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País de Jauja de Edgardo Rivera Martínez: Jauja No es Macondo

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—por Luis Fernández-Zavala, Ph.D. (*)—

“Pero el acto más maduro y arriesgado
de Rivera Martínez es haber construido
una Jauja utópica, que en muchos sentidos
desafía la gravedad histórica y se reclama,
sin decirlo jamás, como territorio cabal
de la fantasía”.
Guillermo Niño de Guzmán,
Márgenes Nº15, 1996.

País de Jauja (Peisa, 1997) ha tenido ya cuatro ediciones desde su primera edición en 1993, fue finalista en el concurso literario Rómulo Gallegos de 1995 y ha sido considerada por algunos críticos como la mejor novela peruana de la década de los 90. Edgardo Rivera Martínez, autor jaujino, tiene una producción literaria inmensa con 33 libros publicados entre 1963 al 2012. Se ha desempeñado como profesor de Literatura en la Universidad Mayor de San Marcos y ha sido miembro de la Academia Peruana de la Lengua.

Nuestra primera reacción a esta novela de 548 páginas ha sido encontrar una abundancia de detalles que inmiscuye al lector rápidamente en el paisaje andino, sus mitos y folklore. La novedad es que esto se hace a través de la voz de un muchacho de dieciséis años, de clase media, narrado en segunda persona y citando su diario personal. A esto habría que añadirle las constantes referencias y paralelos que el protagonista hace sobre sus lecturas de los clásicos griegos, (Homero, Eurípides) y la realidad jaujina que él vive.

Tú evocaste la imagen de Elena Oyanguren, y la plácida expresión de su rostro, tan diferente de la Elena Homérica.

Abelardo me dijo que había leído Medea, pieza de Eurípides, y que le habían impresionado mucho los pasajes finales. Y me leyó el desenlace, en que Medea se aparece en su carro mágico jalado por dragones, que no eran otra cosa que serpientes aladas y terribles. Me dijo, después: <<Dos amarus, en los aires de la Grecia mítica, ¿te imaginas?>>

Te acordaste de la Ilíada, y en especial de un epíteto de Agamenón, y se te ocurrió una variante, que sin querer susurraste: Metríades, pastor de muertos…

El paralelismo referencial entre la cultura clásica y la andina va apareciendo conforme entran en acción los habitantes pueblerinos de Jauja. Por ejemplo, un peluquero que se ufana de su manejo del latín, unas tías viejas y solteronas a las que Claudio verá como protagonistas de una típica tragedia griega de amor, incesto y muerte. Cuando los personajes jaujinosno tienen una cualidad referida a un personaje de la Iíada, bastará mencionar el nombre griego para establecer la conexión. Es obvio que el autor es poseedor de un basto conocimiento de la literatura clásica y no se cansa de exponerla a través de la voz de Claudio.

La trama se desarrolla en Jauja durante un verano de 1945, cuando Claudio sale de vacaciones del colegio y termina cuando está ya matriculado y listo para iniciar el año escolar. Durante este tiempo, el adolescente  descubre secretos de su familia, se enamora dulzonamente de su cholita, hija de un trabajador minero, se ve impactado por la belleza citadina de Elena Oyanguren (ojos verdes y tez blanca) que pasa sus días en Jauja recuperándose de tuberculosis, tiene su primera relación sexual con una viuda del pueblo y por último, logra tocar una pieza clásica y otra andina en el órgano antiguo de la iglesia de Jauja durante una misa cantada por un barítono turco (otro paciente recuperándose de tuberculosis).

Claudio no es un joven común y corriente, ni Jauja (la isla feliz) es una ciudad serrana más en la época del gamonalismo y la oligarquía terrateniente; el joven hace mataperradas inocentonas, y la ciudad no es perfecta: hay un policía abusivo y pedante, un cura fanático, unas viejas chismosas, existen desigualdades sociales pero “atenuadas”, y en general, el lector tiene la sensación que Claudio y Jauja son casi perfectos, “donde conviven gentes muy diversas y se llevan bien a pesar de todo”. Pareciera que el autor nos quisiera decir que los juajinosson especiales porque integran sincréticamente lo mejor de la cultura andina y clásica occidental. Las tradiciones, mezcla de panteísmo andino y catolicismo, sus habitantes simples en su quehacer cotidiano, pero siempre con algo de intelectual y mesiánico, la aceptación al mismo nivel de la música culta occidental (Mozart, Bach) y los huaynos, los mitos griegos y los mitos andinos, estarían creando una “patria diferente”, el país de Jauja.

Si el lector busca un protagonismo de la provincia serrana, aquí podría encontrar una ficción apropiada, manejada como un postal turística donde lo feo es bonito y el desarrollo del adolescente se presenta sin tensiones malévolas. Es decir, Jauja no es Macondo y ser adolescente en este paraíso perdido es hablar como adulto respetuoso perteneciendo a una familia feliz.



(*) autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas, Pukiyari 2014. Disponible en Amazon.com, Barnes & Noble, Peruebooks y Allá en Santa Fe, New Mexico.






ROPAJE: Significación y sentido

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ROPAJE: Significación y sentido

-por José Ygnacio Ochoa-

El libro titulado Ropaje (2012) de Ediciones Presagios, México es una creación ejecutada, elaborada o re-creada por Alberto Hernández y Alberto H. Cobo. Sí, así como suena. Alberto Hernández tiene la responsabilidad de escribir los poemas y Alberto H. Cobo tiene la responsabilidad de toda la fotografía. El Alberto de muchos años recorridos, el que descompone e inventa mundos posibles e imposibles, el de Stravagnaza, el de Poética del desatino, Puertas de Galinas, El Sollozo absurdo, Crónicas del olvido y pare usted de contar, el Alberto que, sin temor a equivocarnos escribe aunque no escriba, escribe cuando sueña porque el sueño es ensueño y es escritura para él. Es el poeta de la palabra y el otro Alberto el de la pupila aguda, el poeta de las imágenes, el Alberto que sugiere, el Alberto con el cliquear en el párpado. Estos dos Alberto, estos dos seres se unen para darle corpus a una mirada con ángulos, no sé si isósceles o equiláteros, quizás escalenos pues no existen lados ni ángulos iguales aunque sí existe una unidad en el libro. No sé si cóncavos o convexos según la mirada, desde dentro o desde afuera. En lo que sí coincidimos es que son imágenes que se traducen en Piel, título del primer poema del libro y con subtítulo ejercicio para retornar a una mujer:

Nos hace en la medida del deseo
Crece con nosotros,
Nos descubre:

Somos piel en el tacto del juicio,
En la pérdida de la memoria.

Si hablo de la tuya,
designo con el miedo los poros que te siembran.

La palabra piel en singular aparece en 25 oportunidades en todo el libro y solo en una ocasión en plural. La palabra piel en singular porque es la mujer quien descubre al poeta y al fotógrafo, los une pues es una suerte de totalidad que arropa a dos ilusos reincidentes en su afán de contemplación. Podríamos especular en este instante es una suerte de liberación del poeta y del fotógrafo por la imagen que representa la mujer. Ella, la mujer está contenida en las quince fotos en blanco y negro de Alberto H. Cobo, quince poses, quince imágenes que recorren los recovecos, rincones y siluetas de una mujer húmeda, seca, de pie, acostada, de espaldas, arrodillada con sus pezones ávidos, sus poros vivos, ella abierta en su plena contradicción. No existen víctimas, ni injurias, ni blasfemias, es la verdad de una existencia contenida en 59 poemas, 12 en la primera y 47 en la segunda parte. Palabras como: vulva, nalgas, ombligo, lengua, piernas, vientre, pezones, boca, labios, muslos, talones, dedos entraman una diálogo infinito.

Bebo de tu boca el silencio en que no cabes.
Muerdo la insistencia de tu sudor,
La cuerda floja de cada movimiento que ejecutas:

Soy el que tú buscas y a cada rato encuentras…

Alberto Hernández.foto:Alberto H.Cobo


La reiteración de la palabra desnuda/desnudo/desnudos/desnudarte/desnúdame es utilizada por el poeta en once ocasiones en todo el libro a ello debemos sumarle las 15 fotos-imágenes que ilustran el poemario, aclaramos no es un simple inventario de cómo se usa una palabra y sus variantes en todo caso lo que se aspira es resaltar la condición o atmósfera del libro, a dónde nos conduce el poeta-fotógrafo, hacia dónde nos ubica con el manejo de la palabra y su co-existencia. La palabra en este caso es el elemento unificador entre lo evocado, lo presente y el devenir materializado con la mujer desnuda ante la oscuridad, la claridad o ante la nada. Es la voz del poeta quien significa una idea o una realidad.

El sentido erótico está dado por las imágenes de cada fotografía y por la sencillez de la palabra. La voz del poeta Alberto Hernández se deja llevar por el pezón izquierdoo el pezón derecho o por la vulva silenciosa o cada trozo de cuerpo de tu carne qué más da y si no es así dímelo Alberto por favor, pero dímelo ya. En Los poemas de amor te descubres:

Los poemas de amor deberían andar desnudos.
Los poemas de amor deberían morderse entre ellos.

Un poema de amor es un cuerpo herido
Un trozo de emergencia.
Un poema de amor disloca la alegría
Y es el preámbulo de todos los tropiezos.

Los poemas de amor se descalzan y corren tras la locura.
A veces la cursilería los abruma

La mayoría de las veces la cursilería los abruma y los destroza.

No hay como un cuerpo desnudo
Para hacerle frente a un poema de amor.

Tzvetan Todorov plantea que “la significación es una especie se sentido fundamental de la palabra…se dice de la palabra considerada en sí misma, como signo, el sentido se dice de la palabra considerada en cuanto a su efecto en el espíritu, entendida como debe serlo…” Alberto Hernández devela la significación-sentido de la palabra en consonancia con el poema. El texto no es texto. El texto va más allá luego de ser leído y se traduce con la significación-sentido que el lector re-descubre. El poema inicialmente escrito se trasluce en otra voz, la voz del lector. En esa precisa instancia recobra vida autónoma el poema, en tanto el lector lo asume. Ropaje no se comprende, Ropaje se abre y se descubre al lector. Imágenes y poemas están para que el lector los indague, los haga suyos y dejan de ser de los Albertos.

Insistimos, la voz del poeta traduce una realidad que bien puede ser la realidad de otros en este caso de otros posibles lectores que asuman esta travesía de leer Ropaje. Ropaje es una sintaxis con el sello húmedo Alberto Hernández. Es un poema de comienzo a fin para ser leído en voz alta o en silencio como lo elija el lector. Es un poema que encanta, envuelve y arropa. Alberto Hernández es la fiel y exacta representación del poema. Quien lo conoce sabe que es así. Él respira la palabra. Él convierte todo lo que toca, ve y siente en poesía.





Los hombres fieras (cuento completo) de Roberto Arlt

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El sacerdote negro apoyó los pies en un travesaño de bambú del barandal de su bungalow, y mirando un elefante que se dirigía hacia su establo cruzando las calles de Monrovia, le dijo al joven juez Denis, un negro americano llegado hacía poco de Harlem a la Costa de Marfil:

—En mi carácter de sacerdote católico de la Iglesia de Liberia debía aconsejarle a usted que no hiciera ahorcar al niño Tul; pero antes de permitirme interceder por el pequeño antropófago, le recordaré a usted lo que le sucedió a un juez que tuvimos hace algunos años, el doctor Traitering.

"El doctor Traitering era americano como usted. Fue un hombre recto, aunque no se distinguió nunca por su asiduidad a la Sagrada Mesa. No. Sin embargo, trató de eliminar muchas de las bestiales costumbres de nuestros hermanos inferiores, y únicamente el señor presidente de la República y yo conocemos el misterio de su muerte. Y ahora lo conocerá usted."

El doctor Denis se inclinó ceremonioso. Era un negro que estaba dispuesto a hacer carrera. El sacerdote encendió su pipa, llenó el vaso del juez con un transparente aguardiente de palma, y prosiguió:

—El señor Traitering era nativo de Florida, y, como usted, vino aquí, a Liberia, nombrado por la poderosa influencia de una gran compañía fabricante de neumáticos. Nosotros hemos conceptuado siempre un error nombrar negros nacidos en tierras extrañas para regir los destinos del país de una manera u otra, pero la baja del caucho obliga a todo...

El doctor negro sonrió obsequioso, y haciendo una mueca terrible ingirió el vasito de aguardiente de palma. El sacerdote continuó:

—Yo he sentido siempre que el hombre de color, extranjero en este país, está desvinculado del clima de la selva y de la tierra. Y cuando menos lo espera, se encuentra enganchado por el engranaje del misterio bestial que en todos nosotros ha puesto el demonio, siempre en acecho del alma animal de estos pobrecitos salvajes.

El doctor Denis volvió a sonreír con obsequiosa máscara de chocolate, y el sacerdote, sirviéndole otro vasito de aguardiente de palma, prosiguió su relato:

—Hace cosa de siete años se produjeron numerosas desapariciones, que, con toda razón, supusimos de origen criminal. Niños y doncellas, a veces hasta hombres robustos, salían de sus chozas para no regresar. Las poblaciones de Krus comenzaron a sentirse alarmadas; al caer la tarde, frente a las cabañas, las mujeres miraban impacientes los desiertos caminos, temiendo por la desaparición de los suyos. Se iniciaron investigaciones, se ofrecieron premios, y finalmente un esclavo mandinga reveló que había sido invitado a una fiesta en el bosque que está más allá del rápido de Manba. Se destacó una compañía de gendarmes, y una noche pudo detenerse a una banda compuesta de cuarenta hombres que danzaban en torno de una muchacha de la tribu de De, listos ya para sacrificarla. Algunos de los criminales estaban cubiertos de orejudas máscaras de madera; otros, embozados en pieles de fieras. Había entre ellos hombres de la tribu de los gbalín, para quienes la antropofagia es familiar, y también un niño de Kwesi, de brazos largos y piernas cortas que parecía un pequeño gorila. Todos confesaron sus delitos —habían devorado vivas a muchas personas—, pero no había uno solo de ellos que no alegara que cometía estos crímenes cuando se había metamorfoseado en una bestia...

—Sugestión colectiva —murmuró el negro doctor.
El sacerdote volvió su mirada hostil al pedantesco congénere, y el doctor Denis comprendió que le convenía disimular su sabiduría materialista, y para hacerse perdonar la indiscreción repuso:

—La declaración del niño, ¿coincidió con la de los mayores?

—Sí. El niño Gan alegó que cuando bailaba con los otros hombres en el bosque a medida que danzaba sentía que se iba metamorfoseando en una hiena. Traitering condenó a esos cuarenta criminales a la horca; su sentencia se ejecutó, y los cuarenta caníbales fueron colgados de las ramas de los árboles en los caminos que conducían a Monrovia. El único que se libró de ser ejecutado fue el niño Gan, debido a su corta edad: doce años.

"Cuando el juez Traitering me expuso sus escrúpulos, yo me manifesté de acuerdo con él. No era posible ahorcar a una criatura de doce años. Pero Traitering estaba personalmente interesado en el caso. Pensaba escribir un libro sobre costumbres de nuestros negros, de modo que condenó al niño a prisión perpetua. Pronto olvidamos todos a los cuarenta ahorcados. En este país hay demasiado trabajo para disponer de tiempo para pensar en muertos, y dos meses después de aquel suceso, estando yo una tarde en este barandal, mirando como mira usted al elefante de míster Marshall, bruscamente apareció el doctor Traitering.

"Creo haberle dicho a usted que el juez era un hombre alto y robusto, de ojos saltones y miembros pesados. Pero ahora, su pie, como un traje excesivamente holgado, colgaba sobre la agobiada percha de su osamenta. Me miró tristemente, como un gorila cuando se siente enfermo del pecho, y me dijo:

—Padre, tengo algo muy grave que conversar con usted.

"Quiero advertirle, doctor Denis, que el juez Traitering no era un hombre religioso ni mucho menos. Sin embargo, me di cuenta de que se trataba de un caso importante, y dejando de ocuparme del elefante de míster Marshall, hice sentar al juez donde está usted sentado, le ofrecí un vaso de aguardiente y me quedé callado, esperando su confidencia.

"Traitering lanzó un largo suspiro, pero permaneció en silencio. Yo no abrí la boca y volví a ocuparme de los chicos de míster Marshall, que jugaban en torno de las patas del elefante. Finalmente, el juez Traitering, después de lanzar otro suspiro, me dijo:

"—¿Se acuerda, padre, de los cuarenta ahorcados?

"Francamente, yo ya no me acordaba. Por eso le respondí un poco aturdidamente:

"—¿Qué pasa? ¿Han resucitado?

"Traitering sonriose débilmente:

"—Ojalá hubieran resucitado! ¿Recuerda usted, padre, que me aconsejó que indultara al niño?

"Efectivamente, yo no podía negar que le había aconsejado que indultara al pequeño Gan.

"—Sí, sí... ¿Qué es de ese huérfano?

"—Lo he asesinado ayer, padre.

"Me quedé mirando atónito al juez Traitering. ¡Había asesinado al niño!

"—¿Por qué ha hecho eso? —terminé por preguntarle—. ¿Por qué lo asesinó?

"—¡Ah, padre..., padre!... —Y el juez Traitering se echó a llorar como una criatura—. No se imagina usted la calidad de monstruo que era ese niño. Si le hubiera hecho ahorcar en compañía de los otros, no estaría yo aquí. No.

"A mí se me partía el alma de ver llorar a un hombrón tan recio. Traté de consolarlo, y le serví un vaso de aguardiente. (Aquí el padre aprovechó para servirse otro y llenarle el vaso al doctor Denis.)

"—¿Qué ha pasado? —le dije.

"Finalmente, el juez Traitering comenzó a relatarme su desgracia.

"—¡Santo nombre de Dios! Y después hay gente que duda de la existencia del demonio. He aquí lo que contó el infortunado:

"—Un mes después que hice ahorcar a los cuarenta antropófagos del rápido de Manba recordé que en la cárcel permanecía encerrado el niño Gan, y como disponía de tiempo resolví tomar apuntes respecto al proceso en que el niño declaraba sentir que se metamorfoseaba en hiena. Una tarde le hice traer a mi oficina. Un soldado me entregó al niño, y yo quedé solo con él en mi despacho

"—¿Estarás contento de haber salvado la piel? —le dije al chico en dialecto krus.

"El pequeño caníbal no contestó palabra.

"—¿No quisieras ahora un trozo de carne humana? —le pregunté.

"Gan continuó en silencio. Yo insistí:

"—Si me cuentas cómo hacías para convertirte en hiena te daré un trozo de carne de mandinga (los mandingas son recios enemigos de los kwesi) y una botella de aguardiente.

"Gan no abrió la boca Continuaba mirándome fijamente, y cuanto más él me miraba más simpatía experimentaba yo hacia él. Se iba formando un lazo de amistad secreta entre nosotros. Quizá por mis venas también circulara sangre de negro kwesi, pensé. Y entonces poniéndome de pie, me acerqué a Gan e intenté pasarle la mano por la cabeza; pero Gan se retiró velozmente, y encogiendo el labio superior se quedó mostrándome los dientes como una fiera que quiere morder. ¡Ah, padre! Yo no sé qué pasó en aquel momento por mí; recuerdo perfectamente que no sentí ningún desagrado por ese gesto bestial, sino que riéndome también yo fruncí los labios, mostrándole los dientes al caníbal. Entonces Gan apoyó las manos en el suelo y comenzó a andar ágilmente en cuatro pies rozándome las pantorrillas con el flanco; yo experimenté un sobresalto terrible, me precipité a la puerta, la cerré con llave, y apoyando las manos en el suelo, también me puse a caminar como una fiera. Y el niño lanzaba gruñidos y yo le imitaba y ambos parecíamos dos fieras que no se resuelven a reñir.

"—¿Es posible? —interrumpí asombrado.

"—¡Ah, padre! —Vaya, si es posible! Lo único que recuerdo es que en aquel momento experimenté un placer vertiginoso en degradar mi dignidad humana. Además, sentía un deseo tan violento de morder, que creo que hubiera terminado por despedazar a Gan. Él gruñía sordamente como una hiena acorralada. En aquel momento alguien llamó a la puerta. Gan corriendo siempre en cuatro pies, se ocultó detrás de mi escritorio; yo despaché al soldado que había traído al muchacho. La verdad es que en aquellos momentos sólo me animaba un propósito. Después que el soldado se hubo alejado, le dije a Gan:

"—Esta noche iremos al bosque.

"Gan movió la cabeza asintiendo.

"Entonces dejé al niño encerrado, me eché la llave al bolsillo y salí. Estaba afiebrado de impaciencia. Marché hacia el malecón, paseé por las orillas del lago; esperaba que la vista del agua y de las embarcaciones me calmarían, pero el cuadro de civilización del puerto me causó repulsión. Ansiaba vehementemente volver a la selva, convertirme en una bestia. Cuando la última luz de Krutown se hubo apagado, entré en el escritorio, tomé a Gan de una mano y lo hice subir a mi automóvil. Rápidamente dejamos atrás el cementerio de los krus, los cauchales. Finalmente llegué a un claro del bosque, oculté el automóvil bajo una cortina de lianas y dije a Gan:

"—Haz la hiena.

"Una luna llena iluminaba el camino; Gan apoyó las manos en el suelo, y yo lo imité. A poco de iniciado este juego comenzamos a gruñir, luego nos afilamos las uñas en el tronco de los árboles, hasta que, cansados, nos echamos en el polvo del camino. Juro, padre, que en aquel momento sentí que tenía cola. No hablábamos. "Sabíamos" que esperábamos a alguien. Nada más. Pero ese alguien no llegaba. La noche estaba muy avanzada, la selva se había poblado de mil ruidos, y no llegaba nadie, cuando de pronto escuchamos el silbido de un hombre, una sombra se movió en el camino, y cuando el hombre estuvo cerca de nosotros, Gan saltó sobre él, le tiró al suelo y le desgarró la garganta de un mordisco. Fue una escena vertiginosa, casi incomprensible... Dispénseme, padre, de narrarle lo que hicimos después. Yo me sentía tigre; al amanecer me sorprendí con mi conciencia de hombre vuelta a un cuerpo completamente manchado de sangre. Gan con la cara aplastada en la hojarasca, dormía su hartazgo espantoso.

"Desperté a Gan, nos lavamos en un arroyo y volvimos a Monrovia. Devolví el caníbal a la cárcel: yo estaba horrorizado de la experiencia, creía que sería la última; pero pocos días después la tentación se presentó tan enorme y dominante, que hice traer a Gan de la cárcel, aguardé la noche, y en su compañía nuevamente volví al bosque.

"Desde entonces mi vida ha sido un infierno. Remordimientos y crímenes. Finalmente me resolví. Ayer, en compañía de Gan, fui al bosque, y allí lo maté de un tiro. Y ahora estoy aquí, padre, para pedirle la absolución de mis pecados y el perdón, porque me mataré. Es necesario que aproveche este intervalo de lucidez para exterminarme, antes que vuelva la horrible tentación a lanzarme al bosque en busca de víctimas..."

El sacerdote negro calló, y Denis se quedó mirándolo.

Luego murmuró:

—¿Qué hizo usted, padre?

—Comprendí que el juez Traitering tenía razón de querer matarse. Él no quería destruir el hombre que llevaba en sí, sino a la fiera despierta en él. Lo confesé, le di la absolución y le dejé marcharse.
Algunas horas después, un muchacho del puerto trajo la noticia de que el juez Traitering se había ahogado.
Los dos hombres callaron. Los niños de míster Marshall habían dejado de jugar en torno de las patas del elefante. El sacerdote negro bebió su quinta copa de aguardiente de palma, y le dijo al flamante juez:

—Yo no le aconsejo que haga ejecutar al pequeño caníbal que usted tiene que juzgar, pero que esta historia le sirva para ponerse en guardia, que jamás bebió vino ni mordió carne.





El retrato de Dora Maar (relato) por Kevork Topalian (Caracas 1969)

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a Eliana.

Un motivo, una intención conscientes, ¡cuánto del carácter imprevisible de la existencia traen detrás de sí! Vistos a la distancia, pasado el tiempo –si es que éste pasa, es decir, si hay en el sujeto en cuestión efectivamente un carácter—, ¡cuán poca cosa parecen en proporción con lo que, sin embargo, esos mismos motivos, intenciones personales precipitan –incluyendo lo terrible, la fatalidad.

¿No es una paradoja?

Ojos retorcidos asentando en dos los múltiples planos en síntesis cubista no- figurativa: amarillo, verde, rojo, todo tapizado de estrellas en trazos negros al estilo español, y otra vez esos ojos como emergiendo a través de todo aquello –mirando. El cuadro de Picasso, “Retrato de Dora Maar” (1941), falseando todo el entorno parecía también ejercer su influencia en la mente de aquel que le hablaba en sus pensamientos, el museo de arte contemporáneo Sofía Ímber en todo su tono blanco de pisos y paredes era en ese momento Caracas. En un solo hilo, como si proviniera de algún lugar lejano, oí tu voz y me volví hacia ti, mi mente inundada por el solapamiento óptico del retrato, y te miré, estabas a mi lado, el retrato en ese cuadro superponiéndose con sus bastos trazos a tu rostro que se deshacía, a su vez, en facetas aisladas en sí mismas, el museo diluyéndose a tus espaldas, “¡Qué bella!”, pensé al notar que los distintos planos de tus facciones tendían a unirse otra vez en un todo, hasta que le tocó el turno a tus ojos en mi visión –una punzada de dolor, un “¿y ahora a dónde iremos?, sé que te voy a perder, te diluirás en la ciudad que en este preciso momento, a medida que tu cuerpo y tu rostro cobran concreción y su unidad original, se descompone en múltiples fases y perspectivas, caprichosa, se desintegra allá afuera, tras el museo”.

Mi turbación se tradujo en sonrisa de folletín hacia ti, Bubrig, bajo la mirada de espejo roto del retrato que daba así la prueba de su verdad.

**

En esa ciudad, si aparte de una vivienda no se “tiene” además un abasto o una panadería a una o dos calles de distancia y a los que se vaya casi a diario, entonces no se puede ir a ninguna parte, a ningún lugar –quizás vaya el cuerpo, pero queda el alma atrás–: este eje vivienda-abasto o panadería, que difiere del caso vivienda-trabajo u oficina, determina un perímetro que se puede conocer, transitar en la sosegante y fértil duración. Este hecho es en realidad cierto para todas las ciudades modernas, al menos será muy pronto su destino; es sólo que se vivencia mejor, se ve como a través de un lente de aumento en las ciudades de América. Caracas, sin embargo, es el colmo en este sentido, allí todas las construcciones, sean cuales sean –un edificio, un hospital, una librería, un ministerio u oficina pública (a éstas es mejor incluso no poder llegar)–, quizás tengan, en efecto, una entrada o una puerta, sí, pero no tienen camino alguno que converja en ellas. La pose alcanza alturas hilarantes en esa ciudad en que nada parece crecer propiamente de su suelo en materia urbanística, sino que todo está como puesto allí artificialmente y desde afuera –esto mismo decía aquel portentoso legislador desde las alturas de Sils Maria en la Alta Engadina acerca de las ciudades y localidades alemanas, ya desde la segunda mitad del siglo XIX—, para que tarde o temprano el viento haga una fiesta con ello y se lo lleve. Como nada es afín, la lógica de contigüidad suprimida, cada cosa está en su propio plano, aislada, parcial, tal como ocurría con el cuadro de Picasso, cada construcción o edificio está desconectado del otro de un modo fatal, perturbador, casi doloroso –los sentidos y el entendimiento sufren. Pero lo más curioso es que el efecto de todo ello a distancia conforma su seducción.

Esta constitución urbana que aplica en general para toda la república es perfecta para publicistas, políticos, agentes de viaje y para cualquier índole de tenderos (el político y el hombre de Estado actual son tan solo un tipo particular de aquellos), a quienes podemos señalar cabalmente de “kafkianos” por su falta de escrúpulos en guiar y dar direcciones hacia la nada, y que tengan su intención puesta en explotar para su lucro el territorio, la naturaleza o las curiosidades culturales que haya en él, a través de fotografías para afiches publicitarios o revistas, películas, videos para cine o TV, o mediante la sola palabra: los lugares son extraídos y puestos ante el espectador bajo los supuestos de contigüidad, realidad y existencia, tan variados, disímiles, imposibles, tal que juntos conforman de entrada un mosaico para el exotismo y lo extremadamente pintoresco –pero esto no es todo: la síntesis cubista se produce finalmente en la mente del espectador: se puede decir sin reparos que esos lugares no existen; existe en cambio Comala.

Si usted decide ir a un banco para ejecutar alguna transacción acabará en una librería, por ejemplo, si es que llega a alguna parte; el motivo inicial lo habrá llevado a través de caminos torcidos y un sinnúmero de vueltas a un destino insospechado y aleatorio, en este caso prácticamente absurdo, dada la intención inicial. A usted le agradan los libros –aunque cada vez menos, eso sí–, y si llegaran a permitírselo su frustración y el poco dinero que le quedara a causa del inesperado periplo incluso comprará uno, para bien o para mal; el problema radicaría en que, en lugar de una librería, llegase a parar en una tienda de tornillos. “¿Y qué era eso tan indispensable que iba yo a hacer al banco?”, pensará, este último apareciendo como una entelequia lejana en el pensamiento. Al arribar a casa releerá el título del libro que compró: El castillo de Franz Kafka.

Cierta persona me contaba que hay períodos largos, asimismo, de 3 a 4 meses, en que una extraña fusión toma lugar –el hospital, la librería, el banco, la variedad de destinos arbitrarios, daimónicos, antagónicos en relación con la plana y útil intención consciente, troca por una insidiosa recurrencia: sin importar el destino previamente escogido, en ese período se llega sólo a iglesias. Lo siguiente fue lo que le sucedió la última vez que, por no dejar, penetró en una de esas imposiciones.

“Bajo la inconcebible bóveda, la nave de la estructura alargándose a mi izquierda en inquietante paridad de medida que a mi derecha; doble, una voz en ambas direcciones se prolongaba:

“—Y tú, ¿quién eres?

“Lateral, de la nada aparecía el confesionario cuya puerta se abría en ese instante y expulsaba a un sacerdote; a la distancia, yo lograba leer sus labios en el lento, claro y silente esbozo –Y tú, ¿…? Del otro lado del sombrío cubículo escapaba el confeso en un estado de conciencia que el sentimiento traducía a la imagen de una bandada de murciélagos en vuelo.”

**

Años después de aquella escena ante el “Retrato de Dora Maar”, volví al museo de arte contemporáneo –no recuerdo qué camino seguí para llegar a él—, y frente a la puerta me encontré conque estaba cerrado. Aquel cartelito colgado en la puerta –“Cerrado”–, oblicuo, cambiaba de manera insidiosa en mi mente su inscripción: “Imposibilidad”. El lugar lucía asolado, mucha gente, en cambio, yendo y viniendo en los alrededores; al darme la vuelta tropecé levemente. Noté hacia el lado derecho otra puerta, pintada de negro; quizás depósito de las obras pictóricas y de las esculturas en tránsito. Una viga de madera atravesada dos metros por encima de mí, diagonal, posaba su extremo inferior entre el suelo y la puerta de negro. Todo ello tenía el aspecto de la trastienda de un teatro, un teatro de máscaras. Más tarde supe que un Matisse, “Odalisca con pantalón rojo” –cuadro en que el artista capta el momento justo en que la mujer retratada parece llevar veladamente a cabo el movimiento propio de quitarse un pantalón, sentada con las piernas recogidas, el pecho ya desnudo y la mirada fija en el espectador–, había sido robado. Aquella vez la habíamos visto antes de ver el cuadro de Picasso. Pero la cosa no paraba allí, la mistificación se prolongaba más al fondo como una reacción química que, una vez disparada, tenía que terminar: me enteré de que muchas de las obras pertenecientes a la colección del museo, probablemente también el Picasso que constituía el motivo por el que yo había querido volver a visitarlo, habían estado hacía tiempo en “restauración”, fuera de exposición. Pero tampoco paraba allí el asunto –la reacción progresaba invariablemente. Supe también que parte de la colección había sido mudada arbitrariamente a otro museo; no podía saber, por tanto, qué parte permanecía en él. Yo había visto ese otro museo una vez desde la calle, sin que hubiera despertado en mí ningún deseo de acercarme ni de conocerlo en su interior: era un coloso de edificio, una mezcla de estilos arquitectónicos que, junto con el contexto, es decir, el lugar donde estaba emplazado –un enorme terraplén que remataba en un abismo que se extendía por uno de sus flancos y doblaba por la parte trasera; en la otra orilla de esta hondonada de tierra baldía se extendía nada menos que un mercado de las pulgas–. Aunado a todo ello, una fachada demasiado pequeña en relación con las proporciones de la edificación en su conjunto daba por resultado que fuera prácticamente inaccesible por invisible.

—¡Cómo!

Sí, a pesar de su tamaño; daba la impresión de estar escondido, resultaba absurdo, extraviado–de hecho surgía la pregunta, susurrada en el pensamiento: ¿en verdad existe? o ¿existe en la realidad? Todo ello producía un “no-efecto” inicial de dispersión nihilista que la persona ante quien se erguía experimentaba casi físicamente a nivel motriz; una especie de síncope respiratorio me prohibió seguir el curso de mis pensamientos que amenazaban con representar el intrincado desvarío de galerías en su interior, probablemente distribuidas en cuántos pisos, aéreos o subterráneos, sótanos como catacumbas, corredores, puntos y estancias muertos… Es apenas ahora, mientras escribo, que puedo hacerlo. Luego el vértigo, una sensación de desorientación inquietante. El efecto, no obstante, apareció finalmente: vi emerger ante mis ojos, justo detrás de aquella edificación la síntesis “cubista”, la imagen totalizadora de toda aquella dispersividad que se erguía aún más grande y fantasmal: era el castillo.

Aquella vez, media hora antes de la experiencia con el cuadro de Picasso, había hecho notar, bajo la mirada de la “Odalisca con pantalón rojo”, su gesto de despojarse de la prenda, muy sutilmente sugerido en el retrato; y al descubrirlo, gracias a mí, mi amiga había quedado fascinada. Esa noche reprodujo la citada secuencia del cuadro en la alcoba –la odalisca cobró vida para mí. Ahora puedo revelar que mi segunda intención, inconsciente sólo por inconfesable e ilógica, al querer volver años después al museo de arte contemporáneo había sido el “encontrarla” a ella. Pero tal como profetizara el “Retrato de Dora Maar” a su manera de retorcidos signos y gestos, mi amiga, al igual que la “Odalisca con pantalón rojo”, habría sido robada. ¡Era la ciudad que la tenía!, a ella, hecha pedazos, cuyos rasgos diseminados en sus propios planos, ángulos y perspectivas aislados solían aparecérseme desperdigados, de pronto, al doblar una esquina, en una tienda de sombreros, aquí y allá, en un café, en un banco de piedra en la plaza o a bordo de un auto en movimiento, desintegrada para jamás unirse de nuevo en la síntesis que ella era y que yo había podido ver en símbolo esa vez ante el cuadro de Picasso.

“¡Qué bella!”

el escritor venezolano Kevork Topalian
Pero más allá de primeras o segundas intenciones, más o menos conscientes, ¿qué era lo que yo había ido a buscar propiamente al volver al museo? Todo lo expuesto, lo acontecido, ¿acaso queda determinado en fórmulas como esas –motivo, intención consciente o no, utilidad? Independientemente, también podría decir: yo no fui a ver el cuadro de Picasso, yo no fui a ver a la odalisca…

—¿No?

Bien, aunque en este último caso resulte un poco más problemático el asunto –yo sabía que era imposible encontrarla a ella. ¿Y cómo iba a ser suficiente el querer ir por el solo hecho de recordarla, cosa que resultaría pobre, opresiva? Así pues, tomando en cuenta lo relatado, la experiencia global, todo lo constatado, aquello que yo había ido a buscar en mi retorno, ¿no era acaso –la vida?


Fin.





reseña: MANERAS DE IRSE de Ricardo Ramírez Requena

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-por Alberto Hernández-

“Maneras de irse” es un libro de experiencias
inmediatas y de experiencias literarias.
Cuesta un poco diferenciarlas tajantemente.
Una habita en la otra y ambas son
expresiones de vida en particular:
la de un poeta que no teme mostrar sus
antecedentes y gustos; es más,
allí radica la poética de este libro.
-Néstor Mendoza-


1.-
Si la muerte es una manera de irse, viajar siempre ha sido una manera de regresar. Pero irse también significa quedarse, instalar en un lugar las voces que se alejaron o las que aún no se oyen. O las que se imaginan. Irse, entonces, es una manera de estar, de ser. Y hasta de amistarse con la muerte para conjurarla.

El poema que le da nombre al libro de Ricardo Ramírez Requena, “Maneras de irse” (Editorial Ígneo / Colección Ciudades Insomnes, Caracas, 2014), es el más íntimo de todos. Es el del más doloroso destierro. Porque es la ida definitiva, la más cercana al dolor: es la marcha de unos seres que retornan como fantasmas. O como susurros mientras la rutina o la cotidianidad despliegan sus oficios.

El poema:
“Las amigas de mi madre se han ido muriendo. // Primero fue Yolanda, de carne firme y silencio. / Luego vinieron la abuela Arreaza, quien le vio/ el culo a todo El Cafetal de tantos años poniendo inyecciones: Elvira, su alegría y su cigarrillo perpetuo; / Beatriz, a quien no le tocaba realmente pero decidió / irse, y al final Elena, impuntual…”

El poema se decanta, asciende y desciende: quien lo escribe lo anima a ser, lo piensa y lo premia con nombres cercanos, tanto de personajes como del lugar donde habitaban esos espíritus que siempre regresan para convidar a quien se quedó en este mundo entre los afanes del recuerdo. Es una elegía en la que la voz que cierra el texto se familiariza más con sus duendes interiores. 

“Todas se han ido muriendo. Quién les habrá dicho/ que podían morirse así, como pidiendo permiso.// Hay maneras de irse y cada una ha respetado el pacto/ que las une. // Hay un orden de las cosas y mi madre / lo ha entendido en su silencio.// Se le ve en el rostro, cada vez que aparece Elvira / durmiendo o fumando en la casa, o el ascensor/ decide detenerse en el segundo piso, el de la abuela.// Tanto apuro y nadie quiere irse de verdad, dice. // Tanto apuro y no pueden vivir sin contarme sus/ asuntos en los sueños, comenta.// Me dejaron sola, cuidándoles la calle y a su gente. / Yo cuento ahora los chismes, yo doy las clases, / yo pongo las inyecciones ahora. / Aún no puedo irme, me cuenta. Ni que quisiera. / Cada día me encomiendan cosas nuevas/ las pendejas esas”.

Morir es el sino más próximo al exilio. Pero siempre se regresa en la voz del otro. Este exilio, tan casero, tan de la comarca familiar, estremece en la lectura porque así habla quien vive, quien no ha desistido de la vida, quien no se ha ido, pero sabe que también le tocará irse algún día.

Una manera de irse: la muerte, la sombra de quien viaja y retorna en la imaginación, en las voces de los muertos.

el escritor venezolano Ricardo Ramírez Requena
foto:queleer.com.ve
2.-
El poemario de Ramírez Requena está dividido en cuatro estaciones: Movimientos, Diásporas, Postales y Adendas. Todos los títulos interiores son correlatos del viaje, de la ausencia. La voz del poeta comienza con un yo neural, un yo que reclama a la altura el azar, la suerte de andarse atrincherado, mofado por el dolor. Y desde ese momento, el libro se mueve –mediante un discurso preciso, limpio, despojado de brillos innecesarios- a través de un tempo en el que la voz adquiere otros matices: “Hay una serenidad que otorga la amargura (…) Sabemos que el que suelte su amargura pierde. / Solo el silencio la resguarda”. Ya no es la nostalgia invocada por la muerte del otro. Ahora, un sentimiento vivo toma lugar y se hace a la calle para decir de otros protagonistas, los que seguramente formaron parte de la experiencia juvenil del poeta.

“Los muchachos van al frente. Uno teme por ellos, / por su bien o por la idealización malsana que se/ tiene de ellos. La juventud es fiel a su sangre, / a ese vigor que desmorona conceptos. Uno solo debe/ guardar aquello que ofrecen, sus pasos consecuentes/ en un tiempo inconsecuente, su risa. Y caminar alerta/ de que un viento no nos los vaya a llevar”.
El movimiento, el tránsito hacia muchos puntos del tiempo, forma parte de los signos de este hoy amalgamado por miedos y por angustias.

La voz se traslada de un sitio a otro. Caracas es el depósito de quienes han activado –desde muchos destinos obligados- la pérdida, porque irse conforma una obligación.

3.-
También está la imagen de una mujer. Describirla es desearla, pero también mantenerla detenida o dibujada en la memoria: “Hago imperio en tu mirada mientras oteo cada / espacio entre los pliegues de tu falda: luz oscura/ que me envuelve sin motivos, sombra empapada/ de humedad, lugar de mi sosiego, senda clara”. El amor y el deseo, el texto que crece dentro de quien lo lee, proteico. Y el tiempo, los pasos del tiempo sobre la realidad, esa cosa que aturde, que desestima los sueños: “No somos la historia de nadie”.

Y la foto continúa en otro texto. Pero esta vez es la imagen genética de alguien que forma parte de una búsqueda, de una historia de exilios, de una fecha anclada en un siglo ya muerto, y que “fue el insomnio del tiempo”. No deja por fuera la vivencia plural de un país ardido: “Susúrrale al siglo que se duerma, que deje nacer/ otra belleza.// Préstale tu pierna mala para que al andar salga/ prudente.// Llévate a sus muertos olvidados y cansados.// Déjanos la música y el trago. Déjanos la llama”.

El tiempo también se larga: tiene su manera de irse. El tiempo se exilia.

foto:el-nacional.com
4.-
Las ciudades también sufren destierros. Suelen irse de uno, de quien las alquila para habitarlas. La polis es la consagración de todas las huidas. Quien habita una calle es ciudad, cañería o patio trasero. Quien habita esos espacios se hace esos espacios. Se hace ciudad. Abandonarlas, dejarlas ante cualquier eventualidad implica llevarse la ciudad en un morral, en los ojos, en la piel o en el interior de nuestras sombras. Pero quien viaja ciudades también es muchas ciudades, pero no se desprende de la original. Es su ciudad. Sus malos olores, sus personajes anónimos, las mujeres que desnuda y ama, sus muertos, sus miserias, sus tragedias.
La diáspora, las semillas esparcidas en otros suelos, la siembra en otro idioma, en otra calle que no reconoce al recién llegado. El poeta habla de esas ciudades, las examina, las ama o las detesta. Se hace ellas, parte de sus misterios, de sus luces y oscuridades. A veces quien respira una ciudad no sabe si la habita o la muere. O si ha nacido en ella. Se es extranjero la mayoría de las veces: un país se abandona si el país deja de serlo. La ciudad se despoja.

“En ésta, en donde vivo ahora, me siento apenas/ testigo de sus andares y mutaciones. De las otras, / alguien que las busca siempre en sueños”.

Por eso se entra y se sale del vientre materno. Se hurga en las vísceras de los callejones, en las costumbres y distracciones. Una ciudad siempre nos retorna a sus ambigüedades. Y en ella hay tantos desperdicios, tantas pérdidas. Pero también tanta memoria:

“Hay un televisor pasando Sábado Sensacional, mudo, / con Amador Bendayán entero; una radio en donde/ suena Toña La Negra. Nadie baila ni se mira. Reina/ el silencio y los murmullos de los cuatro del fondo. / De repente, una risa tuya. Una extraña presencia/ en este final del día. Entran dos niñas ofreciéndote flores para una mujer que no está aquí. Entra la/ policía y te requisa, para luego ofrecerte marihuana. / Para todo giras la cabeza, negando. Te detestan. / Terminas la cerveza y te levantas, dejas el dinero/ y haces que vas al baño. “No hay agua”, dice/ el letrero. Bajas la cabeza y al salir, sabes que nadie / te mira. Como si no pertenecieras ahí, y no hubieras/ bebido y pagado tu cerveza. Es que tu cansancio/ no es el de ellos. ¿No recuerdas el extraño olor a/ cementerio, a huesos viejos, a negra herrumbre”.

Entonces el país, el pequeño país del sabor a cerveza, el incapaz de ocasionar resaca, ha perdido el sentido de ser. Y es Puerto Malo, el milagro geográfico de Eugenio Montejo, el que aparece para designar el otro destino.

Y es la misma ausencia, sin huesos, sin palabras. El poema se instala de nuevo en la muerte. 

Son las ciudades del escape. Son tantas ancladas en el poema. Tantas que se han quedado desterradas, solas, lejanas. La experiencia sofoca: se ha viajado. Pero nunca se abandona la tierra bajo las uñas. Una manera de irse es no irse nunca. O quedarse para irse de otra manera.

foto:culturaurbana.org
5.-
Desde La Guaira, desde la tierra que una vez fue la prometida, se escribe una postal. Orlando se dirige a Angélica. Referencias culturales, nombres de la vieja Europa. Italia. Los saludos a amigos y familiares. Y también una especie de Aquiles engendrado por Afrodita. La cólera. El viaje. La Odisea o la Ilíada. Y el hombre que escribe traza su propio carácter, sus cambios, sus trastornos. El poema, la prosa en la que viaja el personaje se aleja con el nombre: “Toma mis palabras, Angélica, no creo que escriba más. // Menos tuyo y cómo lo agradezco”. Otra forma de irse.
Ahora es Orfeo quien le escribe a Eurídice. El hijo de Apolo y Calíope, desposa a la ninfa de los valles de Tracia. En un evento donde participa Aristeo, la mujer es mordida por una serpiente. Muere y Orfeo se dedica al llanto y a musicalizar su pena. Los dioses le permiten bajar al infierno del que intenta sacar a su amada. El retorno es extenuante. Como en el caso de la mujer de Lot, Orfeo pierde a Eurípides al no obedecer a los dioses: volteó y la mujer desapareció en las sombras. Desde este mito, Ramírez Requena escribe “Postal desde la autopista”.

Un segmento nos permite sentir la presencia de ambos personajes en la actualidad. Dos sujetos que forman parte del destierro, de la pérdida, pero también del rencor. El poeta recrea el mito y lo transforma.

“Esa casa, ese rostro mediterráneo llega al alba hecho/ certeza y es el mejor de los insomnios: te despides/ de mí desde otra orilla; estás de espaldas ofreciendo/ tu cabellos a mis dedos y sin verme nunca, / estallando en luz por la ceguera de cualquier otro sol/ en tus almendras, alejándote me besas desde el más/ nuevo y último de sus exilios”.
La ciudad, la Caracas de quien la vive y la desvive, aparece en escena en otra postal. Esta vez desde un espacio específico: el café Rajatabla del Ateneo de Caracas. Y he allí que la ciudad se angosta y se descubre. Se manifiesta extraña “en una mesa, / sentado uno al frente de otro, a un punketo y un/ Guardia Nacional”.

La “Carmen” de Merimée, la cigarrera de la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla, donde también trabaja el sargento vasco José Lizarrabengoa, se hacen presencia en Chacao. Esta traslación, esta suerte de manera de irse de un lugar a otro, de ser traídos por la imaginación del poeta, comporta un exilio recreado donde el Nuevo Circo de Caracas, las manifestaciones religiosas de la urbe capitalina habilitan las imágenes que hacen de este libro una manera de leerlo, de irse con él en exilio obligado hacia las páginas del novelista y hacia los sonidos de Bizet.

foto:RubénDaríoCarrero/rubencarrero.blogspot.com
La historia es harto conocida. La anécdota de la novela corta de Merimée es un retrato de época. Una retrospectiva amorosa que empujó a Ramírez Requena a decir:

“No tengo nada porque darte las gracias, solo/ desearte la mayor de las felicidades en tus labores/ de puta. // En este lado del Atlántico, en donde me he asumido uno más de los de aquí, bregamos la primavera arde/ en los ojos y lo que no otorgue vida lo despedazamos”.

Y desde Las Palmas, Isolda y Tristán. La postal sale de la ciudad. Lleva el mensaje de las horas y deshoras de la polis. De los ajetreos urbanos. Habla el poema de la presencia del personaje en Puerto Malo, y su no regreso a Cornualles por instrucciones de Mark. Exilio. Destierro. Finalmente es Manoa la tierra que lo acoge. La tierra que le advierte de la distancia de su origen.

6.-
El largo aliento del poema “Cuerpo de mujer” descifra a un personaje. El texto narra, toca y recorre la topografía de un cuerpo. Se hace de sus ojos, de su frente, de todas sus formas. Lo convierte en un país, en un lugar habitable. Lo desposa.

Es un poema de amor donde cada parte del cuerpo es un muelle de sorpresas, de sabores. Texto del deseo que no se agota:

“Te desgranas, mujer mía, ahora, en la mañana. / Intento descifrarte y no me dejas ya. Más que un/ sabio, soy ahora tu esposo. Es un círculo en donde/ lanzo la atarraya en cada calle y espero.// Del averno a tu olor, y de tu olor al averno”.
Ella también es un destino. Ella forma parte de esas maneras de irse, de ir y venir.

foto:ArnaldoUtrera/digopalabratxt.com
Cierra el libro con un cuadro de ambientes. Es un poema cuya intimidad se abre al mundo. Los retos de la casa, la nimiedad de las labores del hogar hasta el viaje verbal por Chile, Colombia, Praga, Barcelona, Turín…pero también está la mirada al paisaje local. Esa forma de establecer un espacio para explayar una manera de desplazarse en el futuro, los hijos que vendrán, los idiomas aprendidos. Y así, desde una ventana la contemplación del Jardín Botánico, la Universidad, el Ávila: vistos desde Berlín, México o Liverpool.

Con este libro, ópera prima de Ricardo Ramírez Requena, se confirma la calidad de una voz que seguirá aportando títulos para gusto de quienes tienen en la poesía una manera de irse y de recurrir al exilio y auxilio de sus imágenes.


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Ricardo Ramírez Requena (Ciudad Bolívar, Venezuela, 1976). Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Es, además de escritor, gran lector, librero y profesor universitario.

Pueden seguir a Ricardo Ramírez Requena en:


5 gatos ficticios en los cómics

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Desde la antigüedad la fascinación con los felinos ha sido parte integral de la cosmología, la creatividad y el entretenimiento del ser humano. No es casualidad que los gatos, en particular, han sido venerados por muchos artistas, autores, reyes y faraones.

Los hemos domesticado, pero ojo, es fácil dejarse seducir por sus atributos: cuerpo esbelto, oído agudo, excelente vista, cazadores sigilosos, independientes, imponentes y, debido a injustas quejas de algunos dueños descontentos, hasta egoístas y perezosos.

Los gatos han sido fuente inagotable en la pintura, la música, la literatura, el cine y los dibujos animados; los cómics no podía ser la excepción. A continuación, y sin seguir ningún orden establecido, cinco de los gatos ficticios en los cómics más emblemáticos:

El gato Fritz: Tira cómica Fritz The Catdel conocido caricaturista y músico estadounidense Robert Dennis Crumb que apareció en los sesenta. Ralph Bakshi escribió y dirigió la película animada para adultos, Fritz The Cat, la cual debutó en el cine en 1972. Fue la primera película animada en ser clasificada X en los Estados Unidos. Se centra en Fritz —voz de Skip Hinnant—, un felino antropomorfo a mediados de 1960 en la ciudad de Nueva York que explora los ideales del hedonismo y la conciencia sociopolítica. La película es una sátira centrada en la vida universitaria estadounidense de la época, las relaciones raciales, el movimiento del amor libre, y la política de izquierda y de derecha.

A pesar del éxito —película de animación independiente más exitosa de todos los tiempos, recaudó más de noventa millones de dólares en el mundo—, Fritz the Cat estuvo plagada de problemas de producción y controversias, incluyendo desacuerdos con Crumb por su contenido político y su clasificación. Muchos espectadores del momento la calificaron de ofensiva.

Garfield: es una tira cómica estadounidense creada por Jim Davis y publicada desde 1978. Narra la vida del personaje del título, el gato Garfield, Jon —su dueño—, y Odie, el perro de Jon. A partir de 2013 fue sindicado en aproximadamente 2.580 periódicos y revistas, y mantuvo el récord mundial Guinness por ser más la tira cómica más ampliamente sindicada en el mundo.

Aunque esto rara vez se menciona en la impresión, Garfield está basada en el pueblo de Muncie, Indiana, donde queda la casa de Jim Davis; esto de acuerdo con el especial de televisión Feliz cumpleaños Garfield.

Los temas comunes en el cómic incluyen la pereza de Garfield, su comer obsesivo, y el desprecio de los lunes y las dietas. El enfoque de la tira es principalmente las interacciones entre Garfield, Jon y Odie, pero personajes secundarios recurrentes aparecen también.

La gata loca: Krazy Kat es una tira cómica estadounidense del dibujante George Herriman (1880-1944), que se desarrolló entre 1913 y 1944. Apareció por primera vez en el periódico New York Evening Journal, cuyo dueño, William Randolph Hearst, fue un apoyo importante para que la tira durara en impresión a pesar de la poca aceptación del público.

Los personajes se habían introducido previamente en una tira llamada The Dingbat Family, creación por Herriman en sus comienzos. La frase "Krazy Kat" se originó allí, dijeron que por el ratón, a modo de describir al gato.

Situado en una imagen onírica de la casa de vacaciones de Herriman en condado Coconino, en Arizona. Krazy Kat mezcla el surrealismo poco convencional, la alegría inocente y el lenguaje poético idiosincrásico que se ha convertido en el favorito de las revistas aficionadas y críticos de arte por más de ochenta años.

La tira se centra en la curiosa relación entre un gato sin preocupaciones, ingenuo e inocente, llamado Krazy, de género indeterminado —referido tanto como a “él” y “ella”— y un ratón gruñón llamado Ignatz —Ignacio—. Krazy está enferma de un amor no correspondido por el ratón. Sin embargo, Ignatz desprecia a Krazy y constantemente está haciendo planes de lanzar ladrillos a la cabeza de Krazy, los cuales Krazy interpreta como un signo de afecto, pronunciando respuestas agradecidas como: “dollink Li'l, allus f'etful”, o “ainjil Li'l”. Un tercer personaje principal, Offisa Bull Pupp, a menudo aparece y trata de proteger a Krazy para frustrar los intentos Ignatz y encarcelarlo. Más tarde, Offisa Pupp se enamora de Krazy.

Bucky Katt: es el gato siamés egoísta y cínico de Rob que apareció en la tira cómica norteamericana Get Fuzzy, escrita y dibujada por Darby Conley en 1999.

Sus orejas están casi siempre dibujadas en un plano relajado de la cabeza, un signo felino de desafío y agresividad. La Sociedad Protectora de Animales encontró a Bucky acurrucada en un bote de basura, cuando apenas tenía pocas semanas de edad, en Hackensack, Nueva Jersey, que más tarde sería adoptado por Rob. Mientras que el padre de Bucky nunca ha sido mencionado, Bucky dio el apellido de soltera de su madre en una solicitud de tarjeta de crédito, como "Tricky Woo"; haciendo referencia al ridículamente mimado —pero de buen carácter— perro, cuyo nombre proviene de las historias de James Herriot y sus experiencias como veterinario.

El gato Salem: Salem Saberhagen es un personaje del cómic Sabrina, la bruja adolescente, perteneciente a la famosa serie norteamericana Archie.

Salem es un gato de pelo corto que vive con Sabrina Spellman, Hilda y Zelda Spellman en la ciudad ficticia de Greendale, situado cerca de Riverdale. Una ex bruja de Salem fue condenada por el Consejo de las Brujasa pasar un período indefinido de tiempo con un gato como castigo por tratar de conquistar al mundo. Salem apareció por primera vez junto a Sabrina en Archie Mad House #22 en 1962, y fue creado por George Gladir y Dan DeCarlo.



Por John Montañez Cortez para Cervantes@MileHighCity 2015©.




“El desperfecto” de Friedrich Dürrenmatt (1921-1990) Suiza

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-por Alberto Hernández-

"La avería" dirigida por Blanca Portillo (RevistaTeatros.es)
1.-
¿Metáfora de la justica? ¿Paradoja?

“El desperfecto” es una novela corta, que nació como un guión para la radio, escrita por el dramaturgo Suizo Friedrich Dürrenmatt (1921-1990). Obra poco conocida en nuestro ambiente.

La pieza que me desveló, publicada por la editorial Los Libros del Mirasol, Buenos Aires, 1969, era una lectura pendiente que reposaba en los archivos del grupo teatral “La Misére” (Maracay, Venezuela), de donde emergió gracias a la bondad del actor y director Roger Rodríguez. Esta historia fue puesta en escena por el grupo teatral La Rueca, en 1990, en Argentina, dirigida por Fernando Medina, con las actuaciones de Alejandro Borgatello, Guillermo Lemos, Marcelo Luchetti, Ariel Osiris, Hilda Rivas y Daniel Silveira.

Dürrenmatt es más seguidor que heredero de Brecht, de los planteamientos de uno de los dramaturgos más emblemáticos de la escena occidental contemporánea. Su poética se enmarca en la temática del poder, la justicia y las contradicciones del ser humano. La obra de este autor es muy extensa. Publicó drama, novela, ensayos, guiones para el cine y la radio, entre otras aventuras literarias.

Dürrenmatt
2.-
Cuatro ancianos jubilados, un ex juez, un ex fiscal, un ex abogado y un ex verdugo, se reúnen en la casa del primero para beber y comer frugalmente. Pero esta escena no es más que parte de un juego en el que intervendrá un acusado, porque los personajes –forzados por el retiro- no han querido abandonar sus costumbres profesionales, razón por la cual la casa del ex juez ha sido convertida en una especie de fonda, de refugio para gente que no tiene donde pasar la noche.

Una posada en la que se escenifica un juego para aplicar “justicia”. El invitado, el que por accidente o casualidad entra a la casa, se convierte en acusado: inocente o culpable.

Generalmente es culpable, porque el tribunal escudriña en los secretos del acusado hasta hacerlo reo producto de sus argucias y peripecias “profesionales”.

El viejo juez, porque ya ejerce de nuevo el oficio, así como el fiscal Zorn, el abogado defensor Kimmer y el verdugo Pilet sientan ante la mesa a Alfredo Traps.

Mesa abarrotada de bebidas y apetitosos platos, servidos por Simone, personaje que hace de ama de llaves, pero que participa desde lejos como público.
Pero ¿cómo llegó Traps a la casa del anciano ex juez, quien vive solo porque su hijo se marchó a Norteamérica? El vehículo del personaje (futuro acusado), un Studebaker, sufrió un percance mecánico, un desperfecto, que lo obligó a dejar el carro en un taller mecánico. Y por el gusto de quedarse en el sitio, un pueblo “amable, desperdigado en dirección a colinas pobladas de bosques, con una pequeña elevación…”, comenzó a buscar una habitación para pasar la noche, pero antes había pensado en un bar con la muy deseada intención de encontrarse con alguna chica fácil, pero nada…mientras conocía el poblado se encontró con un viejo parado frente a una casa con jardín. Aquí comenzó la historia, aquí los personajes se revelan como tales e inician el diálogo que llevará a Alfredo Traps a una aventura que terminó muy mal.

3.-
¿Qué contiene esta historia del dramaturgo suizo, qué quiere decirle a los espectadores o a los lectores? La conclusión: el poder hace marionetas de los ciudadanos, el poder envilece, provoca situaciones a veces inesperadas. El poder, el mismo que criticaba su antecesor Brecht, anula, ciega y convierte la mentira en una verdad. O la verdad en una mentira. Hace de la burla una tragedia.

“El desperfecto” es una oportunidad para decirle a quien recurre a ella, que somos manejados por quienes saben usar argumentos –en este caso orales- que pueden conducir a un sujeto o a un país a la desaparición, a la muerte. El poder es un juego de tentaciones. El poder es un intercambio de sospechas, de venganzas. Pero también es un artilugio para aplicar justicia al gusto de quien la maneja.

El desperfecto es una metáfora de la aplicación de la ley. El percance con el vehículo define lo que viene: un incidente sin importancia se convierte en toda una trama que termina en drama, que abre una puerta para descubrir una tragedia inducida.

El poder ejercido por los cuatro ancianos, quienes juegan a enjuiciar a Alfredo Traps mientras beben y comen hasta reventar, no es más que la escenografía de la realidad: desde las trapisondas de un régimen, sea político, judicial, parlamentario o económico, se juega con quien cree puede derrotar la complicidad. Cuatro conciencias solitarias, enfermizas, construyen un ambiente para enjuiciar a un hombre que creyó que el juego era sólo un juego, cuando en realidad lo era. No obstante, el juego lo llevó a descubrir una verdad que no debió revelar a nadie: había provocado la muerte de su jefe de la empresa textil donde trabajaba para poder ascender en el cargo que lo ayudó a comprar el carro que ahora está accidentado, un Studebaker de último modelo, que sustituyó a la chatarra que antes conducía a empellones.

En la medida en que el juicio avanza se evidencia la embriaguez de los personajes. La gula como símbolo de ese poder. Toda la noche, todas las horas al frente de un hombre que no dejó de decir lo que había guardado como un secreto. El acusado es celebrado, adobado, colmado de elogios. El fiscal Zorn lo maneja como en el juego del gato con el ratón. Traps festeja el juego y habla, se confiesa. El abogado le advierte que no debe hacerlo, pero más pudo la arrogancia del acusado y destapó toda una historia que él mismo había convertido en épica. Provocó la muerte de un hombre al hacerle saber que se acostaba con su mujer: “dolo malo”, calificó el juez. Homicidio premeditado a sabiendas de que el jefe era cardiópata.

El veredicto: la pena capital. Las risas, la celebración por el final redondo del juego. El acusado Alfredo Traps, en medio de una terrible borrachera que lo hizo rodar por las escaleras, fue conducido “por el calvo taciturno” a la habitación para que durmiera, mientras los demás redactaban la sentencia.

Traps entró y cerró la puerta.

Un poco más tarde, todo el tribunal la abrió y halló ahorcado a Traps.

El poder, un poder ortopédico, cumplió con la paradoja de su función. En este caso, iluminó la conciencia de un hombre que creyó cruzar la vida sin tropiezos luego de cometer el crimen perfecto.

El final:
“El juez abrió la puerta, y el solemne grupo se quedó pasmado en el umbral, el fiscal con la servilleta anudada todavía. En el marco de la ventana estaba colgado Traps, inmóvil. Una silueta oscura sobre el fondo de plata apagado del cielo, envuelta en el aroma pesado de las rosas, tan definitiva y tan absoluta, que el fiscal, en cuyo monóculo se reflejaba la mañana, cada vez más poderosa, perplejo y apenado por su amigo perdido, exclamó con verdadero dolor:
-Alfredo, mi buen Alfredo, ¿cómo se te ha podido ocurrir, por el amor de Dios? ¿Nos has estropeado la más hermosa de todas las veladas.”

El humor negro también tiene su lado tierno.

El juego de la verdad contra la mentira. La mentira transformada en ahogo.

El juego, traducción de una verdad que ahora es la representación de un hombre que no pudo regresar a buscar su anhelado vehículo.





EL PODER CAMBIA DE MANOS (Czeslaw Milosz) Polonia

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—por Alberto Hernández—

1.—
La resistencia polaca disparaba sus últimos tiros. Varsovia estaba en ruinas. Mientras los alemanes remataban a los pocos rebeldes, el Ejército Rojo esperaba como una bestia hambrienta para entrar en el país. Este resumen —sumergido en el polvo de los muertos, en la fetidez de los cadáveres, en las miradas de los sobrevivientes— aborda el contenido de la novela “El poder cambia de manos”, (Ediciones Destino Colección destinolibro 124, Barcelona, España, 1980), de Czeslaw Milosz, con la que ganara el “Prix Littéraire Européen” en 1953. Libro que fue reconocido por un jurado compuesto por Gabriel Marcel, Gottfried Benn, Salvador de Madariaga, Hagmund Hansen, Hans Oprecht, Denis de Rougoment e Ignazio Silone.

Es una novela coral, polifónica. Cada capítulo destaca el episodio de distintos personajes que se desplazan en medio de una guerra contra los nazis y luego contra los soviéticos, quienes al final se adueñan de Polonia y la convierten en parte del dínamo de Moscú. Personajes a veces desconectados unos de otros. Personajes simbólicos, invisibles. Siluetas que hablan.

El autor relata desde la perspectiva de quien es arañado por las ráfagas de las armas, pero también por las garras de la miseria, el paisaje en el que predominan los escombros de la que fuera una hermosa ciudad. Los personajes se pasean como fantasmas, pero no dejan de luchar.

Si los alemanes diezmaron la capital de Polonia y otras ciudades, los soviéticos las sometieron a través de sus patrones ideológicos. De manera que los polacos vivieron entre dos tragedias, entre dos pesadillas, entre dos agonías.

2.—
El mundo judío. El espectro del odio contra esa cultura. Los personajes que representan la diáspora bíblica sazonan la crueldad de los alemanes, quienes mataron, torturaron, persiguieron, ahogaron, robaron y trataron de acabar con una comunidad que emergió de las cenizas para continuar su vida en otros lugares.

Los judíos eran trasladados desde las ciudades a los diferentes crematorios instalados tanto en Polonia como en Alemania. El paso de la narración nos hace saber de sus sufrimientos. Distintas voces recorren las páginas entre diferentes perfiles criminales: los enviados del Führer y los comunistas. Dos monstruos que destruyeron familias, apellidos, afectos, calles, callejones, ciudades, propiedades. Idos los alemanes se instalaron los soviéticos con la misma carga de odio contra los hijos de Israel. Y así, los polacos asolados por quienes arrasaron y desaparecieron patrimonios y vidas.

Dos partes dividen esta historia revelada por el autor nacido en Vilna en 1911, quien formó parte de una distinguida familia lituana. El escritor se marchó de Polonia en 1951 y se exilió en Francia, luego de una pasantía como funcionario de la embajada de su país en Estados Unidos, entre 1946 y 1950. Trabajó como agregado cultural. Posteriormente fue primer secretario de la Embajada de Polonia en París. En 1980 obtuvo el Premio Nobel de Literatura.

La primera de esas partes, titulada “Verano de 1944”, es un paneo por el mundo polaco aún bajo la bota alemana. La segunda, “Hasta el Elba”, narra el establecimiento definitivo de los soviéticos en tierra polaca. Pero es Varsovia el escenario que nos pinta el autor. Una ciudad brumosa por la ceniza y el polvo. Una ciudad dominada por el miedo. Por los peligros, por los disparos, por las emboscadas, por la muerte.

Esta segunda parte concentra el título de la novela, “El poder cambia de manos”. Los alemanes, los nazis, se marchan, derrotados. Los sóviets se apropian de las ruinas y de los seres humanos que dejaron los primeros. Imponen su terror como lo impusieron los germanos. Interrogatorios, ejecuciones, ideologización, consignas, koljoses, asaltos, robos, uniformes militares: Moscú y su garra criminal.

Czeslaw Milosz
3.—
Uno de los personajes, el profesor Gil, reflexiona acerca de la férrea presencia de los rusos:

“¿Acaso Marx (ese barbudo iconoclasta destructor de verdades absolutas y admirador de Esquilo) habría podido suponer que unas generaciones, en su nombre y llamándose marxistas, iban a marchar en cohortes disciplinadas, convencidas por los que se habían apoderado de la fuerza de que el género humano ha logrado ya la eterna sabiduría? Creían poseer una sabiduría absoluta, solamente por el hecho de apoyarse en la fuerza y porque, en un círculo vicioso, este saber considera a la fuerza como la confirmación suprema de toda sabiduría; o sea, el círculo vicioso del genial Hegel”.

La tensión de estas voces revela la tragedia del pueblo polaco, pisoteado por alemanes y rusos. Cada uno hizo su trabajo forense. Cada uno creó su morgue para ensamblar los cadáveres y construir dos regímenes que en muchas ocasiones lograron acuerdos: eran parecidos en sus procedimientos y contenidos ideológicos. Es decir, los dos poderes se vanagloriaron de haber elaborado una “decoración de escombros”, pero no sólo materiales sino también espirituales.

Otra de esas voces, la de Piotr Kwinto, usa una expresión descriptiva que conmueve al lector: “Aunque vivan, parecen esqueletos humanos. Es la calma de la devastación”, para referirse al paisaje humano y a las ruinas donde sobreviven los fantasmas de Varsovia.
En dos oportunidades el narrador menciona a Venezuela. El mayor Baruga, un comunista, había pensado una vez dejarlo todo y marcharse en búsqueda de otra realidad:

“¡Y decir que antes de la guerra, en un momento de duda, le había parecido que el fascismo podía vencer, y que había estado a punto de emigrar a Venezuela”.
“Está claro que este muchacho padece, como todo el mundo, de occidentalismo. Y lo más curioso: carece de importancia que tenga o no intención de fugarse. Él mismo ignora lo difícil que es decidirse por una Venezuela cualquiera”.

4.—
Como vivimos tiempos en los que el discurso político es un reflejo del que formó parte de la gran tragedia de más de media Europa, no quiero obviar algunos pasajes en los que esa Venezuela, la que menciona el narrador y el mismo Baruga, es hoy un episodio de esas voces que pasaron por tantos sobresaltos y dolores.

La madre de Kwinto: “—Piotr, hijo mío, dime en qué va a terminar todo esto. El pueblo los odia a muerte. Hemos rezado mucho por la Liberación y por fin la conseguimos. Pero resulta que la Liberación no es más que una nueva ocupación. Van a convertirnos en otra de sus repúblicas”.

“—Créeme, hijo mío —le decía a Piotr su madre—, lo presiento: todo esto no puede acabar bien. Ahora ponen por todas partes banderas nacionales. Pero es un engaño para que nos callemos mientras se apoderan de todo lo nuestro. El abismo será cada día mayor (…) Huye, porque después será demasiado tarde”.

El casi susurro del escritor judío Bruno se deja oír pasmosamente. El narrador deja que deslice su pensamiento hasta convertirlo en parte de un diálogo con Kwinto:

“—Mi pueblo ya no existe: me refiero al pueblo de los judíos polacos. Tres millones. Todo lo que era promesa incumplida, la cadena de las generaciones que habían de nacer, los grandes sabios, artistas, escritores, todos los que hubieran podido ser y jamás serán. Todos los mejores. ¿Y quiénes se han salvo? Algunos de los que tenían dinero; otros que, como yo, se habían asimilado y éramos ya casi arios. Como te decía lo que se ha salvado ha sido a costa de nuestra solidaridad (…)
—Sí, como Flavio Josefo después de la destrucción de Jerusalén. Muy bien, pero, ¿quién se atrevería a abordar esta tragedia partiendo de aquí? Comprenderás que estoy demasiado cerca; aquí me sería imposible pensar. No me dejarán salir. Además, no quiero exilarme. La lengua polaca es mi patria. Nunca podría escribir en otro idioma”.

5.—
La presencia absorbente del comunismo desnudaba y maltrataba toda sensibilidad. Los soviéticos llegaron para apropiarse de todo. Se adueñaron del alma y del cuerpo de Polonia. Por eso “Se ordenaba a los campesinos que repartieran entre ellos, a toda prisa, las tierras de los grandes dominios. Fue un reparto realizado sin orden ni ley (…) Las viejas se persignaban horrorizadas ante aquellos diablos peores que la Gestapo (…) Los que se sometieron como corderos a los rusos fueron recibidos con todos los honores, pero inmediatamente los encerraron en campos de concentración para enviarlos poco después hacia el Este. Así trataron los rusos a sus aliados en la lucha contra Hitler”.

La teoría de la neolengua. La acumulación de vocablos, el amontonamiento y la definición de nuevas inclinaciones lingüísticas encuentran imagen en ésta que el narrador expone ante el lector: “Por debajo de cada discurso se ocultaba otro discurso”.

El saqueo por parte de los militares, por las fuerzas de la NKVD, que “se lleva los pollos y se harta de vino. Son unos bandidos, unos antisemitas y malhechores”, en la voz del tío Isaak.

Los enchufados de la época, palabra que también aparece en la novela, forman parte de una ironía que sale de la boca de Friedman: “Entonces le pregunté qué tal le iba con la nueva vida socialista. Me respondió: “No está mal. El dos por ciento vive bien (…) Sólo permanecerán aquí los enchufados, los que se pongan al servicio de la NKVD y se coloquen en buenos puestos del Partido”.

6.—
La diversidad de asuntos tratados en esta pieza narrativa, nos conduce a ser cuerpo de ella misma. El país que hoy habitamos, el gobernado por una élite que sofistica la crueldad a través de la tortura psicológica o corporal, se dibuja en este espejo:

“El interrogatorio se hacía, pues, mediante un intérprete. Miguel había decidido jugárselo todo. Se fiaba de su sentido de la situación y éste le inspiraba la idea de que su única posibilidad de salvación estaba en sorprender. ¿Qué si era un fascista? Sí, un fascista. ¿Qué si publicaba un semanario? Sí, lo publicaba. Prefería exagerar su papel, pintando a brochazos un cuadro lo más demoníaco posible”.

El “sapeo”, el espionaje, la creación de batallones de chismosos y esbirros se traducen en esta clara perversión que a diario observamos en Venezuela, no sólo en las amenazas de los colectivos sino en las de diputados y funcionaros, sin dejar de mencionar las del Presidente de la República:

“Sabemos todo lo referente a usted”.

Consolidada la invasión, fabricada toda la parafernalia verbal, una voz: “El poder está ya en manos de estos hombres”. Y es tanto ese poder que la “inteligencia” del país, los artistas, fascinados, también se aliaron con los invasores comunistas: “Los cazadores de quimeras, que antes eran inofensivos, los poetas malditos, tenían ahora la mano en un guante de hierro. La Polonia del porvenir se extendía ante ellos el sol. Por encima de los verdugos, en las claras estancias de los aéreos castillos, un grupito de intelectuales emprendía la tarea de realizar el sueño de Fausto”.

Y así como vendieron su alma al diablo, abrieron sus brazos a la lisonja para colocarse, enchufarse y ser parte de la tragedia: “—Estas con nosotros, y el que está con nosotros tendrá cuanto quiera: dinero…que, como sabes, no puede interesarnos a gente como nosotros…, libros, viajes…Ya lo estás viendo, puedes viajar; nadie te lo impide…”

Como el tiempo es redondo, la novela de Milosz termina con el profesor Gil, quien no deja de reflexionar, de pensar y decir acerca de todo lo que sus ojos han visto, acerca de sus miedos, pero también acerca de la seguridad de que ha sido testigo de un proceso que se decía interminable.

El periódico del gobierno recoge un titular, nada alejado de lo que acontece en este lado del mundo. Uno de los importantes funcionarios del régimen logró escabullirse de Polonia mientras otros eran juzgados:

“La primera página estaba ocupada por un gran proceso de “traidores a la Patria e innobles lacayos del imperialismo”. Gil admiraba siempre la minucia con que eran preparados estos procesos. Creía que las fechas, los incidentes, los encuentros de unas personas con otras, eran por lo general exactos. El arte soviético consistía en elaborar de tal forma estos datos, que, una vez relacionados, los hechos más inocentes y casuales acabaran formando la imagen de un crimen”.

Coda:
Una novela escrita en la década de los 50 del siglo pasado nos hace viajar por la Venezuela en la que algunos creen todavía que el socialismo es la panacea para acabar con la injusticia, cuando en verdad la injusticia reposa en el fondo cenizoso de esa fe fracasada.






Sharaya (cuento completo) de Álvaro Mutis (1923-2013) Colombia

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Sharaya, el Santón de Jandripur, permanecía desde tiempos muy lejanos sentado a la orilla de la carretera, a la salida de la aldea. Allí recibía las escasas limosnas y las cada vez más raras oraciones de los aldeanos. Su cuerpo se había cubierto de una costra gris y su pelo colgaba en grasientas greñas por las que caminaban los insectos. Sus huesos, forrados por la piel, formaban ángulos oscuros e imposibles que daban a la inmóvil figura un aire pétreo y estatuario que en mucho contribuyera al olvido en que lo tenían las gentes del lugar. Sólo los viejos recordaban aún, entre la niebla de sus mocedades, la llegada del esbelto Santón, entonces con cierto aire mundano y dueño de una locuacidad en materias religiosas que fue perdiendo a medida que ganaba mayores y más vastos dominios en su tarea de meditación al pie del camino.

A pesar del poco o ningún caso que le hacían ahora los habitantes de la aldea, y tal vez gracias a ello, Sharaya era un atento observador de la vida circundante y conocía como pocos las intrincadas y mezquinas historias que se tejían y borraban en el pueblo al paso de los años.

Sus ojos adquirieron una dulce fijeza de bestia doméstica que las gentes confundían con la mansedumbre de la imbecilidad y que los prudentes reconocían como reveladora de la luminosa y total percepción de los más hondos secretos del ser.

Tal era Sharaya, el Santón de Jandripur en el Distrito de Lahore.

La noche que antecedió a su último día fue una noche de lluvia y el río bajó de las montañas crecido, bramando como una bestia enferma, pero de inagotable energía.

Gruesas gotas han resbalado toda la noche sobre la piel del parasol que instalaron las mujeres cuando la gran sequía. Golpea la lluvia como un aviso, como una señal preparada en otro mundo. Nunca había sonado así sobre el tenso pellejo de antílope. Algo me dice y algo en mí ha entendido el insistente mensaje. Se ha formado un gran charco, con el agua que escurre por la blanda cúpula que cree protegerme. Muy pronto se secará porque se acerca una jornada de calor. Comienza el vaho a subir de la tierra y las serpientes a esconderse en sus nidos anegados. En lo alto una cometa sube en torpes cabezadas. Amarilla. Un canto de mujer asciende a purificar la mañana como un lienzo de olvido. Uno sostiene el hilo, el otro me mira largamente y con sorpresa. Me descubre, entro en su infancia. Soy un hito y nazco a una nueva vida. En sus ojos miedo, miedo y compasión. No sabe si soy bestia u hombre. Con un pequeño bambú me busca el dolor y no lo encuentra. Corre hacia el otro, que lo aleja sin volver a mirarme. El Santón de Jandripur. Hace mucho tiempo. Ahora otra cosa y muchas cosas: un Santón, entre ellas. La vastedad de mis dominios se ha extendido hasta el curvo horizonte sin principio ni fin. Vuelve. Extiende su mano hasta tocarme, sin el bastoncillo que lo protegía. Lejano como una estrella o tan cerca como algo que sueño. Es igual. Lo llama su compañero. Cae la cometa, lentamente, buscando su muerte, naciendo. Los árboles la ocultan. Cae al río donde la espera un largo viaje hasta cuando se deslía el papel. Entonces, el esqueleto irá hasta el mar y allí bajará a las profundidades. A su alrededor reconstruirán los corales y las ostras la sólida sombra de su antigua forma y en ella dejarán los peces sus huevos y los cangrejos taparán a sus crías con arena. Irán a morir allí las grandes mantas y sobre sus cadáveres los peces fosforescentes cavarán sus madrigueras de blanda materia en transformación. Un pequeño desorden se hará al paso de las corrientes submarinas y muchos siglos después el breve remolino surgirá a la superficie y luego todo volverá a ser como antes. Un tiempo sin cauce como un grito sin voz en el blanco vacío de la nada. Le llaman vida, presos en sus propias fronteras ilusorias. La mañana se anuncia con este camión. Dos más. Anoche pasaron varios.
Soldados de las montañas. Cabecean trasnochados, sostenidos en sus fusiles. No pasa. Se atasca en el lodo de la orilla. El motor gira locamente, ruge con furia, se detienen, vuelve a gemir. Cortan ramas. Vienen otros. Tanques; siete. Lo empujan. Pasa. Gritos. Pobres gritos de rabia contra el agua, contra el barro. Ahora cantan. Cantan el desastre, cantan su sangre, sus mujeres, sus hijos, cantan sus vacas esqueléticas. La gran madre paridora. Mueren de muerte de vida de soldado obediente a la tumba. Campesinos, tejedores, herreros, actores, acólitos del templo, estudiantes, letrados, ladrones, hijos de funcionarios, hombres de las máquinas, hombres del arroz, hombres de los caminos. Se llaman igual, sus rostros son iguales, su muerte es la misma. Desde lejos viene el silencio como una gran red de otro mundo. Los insectos comienzan a despertar. Era una serpiente entre las hojas. La misma, tal vez, que pasó anoche por entre mis piernas. Agua y sangre en frías escamas articuladas. La madre de todos recorre sus dominios, y de sus viejos colmillos mana la leche letal de los milenios. Los deudos venían a menudo para preguntarme la razón de su duelo, mientras el humo de la pira alzaba su sucia tienda en el cielo. Pero ya entonces hacía mucho tiempo que la palabra me fuera inútil y nada hubiera podido decirles. De todas maneras ya lo sabían, pero en otra forma, como sabe la sangre su camino, ciegamente, inútilmente. Temen a la muerte y después descansan en ella y se suman a su fecunda tarea y bajan en cenizas por el río, dejando la tufarada agria de nueva vida, alimento y abono de otros mundos. Huyó tras la maleza. Siente los pasos antes que todos. Hombres de la aldea con sus carretas. Todo se lo llevan.
El gran lecho matrimonial regalo de los misioneros. Falso oro chillón y oxidado de sus copulaciones. Huyen entonces. El alcalde con su mujer hidrópica. Miente cuando viene a orar. Los sacerdotes del pequeño templo. Ruedas irregulares que se bambolean y patinan en la usada caja del eje. Vidas incompletas, trozos apenas de la gran verdad, como la costra gris que ensucia la piscina después de las abluciones. Nata de mugre, corazón de la miseria, escala del desperdicio. Y tan seguros en su afán mismo de huir. Otra destrucción los empuja, más honda, la única y verdadera catástrofe en la oscuridad agobiadora e inquieta de su instinto. Vuelven a mirarme. Los más viejos. No sé leer sus ojos. Tampoco puedo ya decirles cómo es inútil escapar de lo que está en todas partes. Es como los que rezan para tener fe o los que labran la tierra para dar de comer a los bueyes que tiran del arado. Y toda la impedimenta de sus astrosas pertenencias. Me dejan ofrendas. Lo que no quieren llevar, lo que les es ajeno en su huida. La viuda con sus hijos. Ojosa, flacos pechos muertos. Flores del templo. No se atreve a tirarlas ni tampoco a dejarlas frente a los ídolos que mañana serán destruidos con la misma furia que los hizo nacer. No irá muy lejos, está señalada, apartada, escogida entre todos. Andra, la que bailó desnuda toda una noche ante el Santón. Sus hijos recordarán un día: «...cuando huimos de Jandripur ella murió en el camino, la subimos a la copa de un árbol muy alto y allí descansó, visitada por los vientos y lavada por las aguas del mundo. Vigilándonos por varios días hasta cuando la perdimos de vista...». Y, sin embargo, tampoco será como ellos creen. No exactamente. Otras cosas habrá que se les ocultarán para siempre y que, sin embargo, llevan consigo. Con la muerte de su gran madre paridora de la muerte, la de los saltos de sangre, la que truena levemente los huesos, la que lima la linfa en su lomo. Miran hacia atrás al silencio de sus hogares abandonados donde gritarán por mucho tiempo todavía sus deseos y sus miedos, sus miserias y sus exaltaciones, tratando de alcanzarlos en su camino. Soldados. Escolta huyendo con banderas de señales. Lo veo. Me ve. Letras y palabras. Me mira. Ir. No sabe. El último. Solo. Tal vez. No sé de qué estoy solo. Vuelve a mirarme, se va tras los otros. Una espada que inventa la cinta azul de su hoja con la palabra de los dioses de la guerra labrada torpemente.

Al mediodía, Sharaya alargó la mano y tomó la mitad de una naranja medio seca y comenzó a masticar un pedazo de la cáscara tenazmente perfumada. El calor de la siesta expandió el aroma de la fruta entre una danza de insectos enloquecidos y que chocaban contra la vieja piel del privilegiado. El ruido de las aguas se fue debilitando y el río tornaba a su antiguo cauce. Cuando comenzó a caer el sol un leve sopor fue apoderándose de los anquilosados miembros del Santón e infundiéndole la beatitud inefable del que sueña descubriendo las pistas secretas de su destino.

Aguas en desorden, saltando y salpicando la fría espuma de la corriente. Agua de las montañas que baja danzando en remolinos y se remansa en el vientre que gira lento, liso y tibio, protegido por el rotundo cáliz de las caderas. Olor de especies quemadas en la pequeña plaza y el agudo sonar de los instrumentos que narran los incidentes de la danza. Risa en la boca sin dientes de la vieja mendiga, risa de la carne recordando, comparando. Lazo implacable y una gran dulzura en el pecho pesando y doliendo y largas tardes del ir y venir de la sangre en sorpresivas mareas y la vecindad de la dicha, la pequeña dicha del hombre, hermana del terror, la breve dicha de dientes de rata comiendo y mascando. Un vasto palio de ceniza sobre la memoria de la carne. Viaje a la sede de los amos de entonces. Los tímidos pastores dueños de una porción
del mundo, convertidos en puntillosos comerciantes, pacientes, tercos, soñadores, desamparados fuera de su isla. Hélices mordiendo las turbias aguas de la desembocadura. Una mancha interminable y amarillenta anticipa la gran ciudad bulliciosa de los funcionarios, donde la sabiduría asciende por escaleras simétricas maculadas por el húmedo hollín de las máquinas. Tierras de la razón. Por la plaza hombres y mujeres se apresuran entre la grasosa niebla del ocaso. Colores saltando, un vaso se llena de luces que desaparecen para dar lugar al trazo azul y verde, tome, tome, tome, tome. Salta la espuma del bautismo, salta en el tránsito sombrío de los inconformes y laboriosos amos. Aguas que chorrean sobre las espaldas bautizadas en la raída sombra de la selva, entre gritos de aves y chirrido de insectos. La piel del más sabio, del más viejo, arrugada bajo las tetillas colgantes, mojándose con el agua de la verdad, la que lava antiguas y nuevas concupiscencias, la que borra los títulos ganados en vastas construcciones de piedra, madres de sutiles argumentos. Mi padrino y mi maestro, segundo padre midiendo la superficie de la tierra, chacal virgen de verdad, un sapo amargo, padre de la verdad. Y, por fin, la última lucha al lado de ellos, mis hermanos. Las manifestaciones, las prisiones en las montañas, el partido y sus ramificaciones clandestinas trabajando como venas de un cuerpo que despierta. Aquí mismo, cuando todo parecía haber entrado pacíficamente en orden, hubiera podido aún ser el amo, dictar la ley bajo mi parasol, moverlos hacia lo bueno o hacia lo malo, según conviniera a su destino, predicar una doctrina y hacerlos un poco mejores. El comisionado de bigote rojizo y nuca sudorosa, argumentando a la luz de la sucia lámpara del cuartel. Su antiguo y probado camino de razonamiento por el cual transitan tan seguros pero tan lejos de sí mismos, ahogando sus mejores y más ciertos poderes: «Ninguno sabe por qué les hablas. No les interesa, como tampoco saben por qué estoy aquí, como tampoco lo sé yo. El único que tiene ya todas las respuestas eres tú, pero de nada han de servirte. Siempre se llega al mismo sitio. Tú eres el Santón. No todos pueden serlo. Ellos ponen la ira destructora y el fecundo deseo. Tú miras, indiferente hacia el negro sol de tus conquistas interiores y eres tan miserable y tan pobre como ellos, porque el camino que has recorrido es tan pequeño que no cuenta ante la larga jornada que te propones hacer movido por el engañoso orgullo que te amarra. Ponte a su lado y guíalos y ayúdame a imponer autoridad y a entregar las cosas en orden. Después, ya se las arreglarán como puedan; pero tú que has vivido y te has formado entre nosotros, sabes que nuestra razón es la única a la medida de los hombres. Lo demás es locura. Tú lo sabes». Una pálida cobra, piel de la verdad. Sueño mi vuelta al único sueño que está unido por un extremo a la divinidad que no dice su nombre, al padre y a la madre de los dioses, fugaces fantasmas esclavos del hombre. Sueño mi sueño soñando el sueño del que levanta el pie en la posición del elefante, del que te dice “no temas” con el arco de sus dedos, del portador del fuego, del que viaja en el lomo de la tortuga. La hora viene, vino hace muchas horas y no termina de llegar.

Sharaya se quedó dormido, y en la pesada siesta de la abandonada Jandripur comenzaron a entrar las primeras unidades del ejército invasor. Instalaron sus tiendas y ordenaron sus vehículos. Cuando el Santón despertó, la aldea comenzaba a arder y las húmedas maderas de las casas estallaban en el aire tierno del ocaso nublando el cielo con las altas columnas de humo. Eran muchos, y el roncar de los camiones y de los tanques que seguían llegando indicaba que no se trataba ya de una pequeña avanzada sino del grueso del ejército. Un altoparlante comenzó a dar instrucciones en el agudo y destemplado idioma de las montañas, sobre cómo debían conducirse los soldados en la comarca y sobre las precauciones que debían tomar para cuidarse de los que quedaban escondidos para organizar la resistencia. El ajetreo duró hasta muy entrada la noche, cuando un gran silencio se hizo en la aldea y sus alrededores.

Duermen agotados después de la carrera. Piensan seriamente en la redención de los pueblos, en la igualdad, en el fin de la injusticia, en la fraternidad entre los hombres. Ellos mismos traen un nuevo caos que también mata y una nueva injusticia que también convoca la miseria. Es como el que se lava las manos en un arroyo de aguas emponzoñadas. Ahí vienen dos. Alumbran el camino con una linterna de mano. Campesinos también, jóvenes, casi niños. Una mujer con ellos. Prisionera tal vez o ramera que los sigue para comer y guardar algún dinero. La están desnudando. El viejo rito repetido sin fe y sin amor. Les tiemblan las manos y las rodillas. Vieja vergüenza sobre el mundo. Ella ríe y su piel responde y sus miembros responden a la ola que crece en el cuerpo que la oprime contra la tierra. Madre necesaria. Renacen unidos en la sede de todos los orígenes. Gimen y ríen al mismo tiempo. Un solo cuerpo de dos cabezas ebrias y acosadas en el vértigo de su propio renacer, de su larga agonía. El otro sonríe con timidez. Sonríe de su propia vergüenza y espera. Sembrar hijos en la tierra liberada. Terminaron. Ella se viste. El otro me alumbra con la linterna.

Los soldados y la mujer se quedaron absortos ante el extraño amasijo de trapos mugrientos, alimentos descompuestos y las carnes momificadas del Santón. Evitaron la mirada ardiente y fija de Sharaya, testigo del breve placer que le robaran a sus oscuras vidas perecederas. Bien poco quedaba al Santón de forma humana. La mujer fue la primera en apartar su vista de la hierática figura y comenzó de nuevo a envolverse en sus ropas. Los dos soldados seguían intrigados y se acercaron un poco más. Por fin, el que había esperado, reaccionó bruscamente. «Parece un Santón -dijo-, pero no podemos dejarlo observando el paso de nuestras fuerzas. Ya nos ha visto y ha contado sin duda nuestros camiones y nuestros tanques. Además, nadie vendrá ya a consultarle y a venerarlo. Ha terminado su dominio». El otro se alzó de hombros y, sin volver a mirar, tomó a la mujer por el brazo y se alejó por la blanquecina huella del camino. Antes de alcanzarlos, el que había hablado alzó su ametralladora y apuntó indiferente hacia la ausente figura apergaminada, hacia los ausentes ojos fijos en el perpetuo desastre del tiempo y soltó el seguro del arma.

En cada hoja que se mueve estaba previsto mi tránsito. La escena misma, de tan familiar, me es ajena por entero. Cuando el mochuelo termine su círculo en el alto cielo nocturno, ya se habrá cumplido el deseo de las pobres potencias que nos unen, a él que me mata y a mí que nazco de nuevo en el dintel del mundo que perece brevemente como la flor que se desprende o la marea salina que se escapa incontenible dejando el sabor ferruginoso de la vida en la boca que muere y corre por el piso indiferente del pobre astro muerto viajero en la nada circular del vacío que arde impasible para siempre, para siempre, para siempre.

FIN





novela: “Nunca más Lili Marleen” de David Alizo (1940-2008)

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—por Alberto Hernández—

“Los dioses
enloquecen a aquellos
que quieren destruir”
—Eurípides—

“En los anales de la locura humana hay un hombre que destaca: Adolf Hitler. Hitler quiso exterminar a una raza por el mero hecho de existir y con ello ofreció un nuevo ejemplo de locura: “el hombre se define por aquello que lo hace inhumano”. Su megalomanía terminó en un funeral vikingo. A las 3:30 de la tarde del 30 de abril de 1945, cuando las tropas rusas estaban a punto de entrar en su último reducto, se metió el cañón de una pistola en la boca y disparó el gatillo. Su cuerpo fue regado con gasolina e incinerado junto con el de su flamante esposa, Eva Braun. Nunca se encontraron sus huesos”.
(Erik Durschmied: “En las entrañas de la revolución”).

“En abril en 1947 una dama de origen judío paseaba por el centro de Caracas cuando de pronto sufrió un desmayo, personas que por allí transitaban acudieron presurosas en su ayuda, al recuperar el conocimiento le preguntaron qué había sucedido y ella muy nerviosa mostró una de sus manos a la que le faltaban varios dedos, explicó que acababa de ver pasar a su lado al funcionarios nazi que le había mutilado en un campo de concentración. Lamentablemente, al volver en sí el sujeto había desaparecido entre la multitud y todo el hecho quedó en curiosa anécdota para compartir en el café de la tarde”.
(cronicasdeltanato.wordpress.com/la-invasión-nazi-a-venezuela).

1.—
La sombra del terror se estira sobre una calle de un pueblo trujillano. La silueta de un nazi se hace centro en el silencio de la Mesa de Esnujaque, mientras el silencio de la noche simboliza la tragedia de quien un día llegó desde Alemania a esconderse de sus crímenes.

La portada de la novela “Nunca más Lili Marleen”, del escritor venezolano David Alizo (1940-2008), publicada por Bruguera, Caracas, agosto 2012, empuja al lector a imaginar lo que contiene el libro de 542 páginas. Y, en efecto, la sola proyección de la sombra del militar —con la svástica en uno de sus brazos— rodeada de las humildes casas andinas, es toda una revelación: Myriam Luque, diseñadora de la mencionada portada, logra su cometido: la tapa del libro inicia al lector, lo interroga, lo preocupa, lo confronta: agitado por el deseo de entrar en la historia, tiene en la densidad de la imagen un referente impulsivo, un indicio que se convierte en una metáfora que avisa de dos tiempos, los que construyen el tejido de la tragedia una vez desplazada esa primera impresión.

La sola presencia de esa sombra, iluminada por el mismo cenital que vigilaba los campos de concentración nazis, da cuenta de un misterio, de la develación de tramas y subtramas ubicadas en dos espacios y en dos tiempos, tan distantes como cercanos.

Las dos historias, que son una sola por su raíz, ofrecen —en los epígrafes usados por el autor— pistas en la lectura. Uno de ellos destaca: “Que el hombre moderno pudiese convertirse en nazi: ésta es la esfinge que desafía a todo moralista y psicólogo de nuestro tiempo” (Harold Rosenberg).

Un hombre antes y un hombre después: dos sujetos en uno: Martin Fuchs y Helmut Braune. El nazi de Dresde y la máscara que apareció en Valera en la apariencia de un ciudadano común alemán. Dos sujetos en uno: dos historias en una. La historia del ser humano. La historia de una cobardía. La de un gran crimen. La de una matanza simbolizada en un sujeto que pasaba como una curiosidad en un pequeño pueblo andino venezolano. Una figura abortada por una hipérbole, por la desmesura del odio racial. Un hombre para una lectura, que fue parte de un genocidio.

Un hombre fichado por el silencio de la sospecha.

Un hombre marcado por la culpa desde el ojo de otro que logró ubicarlo, sacarlo del tiempo de su actualidad y regresarlo al de sus crímenes.

2.—
¿Cómo nos lee “Nunca más Lili Marleen”? ¿Cómo somos luego de pasar por sus páginas, de ser parte de cada una las historias que ocurren en ellas? Páginas que recibieron el temblor de un eco transformado en esta excelente novela del fallecido escritor valerano David Alizo, quien desapareció tres meses después de haber sido editada.

La novela se recorre en ocho “Memorias”, acopio de notas que el mismo narrador confiesa llevar a saltos hasta unir las piezas que le dan cuerpo al volumen.

¿Cómo nos lee David Alizo? Una novela es la lectura que se hace de un lector. Y desde ella, desde esta novela, somos lectura de cada una de las instancias, acciones y silencios que por ella ambulan.

En una conversación entre Milan Kundera y Philip Roh, el primero afirmó: “El totalitarismo no es sólo el infierno, sino también el sueño del paraíso”. Desde esta formulación se puede leer la obra de Alizo. A través del peregrinar de su extensión se elabora una lectura en la que quien la hace se extravía en el dolor de los personajes, ecos y gritos desconocidos; silencios y quejidos con nombres, fechas y lugares; traiciones, delaciones y lealtades. Infierno para quienes se quemaron y se convirtieron en ceniza. Paraíso para los que creyeron en la eternidad de un régimen. Pero luego inmortalidad para esos desaparecidos en los crematorios e infierno para los perseguidos por el brazo de la justicia. Infierno y paraíso. Eso fue el nazismo. Ese fue Martin Fuchs en Alemania. Ese fue Helmut Braune en Valera, en la Mesa de Esnujaque, en la narrativa de Luciano: la voz que narra, la voz que desbroza el misterio.

el escritor venezolano David Alizo
3.—
Martin Fuchs fue oficial, primero de la SA y luego de la SS, muy próximo a la Gestapo. Fue un perseguidor de judíos, pero también un acosador de alemanes que no comulgaban con sus locuras, un asesino serial que se afincó en algunos nombres para borrarlos para siempre del mapa controlado por el Führer con el objetivo de cumplir con la “misión de lucha por la victoria del hombre ario”. Fuchs espió, persiguió, fichó e hizo asesinar a mujeres que estuvieron cerca de él o que no estaban de acuerdo con sus ideas raciales o no conciliaban con su manera violenta de ser: Else Graf, Margarita Blume, Kristina Flohr. Y la rica trujillana, su nueva esposa, Berta Victoria, con quien vivió el silencio, el secreto, hasta que fue descubierto y por esa razón asesinó a Cornelia Bachmeier (una criolla quien había heredado el apellido de la dueña del Hotel Europa, Emilia Bachmeier) informante de Luciano y de su amigo Alejandro, encargados de armar el rompecabezas para atrapar a quien en su país de origen se consideraba un intocable.

4.—
Caído el imperio nazi, Martin Fuchs huyó de Alemania ayudado por la organización ODESSA (Organisation der SS-Angehörigen), una agrupación que se encargó de colocar en diversas partes del globo a los miembros de la SS perseguidos por genocidio. A América Latina llegaron muchos de esos criminales, y en Venezuela se regaron por todo el territorio nacional. Pero Fuchs, quien entró con el nombre de Helmut Braune, arribó a Valera, estado Trujillo, en 1947, donde tiempo después casó con Berta Victoria, quien luego de unos años en la capital de Trujillo se estableció con su marido en una finca en la Mesa de Esnujaque, donde Braune desarrollaba sus aficiones: construir un molino para producir electricidad y reunirse a escondidas de su mujer y de otros posibles metiches con otros nazis en un espacio separado de la casa principal de la hacienda.

El curioso niño Luciano conoció al alemán. Su talante lo llevó a encontrarse con una revista donde aparecía un militar muy parecido a Helmut Fuchs. Con esa publicación ocurrieron muchos relatos que forman parte de uno de los núcleos de la obra, porque la novela, un mosaico de situaciones, tiene carácter de narrativa total: historia, geografía, relatos de vida, viajes…un entramado en el que se hilan todos esos tópicos. Dos tiempos, dos hombres, como decía al comienzo.

Cornelia es la cómplice en este episodio de la revista. Llevada adelante la indagación, tanto Luciano como Alejandro se ponen en contacto con un personaje, un judío que vive en Caracas, y a través de él con el Mossad y con el arquitecto Simon Wiesenthal, también víctima de los campos de concentración, y quien una vez libre creó una fundación con su nombre para dar con el paradero de los genocidas alemanes y de otras nacionalidades que colaboraron con Hitler.

Pero no sólo la revista, las fotografías que se recopilaron para identificarlo. También estaban los testimonios de un personaje bastante singular, Raúl Gilmas, habitante de Valera y amigo de Braune. Aficionado al cine, hizo varias tomas del sujeto y las puso a la orden de quienes estuvieron tras la pista del asesino.

En su huida, luego de asesinar a Cornelia, quien lo espió y supo de su secreto, Braune se dirigió a Caracas. Se hospedó en el Hotel Libertad, pero “(unos delincuentes que habían burlado la seguridad del hotel, le dieron muerte en su propia habitación, después de someterlo a terribles torturas con propósitos que la policía todavía no ha logrado desentrañar)”.

Aquí termina la historia. Un relato con muchas aristas. Una novela que también es parte de la historia de Venezuela.

5.—
Un rato antes: ¿Cómo nos lee “Nunca más Lili Marleen?”. La novela se desencadena en el lector. El lector pasa a ser un engranaje, es engranado. El lector es un eslabón, porque “El relato a partir de entonces se dirige al cuerpo del lector que es puesto en escena por las cosas” (Derrida). En este caso, por los hechos y por los personajes. Es decir, el lector forma parte de una conspiración. Quien cuenta —el narrador, que se niega y luego se afirma parte del relato— se cuenta. Luciano es la voz del autor, toda vez que el narrador da testimonio de que se trata de una autobiografía. Podemos decir, entonces, que esta novela se lee para ella en lugar de desde ella. Es una novela cuya totalidad envuelve a un lector apegado a los asuntos que se debaten en su narrativa. 

“El deseo de compartir la historia de Helmut Braune con unos posibles lectores futuros, es —insisto— el motivo de estas Memorias, en las que de paso se cuentan también ciertos aspectos inevitables de mi vida personal. No se trata de una crónica, aunque se narran acontecimientos exteriores, y tampoco es una autobiografía, a pesar de los sucesos íntimos a los que he hecho y haré referencia en los sucesivos comentarios” (p. 275).

Un poco más adelante, destaca “las referencias sobre sucesos que son hitos históricos del país” (p. 275), y así, de nuevo:

“Crónica y autobiografía al mismo tiempo, la madeja de hilo delgado se va devanando poco a poco…” (276). Es decir, este narrador se mueve con el lector, teoriza con él, camina a su lado, lo lleva, destaca que puede salirse de la historia y relatarse él mismo. Ser él mismo.

Se trata de varias “superficies”. Ésta es una de ellas, el carácter “histórico” personal y nacional de la novela.

Leída desde ella “es” varias novelas porque está elaborada con un relato que se multiplica. Se disemina. Pese a ser una narración cuya densidad no perturbaría a un lector poco avezado, contiene varias lecturas.

6.—
Uno de los tópicos que va más allá del caso Helmut Braune y de los nazis en Venezuela, se refiere a la presencia de los judíos en el territorio nacional.

En la Sexta Memoria, el narrador da a conocer parte de un artículo publicado en La Esfera, el 23 de febrero de 1939, por el escritor Rufino Blanco Fombona:

“Días atrás contemplé en el Palacio de Miraflores un espectáculo a primera vista trivial: comisión de varias personas, hombres, mujeres y niños a quienes daba audiencia y despachaba con frases de cajón uno de los altos empleados de la Secretaría presidencial. Pregunté quiénes eran. Cuando lo supe empezó el cuadro a parecerme interesante hasta cobrar poco a poco, el máximo patetismo. Eran judíos de los echados de Alemania por Hitler. Andaban errantes por el mundo. Venezuela sólo concedía a algunos de ellos hospitalidad breve por treinta días…Venezuela es un pueblo liberal sin prejuicios de raza ni religión; y los judíos, entre nosotros se conducen tan venezolanamente como los mejores venezolanos…¿Por qué vamos a tener nosotros aquí los mismos prejuicios y los mismos odios que las viejas naciones de Europa?”. (p.362)

Eran los días del gobierno de López Contreras, quien se puso difícil ante la petición de asilo de estos seres humanos provenientes de Alemania en el barco Caribia. Los personajes, en su afán por investigarlo todo, dieron con el recorte de prensa e indagaron todo lo relacionado con los judíos castigados terriblemente por el nazismo. Si no conseguían asilo, los devolverían al infierno alemán donde serían incinerados. Finalmente, luego de varios intentos, fueron recibidos y celebrados por los nativos del país. Eran 165 personas que se asentaron en Venezuela y dejaron descendientes. Muchos son los apellidos que aún suenan en los oídos de esta tierra:

“—El Presidente nos concedió la audiencia y en Miraflores nos recibió el secretario. Él entró a hablar con López y cuando salió nos dijo con una gran sonrisa que ya se había dado la orden de asilo”, dijo Moisés Kronh, un judío que ya vivía en estas tierras.

Otro tema que aparece en la novela es la de los nazis en el país como organización: según el relato, en el año 1962 se fundó “un partido llamado Movimiento Social Nacionalista, dirigido por el médico Alejandro Azpurua. Eran unos jóvenes identificados con Mussolini, llevaban camisas negras y hacían el saludo romano. Decían que tenían vínculos ideológicos con el fascismo, el falangismo de José Antonio, el nazismo y el justicialismo argentino”. (p. 484).

La relación de la Alemania de Hitler con la URSS también forma parte de la preocupación de nuestro autor.

“Al parecer, en Berlín y Moscú se estaban dando pasos para un acercamiento entre la Alemania nazi y la Unión Soviética comunista, para limar la suspicacia que las dos partes se tenían, pero en el fondo era una desconfianza sometida al mismo tiempo a un enorme poder de atracción”.

Narrador y personajes concluyen que tanto Alemania como la URSS eran muy parecidas en sus procederes ideológicos: vigilaban, acosaban, apresaban, fusilaban, desterraban, marcaban racialmente, etc.

7.—
La abundancia de materiales admite curiosidades. La referencia que hace un personaje del poeta venezolano Ramos Sucre, así como de lugares donde se reunían los jóvenes escritores, artistas e intelectuales en la década de los sesenta en sabana Grande:

“—¡Venezuela! —exclamó la señora Conceta.

El nombre de Venezuela le removió un recuerdo (…) Ella tenía entonces treinta y cinco años, trabajaba como enfermera del Sanatorio Stephanie en la sección de psicosis, donde llegó el poeta aquejado de insomnio, melancolía y con ideas suicidas…” (p. 526-527).

Un guiño del autor relacionado con su conocimiento y participación en los grupos literarios de la época como el de la República del Este: un espacio donde se construyó parte de una utopía, la de una “épica” que rozó la locura creativa, pero también una emoción que se convirtió en literatura y arte.

“En alguna parte debo tener una fotografía desteñida, tomada por Garrido en los primeros años de los sesenta. Es la foto elocuente de aquel café-bar, El Viñedo, en la cual se ve, además de nuestro grupo, los poetas del Techo de la Ballena en otra mesa, y de pie, sonriente, el mesonero canario que nos atendía con preferencia. Mirando la fotografía le parece a uno escuchar las voces y el tráfico urbano. Revivo a los amigos por el eco de sus palabras y renacen las conversaciones de entonces: política, literatura, cine, etc.” (p. 205)

Menciona a Rodolfo (¿Izaguirre?), los bares y cafés Tic-Tac, El Gato Pescador, City, BQ y Paprika. El conocido Triángulo de las Bermudas. Igual se pasea por las librerías Suma, Ulises, Cruz del Sur, Politécnica.

“Las invité a cenar y las llevé al restaurante italiano Vecchio Mulino, donde conversamos hasta tarde. Kristina, impaciente, abrió su cartera y me mostró una fotografía de Martin Fuchs”. (p. 478) 

8.—
El riguroso trabajo acometido por David Alizo desemboca también en un estudio de la neo-lengua, tema estudiado en tesis sobre ideología y desarrollados por ensayistas y novelistas como Hannah Arendt, George Orwell, Milosz, Eco, entre otros tantos.

“—La idea es el lenguaje como instrumento de dominación- dijo el profesor Klemperer (…) El lenguaje está lleno de referencias valorativas. Al principio fue un lenguaje del Partido, pero ahora se está convirtiendo en la lengua de todos (…) El nazismo entra hasta la médula de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que se imponen repitiéndolas millones de veces y que son adoptadas de forma mecánica e inconsciente (…) Hay una frase de Talleyrand según la cual el lenguaje sirve para ocultar los pensamientos del diplomático. El lenguaje muestra lo que una persona quiere esconder, incluso lo que lleva inconscientemente. Por el estilo del lenguaje se vislumbra la verdad o la mentira”. (p. 314-315)

Otro tópico que permite visualizar el propósito de la novela de Alizo está relacionada con el arte, tanto el que se hacía en Alemania como el que se hacía en la URSS.

Así:
“Después la conversación se encauzó en tono discreto alrededor de las manifestaciones artísticas en el Tercer Reich.

—Se trata de atacar la creación particular y colectivizar el arte —dijo el profesor Hafmann, un hombre pálido, de con textura maciza, que hablaba con gravedad profesoral (…)

—El arte debe adoptar el gusto medio, el realismo estereotipado, que entiende la masa —dijo el estudiante de filosofía Gustav Kleiss (…)

—¡Cualquier forma liberal es peligrosa! —dijo con énfasis Hafmann. Como todo, el arte también debe tener una utilidad inmediata. No se les olvide que para Hitler, cubistas, futuristas, dadaístas, etc., son los pervertidores del arte, los que, en el plano cultural, completan la destrucción política”. (p. 343).

9.—
Mucho se puede extraer de estas lecturas. Dos aspectos, uno relevante y otro curioso, colocan al lector frente a la palabra “ario” y su definición y al nombre femenino que forma parte del título de la novela: Lili Marleen.

Sobre el primero de estos dos tópicos, la voz interior de Martin Fuchs:

“Tomó un trago y se hizo otra pregunta: ¿Quiénes son los arios? Según lo que ya sabía, la raza aria se originaba en los nobles de un antiguo pueblo de superhombres de Alemania y Escandinavia, que habitaron una isla desaparecida llamada Thule. Sus descendientes eran los grupos germánicos. Los antropólogos alemanes decían que el idioma primitivo indoeuropeo se llamaba “ario”, y los que lo hablaban eran los “arios”. Pero según el Reichführer SS Heinrich Himmler, el origen de la raza aria se podía encontrar en las regiones nórdicas asiáticas, donde habían estado unos seres superiores. Para él, la raza aria tenía un origen y un carácter divino…” (p. 392-393).

***

La lectura de esta novela de David Alizo constituye uno de los registros literarios más importantes de los últimos años en Venezuela. Su lectura nos obliga a revisar y a revisarnos. A vernos en el pasado y en este presente que nos agobia. Hay matices, detalles, grises que pasan frente a nuestros ojos fijados en la Venezuela de hoy, semejantes a algunos eventos que ocurrieron en aquel pasado europeo.

El desarrollo de la realidad tiene también acomodo en la ficción. O la ficción es un registro donde la realidad es tan terrible que quien entra en ella termina siendo un fantasma que escucha la voz de aquella canción: Lili Marleen, interpretada por Lale Andersen (cuyo nombre real era Lieselotte Bunnenberg), escrita por Hans Leip y compuesta por Norbert Schultze, mencionada nueve veces en las páginas de esta monumental novela. Canción que era obligada colocarla en las radios alemanas por órdenes del doctor Goebbels.

***

Ojalá más lectores puedan acercarse a ella y leerla, hacerla suya. Allí estamos, los que nos leemos y los que nos borramos aupados por la temeridad o por la cobardía. Una novela humana, tan humana que perturba.

Lili Marleen sigue sonando en muchos recintos donde la sombra de la muerte construye su propia historia.







Cuento: La sonrisa del cyborg por Isaac Asimov

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Johnson estaba rememorando del modo en que lo hacen los viejos y me habían advertido de que hablaría acerca de los cyborg -esas personas que cruzaron velozmente la escena de los negocios a comienzos de este siglo XXI nuestro. Aun así, había tomado una buena comida a su cargo y estaba listo para escuchar.

Y, como sucedió, fue la primera palabra que salió de su boca.
—Los cyborg —dijo— no estaban regulados en aquellos días. Hoy en día, su empleo está tan controlado que nadie puede obtener ningún beneficio de ellos, pero hace un tiempo... Uno de ellos hizo a esta compañía el negocio de diez mil millones de dólares que ahora es. Yo lo elegí, ¿sabe?

—Me dijeron que no duraron mucho —dije.

—No en esos días. Se extinguieron. Cuando uno agrega microchips en puntos clave del sistema nervioso, luego, en diez años a lo sumo, el cableado se funde, por así decirlo. Luego se retiraron... —una pequeña laguna— conformes, ¿sabe?

—Me extraña que alguien se sometiera a eso.

—Bueno, los idealistas estaban horrorizados, por supuesto, y es por eso que llegó la regulación, pero no fue tan malo para los cyborg. Solo ciertas personas podían hacer uso de los microchips —cerca del ochenta por ciento de ellos eran varones, por alguna razón— y, para el tiempo en que estuvieron activos, vivieron vidas de magnates navieros. Después de eso, siempre recibieron el mejor de los cuidados... no diferente del que recibían los atletas de primera línea, después de todo; diez años de vida joven activa, y luego el retiro.

Johnson sorbió de su trago.

—Un cyborg no-regulado podía influenciar las emociones de otras personas, ¿sabe?, si estaban bien instalados los chips y tenían talento. Podían emitir juicios sobre la base de lo que percibían en otras mentes y podían reforzar algunos de los juicios que estaban haciendo los competidores, o despertarlos para bien de la compañía local. No era injusto. Las otras compañías tenían a sus propios cyborg haciendo lo mismo —suspiró—. Ahora, ese tipo de cosas es ilegal. Es una pena.

—Escuché que esa ilegal colocación de chips sigue haciéndose -le dije, confidente.

Johnson gruñó.

—Sin comentario —dijo, y lo dejé pasar—. Pero incluso hace treinta años —continuó—, las cosas estaban todavía a la vista de todos. Nuestra compañía era solo un punto insignificante en la economía global, pero habíamos localizados dos cyborg que deseaban trabajar para nosotros.

—¿Dos? Nunca antes escuché eso.

Johnson me miró ladinamente.

—Sí, nosotros lo arreglamos. No es ampliamente conocido en el mundo exterior, pero devino en un reclutamiento inteligente y eso era ligeramente —sólo una pizca— ilegal., incluso entonces. Por supuesto, no pudimos contratarlos a los dos. Conseguir que dos cyborg trabajen juntos es imposible. Son como los grandes maestros de ajedrez, supongo. Póngalos en la misma habitación y automáticamente se desafiarán mutuamente. Competirían continuamente, cada uno intentando influir y confutar al otro. No se detendrían —realmente no podrían— y se fundirían el uno al otro en seis meses. Varias compañías lo averiguaron, a gran costo, cuando los cyborg entraron en operación.

—Puedo imaginarlo —murmuré.

—De modo que ya que no podíamos tener a los dos, y solo a uno, queríamos al más poderoso, obviamente, y eso solo podía ser determinado oponiendo el uno al otro, sin permitir que se arruinaran. Me dieron a mí ese trabajo, y estaba bastante claro que si escogía a uno que, al final, resultara inadecuado, también sería mi final.

—¿Cómo lo hizo, señor?

Sabía que había tenido éxito, por supuesto. Una persona no puede convertirse en el presidente del consejo de una firma de nivel mundial por nada.

—Tuve que improvisar —dijo Johnson—. Primero, investigué a cada uno por separado. Los dos eran conocidos por sus códigos, para decir la verdad. Es esos días, sus verdaderas identidades tenían que estar ocultas. Un cyborg que se supiera que era un cyborg era medio inútil. Ellos eran C-12 y F-71 en nuestros registros. Ambos estaban al final de los veinte. C-12 no tenía compromisos; F-17 estaba comprometido para casarse.

—¿Casarse? —dije, un poco sorprendido.

—Por cierto. Los cyborg son humanos, y los cyborg masculinos son muy buscados por las mujeres. Es seguro que serán ricos y, cuando se retiren, sus fortunas estarán habitualmente bajo el control de sus esposas. Es un buen partido para una joven... Entonces los puse juntos, con la novia de F-71. Deseaba ansiosamente que ella fuera guapa, y lo era. Encontrarme con ella fue casi un impacto físico para mí. Era la mujer más hermosa que hubiera visto jamás, alta, de ojos oscuros, con una figura maravillosa, y apenas algo más que una insinuación de ardiente sexualidad.

Johnson pareció perderse en sus pensamientos por un momento, luego continuó.

—Le digo que tuve la fuerte inclinación de ganar a la mujer para mí mismo pero no era posible que cualquiera que tuviera un cyborg lo transfiriera a un simple ejecutivo novel, que es lo que yo era en esos días. Transferirse ella misma a otro cyborg sería otra cosa... y pude ver que C-12 estaba tan afectado como yo. No le podía quitar los ojos de encima. De modo que permití que las cosas evolucionaran para ver quién terminaba con la joven.

—¿Y quién fue, señor? —pregunté.

—Llevó dos días de intenso conflicto mental. Cada uno debía haber consumido un mes de sus vidas laborales, pero la joven salió con C-12 como su nuevo novio.

—Ah, entonces usted escogió a C-12 como el cyborg de la firma.

Johnson me miró fijo con desdeño.

—¿Está loco? No hice tal cosa. Elegí a F-71, por supuesto. Ubicamos a C-12 en una pequeña subsidiaria nuestra. No sería bueno para nadie más, ya que le conocíamos, ¿sabe?

—Pero, ¿me perdí de algo? Si F-71 perdió a su novia, y C-12 la ganó... seguramente C-12 era superior.

—¿Lo era? Los cyborg no muestran emociones en casos como este; no emociones obvias. Es necesario para los propósitos comerciales que los cyborg escondan su poder, de modo que la cara de póquer es una necesidad profesional para ellos. Pero yo estaba observando muy de cerca —mi propio trabajo estaba en riesgo— y, cuando C-12 salió con la mujer, noté una pequeña sonrisa en los labios de F-71, y me pareció que había un brillo de victoria en sus ojos.

—Pero perdió a su novia.

—¿No se le ocurre que quería perderla y que no sería fácil disimular su entrega? Tuvo que trabajar sobre C-12 para que la quisiera, y sobre la mujer para que quisiera ser querida... y lo hizo. Ganó.

Pensé sobre el asunto.

—Pero, ¿cómo pudo estar seguro? Si la mujer era tan guapa como dijo que era... si estaba radiante de sexualidad, seguramente F-71 habría querido retenerla.

—Pero F-71 estaba haciendo que ella se viera deseable —dijo Johnson con tono grave—. Apuntó a C-12, por supuesto, pero con tanta fuerza que el exceso fue suficiente para afectarme drásticamente. Después de que todo pasara, y que C-12 se quedara con ella, no estuve más bajo la influencia y pude ver que había algo duro y podrido en ella... una especie de brillo egoísta y depredador en sus ojos. De modo que escogí a F-71 inmediatamente y fue todo lo que podíamos desear. La firma está ahora donde usted ve, y soy el presidente del consejo.


FIN




Asesinato en la gran ciudad del Cuzco de Luis Nieto Degregori

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—por Luis Fernández-Zavala Ph.D. (*)—

Quien haya visitado Cuzco y admirado sus angostas calles empedradas, atrapadas en el tiempo, sus múltiples plazas escondidas acompañadas de iglesias barrocas, su arquitectura de rocas majestuosas entrelazándose con los edificios castellanos, rápidamente es absorbido por el misterio que este paisaje urbano-andino cobija. Más de uno, estoy seguro, empieza  a querer palpar la Historia de esta ciudad o a tratar de imaginarla, preguntándose ¿qué pasó aquí? Esto es inevitable porque de cada rincón de la ciudad emergen historias y ficción que los cuzqueños amablemente quisieran contarnos.  Sin embargo, las ciudades como Cuzco con gran impacto histórico, no solo albergan edificios, monumentos y plazas, sino que son el espacio del desenvolvimiento de poblaciones que son los verdaderos protagonistas de la Historia y también de la ficción.

Luis Nieto Degregori es uno de estos cuzqueños ilustres que con su filigrana literaria logra hacernos sentir la historia de la ciudad desde adentro dándole vida a calles y plazas, algo que apenas podríamos acariciar como transeúntes o turistas. Sin ánimo de comparar, se me viene a la mente,  las pinceladas de la Barcelona gótica dadas por Luis Ruiz Zafón cuando nos cuenta sus historias de pasión, venganza y misterio.

En Asesinato en la gran ciudad del Cuzco (Grupo Editorial Norma, 2007) el autor nos introduce a la realidad social subyacente en una ciudad de indios, mestizos, criollos y españoles dentro de la intrincada telaraña social del Cuzco colonial del siglo XVIII.  El relato empieza cuando el joven Diego Esquivel encuentra el cadáver del comerciante español Pedro Romero en el cementerio de la Catedral. Todo hace pensar que su asesinato fue un ajuste de cuentas porque no le habían robado sus pertenencias y sí le habían cortado la lengua y castrado. El hecho que el cuerpo apareciera en un lugar público y céntrico, indicaba que los perpetradores querían que su muerte fuese algo conocido por la población. Este hecho impacta profundamente al muchacho de catorce años, no solo por lo macabro de la situación sino porque el encargado de la investigación era el Corregidor don Diego de Esquivel y Navia, Segundo marqués de Valleumbroso, de quien se rumoreaba, era sospechoso del crimen y del cual el joven Diego, es su hijo ilegítimo.

Ya más tranquilo, Diego pensó que seguramente el rumor que culpaba a su padre no pasaba de ser una vil calumnia, una más de las tantas que los envidiosos hacían circular contra los Esquivel.

Años más tarde, Diego es ordenado sacerdote y decide escribir una crónica de la ciudad del Cuzco como una forma de dejar constancia de la inocencia de su padre sobre los crímenes que le atribuían. La relación con su padre será siempre tensa y ambivalente: lo respeta, lo teme, lo quiere agradar, pero a veces duda de su inocencia y benevolencia por el trato despótico, especialmente cuando le recuerda que es su hijo ilegítimo. A través de sus pesquisas poco a poco descubre las ambiciones, mentiras, manipulaciones de su padre, para dejar por último abandonado el manuscrito de la crónica, no sin antes añadir una nota en el acápite referido a la muerte del comerciante Pedro Romero.

Causó bastante horror y escándalo este cruel insulto, sin que se supiese de sus autores ni se hubiesen hecho aquellas diligencias exactas que suelen hacerse en semejantes casos.

A través de las indagaciones de Diego el lector aprenderá de la existencia de una red intricada de relaciones de poder en el Cuzco colonial donde las familias criollas más importantes —las que nacen para gobernar— son las que manipulan la adherencia de la  población de indios y mestizos porque hablan  su lengua, conocen sus costumbres y son los que se presentan como sus protectores cercanos, mientras engrandecen sus propiedades y riquezas. El poder central (el virrey y la Corona Española) necesitan de estas familias para poder mantener la paz social y el flujo de riquezas hacia sus arcas. Si bien hay leyes y reglas de juego, un burócrata peninsular poco podrá hacer sin la alianza con estas familias. El poder de las familias, como los Esquivel, se basa en ostentar que tienen poder, siendo parte de esto,  tener concubinas a las que ningún otro hombre puede acceder sin correr el riesgo de arruinarse económicamente, ir a la cárcel o ser asesinado. No importan los rumores, hay que mostrar que se tiene poder.

Sin embargo, esto no sucedería si ciertos mitos y narrativas de la colonia no se hubieran enraizado en la cultura de la población. Este es el caso de Leandra, la bella y alegre mestiza que queda impresionada con la apoteósica pintura de la boda del poderoso capitán español García de Loyola y la princesa inca Clara Coya. Esta pintura que se encuentra en la iglesia de la Compañía de Jesús es  la representación de la de Conquista no como hecho violento sino un acto de amor con tintes religiosos. No es casual que la pintura se guarde en una iglesia para así recordar a los feligreses que el famoso capitán es sobrino de un santo, San Ignacio de Loyola. El capitán no es  dios, pero es alguien muy cercano a la nueva divinidad. Esta narrativa se convierte en celebración popular-religiosa  y cada año se rememoraba  la famosa boda escogiendo una joven mestiza de linaje incaico para representar a Clara Coya.

Don Diego Esquivel, quien financiaba este festejo, le ofrece a Leandra que vive en el barrio de San Blas (predominante quechua, pero no necesariamente noble), ser la princesa inca como parte de su apretado camino a la seducción. Ella acepta, no sin dudas, para luego vivir la propuesta como la realización de su sueño ceniciento y hasta confunde la representación con la realidad.

Mientras el séquito nupcial se retiraba lentamente por el centro de la nave con el acompañamiento de clarines y cajas y en medio de una general algarabía de aplausos y vítores, Leandra empezó a creer que estaba ocurriendo un milagro, que ella era ya no  más la muchacha de San Blas sino la reina del Perú, una mujer que por su condición misma estaba llamada a tener un destino fuera de lo común.

En Asesinato… el lector encontrará misterio (¿quién mató al comerciante español y por qué?), luchas intestinas por el poder local, leguleyos ilustrados, mercenarios mestizos, turbas de indios con cambiantes lealtades y burócratas españoles sin conocimiento de las alianzas internas y amantes mestizas ingenuas con derrotas personales que las marcarán de odio y revancha para toda la vida.  Al final de la novela, el lector dejará de ver Cuzco como una sumatoria de estilos arquitectónicos con barrios y calles congeladas en el tiempo para imaginar vivamente la sociedad colonial del siglo XVIII moviéndose complejamente entre las bisagras del poder colonial, sus mitos y representaciones.


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(*) Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas, (Pukiyari Editores, 2104) disponible en Amazon.com




reseña: La soledad de los números primos de Paolo Giordano

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—por Alberto Hernández—

I.
Ninguna obra es perfecta. La misma palabra indica que se sigue construyendo en la plenitud de sus vacíos, de sus blancos y grises. En literatura el género más abierto, más libre, es la novela, de allí que sea el artificio menos allegado a la perfección, aunque ningún artificio lo es. Y mucho menos la realidad. Nada es perfecto. Suele decirse lo contrario del tiempo, sin embargo, los relojes se atrasan y la Tierra a veces gira más lento.

Los matemáticos han insistido en la precisión de su oficio. Un número es un número, que sumado a otro crea otro número mayor. De modo que la suma es creativa, como las tres restantes operaciones aritméticas: maneras de hacerse de los números y convertirlos en un juego de abalorios. Pero la matemática —esa pureza que reniega muchas veces de nuestra comprensible irrealidad— no es un verbo, no es una descripción, no es una anécdota, no es ilusión, aunque con ella se pueda fabricar la más intrincada de las novelas de ciencia-ficción. Sabemos de novelas científicas. De historias que cuentan desde la precisión de la física, la química y los números. De historias simbólicas adosadas a teorías y comprobaciones, tesis y antítesis, abstracciones sólo comprendidas por quienes se han preparado para entenderlas y desarrollarlas.

Pero la obra no es perfecta, porque se trata de literatura. La geometría puede explicar la perfección del círculo. O la presencia de diversas formas en un átomo. ¿Qué podríamos decir de un triángulo abastecido por la ensoñación? Picasso, en la plástica, diseñó geométricamente los sueños.

el escritor italiano Paolo Giordano
II.
Un hombre de 27 años escribe una novela. Paolo Giordano desarrolla una historia basada en su experiencia como físico teórico. Un tipo que sólo trabaja con cálculos, trazos geométricos y fórmulas ha escrito La soledad de los números primos (Editorial Salamandra, Barcelona, España, 2011) para revelarnos la vida de una pareja que no logra acoplarse, de una suma que se resta. De un par de seres que no logra anudarse y se mantiene mientras crece en medio de la incertidumbre, de la ingrimitud producto de sus personales tragedias.

Alice y Mattia, rodeados de sus fantasmas, se fragmentan mientras el tiempo los acorrala. Se pasean por la infancia, crecen y finalmente entienden que la soledad es su don protagónico. Dos seres, un par, el número dos que no alcanza a desarrollarse como número primo. Mattia es una suerte de alter ego del autor: matemático, profesor en una universidad británica, italiano que ha dejado atrás, en medio de sus tribulaciones, a Alice, quien vive un corto matrimonio.

La narración es impecable. Giordano cuenta con soltura y claridad. El lector, ese yo que intenta soltarse de la realidad, no se despega de las páginas hasta el último capítulo, hasta la última página.

III.
El referente temático de esta novela está concentrado en “almas tímidas, pero gemelas” (p. 252) y “dos soledades que se reconocían” (p. 253). Mientras Alice quedaba coja mientras esquiaba, Mattia perdía a su hermana gemela en un parque invernal. Se trataba de una niña, Michela, una discapacitada mental que se extravió y convirtió al personaje (hermano) en un retraído cuya vida se concentró en las matemáticas, en la demostración de ecuaciones y el descubrimiento de nuevas fórmulas que lo alejaron del mundo real.

La concentración de Mattia se mueve en función del teorema fundamental de la aritmética, a través del cual todo número “se expresa de forma única como producto de números primos”. Es decir, el número primo “es aquel número natural mayor que 1 que admite únicamente dos divisores distintos: el mismo número y el 1”. Alice y Mattia son un número primo que nunca logró enlazarse. La soledad lo deshizo.

La única manera de ir más allá de la perfección es la soledad, lo que traduce que la perfección es un asunto matemático que navega en una novela: trasunto imperfecto como la vida.





poetry: OUTSIDE EYES (Ojos de afuera) Alberto Hernández

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OUTSIDE EYES
(Ojos de afuera)
Alberto Hernández
(Translated by Gisela Carreño I.)


Canvas I
(to Estrella)
you dwell with me
on the floor you burst me
under this disaster you make my colors
you scratch me
I think of you
I play alejandro the nearsighted-careless.

Lienzo I
(a Estrella)
me habitas/ sobre el piso me revientas/ bajo el desastre me haces
color/ me rasguñas/ te pienso/ te hago Alejandro miope y descuidado.


Canvas II
I show you my sex
you lie on my belly
and you break me down
you paint all your body and light-up the world with your navel.

Lienzo II
te enseño el sexo/ te acuestas sobre mi vientre/ y me descuajas/
todo el cuerpo te pintas/ y alumbras el mundo con el ombligo.

Canvas III
(to Morgado, the poet)
in the tail of the comet
                lies the end of the world
in the milk of the moon
                 lies the women full of stains:
alejandro see all this
an his laughter is heard over the roof.

Lienzo III
(al poeta Morgado)
en la cola del cometa/ está el fin del mundo/ en la leche de la luna/ está una mujer llena de manchas:/ alejandro mira todo eso/ y se echa a reír sobre el techo.

Lienzo IV
paella la valenciana
and a first warning
the painter´s nails
rip-off the paint from the table
an obscene rug hangs on the wall:
behind the man´s eyeglasses
the annoyance

he is charged excessively
a small rage is split yellow
on the wooden counter of the bar.

Lienzo IV
paella la valenciana/ y un aviso/ las uñas del pintor/ rasgan la pintura
de la mesa/ una tela indecente en la pared:/ detrás de los lentes del
hombre/ la contrariedad// le cortan en exceso/ y una pequeña rabia
se derrama amarilla/ sobre el mostrador de madera del bar.

Jesús
in this tormented face
from the deep
the grim of the man in the dark:

alejandro weeps for him
and puts him in the bottom
caliginous
poured in the consecration cup
the pitiful eyes:
the arms can not be seen
they are features that hold the world
and the eyes

Jesús
en este rostro de tormenta/ desde lo profundo/ la mueca del hombre en
lo oscuro:/ alejandro lo llora/ y lo mete en el fondo/ caliginoso/ vertido en
el vaso de consagrar/ los ojos lastimeros:/ los brazos no se ven/ son rasgos
que sostienen el mundo/ y los ojos.

Passepartout
Through that exhausted genital eye
The window penetrates its lights
Initiated threatening lips of magic
frog´s tongues on the dry landscapes
toothless: through that genital eye
hastens the touch the figure

omniembraced and twisted

a window to look in the depth of the eyes
and to leave in one night
the whore house
Cervantes´s grief
and Dante´s the comedy his paradise

a window to be looked-at
(with that intention they were made
so the street people
would see us from the outside
with criminal´s look
prying our sex in the fissures
of the body)
behind the eyes there are other eyes
reconstructing us:
Alejandro Ríos
molding angel´s meat to the surprise
of our portraits
landscapes which are not and are made
with a reading without lines:
one in that space
a runaway in complicity
of the same broken time
from this corner
this paper window to look at ourselves.

Passepartout
Por ese ojo genital que se agota/ penetra la ventana sus luces/ amagos
De iniciación labios de magia/ lenguas de batracios sobre un paisaje seco/
Desdentado: por ese ojo genital/ se precipita el tacto la figura/ omniabarcante
Torcida/ ventana para mirar el fondo de los ojos/ y dejar en una noche/ las casas
de las putas/ el quebranto de Cervantes/ y los paraísos de Dante la comedia/
ventana para ser mirados/ (con esa intención fueron hechas/ para que la gente
de la calle/ nos vea desde afuera/ con curiosidad de criminales/ nos atisben el
sexo y las grietas del cuerpo).
Detrás de los ojos hay otros ojos que nos reconstruyen:/ Alejandro Ríos/ amasando
carnes de ángeles para sorpresa/ de nuestros retratos/ paisajes que no son y que se
hacen/ con una lectura sin líneas:/ uno está en ese espacio/ tránsfuga y cómplice del
mismo tiempo roto:  / desde este rincón/ esta ventana de papel para mirarnos.

Light
because of being a blinded animal
I arrive to color:
Limited by abortion o f rain
and believe
that God is in silence:
there
in the place of indecision

Luz
por ser animal enceguecido/ llego al color:/
me limita el aborto de la lluvia/ y creo/ que Dios
está en silencio/ allí/
en el sitio de la indecisión.

Eyes within
for the inside of you
these eyes
whre not even a shadow over throws
the bitterness
to your insides
these eyes
await
waiting
the fall of all foundations.

Ojos de adentro
para dentro de ti/ estos ojos/ donde ni una sombra abate/
la amargura/ para dentro de ti/ estos ojos/ a la espera/
esperando/ la caída de todos los cimientos.

Answerings
who answer for these waters,
for these stones in the blood?
who has the lease
of dying standing up,
with no questions nor answers?
who of who feels and returns
from the canvas to claim the shadow?

Answerings
¿quién responde por estas aguas,/ por estas piedras
en la sangre?/ ¿quién tiene la solvencia/ de morir de
pie, sin preguntas ni respuestas?/ ¿quién de quién
siente y vuelve/ de los lienzos a reclamar la sombra?


Artífices
and the land questions:
-who flies over the mountains until dawn?
and the shadow asks:
-who has possessed the lighting to avoid death?
and the light questions:
-who under the color ends his silence?
and the eyelids:
-for whom could the eyes open
during a night of artifices?
and the man answers:
-under my knees rests the answer.

Artificios
y la tierra pregunta:/ -¿quién vuela sobre las montañas y amanece?/
y la sombra pregunta:/ -¿quién ha poseído el rayo para esquivar la muerte?/
y la luz se pregunta:/ -¿quién bajo el color remata su silencio?/
y los párpados:/ -¿por quién podrían los ojos abrirse/ durante una noche de
artificios?/ y el hombre responde: / -bajo mis rodillas reposa la respuesta.

Outside eyes
I have eyes for this shadow
over the shout
over throws the steep
from the outside
an image that augur
the shores
eyes to be taken
as splits
to look after from there
in that dreaded density

Ojos de afuera
tengo ojos para esta sombra/ sobre el alarido/ se abate el acantilado/ desde afuera/ una imagen que augura/ las orillas/ ojos para ser tenidos/ como hendijas/ para mirar después de allá/ en esa temible densidad.





Cinco Esquinas de MVLL: Lo opaco de la novela

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-por Luis Fernández-Zavala, Ph.D. (*)- 

El premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa acaba de publicar en marzo de este año su más reciente novela Cinco Esquinas (Alfaguara, 2016) y si bien los críticos y lectores la esperaron con gran expectativa, se podría pensar que los vericuetos amorosos del octogenario escritor  y sus controvertidas declaraciones políticas habrían opacado el lanzamiento de esta nueva novela. Pero no necesariamente. Lo opaco de la novela se da por mérito propio.

La obra consta de 314 páginas, 22 capítulos y la trama se ubica en el contexto político de los años noventa, casi al final de la dictadura de Alberto Fujimori (hoy condenado a 25 años de prisión) y su jefe de inteligencia,  el gran mafioso,  Vladimiro Montesinos (también entre rejas actualmente). La historia pretende entrecruzar las vidas de dos parejas de la burguesía limeña: el exitoso ingeniero minero Enrique Cárdenas y su esposa Marisa, el abogado Luciano Casabellas y su esposa Chabela, las peripecias lumpen del editor del pasquín farandulero Destapes,  Rolando Garro y su fiel asistente la Retaquita. Personajes secundarios en la historia son el fotógrafo de periodiquillo y un declamador de poemas venido a menos después de pasar por la TV fungiendo de payaso tonto.

Los críticos no se han puesto de acuerdo sobre el tema de la novela. La página web de ABC en español cuestiona si es realmente un “mural de la sociedad peruana”; El Comercio (Perú) encuentra tres temas: erotismo, periodismo amarillo y corrupción. Lima como una mujer que se autodestruye es el tema encontrado por El Economista (Mexico); El Universo (Ecuador) nos dice que la novela es “un alegato a favor de la libertad de prensa y una crítica al periodismo amarillista”; lo mismo dice La Nación (Argentina). Para Hernando Urriago, catedrático colombiano de Literatura, los temas son la extorsión y el chantaje. Por último, El Universal (Venezuela) coincide en presentar como temas la corrupción y el periodismo sensacionalista y mercenario.

Al encontrar tantas versiones sobre el tema de Cinco Esquinas, aunque algunas parezcan inclusive similares, valdría la pena recordar que el tema en una obra literaria está relacionado al significado de la obra en cuestión (William G. Leary). La pregunta que el lector se hace no es de qué trata la obra (argumento, línea de la historia, trama) sino cuál es su relevancia sobre determinados aspectos de la experiencia humana. Aquí importa muchísimo detectar la visióndel autor al desarrollar la trama que da vida al tema. Según esto, creemos que el tema o temas, de MVLL en Cinco Esquinasson los mismos que ya ha tratado antes en otras novelas más elaboradas: la relación/reacción entre individuo y contexto socio-político y el erotismo transgresor.

El autor nos sitúa un contexto socio-político corrupto donde, a todos en la sociedad les cae la mierda activa o pasivamente. Sin embargo, mientras que los más ricos alteran su modo de vida marginalmente, para los pobres (que se convierten en mercenarios) es un caso de vida o muerte. En el amén de la historia, es posible un final feliz, porque cambia el contexto o porque se dan las respuestas correctas y esto hasta tiene premio, no por actos heroicos basados en principios, pero sí por motivaciones egoístas. Los individuos se acomodan y la sociedad (la vida) sigue su curso.

El otro sub-tema vargallosiano es: la libertad/placer que se logra solo en los sectores cultivados (el mundo de don Rigoberto). Este tema transcurre a lo largo de la novela solo en el mundo de la burguesía hasta acabar en un a ménageà trois y un insinuado posible foursome.  Si a esto le añadimos la escena de Enrique en la cárcel masturbando  a un robusto delincuente, de la cual sale airoso, sin traumas mayores que lamentar una vez pasado el susto de experiencia carcelaria, este sub-tema aparece corroborado y claro.

Me atrevería a admitir que el capítulo con mejor narrativa es el de la relación lesbiana por su manejo sensualista, sin ser abrupto, inesperado al inicio, natural, romántico dejando al lector con la curiosidad latente sobre esta relación entre amigas de toda la vida, casi hermanas. El autor no nos lleva al complejo mundo sicológico de esta relación, la muestra tal y como seda entre la gente con cierta sofisticación erótoma con sus bondades, ambivalencias y deseos.

La siguiente pregunta es si el autor logró plasmar y desarrollar su visión eficientemente. y cómo lo hizo. Aquí hay que seguir admirando la pluma ya domesticada del autor. La novela es ligera y entretenida, pero es desbalanceada; fácil de leer, sin causar angustias, pero inquieta al lector a saber un poco más.  Tiene el sello técnico vargallosiano del manejo de la estructura, especialmente en el capítulo  XX donde finamente se ponen juntos todos los elementos esparcidos en la trama.  Al final, la famosa pregunta de “¿cuándo se jodió el Perú?”, se cambia por: ¿quién mató a Rolando Garro? Entonces el contexto socio-político se diluye y nos encontramos frente a un misterio policial.

El mundo burgués está mejor tratado presentando los detalles de su  modo de vida; sin embargo, el mundillo de los protagonistas del barrio  popular y en decadencia adolece de la falta de intimismo. En todo caso, unos viven bien, los otros, lo de abajo, se desenvuelven en un mundo sin placer: la Retaquita no tiene novio, el declamador pierde a su esposa por una enfermedad terminal, el fotógrafo timorato vive angustiado por sus magros ingresos. Ambos, mundos aparecen ciertamente simplificados al extremo casi caricaturesco. El recurso sin embargo de entrelazar estos dos mundos es un intento válido, si se pretendió responder cómo el ambiente político dictatorial y corrupto del fuji-montesinismo afectó a los diversos sectores sociales en a década  de los noventa.

Cabe señalar que al autor desaprovecho una magnífica oportunidad de ficcionalizar ese contexto envolvente y nefasto en la historia del Perú. Fujimori y Montesinos, aparecen como pálidas sombras y en cuanto la inseguridad y terror vividos por esa época, solo se hace referencia a lo mas obvio: toque de queda que obliga que las amigas se queden a dormir juntas y iniciar su encuentro lésbico

Cuando Marisa, aturdida, saciada, sintió sin poder evitarlo, que se hundía en un sueño irresistible, lanzó a decirse que durante toda aquella extraordinaria experiencia que acababa de ocurrir ni ella ni Chabela —que parecía ahora también arrebatada por el sueño— habían cambiado una sola palabra. Cuando se sumergía en un vacío sin fondo pensó de nuevo en el toque de queda y creyó oír una lejana explosión.

Por ahí, en este mismo capítulo inicial, también se menciona un secuestro que traumatizó a otra familia burguesa, los apagones tan molestosos.

“…Tema que obsesionaba a todos los hogares en aquellos días”.

El lector no llega a respirar el contexto de guerra interna pleno de torturas, espionajes, traiciones, ejecuciones, latrocinios, manipulaciones y desgaste moral a nivel nacional que esta detrás de la vida de los personajes.  Coincido, en este sentido plenamente con la opinión del blog Lector Compulsivo que nos dice: “si Vargas Llosa quiso crear una atmósfera de terror o miedo por la omnipotencia de Vladimiro Montesinos…(y) los grupos terroristas (estos) aparecen como una pincelada de lo que esta ocurriendo en la periferia de la vida de los involucrados” Curiosamente toda esa información sí fue ficcionalizada en El reino del espanto (Grijalbo, 2000)  por su propio hijo Alvaro Vargas Llosa con pocos méritos literarios pero con la crudeza  y realismo basados en la investigación periodística.

No queda claro el porqué de la aparición del declamador en la línea de la historia. Se podría especular muy tímidamente que este obedece a la necesidad de MVLL de presentar como parte del contexto, el papel jugado por la TV basura bastardeando la cultura y la persona humana. En tanto que, por otro lado, el siempre temeroso fotógrafo del pasquín solo es un recurso acertado para que el personaje de la Retaquita aparezca con mucha más fuerza y capacidad de decisión.

Una apurada lectora  me preguntó si valía la pena posponer la lectura de esta obra frente a las novedades literarias que aparecieron por esta época, entre ellas,  Noches de Alfileresde Santiago Roncagiolo. Me respuesta fue: si no eres una experta en las obras de Vargas Llosa, no te preocupes de leerla ahora, no te pierdes nada. No seas como los admiradores de Celia Cruz que iban a todos sus conciertos, porque podría ser el último. Esto dicho a propósito de lo expresado por un académico colombiano que ve esta novela como una obra póstuma: escenas ligeras, ausencia de ambiciones, repetición de temas (huachafería limeña, sexualidad transgresora, individuo vs sistema), condensación estilística (técnica de los vasos comunicantes), en suma, una re-masterización del autor. Una especie de Frankenstein editorial, según las palabras del profesor Hernando Zurriago.



(*) Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas  (Pukiyari, 2014) disponible en Amazon, Librería Allá en Santa Fe.





13 INCREÍBLES BIBLIOTECAS MÓVILES ALREDEDOR DEL MUNDO

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“Whatever the cost of our libraries,
the price is cheap compared to
that of an ignorant nation.”
Walter Cronkite

En ningún orden:

1.- KENIA
Biblioteca móvil a camello, Servicio nacional de bibliotecas de Kenia.



2.- COLOMBIA
La carreta literaria ¡Leamos!, de Martín Roberto Murillo Gómez, Cartagena, Colombia.



3.- HOLANDA
BiebBus biblioteca contenedor, Holanda.



4.- ESTADOS UNIDOS
Biblioteca móvil a pedales, Biblioteca pública de Denver, Colorado.



5.- ISRAEL
Biblioteca móvil en las playas de Tel Aviv.



6.- ARGENTINA
Arma de instrucción masiva, de Raúl Lemesoff, Buenos Aires.



7.- LAOS
Bibliotecas móviles con elefantes en Laos.



8.- SUDÁFRICA
Biblioteca móvil TAAA (Together with Africa and Asia Association) en Gauteng.



9.- BRASIL
La bicicloteca, de Robson Mendoça, Sao Paulo.



10.- COLOMBIA
Biblioburros, de Luis Soriano, Magdalena, Colombia.



11.- ESTADOS UNIDOS
Liquid Books, de Ed Leeper, Monterey, California.



12.- MÉXICO
Bicibiblioteca, Fomento a la lectura, Aguascalientes.



13.- ESPAÑA

Bibliobús Región de Murcia, parte de ACLEBIM -asociación profesional española independiente para la defensa y la difusión de los servicios bibliotecarios móviles-. Ver bibliobuses.com



Existen muchas bibliotecas móviles alrededor del planeta. Las anteriores son solo una pequeña muestra. Gracias por compartir y no olviden la importancia de apoyar, promocionar e inculcar la lectura. (Cervantes@MileHighCity) 





Cómo vivir de memoria en una hora, reseña

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—por Wilson Prada—

I
Cronos no deja de observar desde los ojos de quien lee y, como Dios, no cede un segundo más de vida al mortal ni un capítulo más  a una novela. Es él quién otorga la primera y la última luz y nos deja escoger la del transcurso como para darnos ventaja; llego a pensar que Cronos se alimenta de la incontinencia y la locura que regalan las décadas. Sí, llego a pensar que  es él quien determina la presencia de cada personaje en un capítulo de historia; por eso, Alberto Hernández se parece a Cronos o juega a ser él de vez en cuando. Más encorvado por el peso de millones de versos que habitan en sus ojos y mucho más delgado porque cada poemario le ha consumido la musculatura que había conformado con metáforas de las que se alimenta.

Fue en Guardatinajas, recuerdo: el asunto viene de una confrontación en la que el griego barbudo llevó la peor parte. No hubo conteo de protección mientras llovían osos pintados en botellas ámbar. El veterano hijo de Gea cayó vencido a golpes de “Relatos Fascistas” y “Puertas de Galina”, entre otras obras que Alberto acuna con la punta de un lápiz guardado en una servilleta.

II
Esta primera novela de Alberto Hernández está hecha de retazos de sueños y ciudades. De Caracas a Wilde, de Londres a los senos de Ingrid, de Paris a la ventana, de Madrid al espejo, de la cama ruidosa por la cabalgata nocturna a La calle Bermúdez en la que se acabaron los ocios y las maldiciones. “La única hora” (*) (Junio de 2016) encaja en este tiempo a través de la imagen reiterada como afianzamiento del signo. Algunas visiones emergen como un GIF en el que la repetición visual es, más que una figura retórica, una “estrategia” estética,  es la vida fragmentada del mundo hecho astillas, los instantes detenidos de una memoria que huye de la linealidad histórica y de la idea de un todo invariable. Desde nuestro punto de vista se aleja del exceso de historia y se nos antoja como representaciones diacrónicas. Tal vez por eso, recorre sabiamente  la temporalidad descolocando al lector como si intentara competir al pulso con el griego barbudo, como si buscara proteger la declaración de discontinuidad de Lyotard o saltar de una a otra imagen  al igual que en el “Retrato de un hombre invisible” de Auster.

el escritor y periodista venezolano Alberto Hernández
III
Cada uno de los breves capítulos semeja una esquirla de un álbum de pareja en la etapa más bella y desinhibida de sus años de exilio voluntario en el que afirman: “Aquí al menos el hambre y la nostalgia se pasan sin zancudos, sin cadenas televisivas idiotas, sin crímenes horrendos, sin arrebatones, sin mariconerías revolucionarias, sin pistolas en el cuello”; ellos habitan un espacio en el que “creen que el mundo llega hasta donde pisan sus pies” y en el que su naciente locura es la excusa para vestirse de literatura. Un espacio de luz, de tiempo detenido, de fotografías hechas a puro parpadeo. Allí Cada encuentro en la memoria es un lienzo de existencia, un retazo, un fragmento, una Dublinesca verdad de Vila-Matas quien disfrazado recorre las calles; un misterio vigilado por la presencia de Buda con una panza rellena de trapos y noticias cuyos ojos rasgados pretenden obturar mientras sonríe con los dientes helados por el frío del Támesis.

IV
Alberto ahora prueba el parto de esta novela que proclama la resignificacion de lo ubicable. Hace imposible el rastreo. El lector practica la ubicuidad a la vez que comparte una mesa que Ignacio ve como un damero de tragedias o un estante de conspiraciones.  Al fin nos muestra a Ingrid convertida en una sola mujer hecha de cien idiomas víctima de una xenoglosis que ni ella sabe con qué se come.  Ingrid es la libertad  rodeada de desnudez como Kiki de Montparnasse rodeaba a Man Ray.  Ahora que la he conocido, no sé si atajarla antes del vuelo; no sé si —como interrogaba el cumanés— será Diana en el baño desmayada en Ofelia; no sé del frío de un seno ante los monumentos ingleses. Pero a través de ella vivo los pezones que ametrallan transeúntes y, ¿Por qué no decirlo? me he enamorado de la novia de Ignacio Fuentes y no sé cómo decírselo pues él sólo vive en un libro que brilla en mi pantalla en un extraño PDF que Hernández puso en mis manos y en el que él determina el futuro laboral de cada personaje desde su omnipresencia,obligándolos a admitir que son personajes en préstamo que deben colaborar para no desaparecer.

Afortunadamente, este autor peleó con Cronos; lo sé porque he visto algo de arena de reloj en sus nudillos. “La única hora”  llega a mí  aún con la calidez del parto  y luego de leerla, decidí escribir sólo en las mañanas porque, como se pregunta el “Llorador latino”, uno de los escurridizos exiliados de la novela, “¿Quién llora los muertos en el desayuno?” Nadie.



(*)La única hora/ Alberto Hernández
Ira edición, Junio 2016
Depósito legal: If0432016800894
ISBN: 978-980-12-8676-9
Editor Juan Martins
Diseño: Ediciones Estival & asociados





15 POETAS ECUATORIANAS (1900–1960) Selección Ana Cecilia Blum

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Selección de Ana Cecilia Blum (*)

AURORA ESTRADA Y AYALA
ILEANA ESPINEL CEDEÑO
SARANELLY DE LAMAS
ANA MARÍA IZA
NELLY CÓRDOVA AGUIRRE
VIOLETA LUNA
VICTORIA TOBAR FIERRO
SONIA MANZANO
SARA VANÉGAS COVEÑA
CATALINA SOJOS
MARITZA CINO ALVEAR
CARMEN VÁSCONES
CAROLINA PORTALUPPI
MARGARITA LASO
MARÍA FERNANDA ESPINOSA


AURORA ESTRADA Y AYALA
PUEBLOVIEJO (1902–1967)

FATUM

Siempre fui triste
i me sentí extranjera
en todas partes.
Ardía mi lámpara
i sigue ardiendo:
azul...
violeta...

¡Me quema toda
con su antigua llama,
creciendo i marchitándose
en diferentes tallos!

Me dobla la nostalgia
sobre ignorados mapas.
Quiero escarbar perdidos cementerios
i abrir cinéreas ánforas
con mis pálidas manos.

Como siempre, estoy triste
bajo el alegre vuelo de los pájaros.
I ciega voy
con mi agonía tremante
hasta el borde del día.

¡Bajo una lenta lluvia de lágrimas azules
yo muero cada noche!


ILEANA ESPINEL CEDEÑO
GUAYAQUIL (1933–2001)

HACIA ADENTRO

Yo, no te aclamo, no, vida mía que sufres;
tampoco me envilece tu soledad de estrella.
Tan sólo te contemplo como algo tan ajeno
que más que propia vida eres mi ausente muerte.

Me dejo ir en todo
dejo que el cerco nimio
me arrastre al torbellino del temporal rebaño.
Diríase que lucho. Diríase que asciendo.
Diríase que me hundo. Diríase que... nada.

Y yo, antigua sangre rondando entre las piedras,
tan sólo te contemplo, absorta enamorada.

Y junto a tu verdad de ardiente sima,
diríase que canto. Diríase que muero.


SARANELLY DE LAMAS
RIOBAMBA (1933–1992)

BALANCE

Si de repente Dios —que ciertamente existe—
llamándome por mi nombre me dijera
es hora de liquidar el sueño;
haría simplemente un balance.

Más de una hiel en horas sin medida
pero a cambio, espejos y abalorios
para adornar el rostro de la herida;
un prisma casi ingenuo
para apresar la magia de las cosas
y un simple azul por todo lo creado.

De cuanto real establecido contemplé;
he amado más lo irreal que no poseo;
luego me conservé fiel a la fe:
creer tan sólo en aquello que no podemos ver.
Si tropecé y caí,
mi fe en el ser humano
jamás tuvo caídas.
No quise ver la perfección jamás;
apenas la limpieza necesaria.

Todo cuanto amasé fue nada entre las manos
monedas que se gastan al contacto del día.
Y mi culpa mayor —que me exime de culpa—
elegir un camino de herradura
para llegar al sueño.

Nada me asombraría si de pronto
la única palabra que no existe
me fuera a solas revelada.


ANA MARÍA IZA
QUITO (1941)

CARTA A MÍ MISMA

¿Recuerdas
cuando era el teléfono un pájaro
cantando en el alambre...?

Nunca creíste
que sólo se trataba de un vil artefacto.

Eras insoportable.
Por eso hasta quisiste un lunes
regalarte.

Tenías la mirada llena de barcos.
Dabas de comer
a los perros del parque
y te sabías de memoria el número
de árboles,
a fuerza de ser viento,
de ser hoja,
de husmear
no sé qué estrella entre las ramas.

Eras
un raro espécimen,
una degeneración futura,
un grifo siempre yéndose,
ya ni sé qué decirte,
eras
algo bastante feo que me gustaba.

Te pregunto,
por preguntarte,
porque sí,
porque llueve
y algún entrometido te ha empujado:
¿Qué harías si te dejara libre,
si de un manotón quitara la montaña ...?

De ley
irías a refugiarte en la ternura,
a estrellarte en el borde de un retrato.
A escarbar en el suelo un sucio anillo
del que nacieron rosas,
lombrices,
telarañas.

Tú,
siempre serás tú.

No habrá abracadabra que te cambie.
No habrá
reencarnación que te libre del lodo de los sueños.
No habrá forma
de librarse de ti
ni estrangulándote.

Oye:
no vayas
a suicidarte.
Me es indispensable tu presencia:
triste,
desafiante.

Terminada en punta
—como una hoja—
detrás de la ventana.


NELLY CÓRDOVA AGUIRRE
SAN GABRIEL (1942)

porque es día de feria

que te venda
que te venda mi fibra mis afanes mi cardo mi camisa  estera y
manta
mi arado mi aire y agua  mi guacho y mis raíces
que ahora sea yo quien ponga precio
porque es día de feria

que mida por pulgadas mis fatigas
por onzas que te pese mis mañanas  que en pondos para vos
madure lunas

que quién soy  cómo soy
cómo y qué  para qué

que cuanto valgo yo en pocas palabras

si te vendo mis cargas mis costillas a qué espaldas iría
este cansancio

a qué otra cicatriz iría mi insomnio
a qué ojo mi barranco
a qué fiesta mi tiesto mis bostezos mi taja de zapallo

yema yo  yuca yo  yuyo yo
ajo ají  ya te vi  no te dí  si te dí

¡que está mi pueblo en feria…!

que ahora sea yo quien ponga precio
a mi costal de cosas
no mezcladas


VIOLETA LUNA
GUAYAQUIL (1943)

HOY TE CIERRO LAS PUERTAS

Hoy te cierro las puertas corazón
para pensar a solas,
fríamente pensar
hasta vaciar la lógica
y el silogismo pálido.
La poesía es libre.
Las cosas en azul son poesía.
Por tanto mis monólogos son libres.
Y en esta libertad de puerta adentro
resuelvo mis conflictos,
repito y analizo,
recuerdo y rectifico.
Estudio cada cosa y consecuencia
y limpio las ideas.
La mente es una máquina
que suele registrar las decisiones,
contar las pertenencias y los fraudes.
Y mientras pasa el día
y acechan fríos monstruos en mi cueva
me falta el sol y el fuego.
Espera corazón,
quiero abrirte la puerta nuevamente.


VICTORIA TOBAR FIERRO
AMBATO (1943)

DEFINITIVAMENTE NO

Hoy despertaron mis dedos
con ganas de hablarle al mundo.
Hay un recuerdo tuyo en las falanges,
un deseo de ser nuevamente
En las pequeñas cosas.

No, definitivamente no.
No voy a suicidarme esta semana.


SONIA MANZANO
GUAYAQUIL (1947)

CADÁVERES DE FLORES

Flores en mis tobillos
flores alrededor de mis muslos
flores brotando desde todos los orificios de mi cuerpo

Flores anales
vaginales
lacrimales
flores de turbios colores seminales

Flores perfumando el vino en que sumerjo
trozos de carne floja que morirán conmigo

Flores regadas por mi habitación vacía
confundidas con mis prendas interiores

Flores colgando del hacha del verdugo
flores orlando las sienes del desvelo

Flores que venderé a la entrada de un cine
y que arrojaré desde una rueda moscovita
Flores de plumas
flores de pelos
flores saliendo en procesión
desde un pubis despoblado

Flores adornando la montura
de la jinetera más joven
flores de vientos encontrados
flores de vientres encontrados

Flores colgando de la solapa de un gángster
flores de tallos largos
y corolas hambrientas

El día en que me ahogue para siempre
tendré repletos los bolsillos
con cadáveres minúsculos de flores


SARA VANÉGAS COVEÑA
CUENCA (1950)

CIUDAD

ciudad de los mil tejados y las mil aguas
ciudad de los puertos quemados en el aire
y los unicornios extintos
de los mil ojos y las mil fauces
todo este tiempo he intentado amarte
como amo el vuelo iridiscente de los ángeles caídos
la tarde roja de los mares
el momento en que las naves zarpan…
he intentado amarte siempre
en tus amaneceres fríos / en tus calles
largas como el insomnio
esperando a que se aquiete la luna
o se detenga el tráfico de sombras
yo, escondida tras tu más dura silueta
habitante de tu soledad insoportable
quise cantarte cuando tiritabas con la lluvia
cuando ascendías con tus montañas lunares
para protegerte de tus hijos y de la tristeza
y aquí me tienes, ciudad de los mil aleros
con la boca oscurecida besando tus rincones
recreando tu nombre entre mis nombres
ebria de torres amargas y horizontes…


CATALINA SOJOS
CUENCA (1951)

CANTOS DE PIEDRA Y AGUA
(Fragmentos)
CANTO PRIMERO

¿quién mira dentro de ti
ciudad celeste y sola
sola
ciudad de frío?

te escribo
y dejo que el alma se me vaya
en la noche desnuda

sembrado
entre el barranco y la magnolia

mi corazón
es fruto
ya
maduro
¿quién espía
debajo de tu angustia?

ya puedes amorosa
devorarme

porque colgada estoy
a tu silencio

abre tus labios
llámame
tu voz
será una gota de sangre

en mi pecho difunto


MARITZA CINO ALVEAR
GUAYAQUIL (1957)

DUELO

Hundirse en la mudanza      
En piezas menudas subterráneas    
Y regresar al vientre del caos
Al onírico destino de la fábula        
Escapar del solitario pasadizo
Aderezando la pesadez del fango      
Concebir la urgente prisa de mudarse
Apareando la excitación del duelo    
Al onírico vientre de la fábula.


CARMEN VÁSCONES
SAMBORONDÓN (1958)

El enigma anticipó su existencia y desciframiento
existió antes que la misma esfinge y el adivinador
descansa sus pies en el orificio de la ilusión
mientras profesa desde la oscuridad
la única oportunidad de los mortales
la del tropiezo y del retorno

Me predijo
el deseo será el fantasma de su voz
de su verbo y de su alma
donde la tragedia no será su destino

Hablo con mi espectro
desde su boca y en mi cuerpo
al mismo tiempo
nos anunciamos el lugar de la evanescencia
me toca y lo toco
se corporiza

Me extingo en el sentido de su roce.


CAROLINA PORTALUPPI CASTRO
GUAYAQUIL (1963)

HAY SILENCIOS AZULES
enredados en las algas.
Silencios en blanco y negro
que poco a poco
van ocupando su lugar.

Mi silencio,
al que sirvo y me derrota,
tiene el color del miedo
es una sombra.


MARGARITA LASO
QUITO (1963)

un ceibo que cuida el horizonte
tiene menos orgullo que el que orilla tus piernas

un ceibo en tus piernas africanas
matará mi deseo

la cadera cruje como un cangrejo

un crujido en la tenaza de mis huesos
matará mi deseo

trago de ardienteagua
un ceibo te orilla los crujidos
una huella de hollín
los vellos y tobillos
y una equis que enrosca mi cintura

una equis matará mi deseo


MARÍA FERNANDA ESPINOSA
QUITO (1964)


POÉTICA

Lo temporal está en nosotros
como en las ranas su metamorfosis.

Atados a la escritura
para no morir
nos enlazamos verbales
jungláseos
lianas buscando el eco.

Así el pasado permanece
empoemado.


_________________
(*) Ana Cecilia Blum; Guayaquil (1972), es licenciada en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Laica Vicente Rocafuerte. Posgrado en Lengua Española, Universidad Estatal de Colorado. Participó en el taller de la Casa de la Cultura Núcleo del Guayas. Realizó estudios sobre teoría literaria en la Universidad Católica de Guayaquil y sobre autores contemporáneos en la Universidad Andina de Quito. Entre sus textos publicados se encuentran Descanso sobre mi sombra, poesía (1995); I Am Opposed, poesía (2003); Donde duerme el sueño, poesía (2005); En estas tierras, poesía y prosa (2006); La que se fue, poesía (2008); y Libre de espanto, poesía (2012). Sus textos poéticos han sido incluidos en diversas antologías. Actualmente reside en EE.UU. donde ejerce la enseñanza del español, dirige la gaceta literaria Metaforología, coordina el Fondo poético para las Américas y realiza investigación literaria en el campo de la poesía ecuatoriana escrita por mujeres.




Una carta que nunca llegó a Rusia - Vladimir Nabokov

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—cuento completo de Vladimir Nabokov—

Mi adorable, mi muy querida y lejana, me imagino que no habrás olvidado nada en los más de ocho años que dura ya nuestra separación, si es que aún consigues recordar a aquel guarda canoso con su librea azul que ni se molestaba siquiera en mirarnos cuando hacíamos novillos para encontrarnos en aquellas mañanas heladas de San Petersburgo, en el Museo Suvorov, tan polvoriento, tan pequeño, tan semejante a una suntuosa caja de rapé. ¡Con qué ardor nos besábamos a espaldas de aquel granadero engominado! Y más tarde, cuando por fin nos liberábamos de aquellas antigüedades polvorientas y salíamos a la luz, cómo nos deslumbraba el resplandor de plata del parque Tavricheski, y qué extraño resultaba oír los gruñidos alegres, ávidos, profundos de los soldados, que se lanzaban unánimes a las órdenes de su comandante, resbalando por el suelo helado, embistiendo con su bayoneta a un muñeco de paja con casco alemán en medio de una calle de San Petersburgo.

Sí, ya sé que en otra de mis cartas te he jurado que no volvería a mencionar el pasado, especialmente las naderías de nuestro pasado en común, porque se supone que nosotros, los escritores exiliados, tenemos una especie de pudor altanero en nuestra forma de expresarnos y sin embargo aquí estoy, despreciando, desde la primera línea de mi carta, el derecho a toda sublime imperfección y destrozando con epítetos vanos el recuerdo, ese recuerdo que tú rozabas con tanta gracia y ligereza. Pero no es del pasado, mi amor, de lo que quiero hablarte.

Es de noche. Por la noche se percibe con especial intensidad la inmovilidad de los objetos: la lámpara, los muebles, las fotografías en sus marcos sobre mi mesa. De cuando en cuando, el agua borbotea y chasquea en sus tuberías ocultas como si una serie de lamentos subiera por las paredes de la garganta de la casa. Por las noches salgo a dar un paseo. Los reflejos de las farolas rezuman brillos intermitentes sobre el helado asfalto de Berlín cuya superficie parece una película de grasa negra en cuyas arrugas se hubieran recostado los charcos. Aquí y allá, una luz granate brilla sobre alguna alarma de incendios. Una columna de cristal, llena de una líquida luz amarilla, se yergue junto a la parada del tranvía, y, por alguna extraña razón, experimento una sensación tan melancólica, tan placentera, cuando, de noche, ya tarde, pasa por delante un tranvía a toda velocidad, vacío, con un chirrido al tomar la curva. A través de sus ventanas se ven con toda claridad las filas de asientos marrones iluminadas entre las cuales se abre camino, a contramarcha, un revisor solitario, con su negra cartera colgando al costado, tambaleándose ligeramente, como si estuviera un poco borracho.

Mientras paseo por alguna calle silenciosa y oscura, me gusta oír cómo algún hombre regresa a casa. El hombre no resulta visible en la oscuridad, y nunca sabes de antemano qué puerta se abrirá a la vida y condescenderá a dejarse penetrar por el chirrido de una llave, para después girar, y detenerse luego, retenida por el contrapeso, para acabar cerrándose de golpe; la llave chirriará de nuevo desde dentro, y, en las profundidades al otro lado del cristal de la puerta, un débil resplandor se rezagará durante un minuto maravilloso.

Pasa un coche sobre columnas de luz húmeda. Es negro, con una raya amarilla bajo las ventanillas. Irrumpe ronco con su bocina en los oídos de la noche y su sombra cruza bajo mis pies. Ahora la calle está totalmente desierta, salvo por un gran danés cuyas patas rascan la acera mientras pasea con una bella joven distraída y sin sombrero que lleva un paraguas abierto. Cuando pasa bajo la farola granate (a su izquierda, sobre la alarma de incendios), sólo una parte, negra y tensa, de su paraguas se ilumina de húmedo rojo.

Y más allá de la curva, sobre la acera —¡y de qué forma tan inesperada!—, la fachada de un cine se arruga con diamantes. Dentro, en su pantalla rectangular y pálida como la luna, se ve a unos mimos más o menos hábiles: la inmensa cara de una joven, con trémulos ojos grises y labios negros cruzados verticalmente por grietas relucientes, se acerca desde la pantalla, y no deja de crecer mientras detiene sus ojos contemplando la nada de la sala oscura, y una maravillosa lágrima, brillante y larga se desliza por una de sus mejillas. Y en alguna ocasión (¡momento celestial!) aparece incluso la vida de verdad, ignorante de que está siendo filmada: un grupo de gente que asoma por azar, unas aguas que brillan, un árbol que cruje silenciosa aunque perceptiblemente.

Más lejos, en la esquina de una plaza, una prostituta corpulenta vestida con pieles negras pasea despacio, deteniéndose de cuando en cuando delante de un escaparate ferozmente iluminado, donde una mujer de cera muy pintarrajeada expone a los paseantes de la noche sus enaguas de papel esmeralda y la seda brillante de sus medias color de melocotón. Me gusta observar a esta plácida puta de mediana edad, mientras se le acerca un hombre maduro con bigote que llegó por la mañana de Papenburg en viaje de negocios (primero pasa por delante y luego se vuelve a mirarla un par de veces). Ella le llevará sin apresurarse hasta una habitación del edificio cercano, que, a la luz del día, apenas se distingue de los otros edificios, igualmente ordinarios. Un viejo portero, educado e impasible, hace guardia toda la noche en el vestíbulo de entrada apenas iluminado. En lo alto de una empinada escalera otra mujer igualmente impasible, abrirá con sabia despreocupación una habitación desocupada y recibirá su pago por ello.

¡Y no sabes qué maravilloso es el estruendo con el que el tren todo iluminado, y riéndose por las ventanillas, atraviesa el puente por encima de la calle! Probablemente no vaya más allá de los suburbios, pero en ese preciso momento la oscuridad bajo el vano negro del puente se llena con una música tan poderosamente metálica que no puedo sino imaginarme las tierras soleadas hacia las que partiré en cuanto me haya procurado esos marcos extras que anhelo con tanta ligereza y despreocupación.

Me encuentro tan alegre que a veces me gusta ir a ver a la gente que baila en el café de mi barrio. Muchos de mis compañeros exiliados denuncian con indignación (una indignación no exenta de un punto de placer) las abominaciones de la moda, entre las que incluyen los bailes actuales. Pero la moda es una criatura de la mediocridad humana, de un cierto nivel de vida, es la vulgaridad de la igualdad, y denunciarla significaría admitir que la mediocridad puede crear algo (ya sea una forma de gobierno o un nuevo tipo de peinado) por lo que merezca la pena preocuparse. Y ni qué decir tiene que estos llamados bailes modernos nuestros son cualquier cosa menos modernos: la moda y la locura de los mismos se remonta a los días del Directorio, porque entonces como ahora los vestidos de las mujeres se llevaban pegados al cuerpo y los músicos eran negros. La moda respira a través de los siglos: la crinolina en forma de bóveda, de moda a mediados del XIX, no era sino la máxima inhalación del aliento de la moda, seguida por una exhalación: faldas estrechas, bailes apretados. Nuestros bailes, después de todo, son muy naturales y bastante inocentes y, a veces —en las salas de baile de Londres—, absolutamente elegantes en su monotonía. Todos recordamos lo que Pushkin escribió acerca del vals: «Monótono y loco». Todo viene a acabar en lo mismo. En cuanto al deterioro de la moral… Esto es lo que leí en las memorias de D’Agricourt: «No conozco nada más depravado que el minué y sin embargo nadie se opone a que se baile en nuestras ciudades».

Y así me divierto observando, en los cafés damantsde aquí, cómo las parejas «desaparecen veloces ante mis ojos», por volver a citar a Pushkin. Los ojos maquillados de formas divertidas brillan de pura satisfacción, con alegría sencillamente humana. Los pantalones negros se tocan y se enredan con las medias ligeras. Los pies giran hacia un lado y se vuelven hacia el otro. Y mientras, al otro lado de la puerta, me espera mi fiel noche, noche solitaria, con sus reflejos húmedos, sus coches ruidosos, y sus corrientes de viento enfebrecido.

En una noche de ésas, en el cementerio ortodoxo ruso que está a las afueras de la ciudad, una anciana de setenta años se suicidó en la tumba de su marido recientemente fallecido. Fui allí por puro azar a la mañana siguiente, y el guarda, un veterano mutilado de la campaña de Denikin, que caminaba con muletas que crujían al mínimo movimiento de su cuerpo, me enseñó la cruz blanca de la que se había colgado la anciana, y los jirones amarillos que se habían quedado prendidos en el lugar donde los cabos de la soga («totalmente nueva», dijo amablemente) se rozaban. Pero lo más misterioso y encantador de todo, sin embargo, eran las huellas en forma de medialuna de sus tacones, diminutas como las de un niño, abandonadas en la tierra húmeda junto a la losa. «Pisoteó un poco el césped, pobrecilla, pero por lo demás no ha estropeado nada», observó el guarda tranquilamente y, mirando aquellos jirones amarillos y aquellos lugares en que la tierra estaba un poco hundida, me di cuenta de repente de que se puede distinguir una sonrisa inocente incluso en la muerte. Probablemente, mi amor, la razón principal por la que te escribo esta carta es para contarte este final tan fácil, tan dulce. La noche de Berlín quedó así resuelta.

Escucha: soy feliz, absoluta o idealmente feliz. Mi felicidad es una especie de desafío. Mientras deambulo por las calles y plazas y por los caminos junto al canal, sintiendo distraído los labios de la humedad a través de mis suelas gastadas, llevo orgulloso sobre los hombros mi inefable felicidad. Los siglos pasarán uno tras otro, y los escolares bostezarán ante la historia de nuestras revoluciones y miserias; todo pasará, pero mi felicidad, mi amor, mi felicidad permanecerá, en el reflejo húmedo de una farola, en la curva precavida de los escalones de piedra que descienden hasta las aguas negras del canal, en la sonrisa de una pareja que baila, en todo aquello con lo que Dios tan generosamente circunda la soledad humana.

FIN





ANA ISABEL, UNA NIÑA DECENTE QUE ROMPE FRONTERAS

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—por Gregory Zambrano—

Acaba de aparecer la traducción al inglés de Ana Isabel, una niña decente, la emblemática novela de Antonia Palacios (1904-2001), publicada en Buenos Aires por la Editorial Losada, en 1949. Ahora, con traducción de RoseAnn Mueller, profesora emérita del Columbia College de Chicago, alcanzará otros horizontes y nuevos lectores.

En la Caracas de los años veinte, que todavía no comenzaba a transformarse —gracias al petróleo— en la urbe moderna que un día fue, una niña soñaba con hadas y un príncipe que la desposara. La ciudad entrañable, vista desde el espacio enmarcado de La Candelaria, se ha quedado como un recuerdo, como una tarjeta postal, que revive en los gráciles trazos que Palacios imprimió en su breve e intensa novela.

En aquel rincón caraqueño la economía casera se basaba en la elaboración de dulces tradicionales, los niños combinaban su educación, prácticamente doméstica, con los juegos infantiles, las rondas y canciones, no había mayor distracción. En ese contexto crecía la pequeña Ana Isabel, entre los rigores de la familia y, hasta cierto punto, sometida a las limitaciones que le imponía su condición femenina. Entonces tenía ocho años y comenzaba un viaje interior que acaba en su pubertad. El marco de la novela es aún la Venezuela rural sometida al silencio y a una espera postergada bajo la mirada de una dictadura que se hacía eterna, la de Juan Vicente Gómez.

Ana Isabel, una niña pobre pero decente, sueña mientras vive su tránsito de la infancia a la adolescencia. La niña que jugaba ya no es la misma después de una enfermedad que le descubre su cuerpo y su sensibilidad. Es éste el momento en que se define su conocimiento del yo y se afirma en ella la subjetividad femenina. En el camino descubre las injusticias, la sombra del poder, el miedo al pecado y a la muerte.

La novela reconstruye poéticamente el viaje a los alrededores de Caracas, la excursión al campo, las faenas del campesino, los juegos infantiles y las riñas entre niños, todo esto marcado por una fuerte tensión social.

Antonia Palacios, escritora venezolana
En su introducción la traductora establece relaciones de correspondencia entre la obra de Antonia Palacios y la de Teresa de la Parra. Memorias de Blanca y en parte Ifigenia, en su carácter semiautobiográfico, muestran de manera irónica el crecimiento de las niñas en una Venezuela que se prepara para afrontar cambios sustanciales al devenir la explotación petrolera.

En las condiciones en que crecían las mujeres, todavía estaba muy fuertemente marcado el carácter conservador de la sociedad patriarcal. En la analogía de filiación histórico-literaria entre Palacios y Teresa de la Parra, la traductora advierte cómo se produce una transformación en el enfoque crítico de Ana Isabel… y también cómo en el aspecto formal, se evidencia la tensión poética del lenguaje consustanciado con la expresión narrativa, condición dada por ser Antonia Palacios una autora que habría de ofrecer importantes frutos poéticos en libros como Viaje al frailejón y Textos del desalojo. Esta condición, según Mueller, transfiere a su novela un lenguaje espontáneo y lírico.

El mundo de Ana Isabel está marcado por las diferencias raciales, y su consecuente praxis de discriminación. Ella vive este mundo con una mirada perpleja, pero poco a poco va reconociendo las injusticias y desmontándolas con un razonamiento crítico que desdice de su inocencia.

En medio del dolor y las carencias familiares se cuela su mirada cuestionadora de la injusticia social, su proceso de crecimiento y maduración le va permitiendo, de manera muy consciente, asimilar los cambios de su cuerpo y también los factores que rodean su vida.

La traductora hace notar que en todo este proceso aparece una fuerte carga de melancolía en la protagonista. Esta melancolía viene dada por la asunción irremediable de las carencias que circunscriben sus condiciones de vida. También por el hecho de que ella está perfectamente consciente de la realidad que vive, gracias a su inteligencia y su sensibilidad, que la muestran como un ser crítico, mientras que la mayoría de los personajes que le rodean parecían ajustarse a las fatalidades del presente.

Para la traducción, comenta Mueller, fue necesario consultar con personas familiarizadas con el entorno de la novela, o acudir a asesores filológicos quienes le permitieron esclarecer el sentido de algunos venezolanismos, muchos de ellos prácticamente en desuso. Como solía hacerse en publicaciones de aquella época, se consideraba a un potencial lector fuera de las fronteras nacionales, que necesitaban algunas orientaciones para comprender mejor los giros del lenguaje o las particularidades del léxico, a veces marginal por su condición de ruralidad, o a veces citadino pero circunscrito a ciertas regiones del país. Esto sin duda aportaba un valor agregado a la edición, y hacía más comprensible la obra. En ese sentido, para la traducción de esta novela aprovecha la edición que hiciera en 1969 Monte Ávila Editores, la cual incorpora un glosario de venezolanismos, donde se explica el nombre de plantas, animales y alimentos. Esta traducción igualmente la incluye, acompañada de una bibliografía y una cronología de Antonia Palacios. Oportuno homenaje a la escritora venezolana, quien presidió el Primer Congreso Venezolano de Mujeres en 1940 y fue la primera mujer en recibir el Premio Nacional de Literatura en 1976. Por supuesto, la traducción de Ana Isabel, una niña decente al inglés es el reconocimiento a su autora y a esta novela inolvidable, una de las más sutiles y entrañables de la literatura venezolana del siglo XX.

RoseAnna Mueller enseña sobre arte y literatura latinoamericana. En 2002 vivió en Venezuela como investigadora y profesora, adscrita a la Universidad de Los Andes, en Mérida. En 2012 publicó en inglés Teresa de la Parra: A Literary Life. Aquí los datos de su traducción: Antonia Palacios. Ana Isabel a respectable girl. Translated by RoseAnna Mueller, Montreal, Universitas Press, 2016.



©Gregory Zambrano, 16 de julio de 2016





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