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Mientras cenan con nosotros los amigos - Avelino Hernández (España 1944-2003)

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–Alberto Hernández–

I
Acabo de cerrar el libro. Acabo de concluir una historia. El mundo corretea allá afuera. Mi espíritu se agita en la cocina, mientras el café hierve y la hora se acerca al mediodía. Los cerros de la ciudad se calcinan. Un humo denso no me deja ver con claridad la última carta de Marta. Una dilatada conmoción me hace regresar a la esquela, a la primera, desde donde el personaje, el mismo Avelino Hernández, este pariente de Soria que dejó en nuestro desierto Mientras cenan con nosotros los amigos (Candaya, junio 2005), recorre paisajes y vidas, la suya propia, tan dada a ser entregada.

El desayuno solitario, esta manía de la soledad para rescatar del naufragio los últimos fantasmas, me anima a verme con Avelino desde su eternidad: falleció en Selva, Mallorca, en julio de 2003, poco después de escribir esta extraña novela en la que la amistad, la memoria y la muerte tejen un diálogo entrecortado, fragmentario, hincado en un viaje permanente donde siempre están los amigos, los invitados al patio del parral a mirar el mar y saberse parte del cielo.

Acabo de morir con el libro. Una carta en la que alguien (personaje/Avelino) le anuncia a Marta que va a fallecer, que el cáncer consume sus vísceras, que “ahora sé que es verdad que duele todo amor, incluso el consumado”. Desde aquí, desde esta confesión, la lectura confirma que Avelino Hernández tenía en la muerte la vida que siempre supo amar.


©Teresa Ordinas
II
Avelino Hernández nació en un pueblito de Soria llamado Valdegeña en 1944. Estudió Filosofía y Letras y dejó incompletos estudios de Filología Árabe y Derecho. La dictadura franquista truncó esta aspiración. Dejó más de cuarenta títulos, entre los que destacan libros de viajes, de poesía, de cuentos infantiles y juveniles y novelas.

La vida de Avelino Hernández transcurrió entre Andalucía, Cataluña, Extremadura, Madrid, Valladolid y Mallorca.

De sus trabajos mencionamos Crónicas del poniente castellano, Donde la vieja Castilla se acaba, Una vez había un pueblo, El septiembre de nuestros jardines, El día que lloró Walt Whitman, Los hijos de Jonás, entre otros, y éste, editado por la imprescindible editorial Candaya de Barcelona.

Mientras cenan con nosotros los amigos es un bello documento de despedida. Es una carta de navegación, una bitácora donde Avelino muestra su vida, dedicada a ser humano, afectivo, amigo. No en vano usó a Epicuro como epígrafe: “De los bienes que la sabiduría procura para la felicidad de una vida entera, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad”. Y así fue, y así es en la novela, que más que un esfuerzo literario se trata de una confesión donde los personajes, reales, se convierten en iconos de la memoria. En parpadeos, cortes y referencias de una existencia parecida a la ficción.

Para Hernández la preocupación está centrada en cómo existir. De allí que en la carta que abre el libro, diga: “Todo cuanto vengo escribiendo en el último tiempo. El único argumento de mi obra. Cómo vivir”. Nota fechada en una casa en la orilla de un río el 27 de septiembre de 1998, mientras Teresa Ordinas está en Smara.

De aquí en adelante, las ráfagas de la memoria van haciendo el libro. Repito: libro raro, extraño, nada lineal: funciona como trabaja la memoria, a fogonazos. Personajes de la vida que discurren frente al Mediterráneo, en Castilla, en cualquier parte del mundo, en Grecia o California, están frente a la mesa, prestos a cenar, a tejer la conversación, a hacer la vida, a construirla con palabras y hechos.


©Teresa Ordinas
III
Este subcorpus literario, el de la amistad, confirma el indicio de una estructura narrativa. En efecto, la intención del narrador es contar, redondear una historia, no obstante, se prevale del fragmentarismo, o mejor, un cuerpo de relatos compuesto por un juego de piezas, de trozos, de pedazos, de pequeños recuerdos, de paisajes sacados de un álbum. El orden conferido, abierto al lector, es una herramienta para que éste seleccione la manera de leer o soñar.

La dispersión (atomización de un orden fragmentado) aumenta en el lector la idea de que estamos al frente de un ardid. Pero no. Avelino Hernández disfruta su forma de acercarnos a él. Y sabe hacerlo. La urdimbre, la trama está centrada en el afecto y en la crítica a los borrones de la historia donde la muerte triunfa, por eso no faltan Teresa, Marta (la lectura de Las flores del mal toca el abandono), Pedro Mangada, César Cayo, la perversión de la guerra, los fusilamientos, la muerte en los ojos de un niño frente al paredón, el juez Marcos Dañinos Fernández, responsable de crímenes tan terribles. El loco, el ingenuo de un pueblo, un gato como núcleo sincrético de la soledad. Un país, pues, en la sobremesa, en la lectura de una intemperie vital que supo revelarlos a través de estos hermosos y a la vez duros fragmentos, unidos por el ánimo de varias cartas, tres en la aproximación del contenido.

Podría afirmar que esta novela no tiene una estructura. Lejos del palimpsesto, se trata de un texto aleatorio, construido a través de una lectura carnal, medular, en lo que tiene que ver con la responsabilidad de quien lee para “construir”, en presencia de una realidad que no huye de la ficción. Metaficción tan real que escapa de la misma metáfora. Avelino Hernández cuenta su historia y la de otros desde la metanovela: urde, teje, simboliza, pero no deja nada a la imaginación; sólo el discurso, próximo a la poesía, nos advierte de la gracia de este autor que maneja con maestría estas circunstancias. Decimos: la lectura nos hace parte del mundo que se descubre en la novela. Avelino ya no es Avelino, es un narrador que es Avelino pero transmutado en el lector. Somos Avelino. Quizá fue eso lo que buscaba el escritor: su conversión, su amistad, su modo de vida.


©Teresa Ordinas
IV
Abro de nuevo el libro. Allá, sobre los edificios, está la montaña. La sequía consume en candela y humo esta media mañana. Me determinan las cartas de Avelino y Marta. El lector que soy (poco asertivo muchas veces) me concentra en la última, en la despedida: el personaje que es Avelino sabe que se va a morir, así como hemos muerto las veces que lo leemos. Marta se ha quedado con su libro, con sus novelas, y también con Baudelaire en el regazo. Avelino extrema la confesión: “Porque te escribo para decirte que tengo cáncer, en el riñón, maligno, con metástasis en el hígado y alguna otra víscera más de ahí dentro...”. Es decir, la realidad, la que está en la vida que ahora es novela luego de la muerte del autor. Avelino Hernández vivió su propia novela, la contó, la disfrutó por vida y la sufrió porque “ahora sé que es verdad que duele todo amor, incluso el consumado”.

Quien lea este libro, este mundo tan personal y compartido, se asomará a una ventana y verá el mar, aunque éste no exista. Abrirá un libro de viajes. Verá un valle y unos animales en el monte. Verá el cielo en la noche. Verá un murciélago tras las mariposas nocturnas. Verá los ojos de quien tiene enfrente. Pero también será. Será este escritor que supo vivir, escribir, amar y despedirse con la más hermosa dignidad.






Eugenio Montejo por Rayma (Venezuela)

Masahito Kawashima: Camino de flor (Aventuras y desventuras de un inmigrante japonés)

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—Por: Gregory Zambrano—

Masahito Kawashima autor de Camino de flor
Foto: Silvia González
Los libros y el azar

Hace un tiempo, escudriñando en una biblioteca ajena encontré un libro que llamó mi atención: Camino de flor. En la nota de contraportada se decía que en sus páginas  se encontraba una “amplia visión del coraje, la fuerza y la determinación que se necesitan para salir adelante y exitosos en las circunstancias más adversas”.

Comencé a leerlo imantado por la sinceridad del testimonio, por la franqueza del lenguaje y por esa fuerza que tienen los que han vivido experiencias límite y quieren dejar su impronta. Así fue que me atrapó la historia de Masahito Kawashima, un japonés que decidió migrar a los diecinueve años.

Me adentré en las páginas y fui atando los hilos de una madeja  que mostraba paso a paso una historia de vida y, sobre todo, la transformación de una persona escindida entre dos espacios geográficos tan distantes como diferentes: Japón y Argentina.

Camino de flor es, sobre todo, un testimonio que puede leerse como un relato de aventuras. Pero también es la voz de un sobreviviente para quien la vida sólo tiene sentido en la medida en que se puedan seguir los impulsos del corazón, así esto conlleve al sacrificio, al silencio, a la posibilidad de la derrota.

Panorama actual del puerto de Yokohama
Foto: Gregory Zambrano
El lector y el autor

Una tarde compartía en un café con una amiga, y por una de esas casualidades, apareció el nombre de Masahito Kawashima en la conversación, pues mi amiga lo conocía. Ese hecho fortuito me permitió poco después conocer al autor del libro que acababa de leer. Luego, comenzamos un diálogo que se ha convertido en agradables tertulias. Gracias a ello, he podido enterarme de otros detalles que rodearon la decisión de aquel joven de diecinueve años, cuando apenas terminaba sus estudios preparatorios y quería asomarse al mundo.

Entonces Kawashima no sabía nada acerca de la lengua castellana, ni de la vida en América Latina y sin embargo, se alistó en una aventura de navegación que le llevaría, durante cuarenta y dos días, desde el puerto de Yokohama hasta Buenos Aires.

A bordo del “Argentina-maru”, partió junto a un grupo de jóvenes que como él querían un futuro distinto al que le aguardaba en el Japón de la posguerra, entonces agobiado por el desempleo y las carencias materiales.

Como todo comienzo, una vez que llegó a su destino, nada fue fácil. Como aprendiz debió acostumbrarse a las extenuantes jornadas de trabajo a pleno sol en el cultivo de las flores. Aprendió junto a las primeras palabras del nuevo idioma, los principios  de la convivencia entre peones y caporales; pero, sobre todo, empezó a entender una visión del mundo y unos principios del trabajo completamente ajenos a los suyos.

A los diecinueve años, lo que sí tenía era un abundante deseo de superación, y sobre todo, la imponente determinación de seguir sus sueños. Así fue como decidió aprender de la cultura y del idioma del país que lo acogía. Se inscribió en la escuela nocturna para la cual tenía que trasladarse varios kilómetros caminando cuando no encontraba quien le diera un “aventón”. No le vencía el cansancio de una jornada extenuante, que se repetía un día y otro en la dura faena de horadar la tierra. Entonces el cultivo de flores en Argentina era un negocio próspero. Ese primer trabajo le abrió un conjunto de posibilidades que en ese momento no tenían sus padres que, como tantos japoneses, se habían quedado a la intemperie luego de la derrota de su país en la guerra que terminó en 1945 con las explosiones atómicas.

El "Argentina-Maru" hizo la travesía entre 1958 y 1971
®Museu Histórico da Imigração Japonesa do Brasil
Comienzo de la travesía

Su padre había migrado a China, donde entonces se encontraban más de dos millones de japoneses, que fueron obligados a regresar a  Japón después de la guerra. En aquel país había nacido Masahito, segundo varón y tercero de cinco hermanos. En Japón la nacionalidad de los padres determina la de los hijos y no el lugar de nacimiento. Su padre también había salido de Japón con la esperanza de hacer fortuna y ahora regresaba con una familia recién formada, obligado no solo por la derrota militar y política de su país, sino también por la derrota moral que le dejó “vencido espiritualmente”. Esto le impidió recuperar  la fuerza para el trabajo y el ímpetu para emprender. Por ello su madre tuvo que asumir el reto de levantar los hijos, echar las raíces de la familia repatriada y aprender un oficio: comenzó a pescar y vender conchas marinas en la zona de Inage, prefectura de Chiba, contigua a Tokio.

En ese entorno creció Masahito, quien pudo hacer sus estudios primarios y secundarios gracias al esfuerzo de su madre. El joven Kawashima se destacó como deportista y buen estudiante e ingresó a la escuela preparatoria de Inage, la mejor de la zona, pero consciente de que le sería muy difícil seguir los estudios universitarios debido a las carencias económicas de la familia.

Se enteró de que algunos jóvenes se estaban preparando para salir de Japón a probar suerte en otros países. Entre las opciones que tenía  estaba la de tomar un curso intensivo durante tres meses para aprender algunas técnicas de la agricultura y poder viajar a la Argentina, donde necesitaban mano de obra para el campo.

Pero también probó su resistencia física, haciendo un viaje a pie desde Chiba hasta Hakone, unos doscientos kilómetros, pasando por Tokio. No llevaba dinero y debía sobrevivir por su cuenta, con apenas tres onigiri (bolas de arroz) como sustento. El viaje duró una semana, durmió prácticamente a la intemperie y fue no sólo una prueba para su fortaleza física sino también para acerar la entereza de su voluntad, lo cual le confirmó que su destino estaba escrito. Al caminar por la zona montañosa de Hakone, cuenta, “podía ver cómo el Monte Fuji mostraba su belleza espléndida y me pareció estar festejando mi futuro”.

El largo recorrido del buque “Argentina–maru” le permitió conocer algunos puntos de la escala: Los Ángeles (en un tour que le costó catorce dólares pudo visitar el barrio chino, el teatro y la lujosa zona de Beverly Hills); en el canal de Panamá vio hermosas chicas en bikini que llamaron su atención; al igual le impresionaron La Guaira y la ciudad de Caracas, donde notó que había “muchas señoritas de ojos oscuros”. Así va contando los pormenores de las escalas que el barco hizo en Curazao, Belén, Río de Janeiro, Santos y, finalmente, Buenos Aires.

El "Argentina-Maru", Museo de la migración
japonesa (JICA), Yokohama
Foto: Gregory Zambrano
Las flores muestran el camino

La aventura del viaje, no exento de peripecias, es la antesala a lo que le esperaba  en la finca “Tokashiki”, donde pasó los primeros tres meses. Fueron días de trabajo y aprendizajes acelerados. Allí supo el significado de las primeras palabras que aprendió en español: la expresión “de sol a sol”, en relación con las faenas del campo.

Para entonces, en 1965, Argentina tenía una población de veinticinco millones de habitantes, en un territorio que es unas ocho veces más grande que Japón; allí vivían unos treinta mil descendientes de japoneses, de los cuales la mayoría se dedicaba a la floricultura.

El primer inmigrante japonés floricultor fue el profesor Seizo Itoh, procedente de la Escuela de Agricultura de Sapporo, en 1910. Itoh se instaló en la provincia de La Pampa donde adquirió una estancia en la que luego recibió inmigrantes. Los registros de inmigración anotan que el primer descendiente del que se tenga noticia, Seicho Arakaki, nació en 1911, formalmente el primer nisei argentino, hijo de okinawenses. Poco después, otra porción de inmigrantes se dedicó al oficio de las tintorerías, que también resultó ser un negocio lucrativo.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los precios del trigo y de la carne de res tuvieron un repunte que demandó de Argentina casi toda su producción, lo que se tradujo en una bonanza económica que posibilitó la inversión en la obra pública: avenidas, calles, edificios; expansión del metro de Buenos Aires, que comenzó a funcionar en 1913 y solo había desarrollado tres líneas; luego llegó una fuerte inmigración italiana, auspiciada por el primer gobierno de Juan Domingo Perón, descendiente de italianos.

Todos estos factores ayudaron a reimpulsar la vida nacional. La riqueza también se manifestaba en la demanda de flores. Flores para toda ocasión: fiestas, adornos, obsequios, todo esto hizo que los inmigrante japoneses vieran en ese rubro un gran negocio, que duró hasta que sobrevinieron otras necesidades y las flores comenzaron a tornarse un lujo.

Después de muchos avatares y varios episodios frustrantes, Masahito Kawashima pudo seguir sus labores en otra plantación florícola, la finca “Tanimura”, pero no encontraba lo que deseaba, que consistía en juntar el dinero suficiente para independizarse e iniciar su propio trabajo. Así probó suerte alistándose como grumete en un pequeño barco camaronero, pero no se acostumbró a los vaivenes de la embarcación y a los severos mareos por lo cual retomó sus labores en la floricultura. Luego se trasladó a la finca “Ebi”, en Mar del Plata, donde pudo acordar el trabajo como medianero, es decir, utilizar el terreno de otro propietario para encargarse de la siembra para después repartir el producto de lo cosechado.

Eso le resultó una mejor opción que lo llevó a dar un primer paso tras su sueño de hacerse propietario. Andando el tiempo y gracias a diversos sacrificios, logró por fin reunir lo suficiente para comparar un pequeño lote de terreo y comenzar la labor independiente. Poco después su hermano Hiroshi siguió sus pasos y llegó a Argentina, pero él no tenía vocación para el trabajo de la tierra. Lo suyo eran las artes marciales, especialmente el judo, lo que le permitió prontamente y gracias a ciertas peripecias azarosas convertirse en instructor de judo y ganar dinero con lo que era su afición.

Cuando la venta de flores comenzó a decaer y Masahito pensó en buscar otras opciones. Fue con su hermano a recorrer Buenos Aires y la dinámica de la capital los atrajo de tal manera que al poco tiempo decidieron dejar el campo, el judo y el trabajo con las flores.  Masahito provechó para contactar con algunos japoneses que había conocido en distintas circunstancias. Así fue como logró emplearse como  vendedor de baterías de la marca “Hitachi”, que se abría espacio en el mercado argentino, mientras que Hiroshi se las arreglaba en una empresa de comercio exterior.

Cinco años después Masahito decidió regresar a Japón, dejándole a Hiroshi la responsabilidad de vender el lote de terreno. Todo lo que había podido ahorrar con su trabajo de cinco años lo invirtió en el boleto de retorno.

Hogar en tránsito

Luego del reencuentro familiar en Inage, comenzó a desempeñar otros oficios, como vendedor de perlas, guía de turistas latinoamericanos, y fue contratado como intérprete de una delegación deportiva que acompañaba a un campeón mexicano de boxeo. El modo de ser de los mexicanos era contrastante con lo que había aprendido de la idiosincrasia argentina, y eso le llamó mucho la atención. Quería emprender una nueva aventura y decidió aprender el arte de la digitopuntura (shiatsu).

Poco después decidió ir a México. Antes pasó por Los Ángeles a donde su hermano Hiroshi se había trasladado, una vez que se cansó de la vida argentina y vendió el lote de terreno que su hermano le había dejado a cargo. En Los Ángeles Masahito se quedó un tiempo, allí fue chofer de ricachones y vivió experiencias fuertes con personajes excéntricos vinculados al espectáculo; también conoció a sujetos inexplicables que vivían la vorágine hippie. No logró asirse a ese mundo de derroche y banalidad. Entonces decidió proseguir su plan. Hizo el viaje hasta la Ciudad de México, en autobús, durante tres días. Luego de visitar a sus antiguos clientes mexicanos y conocer el entorno capitalino, decidió seguir hacia Argentina con la idea de aplicar allí las técnicas de la digitopuntura recientemente adquiridas.

En Buenos Aires permaneció trabajando por un tiempo corto, aunque logró una buena clientela las cosas habían cambiado y no se sintió a gusto, por lo que de nuevo retornó a Japón. Continuó con su labor en una empresa de turismo, mientras pudo optar a un curso del Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón que preparaba personal auxiliar para las embajadas. Esa experiencia lo llevó de nuevo a México, a trabajar en la embajada japonesa. Allí vivió divertidas aventuras, presenció hechos de violencia, tuvo un accidente de automóvil que pudo haberle costado la vida y conoció a Michiru Ohnishi, proveniente de la prefectura de Aichi, con quien se casó. Cuando terminó su trabajo en la embajada, prosiguió como guía de turismo y eventualmente organizador de peleas de boxeo. En México nació su primer hijo, Daichi. Luego se trasladó con su familia a Guadalajara, donde trabajó como administrador de una taquería y vivió las angustias del terremoto que azotó la Ciudad de México,  en septiembre de 1985.

Volvió a Japón en varias oportunidades, siempre en plan de guía de turistas, recorrió los lugares más emblemáticos de su país parar mostrarlo con orgullo a los visitantes. En el ir y venir de México a Japón vivió otras muchas peripecias, todas fueron para él formas de aprendizaje. Antes de cerrar su testimonio, dice metafóricamente: “Lo que más necesitamos en Japón es el corazón. La amplitud y tranquilidad de corazón nos hacen falta enormemente. Cuando tengamos el corazón más sano, podremos actuar como un verdadero líder del mundo. Este orazón de los japoneses es lo más solicitado por la gente de diferentes países”.

Por todos sus avatares, Camino de Flor, puede leerse como un relato autobiográfico, y nos deja la certeza de que no hay camino imposible para quien posee una férrea voluntad. Masahito Kawashima logró cursar una carrera universitaria, como lo había deseado en su juventud. La Universidad de Estudios Internacionales de Kanda (KUIS) le otorgó el título de licenciado en estudios hispánicos. Hoy día, a los  67 años de edad, Masahito Kawashima vive en Inage, Chiba; todavía no se retira de su negocio de almacenamiento y carga en el aeropuerto de Narita. Tiene una nieta, hija de su primogénito. Su segunda hija Dawaka, nacida en Japón, es aficionada al canto. Viaja constantemente, es un lector voraz de periódicos para estar enterado de las peripecias de la política japonesa y quiere emprender estudios de filosofía. Recuerda y se ríe de sus propias ocurrencias, tiene un humor de niño inquieto, dispuesto a comenzar una nueva aventura.

Camino se flor se publicó originalmente en japonés, luego se difundió por entregas en un periódico local. La edición en español se publicó en México en el año 2000 y actualmente se prepara una edición en inglés.  / G.Z. Tokio, mayo de 2013.





How to be a great writer by Charles Bukowski (1920, Andernach, Germany - 1994, San Pedro, California)

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you've got to fuck a great many women
beautiful women
and write a few decent love poems.

and don't worry about age
and / or freshly-arrived talents.

just drink more beer
more and more beer

and attend the racetrack at least once a 
week

and win
if possible.

learning to win is hard-
any slob can be a good loser.

and don't forget your Brahms
and your Bach and your
beer.

don't overexercise.

sleep until noon.

avoid credit cards
or paying for anything on
time.

remember that there isn't a piece of ass
in this world worth over $50
(in 1977).

and if you have the ability to love
love yourself first
but always be aware of the possibility of
total defeat
whether the reason for that defeat
seems right or wrong-

an early taste of death is not necessarily
a bad thing.

stay out of churches and bars and museums,
and like the spider be
patient-
time is everybody's cross,
plus
exile
defeat
treachery

all that dross.

stay with the beer.

beer is continous blood.

a continous lover.

get a large typewriter
and as the footsteps go up and down
outside your window

hit that thing
hit it hard

make it a heavyweight fight

make it the bull when he first charges in

and remember the old dogs
who fought so well:
Hemingway, Celine, Dostoevsky, Hamsun.

if you think they didn't go crazy
in tiny rooms
just like you're doing now

without women
without food
without hope

then you're not ready.

drink more beer.
there's time.
and if there's not
that's all right
too.




Abril rojo: La guerra, la paz y la literatura (Parte I)

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—Luis Fernandez-Zavala, Ph.D.—

“La gente que ha matado demasiado
ya no se arregla nunca”
Abril rojo.


De 1980 hasta más o menos 1990, Perú vivió una virtual guerra civil. Sendero Luminoso le declaró la guerra al Estado Peruano y éste respondió con la ferocidad de una guerra total. Los bandos desangraron terriblemente al país por más de diez años, tal como lo demuestran las cifras de muertos y desaparecidos: entre 69 mil y 77 mil, de los cuales un 40% son atribuidos a Sendero, 30% a las fuerzas del gobierno y el restante 36% a otros. Las tendencias suicidas y  homicidas encordelaron a la población civil —principalmente en las áreas rurales— en un abrazo macabro que ha dejado hasta hoy huellas difícilmente resarcibles.

Muchos jóvenes escritores peruanos vieron su juventud tempranera entre bombas, apagones, muertos y cierra puertas. Más de uno aprovechó la inseguridad de estos tiempos para leer más y mejor; otros para alimentarse de zozobras que luego plasmarían en poemas, novelas, cuentos y películas. Se podría decir que se generó un temario difícil de omitir para ellos: el trauma de la guerra.

Dialéctica del trauma de guerra en la literatura

En estricto sentido, la dialéctica del trauma de guerra en la literatura intentaría reproducir, rescatar y articular las vivencias de combatientes, víctimas y testigos de la guerra (Tracy Strauss, War, Literature & the Arts). Los traumáticos eventos de la guerra crean una disociación entre los individuos y la sociedad y sus instituciones. Se da una crisis de fe: la sociedad no los protege, ni los sanciona. A nivel individual, la pérdida de seres queridos y el riesgo de perder la vida propia genera un permanente estado de alerta que afecta física y psicológicamente su vida diaria . Miedo, ira, desconfianza y una desesperada necesidad de conexión humana guían los febles pasos de la vida cotidiana de los individuos. Ellos saben que no tienen muchas opciones y que la única libertad disponible es la de sentir lo tormentoso de la situación. Los eventos que los envuelven dentro de una pesada nube imposible de diluir, los lleva a idealizar aspectos de un mundo que creían seguro, “su vida normal”. Hasta cierto punto, la imaginación de los individuos hace manejable la situación que no pueden comprender y los ayuda a vivir confusamente.

el autor peruano Santiago Roncagliolo
Santiago Roncagliolo (1975) es uno de estos escritores testigos de la violencia que vivió el país, hijo de padres profesionales no ajenos a la política progresista, compartió con ellos su preocupación sobre el Perú, el exilio, y también el desencanto cuando Sendero enmugreció el término revolución. Roncagliolo es un observador acucioso, un investigador de detalles, pero por sobretodo un literato respondiendo a su época. Él fue un testigo más entre millones de peruanos, pero su quehacer no es la de un historiador o periodista, aunque su obra literaria se nutre de estos oficios. Como escritor, él puede reinventar todo para poder presentarnos el factor humano de las grandes tragedias. En su novela Abril rojo (Premio Alfaguara de novela 2006), presenta brillantemente este  mundo del trauma de guerra y la violencia vivida en lo años ochenta en el Perú.

A través de la historia del fiscal distrital adjunto, Félix Chacaltana, quien trata de cumplir la ley y las regulaciones al pie de la letra como una manera de darle un orden al caos que lo envuelve, Roncagliolo nos hacer revivir la ansiedad que los peruanos sentían por esta época. Todos querían volver a la idealizada normalidad.

“El fiscal Chacaltana puso el punto final con una mueca de duda en los labios. Volvió a leerlo, borró una tilde y agregó una coma con tinta negra. Ahora sí. Era un buen informe. Seguía todos los procedimientos reglamentarios, elegía sus verbos con precisión y no caía en la chúcara adjetivación habitual de los textos legales.”

La acción transcurre en Huamanga, la capital del departamento de Ayacucho (el lugar donde Sendero Luminoso empezó sus acciones de guerra y que curiosamente significa: rincón de los muertos) durante los días previos a la Semana Santa. Huamanga, es famosa internacionalmente por la intensidad puesta en la celebración de la Semana Santa y por contar con 33 iglesias alrededor de la plaza mayor.

En Huamanga-Ayacucho (un Macondo bizarro)  la espiritualidad católica, la mitología andina y la violencia pre y post-guerra se mezclan como la escenografía fantasmagórica que esconde un asesino cruel y ritualístico. La búsqueda del asesino se convierte en  la columna vertebral de esta historia donde las instituciones (Iglesia, Estado, Ley) se vuelven más gelatinosas y sus personajes representativos actúan como fantasmas tambaleantes.

Ayacucho, Perú
El cura Quiroz guarda en el sótano de la iglesia un horno para incinerar cadáveres; el comandante Carrión, que por ratos parece el más adaptado a la situación tenebrosa que envuelven los asesinatos, es el que confiesa su miedo y su cinismo. El agente de inteligencia Eléspuru, que no dice mucho pero está en todas partes, es el nexo con el poder central y su plan maestro de pacificación. El juez Briceño, coludido con la jerarquía militar, no acepta las evidencias de la investigación de Chacaltana, su función  no es otra que  filtrar justica en favor de sus aliados. Todos los personajes, y aún las víctimas de los asesinatos, están ligados a un pasado violento. Los “terrucos”, o Senderistas, supuestamente derrotados, siguen apareciendo, matando y muriendo entre las sombras, no se sabe mucho de ellos, pero ahí están, con miles de ojos en todas partes.

El divorciado fiscal Chacaltana regresa a Ayacucho durante los años que se creía haber derrotado a Sendero. Él pertenece a la clase media provinciana, en Lima donde estuvo trabajando, no era nadie. Vive solo, hablando con su madre muerta. Ella representa el mundo ideal de su infancia, de los sentimientos nobles, la buena conciencia, pero la infancia de Chacaltana también esconde un pasado violento.

Chacaltana quiere hacer las cosas bien, avanzar en su carrera, servir a su país, inclusive volver a enamorarse, con la aprobación de la madre, por supuesto. Edith aparece como la tabla de salvación, es joven, lo entiende y lo aprecia; ella representa la oportunidad de arreglo frente al caos presente.

“—Es solo que contigo me siento menos absurdo. Tú eres una de las cosas que no entiendo, pero la única que me gusta no entender.”

Sin embargo, en una situación de violencia generalizada, las emociones positivas, como el amor y el sexo, también se pervierten y la relación tendrá un derrotero violento.

La artesanía de Roncagliolo hilvana pulcramente la historia individual del fiscal Chalcatana con el desenvolvimiento de las instituciones en el ambiente anterior y posterior a la guerra. La fluidez narrativa atrapa rápidamente al lector en la trama para descubrir quién o quiénes son los asesinos dentro de un ambiente  donde todos los personajes están inmersos y salpicados por la brutalidad de la guerra. En los momentos en que las emociones de amor, pasión, soledad, frustración y miedo aparecen, éstos son tratados con una fineza y delicadez íntimas que no se diluyen en la oscuridad de eventos mayores.

En el Ayacucho de Roncagliolo todos los personajes se mueven como fantasmas y la religiosidad y el misticismo se mezclan con ellos. No hay una idealización del mundo de la pre-guerra, donde la violencia ya tenía otras aristas. Se podría sociológicamente admitir que la violencia cultural y la de la capital originaron un mayor exabrupto y barbarie. El machismo existía antes de la guerra, el desprecio por lo provinciano existía antes de la guerra, el centralismo existía antes de la guerra, el desprecio por el indígena ya era anterior. La guerra exacerba todo esto, lo lleva a su extremo. Sin embargo, cada uno sufre la guerra desde su raíz social clasista, desde su propia biografía violenta y muchas cosas no dependen de ellos sino de las altas esferas del poder; otro gran fantasma omnipresente.

La imagen que nos queda al terminar la novela es que el autor, como testigo urbano, siguió muy de cerca el desenvolvimiento del conflicto y logra recrear inteligentemente las angustias del trauma de la guerra (como personas ordinarias responden al acecho, al peligro, a la muerte) dentro de un mundo con personajes que se mueven como fantasmas. Cada uno vive su drama personal de la violencia, inserto en ella y sin poder escapar. La única salida es convertirse en otro fantasma más. Eso es lo que el trauma de la guerra trae, personas que viven como fantasmas.

Con Abril rojo, Roncagliolo ayuda a procesar este trauma bélico como una totalidad, es decir, buscando y restableciendo las conexiones entre la deshumanización, el caos, desolación individualizada y la sociedad. El lector accede a los horrores de la guerra, los dimensiona, y así, de alguna manera, se exorciza. La memoria ficcional presenta el horror de la guerra como “entendible”, pero sin salida.






Terredad - Eugenio Montejo - Caracas (1938-2008)

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Estar aquí por años en la tierra,
con las nubes que lleguen, con los pájaros,
suspensos de horas frágiles.
A bordo, casi a la deriva,
más cerca de Saturno, más lejanos,
mientras el sol da vuelta y nos arrastra
y la sangre recorre su profundo universo
más sagrado que todos los astros.

Estar aquí en la tierra: no más lejos
que un árbol, no más inexplicables,
livianos en otoño, henchidos en verano,
con lo que somos o no somos, con la sombra,
la memoria, el deseo, hasta el fin
(si hay un fin) voz a voz,
casa por casa,
Fotografía: Vasco Szinetar
sea quien lleve la tierra, si la llevan,
o quien la espere, si la aguardan,
partiendo juntos cada vez el pan
en dos, en tres, en cuatro,
sin olvidar las sombras de la hormiga
que siempre viaja de remotas estrellas
para estar a la hora en nuestra cena
aunque las migas sean amargas.




Eduardo Casanova CUARTETO EN SOL: TODAS LAS MUERTES

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—Alberto Hernández—



1.-
Caminamos sobre la sombra.

Noción de una historia que corroe; gesto fácil de conocer porque las claves del espacio transitan trucadas y lanzadas a la mesa de juego. Noción de un país que se resuelve en las voces que no oye, supuestos equívocos que se hacen protagonistas de los secretos más extemporáneos.

Un hilo tenso, como el de una guitarra cubierta de polvo, agita el tiempo, lo verifica en el eco del memento mori. En reflejos difusos aparece Venezuela, un pequeño país amortajado, esa infamia de tantas decadencias.

En ese instante que es el país, llega Cuarteto en Sol (a la Generación Inútil), publicado por la Editorial Actum, Caracas 1993, una historia tan circular como el tiempo que la repite constantemente en la imagen de cuatro personajes que deambulan en igual número de movimientos. Cuatro sombras que nos pisan y nos hacen entrar en esta novela del escritor caraqueño Eduardo Casanova.


Eduardo Casanova
2.-
(Todas las muertes, la muerte)

A la espera de las conquistas, a la espera de que el tiempo pase y se haga en cuatro adolescentes de aquellos años finales de la década quinta del siglo pasado de nuestra historia reciente, de aquellos días de la que creíamos la última dictadura, esta obra de Casanova vierte toda su fuerza en cuatro tonos que recogen las vidas y las muertes de Boris Gonzaga, Francisco Monroy, Serafín Arjona y Antonio Villa, este último encargado de hacer de ella (de la muerte) un símbolo tecnológico adosado a la memoria de una máquina que se desdobla en los dedos de un personaje/ narrador.

Caracas es la matriz de la muerte: el relato comienza en la niñez, en una clara y a la vez opaca ciudad, cuando la sombra que aún es memoria hacía de los personajes visiones predestinadas: una violencia encajada en los dos primeros años de la década de los años noventa dejó al país envuelto en una guerra sin vencedores, toda vez que no logró superar la mentira, las promesas y las alusiones a la felicidad. Una ciudad, entonces, que se hizo país desde las heridas, desde los cadáveres, dolores, disparos y amarguras.

Abrimos el silencio. Cada uno de los personajes es una imagen que sugiere la presencia de otra, porque el carnaval, mímesis de muchas sombras y máscaras, también entrega el rictus del disimulo. La muerte es necesaria y veraz, tanto que existe en cada una de las cifras que aún no han sido aportadas por los organismos que se encargan de esas cuestiones. Una extraña peste respira la burocracia. La misma de Camus, pero en la sangre revuelta de quienes aún viven ensoñados por las consignas.

El país se ve en la muerte y huele el aliento que flota frente a un espejo. Toda ella en la violencia colectiva.

En Cuarteto en Sol es una sola: la memoria de cuatro sujetos que ocupan las páginas de un país desvirtuado. La simulación como engendro de una sociedad sin testimonios, sin posibilidades de desenmascararla.

Boris Gonzaga muere en plena calle, entre ruidos y espasmos, con la cabeza perforada. Una bala de Fal lo silencia en medio de una borrachera, luego de pasearse por los distintos mecanismos de la corrupción, por todos los caminos que llevan a la riqueza fácil, al poder.

Un hilo invisible conduce hacia Francisco Monroy, personaje que representa los valores ideológicos de los años sesenta. Fue encontrado en un hotel con la mirada fija y una sonrisa muy parecida al olvido.

El rostro de la ausencia se instala en Serafín Arjona, un invertido que prueba los sabores de la noche y el día. En el mar Caribe quedan sus huesos luego de la explosión de la lancha donde huía, acosado por sus propios errores y fantasmas.

Y Antonio Villa, el desprevenido escritor que anula la inutilidad, al menos desde esa decadencia dolorosa divisa sus propios adentros en esta novela, como la muñeca rusa, matriushka que se repite y se repite en una preñez casi infinita. El personaje/narrador hace del círculo la perfección de un final trágico, porque su muerte es la muerte de todos: borra (oculta) con premeditación la historia, la convierte en imagen difusa, lejana, en intimidad clandestina, en simple recuerdo. Permuta el borrón del diskette, amnesia de los signos por la suerte de una botella de whisky y por las emergentes notas del Cuarteto de las Reverencias o Cuarteto en Sol de Beethoven.

La sombra se instala en la pantalla. El país aparece en la ventana por la que Antonio Villa ve de nuevo el sol.


3.-
(Las claves del antihéroe)

Borrar la historia significa desnudar el fracaso, identificarlo con las distintas evoluciones que los dobles ejecutan (cada uno es una máscara, una oposición permanente: cuatro personajes que son ocho, por lo que la muerte se multiplica). La dualidad íntima e individual fracasa, porque el antihéroe se somete a un final claramente seleccionado. El fracaso, opuesto al héroe: la naturaleza de su condición terrena, su yo permanente, el viaje interior hacia él mismo.

Pero también resurge. Vuelta a la primera página, al círculo mareante que es el tiempo y a una historia que no se detiene nunca.

Blanchot dice del ocultamiento, la pantalla, la luz de la divinidad (los negocios sucios, la homosexualidad, la revuelta popular, el click del computador, el disparo, el infarto, la explosión, el click del computador): “portador de una claridad que no sólo triunfa de la noche”, el espejo oscuro, sin reflejo, que anula la pérdida, el fracaso del novelista, del hacedor/destructor de la historia dentro de la otra, taumaturgo que narra desde el vientre de la muerte, desde la muerte: “Héroe que no le debe nada sino a sí mismo, es por eso divino, pero, por eso, para siempre y desde siempre dios, y ya no es gloriosa su acción”, cuestión que despeja la presencia de este concepto en la medida en que una pequeña pantalla de computadora, renuente a romper su relación con la memoria de Antonio Villa, que también es la muerte. El héroe, según Blanchot, es una imagen en la que subsiste con el ciclo o con la tierra una connivencia maliciosa que no es unidad, pero supone un horizonte común: casi nunca está en lo vertical, sino en lo horizontal…

Héroe y antihéroe prometen acciones, pero no tienen futuro. El héroe busca alcanzar la gloria, la memoria de Dios. El antihéroe, por su parte, no asciende, baja a las sombras, al infierno, pero se queda en la memoria de los mortales, vive.

Aunque desaparezcan o no se sepa que ha muerto, sólo es, se queda en un sitio para ser sacralizado. El sitio (cementerio/ no lugar) para Antonio Villa es el monitor, la pantalla de la Samsung, el laberinto donde comenzó el temor, el miedo, la definitiva despedida de los nombres (digitalización contraria/ espejo invertido), ocurrencia que deviene número mosquetero, que no es tres sino cuatro, como en este caso no son cuatro muertes sino tres, pero a la vez cuatro por la desaparición del escritor al apagar la máquina que le permitirá retirarse hacia la botella de whisky.

El país y sus muertos, presos en una computadora en medio del fragor de un 27 de febrero. Muertos que sí manchan con sangre y letras, con sangre y miedo, con palabras y silencio. Ocurre que tanto el héroe como su contrario nunca mueren, se esconden en la memoria, en el mismo texto (intratexto, referente que no se lee), hasta debilitarse con la muerte de quien los crea o los intenta destruir.


4.-
(El imperio del Cuarteto  y la voz de La Paideia)

Cuarteto en Sol es Beethoven, también Mozart, Bach, los Thibauld, cuatro jóvenes del trópico que regresan a diario desde las sombras y se instalan bajo el sol de Caracas. En el laberinto, donde el miedo es la performance de una ideologización, se hace clara la búsqueda permanente del conocimiento: la referencia está en Rafael Vegas, fundador del colegio donde estudian y relevante pedagogo venezolano. Una expresión humana que logra sembrar la tradición musical, sobre todo en Francisco Monroy. La muerte ejecuta una danza de jaguar en medio de los tres músicos, los clásicos, los modelos a seguir, fortalecida por la energía de Werner Jaeger en esa monumental memoria: La Paideia: los ideales de la cultura griega. Otra máscara que justifica la presencia de un personaje que se hunde en la ausencia en medio de una alejada sinfonía, como si el país –el que está y no está en la novela- comenzara a ser desde este momento la ficción más dolorosa.

La sombra llegó para cubrir la consagración de los personajes, que aún resuenan en el silencio de la última página.





Cincuenta sombras de Gray - ficción, erotismo y banalidad

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–Luis Fernández Zavala*–

There is no pornography without secrecy.
D.H. Lawrence

Recientemente, visitando la ciudad de Crozon, situada en una enorme y silenciosa bahía al norte de Francia, en la región Bretona, me encontré con la novedad de que más de uno de mis anfitriones comentaba con vehemencia el éxito comercial global de Cincuenta sombras de Grey de la autora inglesa E.L. James. “Es una novela erótica sobre sado-masoquismo, escrita por una mujer para las mujeres”, me dijeron. “¡Es un éxito!”, corearon varios. Viniendo los comentarios de franceses que deberían conocer el impacto cultural y literario de las obras de ficción sexual de mujeres como Pauline Rèage (Histoire d’O, 1954), Jean de Berg (L’image, 1956), y Anaïs Nin (Little Birds, 1974), presté atención, confesé mi ignorancia y pedí referencias.

Cuarenta millones de ejemplares vendidos en el mundo. Es el libro de venta más rápida en su versión económica impresa y el más vendido en su versión digital en Kindle (cerca del millón). Las ventas han sobrepasado las expectativas de la editora Random House motivando la asignación de un bono de cinco mil dólares a cada trabajador. Ha sido traducido a treinta y un idiomas, incluido el castellano, croata, japonés y el finlandés. En las redes sociales, como facebook, las mujeres siguen los avatares amorosos de los personajes y expresan sus preferencias sobre los posibles actores y actrices para la versión fílmica. Se vende t-shirts con textos alusivos al sado-masoquismo (“relájate y obedece”), se vende ropa interior alusiva al libro. Desde septiembre de este año se puede adquirir el disco compacto con la música clásica mencionada en el libro. Plomo (grey) es el color recomendado para decorar no sólo el dormitorio, sino toda la casa. Incluso se sospecha que el incremento de las ventas de sogas en algunas ciudades de los Estados Unidos es debido a este libro. En pocas palabras, 50 sombras... se ha convertido, en muy poco tiempo y con la rapidez que el mundo digital lo permite, en un fenómeno cultural y de mercado excepcional. “¡Felicitaciones a la autora! ¡Bien hecho!”, les dije.

En los días siguientes, puede ver el libro en el  escaparate de la única librería del pacífico pueblito de Crozon. Posteriormente, siguiendo mi periplo francés, encontré el libro en las librerías de ciudades más grandes y cosmopolitas como Tours, Nantes y París y hasta en una obscura librería en la estación de tren de Quimper.

Si bien no estaba en mi lista inmediata de lecturas, tanta algarabía me despertó la curiosidad y bajé la novela a mi Kindle. Después de todo –pensé– sería una buena lectura para mejorar las condiciones de mi vuelo de nueve horas de regreso a los Estados Unidos y relajarme ante la presencia amenazadora de la tormenta Sandy.

Durante el vuelo, me enteré que Sandy no sería problema. Ya había arrasado New York  y se alejaba de mi puerto de entrada, Washington D. C. Me quedaba entretenerme con 50 sombras…, ya sin otra tensión que arreglar mi largo cuerpo a la estrechez de mi silleta de vuelo por nueve horas. Sin embargo, por más que me esforzaba por avanzar en la línea narrativa de la obra de E.L. James y habiendo agotado 60% de ésta, el aburrimiento me alargaba las horas de vuelo miserablemente. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso estaba muy cansado para entenderla? ¿O quizá, mi genero de varón me impedía acceder al erotismo prometido?.

No, me dije. Lo que pasa es que este libro ni es erótico, ni es buena literatura. Entonces, ¿cuál es la explicación  de su éxito comercial global, mayormente entre las mujeres?

E. L. James
La autora describe su trabajo  como “romances provocativos” y “romances para adultos”. Lo que ofrece es la búsqueda del amor, coqueteo y sexo. Eso es romance para adultos. Pero los críticos literarios han sido un poco más virulentos. Su trabajo ha sido llamado “porno para amas de casa”, “porno para las mamás” (aunque mi hijo de catorce años lo tildó de “porno para las abuelitas”), y “Barbie porno”. The Guardian señala que el libro ni siquiera llegó a estar entre los finalistas del Bad Sex Award 2012debido a que no cumple con el primer requisito para ser considerado: ser una obra literaria. El jurado no toma en cuenta pornografía u obras eróticas.

Otros críticos (Jessica Reaves del Chicago Tribune) van más al detalle y consideran que el tema en sí no descalifica al libro, porque hay varios ejemplos de obras de ficción sexual con calidad literaria escritas por mujeres. El problema es la calidad de lo escrito. En este sentido, se critica la pobre presentación estereotipada de los personajes, su relación poco creíble, el desarrollo de la acción obvia y predecible, diálogos bobos, lo repetitivo en la descripción de la excitación sexual, ausencia de imágenes, el uso de metáforas dignas de niños de primaria y por último, la ausencia de drama y la tacañería en la construcción de frases dignas de recordarse.

En las secuencias de la relación entre los dos personajes principales (Anastasia y Christian) todo es externo, bonito, aburridamente presentado de color rosa, pero un poquito más picante para venderse en los supermercados.

El argumento de la obra podría resumirse así: chica educada, virgen a los 21 años –en contra de las estadísticas sobre la sexualidad juvenil en los Estados Unidos e Inglaterra[1]– con un ego disminuido, encuentra al príncipe azul (o grey, plomo[2]). Al príncipe le gusta hacer sentir que él es príncipe: “No me toques”, “te vienes cuando yo quiera”, “te vistes como yo quiera”, “tú eres mía, yo no soy tuyo”, “me gusta controlar”. A la moderna Cenicienta le gusta y se sorprende de la sexualidad de Christian, pero quiere “algo más”. El paradigma (o construcción social) usado es que en una relación heterosexual, la mujer busca amor y compromiso, mientras el hombre busca sexo (en el caso de Christian, sexo kinky).

La doncella que a los 21 años todavía es virgen sexual y orgásmica, hace de Anastasia una chica post-moderna especial. Se siente en desventaja con respecto al resto de sus congéneres. Ella no se siente sexi como Kate, su compañera de habitación. Para acceder al placer de mujer adulta que quiere dar placer, ser deseada y recibir placer tiene que firmar un contrato. Aquí la autora malgasta su tiempo –y del lector– con los detalles del contrato, que es el recurso para hacer “legal” el acto de sumisión (¿réplica del compromiso matrimonial?), admisible, respetable y seguro. El resto de la historia es darle relleno moderno y decorativo a una relación entre estereotipos sacados de una revista de SM para ser presentada a las girl scouts.

Para pintarla como una mujer joven de nuestros tiempos, no es casual que Anastasia escriba correos electrónicos coquetos (el general Petraeus y su amante saben de este poderoso instrumento de calentamiento a distancia; los sex-texting es una manía generalizada entre los jóvenes del siglo XXI). Ella usa su MacBook (“cacharro infernal”), su IPod, escucha música de Britney Spears, pone especial atención a la marca del carro, a la alfombra cara, a la calidad de la ropa de su príncipe (“me ha dejado uno de sus boxers de algodón, de Ralph Lauren, nada menos.”) y a los vinos caros que el galán le ofrece con displicencia seductora. Ella es la Cenicienta moderna.

Christian Grey, el príncipe plomo, es la imagen del novio de la Barbie. Ken es el muñeco inalcanzable, frío, distante y robótico creado por Mattel Inc. y que las mujercitas ahora adultas, todavía sueñan en 50 sombras... Esta imagen del novio ideal ha sido globalizada y se puede encontrar en todas partes el mundo y se ha ido reciclando según el ambiente cultural desde su introducción en 1961. Por ejemplo, en 2011 se lanzó una versión de Ken para adultos coleccionistas. Los muñecos de Mattel tienen vida propia. Ken y Barbie tienen desencuentros amorosos como cualquier otra pareja. Se separan, se juntan, él no quiere casarse. En la versión de E.L. James, Ken-plomo le gusta darle nalgadas a su amante y no quiere comprometerse más allá de su contrato de gustitos sexuales.

La autora recurre a la “diosa que llevo adentro”, como la voz de la conciencia y lo formal de Anastasia que le hace llamados de atención ante su comportamiento ambivalente. Esta diosa, un ícono presumiblemente usado para crear drama, no logra alcanzar ese nivel. Es  unilineal, aparece y desaparece convenientemente. No le crea conflicto mas allá de “yo te lo dije”, tal cual su madre se lo diría, o salta llena de alegría pueril cuando Anastasia se apunta un gol efímero en sus coqueteos con Christian. Pero el lector no sabe nunca que arquetipo de diosa está dentro de Anastasia: ¿Afrodita, Hermis, Athena...? ¿Una combinación de todas? Esta voz interior es más bien la imagen del genio de la botella o el hada madrina en la versión de Walt Disney.

El éxito de 50 sombras... radica en usar imágenes ya conocidas e interiorizadas por las mujeres actuales para hacerlas entrar en el sado-masoquismo de salón. Ese que hace que los asuntos en la cama sean un poquito más interesantes. La señora E.L James no quiere escandalizar a nadie, sólo utilizar los íconos aceptados y pintarlos modernamente con un tenue barniz bizarro, pero aceptable y presumiblemente de buen gusto. Después de todo, a qué mujer no le gustaría un poquito de sal y pimienta durante el sexo que les permita tener orgasmos más frecuentes.

Su obra no pretende buscar el camino de la transgresión que sigue “O” (cuánto de mí voy a negar, para arribar a un estado casi místico de entrega al otro) sino contar un cuento de hadas con el cual se identifique la mujer promedio sobre la base de fantasías pueblerinas retrogradas: ¿A qué chica no le gustaría tener un novio millonario, educado, bonito, bien dotado, físicamente perfecto, bien vestido, que le dé regalos caros? ¿Qué chica joven no le hubiera gustado tener orgasmos en su primer acto sexual?[3]¿Qué chica de cualquier parte del mundo no sueña con tener una cita y ser transportada en helicóptero (o unicornio)?

Anaïs Nin
Quizá el mérito de este libro sirve para probar que sofisticadas técnicas de marketing (la autora se desempeña como ejecutiva de televisión) desde su concepción hasta su venta en una trilogía, funcionan. Parte de este proceso es hacerlo asequible en su versión digital. Ahora la novelita romántica y un poco kinky, puede leerse con privacidad necesaria. Esto, según algunos comentaristas, ha ayudado al público femenino, al cual estarían catalogando de cucufato, a leer “romances para adultos” sin que nadie se entere de que son personas sexuales. Darle a las audiencias femeninas poco sofisticadas –el gran mercado– lo que quieren leer, es el mérito de este libro. Pero esto no la convierte en una obra de ficción de calidad (nunca fue su objetivo), ni una obra de ficción sexual que cumpla su cometido. Basta aquí recordar que Anaïs Nin, fue parte de un grupo de poetas que se dedicó a escribir erotismo por necesidad, pero que su obra ha ido más allá del tema y de su venta, para quedar como una obra literaria de calidad. Por más que el lector lo intente, no podrá encontrar ninguna frase amigablemente literaria digna de recordase en 50 sombras.
Anaïs Nin podrá decir: “The little clitoris stiffens like a nipple. My head between her two legs is caught in the most delicious vise of silky, salty flesh”.
E.L. James dirá: “Cogiéndome por la parte superior de ambos muslos, me separa las piernas. Gruño con fuerza al notar que su lengua me acaricia el clítoris. Dios...”.

Si la función de la ficción es reinventar la realidad –mentir, como lo llamaría Mario Vargas Llosa–, la ficción de la señora James es poco creíble. En la ficción, la verdad de los hechos se transforma pero siempre hay un referente que el lector puede identificar en la vida real. Es puente por el cual transita la dicotomía realidad/ficción y donde la literatura ejerce su hechizo. En 50 sombras... no hay ese referente básico. La realidad sin ficción de la que se parte es ya una mentira a secas. Esto debido a que sus personajes son modelos mediáticos y de escaparate, arlequines ya mentirosos, antes de ser ficcionales. Siguiendo a MVLL sobre la relación ficción-verdad: “toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente”.

Para llegar  a ser una obra de ficción sexual, la novela tendría que haber entrado en el otro lado de la sexualidad: aquel en que parece lo prohibido, lo misterioso, lo transgresor, la búsqueda del placer en circunstancias catalogadas anormales pero muy íntimas y sin mencionar repetidamente que lo que está sintiendo la protagonista es “erótico”. Al no estimular la imaginación intuitiva del lector cuando se presenta la descripción de lo estrictamente sexual, no hay espacio para la asimilación imaginada de texturas, insinuaciones, colores, la exacerbación de otros sentidos. Todo se queda a nivel fotográfico y voyerista.

Las relaciones de poder que sí se dan en la tranquilidad del dormitorio de las parejas, aquí se dan desde la perspectiva de un modo de vida del protagonista. Pero él no es transgresor, él sigue mandando en la cama tal y como manda a sus empleados de exitoso imperio comercial. Ken-plomo, no puede dejar de jugar su papel de niño rico. Al contrario de la Historia de “O”, donde la presencia masculina es fuerte por las demandas y etérea en su historia personal, casi fantasmal, 50 sombras... pone al centro al príncipe plomo y sus caprichos.

Hubiera sido más interesante para el lector, que con todo el poder que le da el dinero, Christian hubiese devenido en un cross dresser y así crear un conflicto. Un drama de varios mundos encontrados frente a los cuales la heroína tiene que definir su amor y atracción sexual.

Hay otros alcances dignos de resaltar en esta trilogía. El primero es obvio: dada la permisividad sexual de nuestros tiempos, quizá ahora se pueda intentar algo más en la privacidad del dormitorio de las parejas al presentarse el sado-masoquismo como juego sexual sin un carácter subterráneo. Por último, desde Octubre de este año se puede adquirir la música exquisita que la autora presenta en la novela. Sin embargo, como podemos notar, ambos logros, no son literarios.


*Luis Fernandez Zavala, Ph.D. vive en Santa Fe, New Mexico. Acaba de terminar su primer libro de historias cortas, El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas. luferza@gmail.com




[1]En USA, según el Centre for Decease Control and Prevention, 76 % de las mujeres entre 17-18 tienen sexo; el porcentaje es mayor en el grupo de 20 a 24 años (81 %). El grupo de edad de Anastasia. En Europa, Inglaterra tiene el porcentaje más alto de actividad sexual (40 %) del grupo femenino quinceañero.
[2]“Plomo” como  llamarían en Perú a alguien que es pesado y aburrido por lo perfecto que es.
[3]  Mientras que 75 %  de los hombres  siempre alcanzan el orgasmo, sólo 29 % de las mujeres lo obtienen durante el coito. Esto en circunstancias normales y no estresantes como la desvirginación. National Health and Social Life Survey. 

Recuerdos peligrosos (cuento) - Santiago Restrepo (1975) Colombia

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Salto del Tequendama, Cundinamarca, Colombia
(Foto FranciscoA. ZeaB.) 
Ferney Roldán trató con desespero de agarrase de algo pero solo encontró el vacío del Salto del Tequendama. Su cuerpo giró en el aire y vio alejarse las rocas oscuras de la pared. Era el fin, caía al abismo.

El pánico paralizó su sangre y su pensamiento.

Imágenes de su vida desfilaron como instantáneas frente a él:

Niños que corren tras unas tapas en una calle polvorienta al lado de un rancho de latas, desde donde su padre lo llama con los ojos bien abiertos y una correa en la mano.

La sonrisa temblorosa de su madre que lo invita a rezar junto a una veladora.

La gallada en el parque junto al poste de la luz y Yuliana que pasa por el andén en un vestido corto de flores y lo mira con ojos verdes que brillan entre trenzas negras.

El Flaco, en la puerta de su pieza, le entrega una bolsa llena de llaveros, collares y lápices “Made in China”. Objetos que levanta ensartados en un palo en un cruce del centro repleto de gente que camina sin cesar.

La mirada ansiosa de Yuliana que, con Jonathan en brazos y Kelly jugando a su lado, busca algo en sus manos vacías cuando él abre la puerta.

El abrazo del Flaco en el estrecho local rebosante de licuadoras, hornitos y secadoras. Los rostros sonrientes de Jota, Carepa y Pipe que alzan vasos plenos de ron.

Un barco con arrumes de cajas cerca de una playa donde esperan decenas de personas. Un fajo de dólares que sale de su bolsillo.

Kelly de blanco y Jonathan de negro en la iglesia del barrio.

Los fríjoles, el arroz, las tajadas de plátano de Yuliana.

Marisol que le sonríe, le pica el ojo y lo llama con el dedo hacia su escote y hacia el apartamento nuevo.

El rostro granuloso y serio del comprador de chaqueta de cuero que paga con decenas de billetes y luego le muestra una identificación de policía.

el escritor colombiano Santiago Restrepo
La cara de sorpresa del Flaco cuando le ponen las esposas.

Las miradas de odio del Flaco, Jota, Carepa y Pipe desde el banco de acusados hacia él, sentado entre dos fiscales.

La foto del Flaco en el periódico cuando sale sonriente de los juzgados con su abogado.

Brazos que lo sujetan y lo meten a la fuerza al baúl de un carro.

La casa vieja al borde de la carretera y al fondo el agua de la cascada. La mano del Flaco que empuja su pecho.

El abismo profundo que termina en una mancha borrosa de verdes y cafés.

Después un negro infinito.

Ahora, que abre los ojos, el blanco de las paredes lo deslumbra. Reposa sobre una cama. Lo invade el pánico y trata de levantarse. Pero el cuerpo le duele y no responde a sus órdenes.

Llora. Quiere una segunda oportunidad para rehacer su vida.

A lo mejor el Flaco lo dio por muerto. Pero… ¿y si lo está buscando?

La puerta del cuarto se abre.


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Cuento ganador en el Concurso de Cuento Generación – EL COLOMBIANO 2012. Fue publicado originalmente en el Magazín Generación, el suplemento dominical de ese periódico, el 14 de octubre de 2012.

Del autor: “Escribir ficción es mi vocación” dice el escritor y antropólogo colombiano Santiago Restrepo (1975). Antes de empezar a escribir, Restrepo estudió diferentes disciplinas de las ciencias sociales e idiomas. Ha trabajado como coordinador de relaciones internacionales, periodista y traductor. Vive en Bogotá. (Escribir Ficción)




Las metamorfosis del vampiro - Charles Baudelaire (1821-1867) France

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Charles-Pierre Baudelaire

La mujer nos decía, con su boca de fresa,
retorciéndose, cual serpiente en las brasas,
oprimiendo sus senos sobre el duro corsé,
estas palabras impregnadas de almizcle:
“Yo tengo el labio húmedo y conozco la ciencia
de perder en el fondo de un lecho la conciencia;
enjugo todo llanto en mis senos triunfantes
y hago reír a los viejos igual que a los infantes;
Sustituyo, para quien me contempla sin velos y desnuda,
a la luna, al sol, al cielo y las estrellas,
Soy, mi querido sabio, tan docta en los placeres,
cuando sofoco a un hombre en mis temibles brazos
o cuando a sus mordiscos abandono mi busto,
tímida y libertina, y frágil y robusta,
que sobre esos colchones que de emoción se pasman
los ángeles no podrían por menos de perderse por mí”.

Cuando hubo succionado de mis huesos la médula,
cuando lánguidamente me volví hacia ella
para darle mis besos, no vi otra cosa que
unos flancos viscosos, todos llenos de pus.
Cerré entonces mis ojos, con un frío espantoso,
y al abrirlos de nuevo al vivo resplandor,
junto a mí, en lugar del maniquí potente,
que parecía haberse provisto bien de sangre,
temblaban, muy confusos, residuos de esqueleto
que emitían ruidos como de una veleta
o de una bandera sobre un mástil de hierro,
que balancea el viento en las noches de invierno.


Foto: Cervantes@MileHighCity (2013)

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Bojeo sobre una antología: Poesía contemporánea del Japón

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—Gregory Zambrano—

La poesía japonesa y la tradición:
La palabra poética es la suma expresión de una lengua. Ella revela y oculta, sugiere y enmascara; se prestigia con sus sonoridades profundas y misteriosas, mientras va de lo más simple a la síntesis de lo más complejo. La poesía toca en las fibras sensibles  y hace que todo se perciba como misterio; se expresa en lenguas y culturas como concreción de la belleza o de lo sublime, y también de lo disonante, de lo oscuro y perturbador.

Así, la poesía japonesa no podía ser la excepción. Es producto de una tradición milenaria que se adquirió a partir de antiguas formas de expresión con que la cultura china fue incorporada en el archipiélago japonés, pero que se transformó según sus propias realidades. Ya lo decía Octavio Paz: “A pesar de la influencia de los clásicos chinos, la poesía nunca perdió, ni en los momentos de mayor postración, sus características: brevedad, claridad del dibujo, mágica condensación” ("Tres momentos de la literatura japonesa", 1954).

Pero esta poesía poco a poco se fue llenado de sus propios signos, afirmaciones y preguntas, ideas, paisajes y palabras nuevas. No se conformó con ser un simple arte imitativo sino que buscó sus propios caminos para estampar nuevas impresiones del mundo, y sobre todo, otras preguntas esenciales. Del kanshi, heredado de la China clásica, la expresión poética genuinamente japonesa comenzó con el tanka, y luego evolucionó al haiku, forma que se convirtió, desde el siglo XVII hasta hoy, en una admirable y prestigiosa manera de sintetizar el mundo en apenas 17 sílabas y tres versos: cinco, siete, cinco.

Pero ese molde también fue evolucionando y, hoy en día, se cultivan diversas formas de poesía no sólo para expresar sensaciones o captar instantes, sino también, todo un sistema de pensamiento enraizado en los valores y visiones del ser japonés. En este tránsito dilatado se han escrito memorables versos y se han expresado formas muy particulares de entender la relación del hombre con el misterio del tiempo, la divinidad y la naturaleza, entre otros temas.

La poesía japonesa, con todo y su larga tradición, sus nombres imprescindibles y sus signos característicos, configura un conjunto considerable de creaciones que sería muy difícil encerrar en unas cuantas categorías. Tal vez por ello, el haiku sigue siendo una forma prestigiosa de expresión que se ha retenido en la memoria colectiva. Y se cultiva con gran interés aún en nuestros días. Los cultores del haiku aprovechan los modernos canales de difusión masiva (como los de la prensa y la televisión) para dar a conocer su trabajo, el cual se hace en diversos clubes, donde poetas consumados y también aficionados se reúnen para hablar de poesía y compartir sus creaciones.

Pero ello, al mismo tiempo, encierra unos códigos que se tornan un reto para el lector, no sólo para el lector japonés acostumbrado al ritmo, las pausas y silencios en la expresión, sino para todo aquél que se aproxime motivado por los enigmas que guardan los ideogramas, los que se buscan develar en las traducciones. Los kanjis se trazan siguiendo un ritmo premeditado y se asocian a la naturaleza profundamente poética de sus misterios.

Aquí la poesía se hace huidiza, hermética, difícil. Para Occidente la lectura de la poesía japonesa siempre ha necesitado de unas formas de mediación, es decir, de traducciones  que permitan hallar los caminos que estén lo más cerca posible a los códigos de la lengua y de la cultura, más allá de equivalencias literales.

Y a esto apela la reciente edición de la antología Poesía contemporánea del Japón, publicada en Venezuela en 2011, gracias al Centro de Estudios de África y Asia, y a la Secretaría de la Universidad de Los Andes. Es un volumen organizado por los poetas Tetsuo Nakagami y Yutaka Hosono, que reúne a diez poetas: Kazuko Shiraishi, Ruriko Mizuno, Toriko Takarabe, Yutaka Hosono, Tetsuo Nakagami, Chuei Yagi, Shoichiro Aizawa, Masaki Ikei, Toshiko Hirata y Masayo Koike.

Hacia una poética personal:
Cada uno de estos autores, se sitúa frente a su tradición y, a su manera, expresa su visión del mundo, tal y como se afirma en el sucinto y revelador prólogo “Poesía del país de la lluvia: la particularidad y la universalidad de la poesía japonesa”, escrito por el poeta Tetsuo Nakagami, quien de una manera didáctica resume lo que ha sido la evolución de este género, desde sus antiguas raíces hasta nuestros días. Veamos entonces algunos elementos que ayudan a comprender la poesía de cada uno de los autores antologados:

Kazuko Shiraishi indaga en universos culturales de amplios registros; entre la historia y las incertidumbres del futuro vuelve a los símbolos eternos, como el de Ulises, el viajero impenitente, que tendrá siempre un hogar en el horizonte, pero que no puede regresar a él porque el país al que desea volver le está negado. Entre otros símbolos, éste representa el dilema del desterrado.

Ruriko Mizuno se sumerge en un universo mineral, cargado de anécdotas de la infancia; el mundo de la casa familiar, los alimentos llenos de frescura, los sueños de la niñez y la vida cotidiana donde los abuelos, su padre y su hermano forman parte del paisaje que habita en sus sueños repetidos, y que tanto quieren parecerse a la realidad.

Toriko Takarabe convierte la amarga experiencia de la guerra en un motivo para celebrar la vida; anécdotas que se confunden en la memoria, recuperan una infancia vivida entre refugiados, en la lejana Mongolia. Como aquella niña que evoca su poema, con la cabellera cortada al rape para que se confundiera entre los varones y estuviera a salvo de los hombres rapaces.

Yutaka Hosono transforma en materia de poesía sus sueños y deseos: el entorno familiar, el misterio de la noche o sus revelaciones, los hechos y lugares que dejaron huellas hondas en su memoria. En sus versos convergen la carnalidad de la pasión y el poder de la palabra, para fijar aquello que no por distante se ha desvanecido. La de Hosono es una poesía vivencial, llena de plasticidad, poseedora de un gran poder vivencial y sensorial.

Tetsuo Nakagami explora y hace suyos los motivos de la poesía beatnik, de la que se muestra deudor; las suyas son imágenes alucinantes, asociaciones temáticas de insólita plasticidad, que se ven como al trasluz de un cristal, y desafían la percepción de la realidad. Pero no sólo esto, también hay en sus versos historias íntimas, familiares, que alimentan su imaginación y hacen juego con sus audaces metáforas.

Chuei Yagi quiere ubicarse en un lugar de su tradición poética; lee desde sus metáforas autores de la poesía tradicional japonesa, pero no para reescribirlos sino para rendirles homenaje. Cambia sus símbolos y los convierte en su propia visión del mundo. Sus poemas quieren revivir, como si fuesen una tarjeta postal, todo cuanto pasa indetenible ante sus ojos; su mirada inquieta es como la de un pasajero que viaja en tren y desea, o necesita, hacer que el instante permanezca.

Shoichiro Aizawa mezcla los elementos de la vida cotidiana y los sazona con palabras. Su mundo poético se centra en la casa, la cocina y el arte culinario. Como un maestro de artes combinatorias de olores y sabores, ordena cada uno de los elementos de la casa y convive con ellos en una cálida tensión. Sus poemas acompañan el registro del día a día con cierto aire distraído, con el placer de sentirse dueño de su mundo íntimo, cálido y cotidiano.

Masaki Ikei descubre un universo de resonancias familiares en la relación amorosa con su hijos; su voz, o mejor dicho, el poder creador de su palabra, juega a recordar momentos en la compañía de los pequeños vástagos; sabe de la finitud del tiempo humano y algo les quiere dejar como enseñanza. Sus poemas son el testimonio de un hombre que mira con nostalgia su propia infancia.

Toshiko Hirata escribe una poesía creativa y desconcertante; suma las imágenes intensas del mundo que la rodea, y hace un juego de asociaciones sonoras; combina elementos de la infancia con los sueños, y de ellos emerge una certeza que borra la pasión o el amor irrealizado. El cuerpo sufriente, mutilado, le da la fuerza necesaria para asir su realidad y huir de las apariencias.

Masayo Koike construye sus poemas siguiendo unos modelos peculiares. Combina sus vivencias con las sonoridades de la tradición poética japonesa, especialmente la que se reconoce en el tanka. Mezcla los elementos de los juegos de azar tradicionales de Japón, y los nutre con sus vivencias; allí está la magia de su expresión. Su poesía pudiera resultar desconcertante si no se tienen en cuenta estos elementos, tan particulares como los juegos de naipes, presentes en la cultura japonesa desde tiempos antiguos.

Coda
La muestra que conforma esta antología Poesía contemporánea del Japón, fue posible gracias al interés y la colaboración de los compiladores, Tetsuo Nakagami y Yutaka Hosono, quienes hicieron la selección de los textos y le dieron forma a un conjunto de poemas que, como hemos podido advertir, son bastante singulares en sus orientaciones formales y temáticas. También jugó un papel preponderante para conformar el volumen, el equipo de traductores, conformado por Mutsuko Komai, Akiko Misumi, Ryukichi Terao y Kazunori Hamada, coordinados por la académica y traductora Ayako Saitou, de la Universidad de Tokio.

Poesía contemporánea del Japón se constituye en un valioso repertorio que da cuenta de los derroteros que la poesía ha ido siguiendo a través de varias generaciones de creadores en el país del Lejano Oriente. Este libro se constituye en una importante referencia editorial en vista de la limitada difusión que la poesía japonesa tiene en la lengua castellana, sobre todo considerando que ésta es una muestra traducida directamente del idioma japonés, lo cual impuso considerables retos a los traductores, que aquí dan muestra de su empeño y destreza.

Al mismo tiempo, este volumen es un testimonio del acercamiento que hermana a dos culturas y a dos pueblos —el japonés y el venezolano— que se expresan a través de la creación poética, la cual, como decíamos al comienzo de estas notas, representa la más pura expresión de una lengua y una cultura. Deseamos que la disfruten en todos sus alcances y valores.



Ficha bibliográfica:
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Tetsuo Nakagami y Yutaka Hosono, Poesía contemporánea del Japón(antología), Mérida, Venezuela, Universidad de Los Andes, Secretaría-Centro de Estudios de África y Asia “José Manuel Briceño Monzillo”, 2011, 148 págs.






El callejón de los milagros - Naguib Mahfouz (1911-2006) Egypt الخديوية المصرية

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—Alberto Hernández—


He nacido en los viejos barrios de El Cairo y los amo.
Pienso que en la base de la escritura hay una especie de amor,
por un lugar, por una gente, por un ideal. Estos barrios viejos
lo son todo para mí, como una esposa única...
Naguib Mahfouz a Salwa Al Neimi
Magazine Littéraire

1
He entrado a El Cairo a pesar de la música estridente del vecino (me tiene harto de malas rancheras, cantadas por sodomitas angustiados). He mirado con alegría las callejuelas empedradas. Los perros de la ciudad azotados por la arena.

Sin conocer Egipto tengo una idea del pensamiento del hombre de la capital. Naguib Mahfouz me ha conducido con maestría por cada mirada, cuerpo o gesto de sus personajes, construidos con extraordinaria paciencia. Cada rostro de Mahfouz es un mosaico de su país. Sintetiza en El callejón de los Milagros los vicios, virtudes y pasiones de un pueblo que hoy hemos comenzado a conocer.

(“Muchos son los detalles que lo proclaman: el callejón de Midaq fue una de las joyas de otros tiempos y actualmente es una de las rutilantes estrellas de la historia de El Cairo...”).

2
Mi vecino de edificio insiste en elevar el volumen del aparato de sonido (extraño es el café de Krisha lleno de la estridencia de Juan Gabriel, quien contorsiona las caderas en una imitación a la danza del vientre). El vecino de enfrente pega un alarido y cae al piso frente a su mujer que también bizquea de la borrachera. Yo sigo con Mahfouz.

3
La calle Sanadiqiya es la historia de El Cairo. Cerca de ella el núcleo que el escritor árabe utiliza para hacer el universo: el Callejón de Midaq. Confluye en conjunto de voces que no agotan las múltiples imágenes de los personajes.

Construir un personaje de novela obliga a un oficio, al de narrar. Se trata de un fabulador de conductas: Naguib Mahfouz. Cada capítulo es un retazo de acciones escalonadas: un paisaje envuelve al sujeto y éste a la vez organiza la visión de mundo del autor: personaje tan real que enceguece.

Rompe la tradición del tiempo y el espacio. Es notoria la presencia de un imaginario revelador. Si Sherezade contó para no dejar morir a su hermana, el Premio Nobel egipcio lo hace para preservar la memoria árabe: tener presente que su pueblo es una multiplicidad de caracteres y signos.

(“Los ruidos del día se habían apagado y se comenzaban a oír los del atardecer, susurros dispersos, un ‘Buenas noches a todos’ por aquí, un ‘Pasa, es la hora de la tertulia’ por allá. ‘¡Despierta, tío Kamil y cierra la tienda’, ‘¡Cambia el agua del narguile, Sanker!’, ‘¡Apaga el horno, Jaada!’, ‘Este hachís me duele en el pecho’. Cinco años de apagones y bombardeos es el precio que hemos de pagar por nuestros pecados”).

4
(Juan Gabriel me ha convertido en un idiota. He llegado a mi límite. Saco la cabeza por la ventana y grito la madre del vecino, quien sin inmutarse me saluda con la cordialidad y humor de su cantante).

5
El Cairo es un personaje. Un templo repleto de vocablos, intenciones, olores. Personaje que respira con el aliento del “hachís escondido”. Transpira en el pan de Jadada, en las mariconerías de Hussain Kirsha. Ovilla la coquetería miserable de Hamida, la ociosidad inútil del tío Kamil, la “sabiduría” de Booshy, la fabricación de mendigos de honorables y pingües profesiones. El jeque Darwish representa la vieja caricatura de la ensoñación.

6
El vecino, al fin, apaga el ruido y se sume en su propio callejón. El tío Kamil reclama su mortaja. Abbas se burla y el jeque sentencia:

“Has tenido suerte. La mortaja es el velo de la otra vida”.

Me gustaría decirle lo mismo a mi vecino, pero me encuentro en la última página de El Cairo y no quiero regresar.

(“Después, el interés de los vecinos del callejón se concentró en la familia de carniceros que fue a ocupar el piso de Booshy. La familia del carnicero consistía en su mujer, siete hijos y una chica muy hermosa de la que Huissain Kirsha dijo que era tan bonita como la luna en cuarto creciente...”).

A esta hora, cuando han pasado varios años de esta crónica, El Cairo se debate entre la vida o la muerte: es decir, entre seguir en dictadura o conocer la libertad. En algún rincón del antiguo callejón Naguib espera, atiende, respira su ausencia y se acerca a los eventos de las calles de su ciudad. Algo le dirán, porque lo están mirando.




نجيبمحفوظ



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cumpleaños, feliz? Señor William Burroughs (1914-1997) USA

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William Burroughs. Photo: William Coupon / Corbis
In my writing I am acting as a map maker, an explorer of psychic areas, a cosmonaut of inner space, and I see no point in exploring areas that have already been thoroughly surveyed.

(En lo que escribo actúo como un cartógrafo, un explorador de áreas psíquicas, un cosmonauta del espacio interior, y no veo la necesidad de explorar áreas que ya han sido ampliamente estudiadas).


Exdope addict William Burroughs in Beat Hotel
Photo: Loomis Dean./ Time & Life Pic / Getty Image
William Seward Burroughs (St.Louis, Missouri, 1914 – Lawrence, Kansas, 1997) fue algo más que un homosexual que se salvó de ser condenado por el asesinato de su segunda esposa, Joan Villmer, después de dispararle en la cabeza en Ciudad de México en 1951, jugando a “Guillermo Tell”.

Sin embargo, la misoginia, la misantropía y la drogadicción de William Burroughs dieron sabor a las obras literarias que hicieron de él una figura significativa en las letras norteamericanas del siglo XX.

Burroughs (L) and Jack Kerouac, New York, 1953
Photo by Allen Ginsberg - Corbis. 
Burroughs fue un novelista famoso, miembro predominante del movimiento Beat. Además, fue también llamado "el Padrino del Punk". Allen Ginsberg lo elogió diciendo que Burroughs era tan interesante, inteligente y sabio mundano que parecía como una especie de hombre intelectual espiritual de distinción.

Burroughs es uno de los pocos beats cuyos libros han permanecido en impresión. Su postura anárquica en su literatura fue crucial para el desarrollo de muchas subculturas del siglo XX (beats, hippies y punks).







traducción del inglés por John Montañez Cortez




Retazos para un país escrito de memoria - Venezuela

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—Alberto Hernández—

1
Sobre la misma tierra, como decía el novelista, nos queda mucho terreno que pisar.

Anormales —o más allá de la certeza de serlo—, lubricamos el discurso impelido por un país donde la locura cabe perfectamente en el final de un poema escrito por un personaje de Faulkner. Que nadie lo subestime, somos así, paranormales.

Todos los personajes de Gallegos eran la crisis que somos. Cada uno hizo de su parcela nacional un trozo de vergüenza, de decoro o de misterio. Más allá de la normalidad, nuestro novelista metió la mano en la carne podrida de un país que no termina de saberse Nación. De allí que aún, a esta altura del siglo, seamos el acento de esos personajes. Son nuestra representación.

Rómulo Gallegos
2
La mano junto al muro revisa el horizonte donde no queda lugar para pensar. Somos un país extraño, demasiado pequeño para lo grande que nos creemos. Nos deslizamos con placer sobre la brasa de un parloteo incesante. Paranormales, no sabemos si ser reales o un invento clásico de nuestra desmesura.

Merecemos una crítica a nuestros enfermos asuntos. Una mujer, una prostituta, roza la piel de un hombre que la busca. Era aquella costa la visitada por el turismo sexual que bajaba de los mercantes y yates provenientes del resto de la tierra. La miseria nos tatuaba a diario. El novelista, Guillermo Meneses, sólo nos dibujó en el vicio, en la traición, en el descuido, en la arrogancia de quienes nos dieron la sangre de hoy. Eso hemos sido, una mano sucia contra un muro derruido.

Adriano González León
(Valera 1931- Caracas 2008)
3
País portátil que nos lleva de lado y lado.

Líquidos bajo el plomo de una guerra de verbos gastados, terminamos en la penúltima página de una novela premiada. Adriano González León nos introdujo en la maleta de una historia donde la violencia nos arrojó a muchos años de atraso, los mismos que hoy nos apuntan con el hierro de marcar reses.
“Por entre los eucaliptos de la vieja estación venían ellos: verdes, amenazantes, con metralletas y fusiles. De nuevo se iniciaron las carreras, los empujones, el retroceso al cerro”. Esa ha sido nuestra historia, un retroceso hacia el cerro, hacia la pobreza, hacia la violencia, hacia el dolor, hacia nuestra más autóctona estupidez.

4
Las historias de la calle Lincoln se han quedado en la piel reseca del olvido. La mano que la escribió es la artritis de un duende que camina entre botellas e indigentes tirados en las calles de la gran ciudad. La mendicidad tiene sentido muchas veces. Carlos Noguera parece haber olvidado los rincones de Sabana Grande, el Callejón de la Puñalada, los placeres con aquellos que lo acompañaron, los que hoy son sombra y olvido. Aquel país metido en la Lincoln se ha desdibujado. El autor pasó a ser parte de lo que confirmaba como antiestético.

5
Cien años de soledad para quienes despertaron frente al dinosaurio y no supieron que los edificios de la gran ciudad no regaban cagarrutas en los parques del mundo. Gabriel García Márquez regresa a su viejo lar. En el pueblo que lo vio nacer sólo quedan los huesos de los monstruos prehistóricos que se han instalado en nuestro patio doméstico.

Salvador Garmendia
(Barquisimeto 1928 - Caracas 2001)
6
Varios títulos encerrados en una biblioteca que sólo una sola mano podrá extraer escondido de Los pequeños seres. Salvador Garmendiasupo retratarlos, hacerlos la parte que nos toca, la que somos realmente, esa oscura materia que transita por las calles entrenada por la desidia, la maledicencia y la celebración repentina. Somos seres anónimos con la pretensión de pasar a la historia subidos en las ancas de un caballo. Somos simples seres manipulables, hechos con papel maché y alambres para ser movidos en un escenario de sonámbulos.

7
“Cuando en los lomos del siglo veintiuno el llano, MdeJ., tío Ricardo, la tía Trina y la perra Anémona, lloren una vez más ante la muerte aparente del desierto: Yo, Rey de los Chigüires, no dejaré huellas en las arenas de mi reinado”. Así empieza Palabreus, de José Vicente Abreu. Y comienza como se comienza un siglo decadente como éste que nos ha tocado. Un siglo donde caballos, asnos, perros y orangutanes han resucitado para regresarnos al desierto, donde no quedarán huellas, marcas o pivotes para decir que se estuvo allí. Sólo algunas palabras, algunos sonidos huecos, algunas groserías.

Victoria de Stefano
8
Victoria de Stefano desató la memoria. En La noche llama a la nochehizo de la novela un personaje. Noveló la novela, la cabalgó con personajes que aún suben y bajan las escaleras de un país romántico, asido de la nostalgia. No se detuvo en el andamiaje aunque le dio cuerpo con huesos firmes. Una novela del país que ella vivió con la densidad de los gritos y susurros de aquellos días de los años sesenta.

Ese país, el dibujado aquí, el siempre a la orilla de un precipicio, no aprendió la lección. No entendió el cuento de Monterroso. O como dibujó alguien por allí: el dinosaurio no nos entendió, en la creencia de que quien trazaba la hora menguada estaba en el Paraíso. Y de lejos veía a los demonios, vestidos con el traje de un tiranosaurio rex de metal.

Denzil Romero (1938-1999)
9
Lo dijo Manuel Bermúdez en el pórtico que abrió en El invencionero de Denzil Romero: “El lector... va a tener la dicha de ver la reconstrucción de paraísos derribados por el tiempo”, y no falló el dictum de quien vio y leyó este país, porque Bermúdez y Romero lo pasearon, lo tuvieron al alcance de sus reflexiones, lo amasaron con manos amorosas y lo dejaron para que otros le siguieran los pasos. Sin embargo, la invención de país, la invención de esta anécdota, sigue siendo un estadio alucinante. Nada de lo que nos queda se puede decir que nos pertenece. Estamos de paso sobre el filo de un cuento, como en la saliva del tonto de la novela de Faulkner.

10
“Por El Valle del Lucero no se va a ninguna parte”, excelente entrada para leer Los caballos de la cólera, donde Eduardo Casanovanos vierte completos. Novela paisaje humano en el que destaca una tierra de espanto y miedo, crímenes y desolación. Un boceto de país que nos arrastra y nos ahoga. “Tierra pisada con dolor de siglos”, dice el autor. Los personajes recorren todas las páginas y se salen de ellas para someternos a las lecciones de una realidad emergente, tiesa, como el cuero aquel, como la porfía del poema hecho cantata, como una marca en la frente. Son los caballos de la ira, los del apocalipsis, los de las tantas escaramuzas que se convirtieron luego en una épica enfermiza.

Israel Centeno (Caracas 1958)
11
Israel Centeno parece venir de las sombras. Acosado por tantos personajes, ha recreado un país, el que carga a diario en cualquier parte del mundo. Criaturas de la noche lo empuja a decir de los extraños que se mueven en la niebla y corren hacia la luz en búsqueda de cómplices. La soledad los aturde, los hace innecesarios. Caracas es un cuento de miedo. En el Ávila alguien siempre espera. No sabemos.

12
Hay tantas tierras y una sola. En La otra isla hay siempre una sola isla, aunque Coche y Cubagua se peleen el derecho a ser llamadas como la Isla Madre. Francisco Suniaga la ha descubierto para este país que no termina de decirse como tal. Una navegación literaria que abarca los sueños y la realidad bajo el intenso sol testigo de un crimen. La noche también la vio a la orilla de la playa, desnuda y con algunos signos para investigar. La muerte, lo forense, nos ha hecho socios del miedo.

Federico Vegas Pérez (Caracas 1950)
13
Un libro de notas. Un tomo que compendia un país, lo dibuja con sangre, con pólvora, con las huellas digitales de un grupo de hombres cuyo apellido era Falke. Federico Vegas lo traduce desde el presente, desde el ADN de un pariente que dejó su cuerpo, la piel y sus huesos, en medio de la invasión, aquella de la década de los 20 del siglo XX. Una historia en libretas, entregadas el 13 de julio de 1929, un poco antes de aquella fallida aventura, como las tantas procuradas en esta tierra de ya poca gracia.

14
Aquí está un final, Los invencibles, de Rodrigo Blanco Calderón, un libro ciudad que calca la rutina, los pasos de unos personajes agitados por el fracaso, los sueños, la invención, lo fantástico, suerte de pelotica de goma con guante profesional. Una línea de trabajo que ofrece el país de casi todos los días.



Diez preguntas al escritor Israel Centeno (Caracas, 1958)

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–por John Montañez Cortez–

Foto ©Laura Morales Balza
“Pido un trago de Caldas con Coca-Cola y desestimo con un
gesto los improperios de Pichita Karina. Se pierde algo más que una
apuesta cuando la pierna débil baila sola. ¡La caballerosidad y los
huevos! –me grita–. No jugó mi zurda. Al menos no pensé en la
jugada. La adversidad es una ejecución inapelable.”
Israel Centeno
Lady in black – Según pasan los años
  

Sólo diez preguntas al autor de la excelente novela Bajo las hojas (Alfaguara, Caracas, 2010), o del grupo de cuentos –su último libro– Según pasan los años (Sudaquia Editores, New York, 2012), un autor cuyos escritos ya han sido publicados en importantes editoriales, no serían suficientes.

Hoy por hoy, Israel Centeno –Caracas, 1958– es uno de los principales narradores venezolanos y una de las voces más sugestivas en Latinoamérica.

En un artículo titulado Repaso a la narrativa de Israel Centeno–revista cultural destiempos.com, octubre/noviembre 2009, año 4, número 22, México, D.F.–, el profesor universitario, editor y escritor venezolano Valmore Muñoz Arteaga, no pudo haberlo definido mejor; y cito: “En la actual narrativa venezolana, la obra de Israel Centeno se asoma como una de las más originales y más sólidas. Una obra que mezcla acertadamente géneros narrativos aún menospreciados por la crítica como la novela negra y el erotismo, uniéndolos en un ambiente de violencia y caos en donde los rasgos más oscuros de la modernidad vienen torciendo el cuello al hombre, haciéndolo –ahora más que nunca– un ser para la muerte. Quizás por eso se ha transformado, casi unánimemente, en una referencia obligatoria entre los escritores más jóvenes de una Venezuela devorada por el mismo caos que ella engendró”.

De muchos talentos, y con una capacidad creativa asombrosa, Centeno es poeta, narrador, crítico, profesor, prestigioso editor por muchos años, traductor y promotor de la literatura hispanoamericana. Estudió Dramaturgia en la Escola d’Actors de Barcelona, España. Ha representado a su país en eventos literarios internacionales y ha sido premiado tanto en Venezuela como en España.

Foto © Andy Prisbylla
Entre sus novelas podemos destacar Calletania (Monte Ávila, Caracas,1992, Premio CONAC y reeditada en España en 2008 por la Editorial Periférica), Criaturas de la noche (Alfaguara Venezuela, 2000) o Bengala (Norma Venezuela, 2005). En 1996, la sucursal venezolana de la editorial Planeta publicó en un solo volumen dos novelas, Hilo de cometa y otras iniciaciones. Actualmente reside en la ciudad de Pittsburgh, Pennsylvania, como escritor residente de City of Asylum.

Cervantes@MileHighCity ha tenido la oportunidad de entrevistarlo:


JMC: ¿Cómo definirías a Israel Centeno?
IC: Es difícil definirse uno mismo, siempre puedes hacerlo mal, carecer de objetividad para ello. Fundamentalmente, soy un escritor obsesionado por contar historias, por contarlas bien, cautivado por las formas y las posibilidades estéticas para expresarse a través de la palabra. He pasado toda mi vida muy terco, apegado a estos criterios de riesgo y búsqueda estética, soy intranquilo en eso.

JMC: ¿Cómo surge Israel Centeno como escritor?
IC: Leía mucho, siempre, desde pequeño. Leía todo lo que me caía en las manos, no solamente ficción. He leído tanto que me he olvidado de muchas de las cosas que he leído, o ellas se han incorporado en esa memoria compleja que pierde categorías al convertirse en bagaje. Están allí, a veces abandonadas y de repente surgen como la gracia. Al leer me sentía motivado a querer escribir mis cosas, pero en realidad luego de mi primera juventud, inmersa en muchos conflictos y un viaje de año y medio a Europa, en Barcelona (España) me di cuenta de que lo que quería hacer en la vida, o con mi vida era escribir, involucrarme con el proceso, lectura, invención, reinvención, deleite, trampas, todas esas cosas que van con uno cada vez que uno se sienta frente a la pantalla en blanco o frente a algo en blanco a tratar de llenarlo con tiempo, con movimiento y tiempo.

Foto: Editorial Periférica
JMC: ¿Qué autores te han influenciado? ¿Qué leías?
IC: ¡Imagínate! Al principio leí los clásicos, en esas ediciones baratas de Bruguera… me leí temprano los Diálogos de Platón, mezclados con Los Poseídos y Crimen y Castigo de Dostoievski, y así, entrelacé clásicos hasta llegar a la literatura contemporánea. Leí a los autores de lo que llaman el boom latinoamericano.
Entre mis influencias o mis lecturas principales, están El Proceso de Franz Kafka, Ulisses de James Joyce, La Mano junto al Muro, de Guillermo Meneses, Jorge Luis Borges, Oswaldo Trejo, José Napoleón Oropeza, Renato Rodríguez, Las Mil y una Noches, El Quijote, Tirant lo Blanc, Juan Carlos Onetti, Maupassant, Flaubert y la saga artúrica, Juan Marsé, José Donoso, Teresa de La Parra, La Habana para un Infante Difunto y Tres Tristes Tigres, de Guillermo Cabrera Infante, Virginia Woolf, Joseph Conrad, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, y todos los cuentos de Cortázar, sobre todo los de Bestiario, los contrasto frecuentemente con el imaginario fantástico de Ednodio Quintero, otro gran narrador latinoamericano. Debo puntualizar entre mis influencias que vienen de la poesía, a T.S.Elliot, José Antonio Ramos Sucre, Andrés Eloy Blanco, Eugenio Montejo, Rafael Cadenas, César Vallejo, John Woolworth, el poema clásico Gilgamesh, La Biblia, sobre todo los libros sapienciales, las principales tragedias griegas… Safo, y bueno, la obra de Shakespeare… es inútil, siento que a estas alturas de mi vida estoy dejando de lado muchas lecturas importantes. Tómese esto como un intento ligero de inventariar influencias.

JMC: Has trabajado muchos géneros. ¿Dónde te sientes más cómodo a la hora de escribir?
IC: En la narrativa.

Foto: Ediciones Generales, Caracas
JMC: Háblanos de tu experiencia como editor y traductor.
IC: Es complicado. En cuanto a la edición, las circunstancias tuvieron que ver más que la vocación. A estas alturas, creo que uno debe dedicarse a una de las dos cosas, escribir o editar,  porque ambas podrían entrar en conflicto. Sin embargo, no pontifico al respecto, a veces es necesario hacerlo y eso fue lo que sucedió conmigo, hay gente que puede manejar y equilibrar las dos cosas. En cuanto a la traducción, llegué a ella por la propuesta de mi editor en España, Julián Rodríguez Marco.

JMC: En una oportunidad Juan Rulfo dijo, “Los problemas sociales se pueden plantear de una manera artística. Es difícil evadir de una obra el problema social, porque surgen estados conflictivos, que obligan al escritor a desarrollarlo”. ¿Piensas que esto, en parte, definiría tu literatura?
IC: Nadie escapa de esta circunstancia. El escritor pertenece a un momento, a un tiempo en particular. Sin ellos no existe ninguna trascendencia. Los temas sociales son historia. Cómo podríamos narrar sin historia? Sin embargo, no necesariamente estas cosas deben presentarse de manera explícita, subrayada, panfletaria.

Foto por Israel Centeno
JMC: ¿En tu opinión, que diferencias has encontrado el ser un escritor latino en Estados Unidos a serlo en tu país?

IC: En mi país todo el mundo es latino, lo quiera o no. Aquí formo parte de la primera “gran minoría”. Acá probablemente tendré que vencer las barreras idiomáticas o encontrar la manera de colocar mi obra en el mundo hispanohablante de los Estados Unidos, que es vasto. En mi país a veces el problema radicaba, desde hace un tiempo, en estas exclusiones que no tienen que ver con la raza o esas cosas, más bien tienes que luchar con el tema de la exclusión por conciencia, por pensar diferente. Hay algo que en Venezuela no se perdona hoy en día: la independencia de criterio. Sistemáticamente, desde el poder, y a veces lamentablemente desde otros ángulos. Hemos ido ganando conciencia de ghetto.

En Estados Unidos escribo mucho más consciente de mi lengua, sus recursos formales y su capacidad para significar todo lo que deseo contar, o expresar estéticamente. Escribo sabiendo que no tengo una editorial esperando por mi trabajo, bueno, en Venezuela sucedía lo mismo, pero acá la sensación pesa aún más. Escribo al contraste con otras lenguas y eso siempre es bueno.

JMC: ¿Cómo definirías la realidad actual de la literatura contemporánea latinoamericana? ¿Algún autor, o autores, latinoamericanos que en tu opinión destacan en este ámbito?

Es una literatura mucho más libre, por ejemplo ya no se tiene que escribir de tal cual manera, mostrar mundos maravillosos, o descubrirnos a otro mundo, siempre más culto y atento. Me interesa lo que escriben Horacio Castellanos Moya, Yuri Herrera y Edmundo Paz Soldán. Igual, podría cada quien extender su lista, y aparecerá la pluralidad.

Alfaguara. ©2010, Editorial Santillana S.A.
JMC: ¿Te atreverías a recomendar algún libro, o escritor, en particular?
IC: ¿Venezolano? Me gustaría recomendar a algunos autores venezolanos porque a veces se tiende a evadir este tema, con el pretexto de que podríamos obviar a alguien y herir susceptibilidades. Y sí, eso ocurre. Siempre cabe la posibilidad, en eso no tiene nada que ver la estima y el interés. Sencillamente se escapan. El asunto es que hay que comenzar a nombrarnos, a hacernos atractivos y señalarnos como algo existente, que no cabe en un rápido inventario, asunto que invita a los investigadores a indagar en esta pluralidad extensa y compleja. Como te decía, la literatura latinoamericana es diversa y eso se refleja también en lo que se está haciendo en Venezuela. Voy a nombrar a tres o cuatro y dejar abiertas las posibilidades para que cada quien busque en ese territorio virgen y rico que podría resultar la literatura venezolana. Contemporáneos: Rubi Guerra, tome al azar cualquiera de sus libros, nunca se sentirá defraudado. Las novelas policiales de Eloi Yagûe, no pase por alto los libros de Juan Carlos Méndez Guédez, particularmente el Libro de Esther y Tarde con Campanas, no deje de leer sus cuentos. Oscar Marcano y Juan Carlos Chirinos. Tenemos dos escritoras maravillosas, escandalosamente jóvenes y geniales: Liliana Lara y Enza García Arreaza, creo que estas narradoras están haciendo la diferencia al escribir, pero para no emitir más juicio de valor, me voy con otra pequeña lista sin acotaciones: Fedosy Santaella, Roberto Echeto, Héctor Torres, Rodrigo Blanco Calderón, Salvador Fleján, Eduardo Sánchez Rugeles, Gustavo Valle, Keila Vall De La Ville y como dije, investigue, que encontrará cosas buenas, una primera novela de José Urreola, el nombre de Lesbia Quintero y muchos etcéteras. Detrás de estos autores, nombro con bastante orgullo a Victoria de Estéfano, Silda Cordoliani, Ana Teresa Torres, Antonieta Madrid, Milagros Mata Gil, Ednodio Quintero, José Napoleón Oropeza; Eduardo Liendo y aquí aplica lo mismo: investigue sobre esta gran tradición que cabalgamos y continuará agregando nombres. La lista terminará siendo larga y controversial.
La literatura venezolana no es ni mejor ni peor que ninguna otra, Es. Tiene una tradición. Falta ponerla en el mapa.

Foto: PopCityMedia.com, Pittsburgh
JMC: Para terminar ¿Alguna anécdota jocosa, o interesante, que quisieras compartir con nuestros lectores?
IC: No tengo anécdotas jocosas, he intentado reinventarlas todas a través de la ficción. Además algunas de ellas son divinamente privadas.

Muchas gracias Israel por esta valiosa oportunidad…



John Montañez Cortez - Febrero de 2013









Chimayó: Peregrinación USA a la española - Santa Fe, New Mexico

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–Luis Fernández Zavala*–
Buscando el perdón antes de llegar - Santa Fe, NM, USA


Cada año durante la Semana Santa católica, especialmente jueves y viernes santo, más de treinta mil personas de todo el mundo, principalmente latinos, hacen una peregrinación hasta el Santuario de Chimayó, cerca de Santa Fe, la capital de New Mexico.


Esta es la única peregrinación católica de tal magnitud en los Estados Unidos. Los peregrinos llegan al Santuario a pie, a caballo, en motocicletas, en automóviles de los low riders y hasta en patines. La gente carga cruces, imágenes religiosas, rosarios y biblias durante su caminata, mientras agradecidos voluntarios –probablemente aquellos que recibieron algún milagro– ofrecen agua y frutas gratis a los peregrinos.


Algunos caminantes vienen desde Albuquerque, a noventa millas del Santuario. Los peregrinos que asocian el sacrifico con los milagros caminan doce horas o más, mientras otros menos afectos al sacrificio, parquean sus carros muy cerca para sólo caminar una ahora. Todos tienen en mente llegar y recoger la “tierrita santa de Chimayó” a la que le atribuyen poderes curativos y milagrosos. Cada año se mueven entre veinte y treinta toneladas de tierra para mantener “activo” el pocito santo.


Curiosamente, Chimayó ya era un lugar sagrado para los nativos antes de la llegada de los españoles. En 1810, los colonos españoles cristianizaron este lugar para ellos construyendo una capilla dedicada al cristo Negro de Esquipulas (Guatemala). Tanto en Chimayó como en Esquipulas se le atribuye poderes curativos a la tierra que se saca de la capilla. La muestra de ese poder milagroso se puede ver en la cantidad de muletas y notas de agradecimiento acumuladas en el cuarto adyacente al pocito milagroso de Chimayó.


Santuario Chimayó - Santa Fe, NM, USA 
Yo personalmente, sin ser católico practicante, he hecho la peregrinación cuatro veces. Algunas de ellas con amigos judíos. Porque al final, es un acto de fe y la fe puede mover montañas, especialmente si así lo deciden treinta mil peregrinos.



Fotografías: Luis Fernández-Zavala, de la Serie Caminata a Chimayó, 2000.
Técnica utilizada: Fotos pintadas a mano.





Hulk y la Inmaculada Toalla - Santa Fe, NM, USA



*Luis Fernandez Zavala, Ph.D. vive en Santa Fe, New Mexico. Acaba de terminar su primer libro de historias cortas, El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas  luferza@gmail.com



Pequeña biografía de un indeseable - Jacinta Escudos (El Salvador, 1961)

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Jacinta Escudos
-por John Montañez Cortez-


“Lina Miranda no se arrepentía de sus
pecados. Lo único que en el fondo resentía era que
yo no fuera hijo de Mauricio Campos, quien le
daba un sexo más gozado, más animal.”
Pequeña biografía de un indeseable
Jacinta Escudos


I
No cabe la menor duda, ese muchacho Miranda, como todo buen protagonista en primera persona narrativa, nos cuenta sus sentimientos; podemos saber sus pensamientos y puntos de vista de una forma real, cruda, salvaje.

El escritor, crítico literario y profesor guatemalteco, José Mejía, escogió Pequeña biografía de un indeseable, para su muy acertada antología Los centroamericanos, antología de cuentos(Alfaguara, Editorial Santillana, S.A., Ciudad de Guatemala, Guatemala, 2002), precisamente por su originalidad e intensa imaginación demostrada en el manejo del personaje principal.

En efecto, la escritora salvadoreña Jacinta Escudos -San Salvador, El Salvador, 1961-, despliega todo su talento experimentando con técnicas y formas literarias intencionales donde sitúa su trabajo en las posibilidades de la apertura y su relación entre el yo y el espacio.



II
Pequeña biografía de un indeseable  -de su primer libro- es una narración biográfica detallada de una concepción fortuita calificada de error, un embarazo no deseado, rechazo, y hasta una acción contra natura: ser repudiado y literalmente tirado en una letrina por tu propia madre.

“No sé qué pudo pensar aquella mujer en ese momento, sólo sé que sus manos me soltaron y que caí literalmente en medio de todas las cochinadas de la familia.”

El indeseablecreció con los abuelos, ignorante de los pecados de su madre, la libidinosa Lina Miranda. Todo fue revelado de sopetón cuando, a los trece años de edad, un borracho gritó su historia secreta, el secreto de su propia existencia. Huyó de su casa, se cambió de nombre y se fue a la ciudad, donde la realidad de la violencia y el crimen son las únicas herramientas de subsistencia.


“Aprendí a hacer de todo: abro carros, bolseo a la gente en los buses, arranco cadenas a veces. Ahora están de moda la droga y el cambio de dólares.”

El desenlace de este relato corto desemboca en un final que definitivamente hace reflexionar, traspasa la piel, es casi un aforismo:
“No me importa nada. No le temo a nadie. Nadie puede ser superior a este muchacho que, desde el primer día de nacido, triunfó sobre la mierda y la muerte.”




III
La autora de A-B-Sudario, publicada por Alfaguara, es una escritora disciplinada, llena de talento y energía. Es capaz de escribir en cualquier parte, siempre que sea junto a una ventana viendo un jardín rebosante de plantas, pero eso sí, en absoluto silencio.
 “Un artista se puede desarrollar en cualquier parte, incluso en un desierto. No son las condiciones exteriores las que determinan que uno sea o no artista y que uno crezca y se desarrolle como tal, sino la voluntad y el talento personal.” dice.



Escudos, aparte de haber cultivado los géneros de novela, cuento, poesía, crónica y ensayo, también ha trabajado en la actuación y las artes plásticas. Fue escritora residente de la fundación Heinrich Böll Haus, en Alemania y de La Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs, en Francia. Ha sido galardonada con varios premios literarios, entre ellos los X Juegos Florales de El Salvador en 2001 y el I Premio Centroamericano de Novela “Mario Monteforte Toledo” en 2003. Ha sido traducida al inglés, alemán y francés; su obra ha aparecido en diversas antologías de América Latina, Estados Unidos y Europa.

Entre sus publicaciones destacan: Crónicas para sentimentales (F&G Editores de Guatemala, 2010), El Diablo sabe mi nombre (Uruk editores, Costa Rica, 2008), A-B-Sudario (Alfaguara, 2003), Felicidad Doméstica y otras cosas aterradoras (2002), El Desencanto (2001) y Cuentos Sucios (1997).

Jacinta Escudos vive en El Salvador y escribe para diferentes medios de prensa centroamericanos, también mantiene el interesantísimo blog Jacintario, no dejen de visitarlo: (http://jescudos.wordpress.com/).





El daguerrotipo del deseo - Foto y erotismo: orgasmos del mismo tiempo

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—por Alberto Hernández—

Stéphanie, Macau, 2002, by Dahmane
(Dahmane.com)
1
Una foto desleída revela la carrera de unos muchachos desnudos hacia unos matorrales. El autor de la imagen —jamás registrada por cámara alguna— es del novelista francés Georges Bataille. La aventura se desliza preciosamente en las páginas de Historia del ojo, obra maestra de la literatura erótica. Bataille, surrealista de vocación, era también ferviente admirador de las gráficas donde los cuerpos y los olores del cuerpo se advierten a través del movimiento y el jadeo. Las fotos y dibujos bien logrados llevan sonidos, ruidos y certezas en los que la naturaleza humana, la naturaleza del deseo, es la protagonista.

Por supuesto, la imagen del autor galo suele reconocerse en la lectura de su prosa, como un engaño, o como la osadía de quien inicia un capítulo con esta travesura: “A partir de entonces, Simone adquirió la manía de romper huevos con el culo”, mientras —como lectores— volteamos la tapa del libro y vemos el rostro diabólicamente angelical de Simone. Eso no deja de provocar en nuestro bajo vientre alguna pasión erectiva. O un simulacro de crucifixión eucarística.

El pecado, el arrebato místico, las miradas inocentes o la presencia de Dios en la sudoración cutánea, forman parte de eso que solemos definir como erotismo. El hombre es vehículo de la obscenidad porque la mujer es sujeto de nuestros afectos y defectos. Nadie que se haya visto en un espejo haciendo el amor rompe el vidrio donde se refleja. O lanza la primera piedra cuando descubre un hilo de sorpresas en los pliegues o abotonaduras de los labios animosos de una Fanny Hill. La carnadura del goce, del deseo convertido en acción criminal, en el buen sentido de la lucha amorosa, en la tardanza de la penetración, con la mirada vidriosa, endulzada por el soslayo ocular, decúbito, hacia el espejo: superficie que espía en la totalidad de su ojo inocente. En esa escena del azogue está la foto de nosotros, en grupo, caballunos, asnales y asmáticos, en la entrepiernas de la eternidad.

2 
Aldo Pellegrini, escritor argentino que abre los fuegos en el libro Pornografía y obscenidad, donde Lawrence y Miller comparten almohadas literarias, dice: “La obscenidad designa una manifestación que se desarrolla en el plano social, y abarca el terreno del lenguaje, del gesto, de la expresión”, trípode con que sostenemos este trabajo, que más que labor agobiante es un disfrute para despertar los líquidos feudales. Y digo, sin rubor, líquidos feudales, porque el deseo, con o sin obscenidad, es la emisión deliciosa de los ríos y mares de nuestra patria erótica, el cuerpo y el alma, la vida y la muerte, patrimonios que designan las únicas propiedades verdaderas. No olvidemos la tragedia de aquellas mujeres que pasaban por la cama del señor feudal antes de ser parte del sueño de un matrimonio que, a la larga, resultaba castrado. Así, muerto porque, como señala Pellegrini: “Un falso erotismo sin amor constituye la base de la pornografía, y se presenta asociado a la fealdad. Tampoco el erotismo constituye una caricatura de la sexualidad”. Bien, sin rasgar vestiduras, sin embargo, el deseo, ese gusano sin control, reside en el pecado, en ese sabroso momento en que palabra y acción vulgarizan la carne. O la sacralizan, pero esa es otra discusión. De allí que la fotografía sea eso, un acto a veces incontrolado, fallido, de la entrega. Un orgasmo fabricado con las manos, con los líquidos que no se tocan porque desacralizan la piel, a oscuras en la cámara silenciosa e íntima del laboratorio (cuando éste existía, ahora ocurre frente a la computadora), suavizado con una luz roja como en aquellos santuarios donde nació el amor tarifado, el encargo sexual y el devaneo o desajuste de los sentidos. Una foto, y más si se trata del género donde el lenguaje es el cuerpo femenino, es la propuesta codificada del deseo. Tras la intención, la resequedad de la boca, la presión en las sienes y el abultamiento de la entrepierna, con la sudoración inminente, esa que nos guía hacia la autocomplacencia o al regusto del cuerpo que nos espera veleta abierta, brisa de los mares en la cama, en el rincón más discreto de la casa o en la imaginación de las arenas del desierto.

3
En la portada sagrada de Frivolidades parisinas, fotografía erótica hacia 1920, una muchacha de ojos vacunos, aislados por el sepia del tiempo, nos mira a la cara. La mano derecha reposa —objeto cercano, objeto medio— en los bulbos de las nalgas. La mano, reproducción icónica, referente de la realidad, que es la mano de todas las muchachas que son capaces de mostrarse así, no es, si se quiere, la mano de la muchacha que se toca el trasero, porque la mirada nos dice, aún traicionando el punto de vista del fotógrafo: “Pon la tuya aquí, entrometido, voyerista, méteme mano y hunde tu dedo de ginecólogo en mis humedades, en las estrías celestiales de este rito de encajes y sedas, sinuosidades y deseos”. Por supuesto, de allí en adelante no parece extraña la presencia de Bruno Braquehais, Roberto Doisneau, August Belloc, Willi Warstat, Eduard Fuehs, todos protagonistas de la Historia ilustrada de la moral, aquel fascinante compendio de voces, cuerpos retraídos, vulvas incesantes: Europa en una ilimitada locura sáfica, apolínea y elegante en las que sólo bastaba la punta de la lengua y el glande de las disipasiones culturales.

Fotos todas reunidas como apostillas a las gráficas de desnudos y al retrato erótico del siglo XIX y de comienzos del XX. En ese mismo inventario aparece Henry Miller, autocalificado el “americano cochino que soy”, aturdido de emociones y papeles en una pensión de Clichy. Larga historia que Benedickt Taschen ofrece en una desenfrenada relación pasional que rubrican Michael Koetzle y Uwe Scheid.

El ser humano es voyerista. O como se dice en venezolano, buceador. O para pronunciarlo como en aquellos tiempos románticos y onanistas de la adolescencia: busca picón, ayudado por el espejito para retratarnos en la cámara negra de alguna ausencia. En esta etapa la masturbación también era una fotografía. Pobre Marilyn Monroe, María Félix. O alguna Shakira de la época. Las conejitas de Playboy, las azafatas de las revistas inocentes. O la cocinera, muchacha de mandado de la casa del vecino. O la misma muchacha que nos miraba desde alguna ventana a medio cerrar. Todas, congeladas en una gráfica que la memoria conserva intacta y reproduce en cualquier texto de Dziga Vertov, páginas del cine que recogían la intimidad de una puesta en escena. Aún no andaba por la barriada de nuestra imaginación el loco Salvador Dalí.

4 
El fisgón, personaje exquisito de la literatura española, como el buscón o el simulador, siempre tiene una ventana por donde atisbar cuerpos desnudos, desatar los botones o bajar el cierre de estos tiempos de pantalones menos traumáticos. El “voyerista”, a quien atribuyen todos los males de nuestras sociedadeshembristas, es un experto en deseo. No tanto en belleza, en el erotismo oculto que posteriormente el cine, pero más la fotografía, nos ha revelado.

Kiki de Montparnasse by Man Ray
Fisgones como Man Ray, que se hizo el Kiki de Montparnasse, célebre modelo parisina de sólo veinte años, como Dios manda, porque la carne es fresca y amorosa, uno de los favores recibidos del afecto, así como los actos de Ray eran de entrega a la gráfica. Modelo de las locuras de Dalí fue Nusch Eluard, también resumida por Man Ray en su bitácora de cuerpos en cueros. Amante de Picasso, Dora Maar, recogida por la cámara del Man; Meret Oppenheim, Juliet Browner, entre otras, mitificadas, como las modelos de Belloc por allá en 1854, relamidamente románticas, envueltas por una luz disecada, pero en la que la gracia de la imagen —precisamente— estaba en dejar entrever un deseo que era colectivo. Que se hace plural. Todos queremos tener una aventura con aquellas mujeres que sólo son imágenes, pero que son reconstruidas en cada entrega real, en cada madrugada y trasnocho. Para el mismo Man Ray “una imagen de por sí no significa nada”, sin embargo, para el espectador es la ilusión, el sesgo animal, al tratarse de imágenes eróticas. Mientras esto dice Ray, Paul Strand agrega que “fotografía y realidad parecen ser una pareja indisociable no sólo en la historia de la reproducción icónica. El realismo icónico se halla anidado en el hacer mismo de los fotógrafos”, propuesta de Strand que embarga una cercanía, una relación en la que se observa el desarrollo hormonal del negativo expuesto a la luz de los descubrimientos, semiótica del acople, eyaculación del diafragma, el mismo obturador como esfínter de la imagen.

Foto por Félix-Jacques Moulin
5 
La elegancia del desnudo. La modernidad del pubis. El filtro/laboratorio de la imagen. El deseo de la actualidad. La lisura perfecta, la erección con mirada de ángel terrible. El meato ritual del siempre hacia adentro y hacia afuera. El ojo sin malicia, mientras —más abajo— entre pieles de bestias santificadas por la moda, el sexo, esa gruta de laberínticos tauros, ágora y santuario, brújula y testarudo y revolucionario, también fotografiado. Es Dahmane, otro logro recopilador de Taschen. La perversión de la elegancia erótica ya no reposa, en este ciclo, en el desnudo primitivo. Desnudas, sí, las mujeres, pero acompañadas de una escenografía que hace más artístico, extrínsecamente, el intento. Es como desarraigar el prehistórico ojo del cuerpo en cueros, a secas. Aunque no hay nada más hermoso que un cuerpo femenino, solitario, abandonado, abierto como verdura fresca, a la espera de la más sublime tensión carnal. En el caso de Dahmane nos vemos en la burguesa ornamentación/tentación de un gato que olisquea perfumes y riquezas, aunque convenimos en adivinar su fino olfato para detectar los olores del sexo, mientras la piel y la vulva se adocenan entre medias de extraña tersura, alfombras persas de sorprendente magia aerodinámica, rotundas y frescas representaciones de adoquines, escaleras, pisos eléctricos, espejos/espías, puertas artísticas, sillas y arquitectura, tacones y pantaletas, muslos y rodillas, sacrificio de Sísifo hacia los senos, la delgada e impúdica desnudez frente a los arcos eróticos de Nuestra Señora de París.

Abundosas pelambres, pubis deslumbrantes desde la Tour Eiffel, el Centro Simón Bolívar o desde la puerta de mi casa, desde la cual imagino batallas sexuales en los aviones que surcan el cielo. O un cuerpo acostado sobre un puente. Grafitis: una mano que se toca el sexo mientras los versículos traducen el día de una ciudad alocada en la mirada del rey Salomón.

Las nalgas son el universo gemelo de un laberinto. Con las manos la mujer se desliza el pantalón a rayas mientras el tren pasa. O el semáforo aturde la paciencia de los conductores. Todo esto ocurre, no en una escuela de periodismo. Pasa en calles, bares y esquinas. La imagen, definitivamente, es la salvación. O la palabra que se contiene en ella. No puede haber amor sin alguna palabra pegada de la oreja, o declarar que ellas andan por dentro, en un émbolo de sombras. Pero la moda, el vestido o el derrape de encajes y tejidos descubre la vulva de una elegante que recorre la muerte del deseo. Con esos trajes ostentosos, llenos de bombachas y simulaciones, el sexo podría ser una propuesta erótica, pero a veces la mercancía pasa por barata, y entonces el engaño, el blue jean o la falda ancha son frustración, como la foto velada. Porque si detrás de la fina opacidad está la frívola o frígida turgencia, entonces la erección podría ser demasiado salón, filosofía y poesía de la mala, tentación sin el diablo, simple fotografía que no invita a pecar.

Coryne, le Drouant, Paris, 1988
by Dahmane (Dahmane.com)
    
Una mujer se agacha y defeca. Imagen fea, que denigra de la imagen femenina. Pero es natural. No la imagen, la postura, el hecho mismo. Repetir esta realidad agrede la imagen en el papel. Pero si la imagen es la de una mujer con la pompa de Dios tocando los pétalos de un jardín, entonces la cuestión es distinta. Una mujer en un ascensor, desnuda y provocadora, es un sismo en la cara y más abajo. Una mujer desnuda, ataviada de novia: sólo las rodillas indican la gala de la ceremonia, representa un matrimonio perfecto, aunque irreal: la infidelidad, los cuernos y el dolor serán presencia también perfecta, amarga, pero la imagen, intemporal, existe y es de Dahmane. El registro erótico de nuestros tiempos, el pecado en un laboratorio de fotografía. La economía neoliberal de la vulva de nuestra modernidad. El deseo está oculto, allí, en el lugar que todos sabemos.

6 
Retomo las viejas imágenes. Regreso a la cultura, a esa borrosa y testimonial expectativa. Daguerrotipos, Lumière y auto de fe. Cartas astrales de los orgasmos del siglo pasado y los perdidos en éste que ya supera una década. Ya Belloc es clásico. Jacques Moulin nos responde con dos carnigones encendidos en una V de vaca y labial, con cámara frontal y manchas de líquidos en el encuadre.

Foto por Louis Camille d'Olivier
Louis Camille d’Olivier en sus modelos, unas gordas, otras pálidas, retocadas, sentadas en la ironía de la invitación. O aquella damisela que se regodea en el espejo, mientras de espalas ella misma se ve en los ojos del espectador lascivo. Richbourg y las fotos en serie, en una clara alusión cinematográfica. William Thompson y sus tigresas anémicas, rescatadas en una película de granos invisibles, de lamparones en el negativo. El tiempo ha hecho su trabajo. Retocadas, maquilladas, safriscas de ayer, anónimas muchas: una muchacha vulgar, con cara de hetaira barata, le abre las nalgas a otra que acomoda la cara en la almohada. Tiene ojos de ternera sacrificada. Nos vemos en esa pupila roja, húmeda, ciclópea, y surge la pregunta: ¿quién fotografía a quién? La vulva, entretejida y ahora abierta, es una vieja cámara de pata del fetichismo, en contraposición a los retratos abiertos, panorámicos, odaliscos y clásicos de Carl Heinrich Stratz.

Cámara vulvar versus cámara fotográfica. Ojos frontales, enfrentados. Líquidos, fijadores de deseos. ¿Cómo se portó el ojo del fotógrafo? ¿Qué punto de vista asumió en el instante en que el cuerpo de la mujer abierta sacudió el universo con un orgasmo? ¿Es el ojo del sexo multiplicador de imágenes?

La maja desnuda, Museo del Prado, Madrid
circa 1797-1800, by Goya
Una mujer es tibia, suave, molino de viento en las caderas. La foto de una mujer desnuda es tibia, suave, molino de viento en la imaginación.
La desnudez femenina ha promovido muchas reflexiones. Ya no es la pobre Maja Desnuda, ese salto goyesco, la que nos interroga con la mirada seductora y cabaretera de la Gioconda. Cualquier pintor, fotógrafo o poeta, una artista, puede imaginarle los muslos, los senos y hasta los glúteos a la Gioconda. Probablemente no oculten nada. O no tengan nada que ofrecer. Un reto fallido. La fotografía de la Gioconda a cuerpo entero podría ser una gran decepción.

Verte desnuda es un libro que reúne diez voces de la literatura ibérica. Cada escritor fue llamado para tratar una parte del cuerpo femenino. Por gusto personal me sumo al tema de Francisco Umbral: Elogio y memoria de los glúteos. De ellos dice: “La fascinación del culo femenino no puede ser otra, para mí, que ésa: los glúteos son un lujo de la Naturaleza, mera sexualidad, una llamada de la especie, no sé. Hay mujeres de culo plano que, naturalmente, realizan todas las funciones vitales y sexuales como las otras. Así como los pechos son funcionales, nutricios, el culo es pura gratuidad, equivale a la cola desplegada del pavo real, a un mero signo de sexualidad. Y a partir de aquí podría estudiarse toda la gestualidad del culo”. El voyerista busca los movimientos y volúmenes de las nalgas. Para nadie puede ser un secreto el hecho de que las mujeres tienen dos puntos de vista. Las tetas, los senos, las pechugas. Dos promontorios de espionaje que nos hacen mirarlos y desearlos con pecado. Todo culo es fotografiable, como todo seno. Todo bamboleo de los glúteos es un espectáculo que los fotógrafos, cineastas, dibujantes o pintores han tratado más que las naturalezas muertas. El culo es una naturaleza viva, masticable, terriblemente conspiradora. Siempre estará aquí, en la cabeza, como para mover de postura al Pensador del Rodin.

Francisco (Paco) Umbral
Y triunfa, finalmente, el voyerismo, en los registros y calcos de la Belle Époque, con marca casi comercial desimili verre, vidrio repetidor del daguerrotipo. Pierre Louÿs, Agelou, Mante y Goldschmidt, y en nuestra cercana tierra de aforismos y poesía sin pernocta: Jean Camille Duprat, M. X., Yves Richard rompiendo con la cronología en la que el deseo y la eyaculación orgásmica, la imagen rescatada, la alusión a los cuerpos ausentes y urgentes confirman hoy, el hoy de la docilidad, el hoy de sólo la mirada y la caricia rápida, toda una antología del desnudo, de la porno/erotografía universal.

De los cuerpos, en mente. Del deseo, el montecito de Venus. Y para cerrar con seguro obturador, la carnalidad de una imagen vital: “Teta, la que en la mano quepa”, como dice el refranero. O para gusto más íntimo, de la mano de una mujer, sus ansias. Que después nos hacemos las fotos.




La influencia kafkiana: metamorfosis, absurdo e inspiración

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—por John Montañez Cortez—

Franz Kafka (1883-1924)
El mundo paradójico y visceral de Franz Kafka, por años, ha sido de gran interés para los expertos y catedráticos, tanto en el aspecto literario como en el psicológico del celebérrimo autor checoslovaco. Para muchos escritores no pudo haber sido de otra manera:

El Nobel de 1982, Gabriel García Márquez, en su libro autobiográfico Vivir para contarla—Grupo Editorial Random House Mondadori, Barcelona, España, 2002—, narra su primera experiencia con La metamorfosis:
Vega [Domingo Manuel] llegó una noche con tres libros que acababa de comprar, y me prestó uno al azar, como lo hacía a menudo para ayudarme a dormir. Pero esa vez logró todo lo contrario: nunca más volví a dormir con la placidez de antes. El libro era La metamorfosis de Franz Kafka, en la falsa traducción de Borges publicada por la editorial Losada de Buenos Aires, que definió un camino nuevo para mi vida desde la primera línea, y que hoy es una de las divisas grandes de la literatura universal: «Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un monstruoso insecto».

Edimat Libros, Madrid
Por su parte, Tina de Alarcón, tradujo Die verwandlung—título oiginal—, para Edimat Libros, Madrid, 2003, de la siguiente manera:
«Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana de su inquieto sueño, se encontró en la cama, convertido en un insecto gigante». La misma Tina de Alarcón nos recuerda que Kafka escribió La metamorfosis en diciembre de 1912 —fue publicada en 1915 en Leipzig—, el período más exaltadamente creador de su vida, en la época en que se decidió su destino como hombre y como escritor. Al terminar la segunda guerra mundial, gracias al entusiasmo que por esta novela experimentaron los franceses André Breton, Jean Paul Sartre y Albert Camus, irónicamente, fue editada primero en francés e inglés, antes que en alemán, su lengua original.

Max Brod (1884-1968) Foto Three Lions/Getty
El amigo y albacea de Kafka, Max Brod, siempre dejó claro que también existe un punto central en la obra kafkiana: “La responsabilidad hacia la familia”. Esta es la clave de las historias cortas como La metamorfosis, La condena y El desaparecido, para muchos el detalle principal en otras de sus obras.

Mario Vargas Llosa nos expone en su ensayo Cartas a un joven novelista—Editorial Planeta, Barcelona, España, 1997— que existen novelas donde el cambio súbito de sexo del personaje principal provoca una mudanza cualitativa en todo lo narrativo, moviendo a éste de un plano que parecía hasta entonces “realista” a otro, imaginario y aun fantástico. En este caso, la muda es un cráter, un hecho central del cuerpo narrativo, un episodio de máxima concentración de vivencias que contagia todo el entorno de un atributo que no parecía tener. No es el caso de La metamorfosis de Kafka, donde el hecho prodigioso, la transformación del pobre Gregorio Samsa en una horrible cucaracha, tiene lugar en la primera frase de la historia, lo que instala a ésta, desde el principio, en lo fantástico.

Kafka
En las páginas de un libro maravilloso, el cual considero, en lo personal, como uno de los mejores ensayos en idioma español, La verdad de las mentiras—Alfaguara Argentina, 2002—, Vargas Llosa, una vez más, nos ilumina con su escrito, a propósito de Kafka. Considera que existen tres obras maestras en el género de novelas cortas: La muerte en Veneciade Thomas Mann, La muerte de Ivan Ilichde Tolstoi y La metamorfosis de Kafka. Pocas han logrado esa economía de medios y perfección artística en la historia de la literatura. Comparten la excelencia formal, lo fascinante de su anécdota y, sobre todo, la casi infinita irradiación de asociaciones, simbolismos y ecos que el relato va generando en el ánimo del lector.

Hasta la lectura de Kafka es paradójica. Carlos Fuentes, en un artículo publicado por La nación, México, 2004, nos cuenta:
‘¿Has leído a Kafka?’ —me preguntó Milán Kundera— ‘Por supuesto’ —le contesto— ‘creo que es el escritor indispensable del siglo veinte’. Kundera sonríe socarronamente. ‘¿Lo has leído en alemán?’ ‘No.’ ‘Entonces no has leído a Kafka.’

Comoquiera que sea pienso que todo el que lea La metamorfosis quedará afectado. Ya no será el mismo lector de siempre. Lo dijo el propio Kafka en un aforismo suyo que leí en el extraordinario ensayo Alfabetosdel escritor italiano Claudio Magris:
“Un libro debe golpear como un puñetazo, dejar una huella profunda, cambiar —aunque sea imperceptiblemente— la vida del lector”.







Cuento: Lo que sólo uno escucha, por José Revueltas Sánchez (México 1914-1976)

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Para Rosa Castro

José Revueltas
La mano derecha, humilde, pero como si prolongase aún el mágico impulso, descendió con suma tranquilidad a tiempo de que el arco describía en el aire una suave parábola. Eran evidentes la actitud de pleno descanso, de feliz desahogo y cierta escondida sensación de victoria y dominio, aunque todo ello se expresara como con timidez y vergüenza, como con miedo a destruir algún íntimo sortilegio o de disipar algún secretísimo diálogo interior a la vez muy hondo y muy puro. La otra mano permaneció inmóvil sobre el diapasón, también víctima del hechizo y la alegría, igualmente atenta a no romper el minuto sagrado, y sus dedos parecían no atreverse a recobrar la posición ordinaria, fijos de estupor, quietos a causa del milagro.

Aquello era increíble, mas con todo, la expresión del rostro de Rafael mostrábase singularmente paradójica y absurda. Una sonrisa tonta vagaba por sus labios y se diría que de pronto iba a llorar de agradecimiento, de lamentable humildad.

—No puede ser, no es cierto; es demasiado hermoso —balbuceó presa de una agitación extraña y enfermiza. Apartó el violín de bajo su barbilla y oprimiéndolo luego con el codo, la mano izquierda libre y sin que la otra abandonase el arco, se puso a examinar ambas flexionando ridículamente los dedos, una y otra vez, como si los quisiera desembarazar de un calambre—. No puedo creerlo, es demasiado —repitió.

Después de las amargas incertidumbres, hoy era como si las tinieblas de la duda se hubieran disipado para siempre. Su mano izquierda se había conducido con destreza, seguridad e iniciativa extraordinarias; supo ir, de la primera a la séptima posiciones, no sólo por cuanto a lo que la partitura indicaba, sino sobre todo, por cuanto a la inquietud de descubrir nuevos matices y enriquecer el timbre mediante la selección de cuerdas que el propio compositor no había señalado. En esta forma periodos opacos cobraron una brillantez súbita; las frases banales, un patetismo arrebatador y todo aquello que ya era de por sí profundo y noble se elevó a una espléndida y altiva grandeza. Por lo que hace a los sonidos simultáneos —que fueron su más atroz pesadilla en el Conservatorio—, le fue posible alcanzar no sólo las terceras, sino todas las décimas de doble cuerda, aun cuando éstas siempre se le habían dificultado grandemente a causa de la torpe digitación. La mano derecha, a su vez, se condujo con exactitud y precisión prodigiosas al encontrar y obtener, cuando se requería para ello, el punto de la escala propio o el color más inesperado de la encordadura, ya aproximándose o alejándose del puente, ya con el uso del arco entero o sólo del talón o la punta, según lo pidiese el fraseo. O finalmente, con el ataque individual de cada sonido en el alegre y juvenil stacatto o con el brioso y reidor saltando. A causa de todo eso la impresión de conjunto resultó de una intensidad conmovedora y los sentimientos que la música expresaba, la bondad, el amor, la angustia, la esperanza, la serenidad del alma, surgieron libres, radiantes y jubilosos como un canto sobrenatural y lleno de misterio.

“Ahora cambiará todo —se dijo Rafael después de haberse escuchado—; será todo distinto. Todo cambiará.” Sonreía hacia algo muy interior de sí mismo y por eso su rostro mostraba un aire estúpido. Era imposible darse cuenta si un fantástico dios nacía en lo más hondo de su ser o si un oscuro ángel malo y potente se combinaba en turbia forma con ese dios.

Caminó en dirección de la mesa cubierta con un mantel de hule roñoso, y en el negro y deteriorado estuche que sobre ella descasaba guardó el violín después de cubrirlo con un paño verde. Llamaron su atención las figuras del mantel, infinita y depresivamente repetidas en cada una de las porciones que lo componían. “Todo cambiará, todo”, se repitió, y advirtió que ahora esa frase se refería al mantel. Cuántas veces no hubiera deseado cambiarlo, pero cuántas, también, no se guardaba ni siquiera de formular este deseo frente a su mujer, tan pobre, tan delgada y tan llena de palabras que no se atrevía a pronunciar jamás. Eran unas tercas figuras de volatineros sin sentido, inmóviles, inhumanos, que se arrojaban unos a otros doce círculos de color a guisa de los globos de cristal que los volatineros reales se arrojan en las ferias.

“Hasta esto mismo, hasta este mantel cambiará”, finalizó sin detenerse a considerar lo prosaico de su empeño —cuando lo embargaban en contraste tan elevadas emociones— y sin que la vaga y penosa sonrisa se esfumara de sus labios.

No quería sentirse feliz, no quería desatar, sacrílegamente, esa dicha que iluminaba su espíritu. Algo indecible se le había revelado, mas era preciso callar porque tal revelación era un secreto infinito.

Nuevamente se miró las manos y otra vez se sintió muy pequeño, como si esas manos no fueran suyas. “Es demasiado hermoso, no puede ser. Pero ahora todo cambiará, gracias a Dios.” Lo indecible de que nadie hubiera escuchado su ejecución, y que él, que él solo sobre la tierra, fuera su propio testigo, sin nadie más.

—Parece como si tuvieras fiebre; tus ojos no son naturales —le dijo su mujer a la hora de la comida. No era eso lo que quería decirle, sin embargo. Querría haberle dicho, pero no pudo, que su mirada era demasiado sumisa y llena de bondad, que sus ojos tenían una indulgencia y una resignación aterradoras.

—¿Estás enfermo? —preguntaron a coro y con ansiedad los niños. Rafael no respondió sino con su sonrisa lastimera y lejana.

“No les diré una palabra. Lo que me ocurre es como un pecado que no se puede confesar.” Y al decirse esto, Rafael sintió un tremendo impulso de ponerse en pie y dar a su mujer un beso en la frente, pero lo detuvo la idea de que aquello le causaría alarma.

Ella lo miró con una atención cargada de presentimientos. Ahora lo veía más encorvado y más viejo, pero con ese brillo humilde en los ojos y esa dulzura torpe en los labios que eran como un índice extraño, como un augurio sin nombre. “Es un anuncio de la muerte. No puede ser sino la muerte. Pero, ¿cómo decírselo? ¿Cómo darle consuelo? ¿Cómo prepararlo para el pavoroso instante?”

Hubiera querido, ella también, tomar aquella pobre cabeza entre sus manos, besarla y unirse al fugitivo espíritu que animaba en su cuerpo. Pero no existían las palabras directas, graves y verdaderas, sino apenas sustituciones espantosas mientras toda comunicación profunda entre sus dos ánimas se había roto ya.

—Descansa hoy, Rafael —dijo en un tono maternal y cargado de ternura—; no vayas al trabajo. Esas funciones tan pesadas terminarán por agotarte —lo dijo por decir. Otras eran las cosas que bullían dentro de ella. Pensaba en el tristísimo trabajo de su marido, como ejecutante en una miserable orquesta de cantina-restaurante, y en que, sin embargo, eso también iba a concluir. “Quédate a morir —hubiera dicho con todo su corazón—, te veo en el umbral de la muerte. Quédate a que te acompañemos hasta el último suspiro. A que recemos y lloremos por ti…”

Rafael clavó una mirada por fin alegre en su mujer, al grado que ésta experimentó una inquietud y un sobresalto angustiosos. “¿Podría entenderme —pensó Rafael— si le dijera lo que hoy ha ocurrido? ¿Si le dijera que he consumado la hazaña más grande que pueda imaginarse?”

Al formularse estas preguntas no pudo menos que reconstruir los extraordinarios momentos que vivió al ejecutar la fantástica sonata, un poco antes de que su mujer y sus hijos regresaran. Los trémolos, patéticos y graves, vibraban en el espacio con limpidez y diafanidad sin ejemplo, los acordes se sucedían en las más dichosas y transparentes combinaciones, los arpegios eran ágiles y llenos de juventud. Todo lo mejor de la tierra se daba cita en aquella música; las más bellas y fecundas ideas elevábanse del espíritu y el violín era como un instrumento mágico destinado a consumar las más altas comuniones.

“No puedo creerlo aún”, se dijo mirándose las manos como si no le pertenecieran. Se sentía a cada instante más menudo, más humilde, más infinitamente menor dentro de la grandeza sin par de la vida. Quiso tranquilizar a su mujer al mirarla aprensiva e inquieta:

—Todo será nuevo —exclamó—, hermoso y nuevo para siempre.

—Es la maldita bebida —dijo la mujer por lo bajo mientras un terrible rictus le distorsionaba la cara alargándole uno de los ojos—. El maldito y aborrecible alcohol. Tarde o temprano iba a suceder esto…

Condujo entonces a Rafael, sin que éste, al contrario de lo que podría esperarse, protestara, al camastro que les servía de lecho.

Luego hizo que los niños, de rodillas, circundaran a su padre, y unos segundos después, dirigido por ella, se elevó un lúgubre coro de preces y jaculatorias por la eterna salvación del hombre que acababa de entregar el alma al Señor.





(Cuentos Mexicanos, Antología; Santillana Ediciones Generales, S.A. de C.V., 2004; México, D.F.; © “Lo que sólo uno escucha”, en Dormir en tierra, José Revueltas, 1971, Ediciones Era, S.A. de C.V.; transcrito por John Montañez Cortez, New Haven, Connecticut, 7 de agosto de 2013.)




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