mano sigilosa de la muerte
penetra por los postigos de la ventana
y de súbito rapta mi lugar…

¿Cuántas muertes visitaron al poeta Pérez Perdomo? ¿Por qué esa obsesión, ese ritornello, ese ir y venir al rostro huesudo de la muerte? ¿Qué determinó a este hombre a seguir ese camino tan diferente al transitado por sus compañeros de generación?

En un ensayo publicado en la revista Imagen con la firma de Javier Lasarte, titulado Posible resplandor que apenas es (La poesía de la promoción del 60 en esta década), el autor afirma: Algunos modifican sus poéticas –Cadenas, Acosta Bello, Pérez Perdomo-, otros continúan su trabajo anterior y otros sencillamente desaparecen…. Resulta forzado  admitir que Pérez Perdomo haya cambiado su poética. Desde su primer trabajo hasta la última hoja que lo agobió, el poeta trujillano fue fiel a su temática.  A su poética. Se mantuvo en sus letras, que no el caso de Rafael Cadenas, de quien no se puede decir que es el mismo de Derrota en comparación con sus últimos libros.  El gran poeta larense vertebró una poética, la ramificó, la multiplicó: la hizo unidad al final, con la madurez. Un encuentro con la voz más despojada.

Pérez Perdomo no dejó de habitar la misma casa, donde los huéspedes nocturnos lo acompañaron siempre.  Jamás dejó la casa del poema  en el que se encontró con sus moradores y sus costumbres. En el poema que cierra El límite infinito está la prueba:

En las noches de insomnio
a  menudo solía ponerme a recordar.
Los recuerdos me llevaban entonces
por remotos lugares.
Al pie de un cerro,
la casa vieja y misteriosa.
(…)
Un vapor de azufre flotaba entre los aires.
Velada, entraba la noche.
En ese instante el ritual comenzaba.

He allí el mismo poema, la misma casa en ruinas, los ojos del niño que velaba el miedo y sus asuntos. Temática y poética. Los ojos del poeta adulto, atrapado por esas imágenes que no lo dejaron tranquilo hasta hacer del poema cuerpo de su aliento, de su desaliento.

En la entrevista con Miriam Freilich, el poeta llegó a decir que Ya pertenecía al grupo “Sardio” que se reunía en los bares y cafeterías de El Silencio y el centro de Caracas a conversar sobre literatura y política. Lo divino y lo humano. Es decir, de todo, pero negó en ese mismo momento que hayan sido iconoclastas. Ellos admiraban a Ramos Sucre, a los poetas del grupo “Viernes” y en la revista publicó Mariano Picón Salas un capítulo de Regreso de tres mundos, dejó dicho la periodista.
Es decir, es de imaginar que también confrontaban sus textos. ¿Cómo sentir los leídos por Pérez Perdomo frente a los subrayados  por algún otro miembro del grupo que tocara lo social, lo político, lo ideológico?

Aquellos eran  años revueltos, convulsos, años duros. Política y militarmente  peligrosos, como estos de ahora.  El autor de Huéspedes nocturnos, como él mismo confesara,  era seguidor de Ramos Sucre y Michaux. La realidad cotidiana quedó anclada en la mirada, no en la conciencia. La voz  del cumanés insomne pudo más que los disparos, las piedras y las arengas callejeras de ciertos factores en los que militaban muchos poetas y escritores.

11.-
TRES  MOMENTOS  PARA SEGUIR ADELANTE
** El poeta necesita afirmarse diferencialmente, aunque él no lo quiera, para llegar a su obra, porque su obra es algo diferente. Pero la magia de la literatura está en que ese ahincamiento diferenciador, ese apartarse, quedarse solo, aparentemente orgulloso y altivo, son requisitos para un hacer: el poema, y el poema nacido en el apartamiento revertirá luego a todos, irá hacia ellos, convirtiéndose en fuerza unitiva entre los hombres que los revele simpatía, coincidencias; en suma,  su comunidad en ser humanos. (Posición del poeta/  Pedro Salinas).

** El poeta encuentra o hereda una lengua familiar que la misma tradición poética ha enriquecido de nuevos sentidos y acentos.  Sobre este presupuesto  ineliminable, él ejerce su elaboración poética. Ninguna palabra nace del vacío sino que deriva y se apoya sobre la vida que la ha precedido y  que, sin embargo, se ha expresado en su propia forma. Ellas nos llegan con el resabio de arcanos aromas que son el sentido de su antigüedad, el prestigio de su nobleza. (El lenguaje del poeta/  Gherardo Marone).

**  No digo el idioma, sino su idioma porque para el escritor no existe otro. El idioma ha de ser su idioma, su propio idioma, instrumento ineludible de su expresión. Sin su idioma le será imposible realizar una obra genuina. Sin él no podría existir su expresión literaria.  Pero el idioma, con ser realidad humana, creación exclusiva del hombre, posee características que, en conjunto, determinan su naturaleza, su fisonomía y su valor intransferible. (Idioma del escritor/ Ermilo Abreu Gómez).
Francisco Pérez Perdomo supo diferenciarse. Llegó a su obra tomado de la mano con sus fantasmas, con los inasibles personajes de su imaginación. Se hizo a un lado: mientras muchos le cantaban a la realidad circundante, él se adentró en sus miedos, en sus silencios, en el mutismo de una personalidad poco frecuente. Era su propio huésped dominado por una lengua heredada de sus antepasados, quienes lo engendraron en casas donde las voces del pasado quedaron adheridas a las paredes, a la ruina del tiempo. Por eso la poesía Pérez Perdomo es una poesía antigua pero vital. Una poesía noble por lo humanamente sombría. Pero también es una poesía extrasensorial, amigada con lo extraño, con lo fantasmalmente ambulante, vertida en un idioma personal,  exclusivo. En su idioma.

12.-
En La casa de la noche (2001) habitan los mismos fantasmas. Los mismos personajes de esta puesta en escena poética y vital. Se trata de un enclave de ensoñación, lugar donde la vigilia y el sueño develan los terrores nocturnos, los mismos que contienen todas las casas por donde el poeta ha pasado. ¿Será la misma casa, el mismo sitio en el que han quedado ancladas  las voces de la memoria, del recuerdo, la misma estancia donde aullaban los espectros del huracán?
Obsesionado por la sombra, el personaje que se agita en el poema enfrenta la noche y la interroga, la afirma y la niega, la dibuja y la nombra. La sintaxis del miedo encuentra nombre en el silencio. Pero más allá de descifrar con palabras, lo hacía con la mirada turbia, negadora, con la conciencia: No lo dejaban ver sus abismos. / Se ocultaba en sus profundidades/ y de tiempo en tiempo salía/ para buscar sus mismos/ pensamientos

El que habla, más allá del poeta que moldea las imágenes, vive prisionero en una habitación. En todos los libros de Francisco Pérez Perdomo hay un sujeto que vive, respira, se agita y  muere en una habitación fría, llena de sombras y presencias extrañas. Es decir, la casa es un sitio, un solo sitio. La casa vive en la habitación, en la cama con los fantasmas que suelen visitar a quien la habita.
En las profundidades/ del silencio, inmóvil, / siempre turnaba mi reposo/ el trote insomne de la bestia. / Era un caballo negro/ y desbocado que incansable/ subía y bajaba por la calle. / Me asomaba a la puerta/ para verlo pasar. / Pringoso el pelo,/ el caballo resoplaba. / Sobre él iba un jinete/ sin cabeza y enlutado/ cuyo nombre/ era el mismo de la muerte

Imagen infantil de la historia, el mito del jinete sin cabeza. Imagen de películas, de novelas de terror, de miedos insuperados. En el que relata hay un personaje que no ha logrado salir de la casa donde la puerta evita la huida.

Pero la casa también es habitada por fantasmas alados, pájaros nocturnos, huéspedes del aire que circulan y se cuelgan del techo. Vampiros, animales sordos y oscuros, la metamorfosis de seres que no encuentran otro lugar donde seguir muriendo. Los pájaros de la muerte/ en los caballetes/ de la vieja casa/ se colgaban, crispantes

Este libro negro de Francisco Pérez Perdomo es un recuento de sensaciones en el que no dejan de aparecer quienes le han dado vida a su poesía. El carácter campesino de sus imágenes se establece claramente en “Ruralías”, poema en el que la comarca contiene los mismos personajes que han emergido de las casas, de todas las casas donde han estado las vigilias y ensoñaciones de sus personajes.

Adusto el entrecejo/ oculto a medias por los velos/ de una neblina escalofriante,/ puntiaguda, el hombre,/ puesto de pie, meditabundo,/ frente a él contemplaba ahora/ las salvajes comarcas (…) Desde lo alto del ventanal/ de aquella vieja casa,/ impasible, largos los ojos,/ el hombre recorría los campos

El final siempre será la muerte. O su nombre. La casa será su contenido. El campo el escape, la mirada larga, extendida, pesarosa. El poema, relato que se cuenta desde él mismo, se agota en la misma voz que lo nombra, que lo anula y lo alimenta, que lo construye. La muerte es el silencio.
La casa de la noche es la metáfora de toda la obra de Francisco Pérez Perdomo.  Es la última morada de sus inquietudes, de sus pesadillas, de sus sueños. Allá quedaron los huéspedes nocturnos, solitarios, asomados a un paisaje que ya no existe, que se hunde en el vacío.

13.-
Desde Trujillo, desde las páginas del Diario Los Andes (2-12-2007), Pedro Cuartín da cuenta del título Con los ojos muy largos (2006), libro que recoge 25 poemas, de los cuales 20 ya habían sido publicados en páginas  anteriores. Un largo ensayo del mencionado escritor estudia esa aventura final de Francisco Pérez Perdomo. Recogemos un segmento para ilustrar la última voz de quien acaba de sustraerse y hacerse parte de otro mundo.

El poema se confunde con el ensayo porque transmite ideas sueltas y concentradas en el símbolo representativo de la poesía primigenia y anunciadora de la fusión de los contrarios: la vida y la muerte (…) El texto se confunde con el ensayo en cuanto a la forma de explicar con transparencia las acciones de un suceso mitológico.

En efecto, en muchos textos de Pérez Perdomo la referencia griega está presente, viva. Cada referente revela la búsqueda permanente de una voz que nunca abandonó la vieja casa de la poesía, la antigua ruina del miedo, el  señorío y protagonismo de personajes de la mitología,   la majestad de las sombras, el roce de los huéspedes nocturnos, el saludo de los espectros, el cansancio de la vigilia, la sequía de la duermevela, la permanencia de la ensoñación. El mito se convierte en algo personal, en una lucha del yo, en un permanente forcejeo con referentes que creíamos superados. La cultura, entonces, retorna a la intimidad de quien vive acosado por él mismo.

Octavio Paz, de nuevo llega en nuestro auxilio, dejó para la posteridad estas palabras:
El acto de escribir entraña, como primer movimiento, un desprenderse del mundo, algo así como arrojarse al vacío. Ya está solo el poeta. Todo lo que era hace un instante su mundo cotidiano y sus preocupaciones habituales, desaparece. Si el poeta de verdad quiere escribir y no cumplir una vaga ceremonia literaria, su acto lo lleva a separarse del mundo y a ponerlo todo –sin excluirse a él mismo- en entredicho.    

¿Qué fue lo que hizo Pérez Perdomo? Mientras su generación tomaba por asalto calles y callejones, paisajes y experimentos, el poeta de los Huéspedes nocturnos se dedicó a habitar la casa de la noche. Nunca salió de ella. La vivió, la respiró, hasta que dejó de ser en brazos de sus propios poemas.


CODA:
Que sea Guillermo Sucre quien cierre este trabajo:
Hay poetas cuya obra entera es el desarrollo de un tema central, aún más, todos sus libros son uno solo; todos sus poemas, un único gran poema, que nunca concluye. El tiempo pasa, la historia cambia vertiginosamente y a lo mejor lo que ellos buscaban se ha vuelto ya anacrónico: no importa, siguen escribiendo sobre  y desde la misma intuición inicial. Esta reiteración no es simple repetición y parece estar muy lejos de la monotonía o de la penuria; muchas veces son poetas torrenciales. Se trata de una intensidad que nunca se sacia, el continuo deseo. Es, igualmente, la secreta pasión de lo uno en lo diverso: la obra se expande hacia el mundo y, no obstante, siempre refluye sobre sí misma. / La máscara, la transparencia, pág. 413.  






poema El Después de Mario Benedetti - Uruguay (1920-2009)

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El Después nos espera
con las brasas y los brazos abiertos
ah pero mientras tanto
vemos pasar con su cadencia
la muerte meridiana de los otros
los más queridos y los no queridos

cada paso que damos hace huella
tiene su nube propia / su pregunta
pero además sabe que es imposible
reconciliarnos con la propia sombra

ya no encontramos a los nuestros
en las pálidas imágenes ausentes
no logramos soñar / sólo esperamos
que alguien nos sueñe sin puñales

de todos modos preparamos
la boca por si vuela un beso
y si no vuela siempre queda
uno que emerge del olvido

aunque está hecho de blanduras
el amor es un esqueleto
con vértebras / tuétanos / huesitos
que permanecen mientras el resto
inútil como siempre
se va haciendo ceniza

¿y qué dirá el Después / después de todo?
tengo la impresión de que sus brazos
empiezan a cerrarse
y es ahora mi muerte meridiana
la que en silencio está diciendo ven
pero yo me hago el sordo






Vagabundos — Arthur Rimbaud (France, 1854-1891)

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¡Lastimoso hermano! ¡Cuántas atroces veladas le debo! «No podía cumplir fervientemente esta empresa. Habría tomado a juego su invalidez. Por mi culpa volveríamos al exilio, a la esclavitud.» Me atribuía una mala suerte y una inocencia muy extraña, y agregaba razones inquietantes.

Burlándome a carcajadas, le respondía a este satánico doctor y terminaba saltando por la ventana. Más allá del campo atravesado por bandas de rara música creaba los fantasmas del futuro lujo nocturno.

Después de esta distracción vagamente higiénica, me acostaba en un jergón. Y casi cada noche, apenas me dormía, el pobre hermano se alzaba, la boca pútrida, los ojos arrancados —¡como él se soñaba!— y me arrastraba por la sala aullando su sueño de sufrimiento idiota.

Con toda sinceridad de espíritu, me había hecho en efecto el compromiso de devolverlo a su estado primitivo de hijo del sol —y errábamos, nutridos del vino de las cavernas y la galleta del camino, apremiado yo por hallar el sitio y la fórmula.


Poesía — Arthur Rimbaud — Una temporada en el infierno, Iluminaciones, Carta del Vidente — © Común Presencia Editores, Bogotá — Traducción © Marco Antonio Campos.




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