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OCTAVIO PAZ: LAS VOCES DE UN IDIOMA

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—por Alberto Hernández—

La noche entra con todos sus árboles
Octavio Paz

1.-
Un “Viento entero” patrocina el encuentro de Octavio Paz con la eternidad. Desde su poema, desde el largo aliento de un texto pronunciado por los elementos, el poeta mexicano, hoy centenario, dice, pronuncia, canta: “El presente es perpetuo/ Los montes son de hueso y son de nieve/ están aquí desde el principio/ El viento acaba de nacer/ sin edad/ como la luz y como el polvo…”, y entonces el cuerpo de Paz –venido del viento y del polvo- se hace viento y se hace polvo sin edad, con la misma invisible carga de su silencio. Hace un siglo nació Octavio Paz. Hace un siglo comenzó su periplo verbal, un poco balbuceado entre la saliva y los dientes de leche que la poesía ya tenía previstos.

Y así como “La noche entra con todos sus árboles”, el poeta entra en la luz de su destreza inmortal. La celebración viene dada por  cada poema escrito, por cada ensayo, por cada descubrimiento, por cada volcán bajo los ojos, por cada viaje añadido a libros y palabras recibidas por oídos ajenos. La fiesta de Octavio Paz, alejada de cualquier rumbo  calculador, forma parte de un legado que tiene en México un momento, pero que se hizo americano todo y luego español, y después universal. De allí su “viento entero”, su periplo por la multiplicación de un idioma que se hizo muchos en la boca de dos continentes, en los labios de quienes lo pronuncian. 

2.-
Hace algunos años, cuando aún el tiempo pertenecía a Paz, escribí en Cambio de sombras“El laberinto de Paz”, especie de instante con su poesía y sus contemporáneos, sus águilas o sus  soles, sus vueltas y revueltas, sus críticas y cuerpos eróticos tomados por versos y reversos.

He aquí aquella bruma:

Árbol interior, Octavio Paz, árbol gramático, azteca y pirámide, poeta del cuerpo, Nobel desde hoy y para siempre por los vientos helados de Estocolmo.

La noticia se regó por todo el mundo y el Drake, hotel de arribo de Paz a Nueva York, gozó de cámaras, flashes y preguntas a un empijamado escritor que pidió, una a una, credenciales de sorpresa.

Atrás quedaban Mistral, Neruda, Asturias, García Márquez (más reciente Vargas Llosa), para desplazar los últimos desplantes del gallego Camilo José Cela en aquella  España (la bella, la tozuda, la altanera  y la perversa) del “Exercito Guerrilleiro do Povo Galego Ceibe”.

3.-
Paz siempre ha sido un indagador de los comienzos. Encontró su origen en las  voces bajo las rocas y los monumentos y de ellas —de las voces y sus ecos— hizo fuente de hallazgos. De ese trasunto “Piedra de sol”, poema útero por el que el jurado de Suecia le ajustó buenas cuentas.

foto: periodicocorreo.com.mx
“Se derrumban/ por un instante inmenso y vislumbramos/ nuestra unidad perdida, el desamparo/ que es ser hombres, la gloria que es ser hombres/ y compartir el pan, el sol, la muerte, / el olvidado asombro de estar vivos”.

Erotismo y poesía, vértigo, mareo, diapasón, centella sobre el lomo de un caballo, América sin mayúsculas para ir construyéndola.

En esa epifanía, Octavio Paz encuentra los signos del árbol cuyas raíces sanguíneas continúan el curso de los ríos gramaticales, los meandros de una poesía que a cada momento es asombro y “experiencia”.

4.-
Orgasmo, metáfora de un cuerpo que se extiende entre la sorpresa y la quietud de la inteligencia. Una poética reveladora del deseo, de la “eternidad” de André Breton en las secas tierras mexicanas, en la compañía de aquél que escribió “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía un tal Pedro Páramo, mi padre”, un tal misterio que conduce a la poesía, al silencio, a la vida, a la muerte juntas. A la polvareda de un paisaje en el que nadie traduce la soledad del otro. Pero también lleva a la desgracia. Es la América huérfana. La tierra que siempre ha buscado en vano un padre. Y cuando cree que lo encuentra resulta ser la cara del miedo, el rostro de la desolación. El rictus del terror. La simiente de un padre que también nació huérfano, cuya madre aún espera bajo el túmulo los nombres que olvidó y se hicieron tiempo de espera. Aún es una tierra surrealista. La magia de América murió con el padre, con los distintos acentos de los padres imaginados. Comala aún se busca entre los muertos. Comala es el orgasmo de esa metáfora llamada ensueño o el idioma que nos habla para hacernos y deshacernos.

5.-
Virtud extraordinaria aquella de juntar géneros, de amalgamar la inteligencia y sacarle provecho a los lugares e instantes del deseo: “los amantes se asoman al balcón del vértigo”, como si los abismos confiaran la intemporalidad.

Vuelta de hoja, un Levi Strauss para el hombre, y aquella preparación de 1921 en la voz de López Velarde: El retorno maléfico.

Vuelta de tuerca, “piel sonido del tiempo” en una América perdida en sus distintos mapas e invocaciones. Se inicia el comienzo y nos vemos en los hallazgos del poeta detrás de las piras toltecas.

Hoy, a cien años, que será siempre, tenemos a Octavio Paz con y en los giros de sus palabras hechas ríos con otros que pudieran ser Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti y los que fabrican el silencio y llevan en los ojos la herencia de un “mono gramático” en la sangre y en el tiempo.

Viento entero el de Octavio Paz, “La Poesía”: “Llegas silenciosa, secreta, / y despiertas los furores, los goces, / y esa angustia/ que enciende lo que toca/ y engendra en cada cosa/ una avidez sombría”.






Cuento: La casa nueva de Silvia Molina (1946) México

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A Elena Poniatowska

foto: aztecanoticias.com.mx
Claro que no creo en la suerte, mamá. Ya está usted como mi papá. No me diga que fue un soñador; era un enfermo —con el perdón de usted. ¿Qué otra cosa? Para mí, la fortuna está ahí o, de plano, no está. Nada de que nos vamos a sacar la lotería. ¿Cuál lotería? No, mamá. La vida no es ninguna ilusión; es la vida, y se acabó. Está bueno para los niños que creen en todo: “Te voy a traer la camita”, y de tanto esperar; pues se van olvidando. Aunque le diré. A veces, pasa el tiempo y uno se niega a olvidar ciertas promesas; como aquella; como aquella tarde en que mi papá me llevó a ver la casa nueva de la colonia Anzures.

El trayecto en el camión, desde la San Rafael, me pareció diferente, mamá. Como si fuera otro… Me iba fijando en los árboles —se llaman fresnos, insistía él—, en los camellones repletos de flores anaranjadas y amarillas —son girasoles y margaritas—, decía.

Miles de veces habíamos recorrido Melchor Ocampo, pero nunca hasta Gutemberg. La amplitud y la limpieza de las calles me gustaba cada vez más. No quería recordar la San Rafael, tan triste y tan vieja: “No está sucia, son los años” —repelaba usted siempre, mamá. ¿Se acuerda? Tampoco quería pensar en nuestra privada sin intimidad y sin agua.

Mi papá se detuvo antes de entrar y me preguntó:

—¿Qué te parece? Un sueño, ¿verdad?

Tenía la reja blanca, recién pintada. A través de ella vi por primera vez la casa nueva… La cuidaba un hombre uniformado. Se me hizo tan… igual que cuando usted compra una tela: olor a nuevo, a fresco, a ganas de sentirla.

Abrí bien los ojos, mamá. Él me llevaba de aquí para allá de la mano. Cuando subimos me dijo: “Ésta va a ser tu recámara”. Había inflado el pecho y hasta parecía que se le cortaba la voz de la emoción. Para mí solita, pensé. Ya no tendría que dormir con mis hermanos. Apenas abrí una puerta, él se apresuró: “Para que guardes la ropa”. Y la verdad, la puse allí, muy acomodadita en las tablas, y mis tres vestidos colgados, y mis tesoros en aquellos cajones. Me dieron ganas de saltar en la cama del gusto, pero él me detuvo y abrió la otra puerta: “Mira”, murmuró, “un baño”. Y yo me tendí con el pensamiento en aquella tina inmensa, suelto mi cuerpo para que el agua lo arrullara.

foto: wordpress/el baúl de los olvidos
Luego me enseñó su recámara, su baño, su vestidor. Se enrollaba el bigote como cuando estaba ansioso. Y yo, mamá, la sospeché enlazada a él en esa camota —no se parecía en nada a la suya—, en la que harían sus cosas sin que sus hijos escucháramos. Después, salió usted recién bañada, olorosa a durazno, a manzana, a limpio. Contenta, mamá, muy contenta de haberlo abrazado a solas, sin la perturbación ni los lloridos de mis hermanos.

Pasamos por el cuarto de las niñas, rosa como sus mejillas y las camitas gemelas; y luego, mamá, por el cuarto de los niños que “ya verás, acá van a poner los cochecitos y los soldados”. Anduvimos por la sala, porque tenía sala; y por el comedor y por la cocina y por el cuarto de lavar y planchar. Me subió hasta la azotea y me bajó de prisa porque “tienes que ver el cuarto para mi restirador”. Y lo encerré ahí para que hiciera sus dibujos sin gritos ni peleas, sin niños cállense que su papá está trabajando, que se quema las pestañas de dibujante para darnos de comer.

No quería irme de allí nunca, mamá. Aun encerrada viviría feliz. Esperaría a que llegaran ustedes, miraría las paredes lisitas, me sentaría en los pisos de mosaico, en las alfombras, en la sala acojinada; me bañaría en cada uno de los baños; subiría y bajaría cientos, miles de veces, la escalera de piedra y la de caracol; hornearía muchos panes para saborearlos despacito en el comedor. Allí esperaría la llegada de usted, mamá, la de Anita, de Rebe, de Gonza, del bebé, y mientras también escribiría una composición para la escuela: La casa nueva.

En esta casa, mi familia va a ser feliz. Mi mamá no se volverá a quejar de la mugre en que vivimos. Mi papá no irá a la cantina; llegará temprano a dibujar. Yo voy a tener mi cuartito, mío, para mí solita; y mis hermanos…

No sé qué me dio por soltarme de su mano, mamá. Corrí escaleras arriba, a mi recámara, a verla otra vez, a mirar bien los muebles y su gran ventanal; y toqué la cama para estar segura de que no era una de tantas promesas de mi papá, que allí estaba todo tan real como yo misma, cuando el hombre uniformado me ordenó:

—Bájate, vamos a cerrar.

Casi ruedo por las escaleras, el corazón se me salía por la boca:

—¿Cómo que van a cerrar, papá? ¿No es mi recámara?

Ni con el tiempo he podido olvidar: que iba a ser nuestra cuando se hiciera la rifa.


___________________

La casa nueva© Silvia Molina, 1989




LA SOLEDAD DE GARCÍA MÁRQUEZ

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—por Alberto Hernández—

1.-
Hace pocas horas se murió García Márquez a la orilla de un río imaginario cercano a Macondo, en México, donde también está Comala, referencia mítica de la literatura latinoamericana. No murió solo, pero tenía en la soledad su más estricto tema, su más cercano muelle para llegar al mundo que lo hizo posible luego de haber conocido el hielo y los malabares de Melquíades.

En El olor de la Guayana,conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza, Gabriel García Márquez respondió al periodista acerca del libro de Macondo, si éste era el centro de su mundo, el tema de su libro. El novelista habló del asunto que más lo preocupaba:

—El libro de la soledad. Fíjate bien, el personaje central de La Hojarasca es un hombre que vive y muere en la más absoluta soledad. También está la soledad en el personaje de EL Coronel no tiene quien le escriba. El Coronel, con su mujer y su gallo esperando cada viernes una pensión que nunca llega.
Y está en el alcalde de La Mala Hora, que no logra ganarse la confianza del pueblo y experimenta, a su manera, la soledad del poder.
Y así hasta El Otoño del Patriarca y, por supuesto, Cien años de soledad.

La soledad nunca dejó de estar en las páginas de este premio Nobel que imaginó el mundo y lo escribió en medio de una totalidad solitaria.

Admitió el autor colombiano que es un tema de todo escritor, que no ha dejado de estar en la memoria del mundo. Que ha sido compañía permanente del hombre. La soledad como designio, como marca de fábrica del ser humano.

2.-
Quien navegue por las páginas de Cien años de soledad se dará cuenta de que todos los personajes “no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra”, como dice la última línea de la novela. Sería un siglo de silencio, de la arraigada soledad. El recorrido por la obra, entre los linderos de los ecos provocados por los tantos asuntos tocados por el escritor (novela total al fin), desemboca en un pesimismo de aquel pequeño mundo por el que se movían los fantasmas del autor. La soledad de aquellos pueblos, la soledad de quien la invocaba, la soledad de quien escribía sus obras luego del horario como redactor de revistas y periódicos. Una soledad que empujó al autor a irse a otra soledad. Era la Colombia torturada por su propia historia: García Márquez pasó por tantos lugares donde dejó la impronta de su silencio. En Caracas, en París, en Barranquilla, en México. De los amigos que dejó en Venezuela muchos hablaban de su alegría, pero también de su mirada interior, de su soledad, de un silencio que lo apergaminaba. Sabana Grande, La Candelaria, tantos sitios donde vivió y escribió crónicas y reportajes para sobrevivir.

Mientras tanto, se iba gestando la obra que luego lo catapultaría a la fama.
Desde La Hojarasca hasta Memoria de mis putas tristes, Gabriel García Márquez ha sido parte de una mitología. Inventor de ensueños y realidades, deja en este lugar llamado América la marca de su estilo, la huella de un sujeto, de un solo personaje, de un solo libro, que sigue consumiendo las horas de la soledad de un continente en permanente convulsión.

3.-
Antes de entrar de lleno en Vivir para contarla, García Márquez escribió: La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla. Y, en efecto, vivió largamente una vida y dejó muchas otras en páginas que se han regado por el mundo. Son tantas vidas que las recordó todas y las hizo una, solitaria, extensamente vivida, celebrada, acontecida, criticada.

Estas cortas líneas las dejo en el aire, en el mismo instante en que Gabo pasa a ser un duende solitario y ausente, porque la eternidad es la más cruel de las soledades.

Así como los muertos en las novelas de García Márquez siguen envejeciendo, así seguirá haciéndolo García Márquez en la suya, pero al contrario de los muertos literarios, el Gaboes un muerto tan vivo que seguirá dando de qué hablar.





Entrevista con el poeta y traductor japonés Yutaka Hosono: "Escuchar el poema con el corazón"

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—por Gregory Zambrano[1]

el poeta en su casa
Yutaka Hosono(1936) vive en Yokohama, uno de los puertos más importantes de Japón. De dilatada trayectoria en diversos países latinoamericanos, se ha destacado como poeta y traductor. Es autor de los poemarios (en japonés): En donde se agote la tristeza (1993), Cazador de flores (1996), La máscara sonriente (2002) y La bicicleta para mujeres y el maletín negro para doctoras (2012). En español ha publicado Dioses en rebeldía(1999). También formó parte del equipo de traducción, del español al japonés, de la Antología de la poesía mexicana contemporánea (2004) y es coautor de Poesía contemporánea del Japón, antología publicada en Venezuela en 2011. Ha sido ganador del Premio Shikai (mundo poético), de la Asociación de Poetas de Japón.

Con su cabellera blanca, sus ojillos centelleantes y su franca sonrisa, Yutaka Hosono nos recibe para hablarnos de sus vivencias en el mundo hispano. Llena el ambiente de evocaciones y nos da una lección de vida. Mientras comparte sus recuerdos, va revelando su amor por los lugares que ha conocido, por la palabra y el misterio de la poesía.

EL POETA
¿Cuáles son los temas que más te interesan desde el punto de vista poético?
Voy a comentarte acerca de los temas principales que me interesan. Como escribí en el epílogo de mi poemario reciente, Onnanori no jitensha to kuroi sinsatsukaban (La bicicleta para mujeres y el maletín negro para doctoras), publicado en 2012.
El primer tema, que tiene tres vertientes se centra en mi madre como la raíz de mi vida, luego los parientes carnales, y finalmente, mi tierra natal en las afueras de la ciudad de Yokohama, Japón. Mi madre, después de la muerte por enfermedad de mi padre, cuando yo tenía tres años de edad, en 1939, nos crió sola a nosotros, sus tres hijos, trabajando como partera, y murió a los cincuenta y cinco años, luego de una enfermedad causada por el exceso de trabajo.
El segundo tema es el erotismo, estrechamente vinculado con el origen de mi vida y el surrealismo escondido a su dorso.
Y el tercero es mi huida desde mi tierra natal hasta los países de América Latina (Brasil, Bolivia y México) con el pretexto de mi trabajo en JICA (Agencia de Cooperación Internacional de Japón), para librarme de los problemas que existían en mi tierra natal, en la sociedad japonesa o entre los parientes carnales. Finalmente, mi vuelta al mismo lugar, al que no pude abandonar definitivamente; en consecuencia, este tema revela el conflicto interno entre mi rechazo y el apego a mi tierra natal.
Tengo una teoría sobre la poesía, a partir de ella creo que para que el poema sea auténtico, “un poema”, tiene que hacerse con “las palabras de la poesía”, transfigurándose desde las palabras cotidianas. Y para eso, las palabras tienen que surgir desde el lugar más profundo de la mente, es decir, tienen que excavarse en la esfera del   inconsciente, que está en el fondo del alma. En la esfera del inconsciente está encerrado el deseo sexual, por lo que las palabras que surgen de ahí tienen lo erótico como su elemento principal.
Me cautivó esta idea, influido por Octavio Paz, quien fue amigo de André Breton y fue valorado por el gran poeta francés como “el poeta más impresionante” del mundo hispánico, y relacionándose profundamente con el surrealismo, Paz daba importancia al “eros” que surge desde el fondo del corazón del poeta; en otras palabras, surge desde la esfera del inconsciente. Sobre estos puntos, Paz escribe ampliamente en dos de sus obras Estrella de tres puntas: André Breton y el surrealismo, y La llama doble. Estas dos obras de Paz me impresionaron profundamente, por lo tanto, en mi poemario nuevo, que he mencionado, me esforcé en adoptar la teoría que aprendí de estas obras del poeta mexicano, sobre la base de la estética que he tenido desde siempre.

en su estudio
¿Cómo crees que ha ido evolucionando tu oficio como poeta desde tu primer libro En donde se agote la tristeza (1993) hasta el presente?

En mi primer poemario Kanashimi no tukiru tokorokara (En donde se agote la tristeza), están incluidos los poemas escritos desde mi juventud en la década 1960, hasta comienzos de la década 1990. Seleccioné para ese libro veinte poemas entre los más de cien que escribí en más de veinte años.
Por lo tanto, para hablar de ese libro que se publicó en Japón en 1993, cuando yo tenía cincuenta y siete años, tendría que mencionar algunos detalles de mi carrera de creación poética. Comencé a escribir poemas un poco antes de cumplir veinte años, o a principios de la década de 1960. Y con unos colegas graduados de la misma escuela secundaria, Hodogaya Chugaku, en Yokohama, publicamos revistas de poesía. En primer lugar, se publicó el primer número de Ao (Azul), en marzo de 1955, y siguió publicándose mensualmente hasta que apareció una nueva revista Kátoru (la palabra japonizada de cuatro en francés. Se puso este título porque se compuso el círculo integrado por cuatro miembros), en junio de 1956. Esta revista continuó publicándose hasta terminar con el número 6, en enero de 1957.
En marzo de 1958 me gradué en la Universidad de Lenguas Extranjeras de Tokio, en el Departamento de Español, y en abril del mismo año entré en la Compañía Profomento de Emigración Japonesa, cien por ciento apoyada por el gobierno japonés. Era una Compañía creada para ayudar económica y espiritualmente a los japoneses que emigraban a los países latinoamericanos, buscando una mejor vida. En ese tiempo, después de la derrota en la Segunda Guerra Mundial, el Japón todavía estaba en vías del restablecimiento de las ruinas en que le había sumido esa derrota. Y por la dificultad de conseguir empleos, no pocos japoneses querían salir de su tierra natal para descubrir un mundo nuevo donde encontraran la oportunidad de mejorar sus condiciones de vida.
Después de trabajar unos años en la Casa Matriz de esa compañía en Tokio, me trasladaron a la sucursal en São Paulo, Brasil, en 1964. Fui allá con mi esposa y nuestro primer hijo, y trabajé allí hasta marzo de 1966, cuando fui trasladado a la sucursal en Río de Janeiro. Allí nos quedamos hasta noviembre de 1968, cuando regresamos a Japón. Durante nuestra estancia en esa hermosa y calurosa ciudad, nació mi segundo hijo.
Desde mi graduación de la Universidad hasta el principio de la década de los años 70, forzado por las circunstancias derivadas de mi trabajo, incluyendo los tiempos de estancia en Brasil, yo estaba alejado de la creación poética. Cuando vivíamos en São Paulo y Río de Janeiro, lo que yo podía hacer en relación con la poesía era solamente comprar y leer libros de poetas modernos y contemporáneos de Brasil, como Manuel Bandeira (1866-1968), Carlos Drummond de Andrade (1902-1987), Vinicius de Moraes (1913-1980), o João Cabral de Melo Neto (1920-1999), entre otros.
Fue más tarde, cuando yo estaba con mi familia en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, trabajando como funcionario de la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (JICA), la organización gubernamental sucesora de la Companía Profomento de Emigración Japonesa, a finales de la primera mitad de la década 70, cuando comencé nuevamente a escribir poemas y a tener contacto personal con los artistas bolivianos.
En Santa Cruz, donde viví desde mediados de 1974 hasta mediados de 1977, hicimos fiestas frecuentemente en mi casa, invitando a poetas, pintores, cantantes y músicos. Entre los que participaron en esas fiestas, se encontraron varias personas inolvidables. Los pintores: Lorgio Vaca, Héctor Jáuregui, Marcelo Callaú y Carmen Villazón, los poetas: Jamílquer y Asunta Peralta, una cantante, la Señora Aída, la humorista verde, Doña Margarita, entre otros.
El hombre más destacado entre ellos era Tristán Marof, uno de los principales líderes del movimiento marxista y trotskista en Bolivia, y uno de los más influyentes escritores marxista-leninistas de su país. Marof vino a las fiestas en mi casa varias veces y cantó las canciones populares de su tierra natal, Bolivia, tocando la guitarra, y disfrutó las conversaciones con todos los participantes de esas fiestas. Era un viejo tranquilo y simpático, y cuando me contaron más tarde de su carrera como izquierdista radical, era difícil creerlo. Estimulado por los artistas que he mencionado, escribí varios poemas sobre Bolivia, comparando la situación con mi vida anterior en Japón.
En junio de 1977, me mudé a La Paz para trabajar en la Embajada de Japón en Bolivia como Asesor del Embajador. En ese tiempo Japón estaba cambiando de ser un país receptor de ayudas de los países extranjeros a promotor de programas de ayuda a los países en vías de desarrollo. Y ahí en La Paz también cultivé amistades con los poetas y los periodistas de esa ciudad. Gracias al periodista Mario Velasco, quien se interesó en mis poemas, se publicó mi poema "En donde se agote la tristeza", un poema escrito en japonés que yo mismo había traducido al español. Se publicó en El Diario, uno de los periódicos más influyentes de La Paz. El poema tuvo mucha repercusión en los lectores; en él se describía la historia de cuando las mujeres indígenas parían después de haber sido violadas, y que el orgullo del Imperio del Sol fue despojado junto con el oro, con el que cubrían las paredes de los panteones, y fue llevado a los lugares santos más allá del Océano. Con la publicación de este poema, me estrené como poeta en Bolivia.
Después de regresar a Japón, trabajé cinco años en la Casa Matriz de JICA en Tokio y otros cinco años más en la Ciudad de México, como el Director General de la Oficina de JICA en México. Y en 1993, cuando yo ocupaba el cargo del Director General del Centro Internacional de JICA en Kyushu, tuve la suerte de conocer a los poetas de Kita-Kyushu, la ciudad donde yo vivía y trabajaba, y pude publicar mi primer poemario en japonés, con el título que he mencionado, Kanashimi no tukiru tokorokara (En donde se agote la tristeza), el título es el mismo que tiene el poema de mi estreno como poeta en Bolivia.
Entre los temas principales de este libro estarían, en primer lugar, la solidaridad y simpatía con los oprimidos, como los indígenas americanos conquistados por los españoles, conocidos de cerca gracias a mi estancia en Bolivia. También el apego y dolor que tuve con las mujeres jóvenes de quienes me enamoré y perdí. Otro de los temas es la muerte de mi madre y mi frustración con ella por su incomprensión ante mi pasión y acción para erradicar la diferencia entre los pobres y los ricos y, finalmente, mi trauma causado por los bombardeos de las fuerzas aéreas norteamericanas en Japón, cuando yo era alumno de la escuela primaria.
Todos los poemas del primer libro y casi la mitad de los del segundo (nueve poemas), traducidos por mí al español están incluidos en mi poemario Dioses en rebeldía, publicado por la Universidad Autónoma Metropolitana de México, en junio de 1999.
Mi segundo libro de poesía Hana kariudo(Cazador de flores) publicado en marzo de 1996, es la continuación del primero, con temas semejantes al mismo, aunque se nota más la crítica social y mi esfuerzo para superar la desconfianza en el ser humano y el nihilismo.

El tercer poemario Usuwarai no kamen (La máscara sonriente) fue publicado en noviembre del 2002, cuatro años después de haber terminado mi último trabajo en México y retirado de JICA, en agosto de 1998. Este libro contiene 27 poemas, motivados por mis experiencias de vida en Japón y en los países latinoamericanos, principalmente en México, país enigmático, con su cultura compleja y profunda, y su larga historia. Creo que mi mirada sobre el ser humano, especialmente en torno a los japoneses se ha hecha más severa y crítica. Reconocí y confirmé, de acuerdo con mi vida de más de 17 años en los países latinoamericanos, el complejo de inferioridad y el prejuicio que tenemos los japoneses. Es que seguimos teniendo desde la época de modernización en la segunda mitad del siglo diecinueve, una admiración excesiva hacia la Europa Occidental y los Estados Unidos y, al contrario, el prejuicio sin razón hacia los países asiáticos, africanos y hasta los latinoamericanos. Este es un problema pendiente, que debemos superar mediante un cambio de nuestra mentalidad.
Pasaron más de diez años desde la publicación de mi libro, La máscara sonriente, hasta la salida de mi cuarto poemario Onnanori no jitensaha to kuroi shinsatukaban(La bicicleta para mujeres y el maletín negro para doctoras), en octubre del 2012. Durante unos sesenta años aproximadamente, desde mi juventud hasta el presente, las circunstancias nacionales e internacionales han cambiado de manera notable, y yo personalmente fui influido por mi vivencia de largos períodos en los países latinoamericanos. Los temas de mi poesía y mi oficio como poeta han cambiado un poco, pero mi conciencia y postura sobre la creación poética han sido siempre estables. Mi experiencia en el cargo como Secretario General del Club de Poetas de Japón, desde 2009 hasta 2010, y mi cargo actual como Presidente del mismo Club me ayudó a cultivar la perspicacia de distinguir los poetas verdaderos de los falsos.
Mi postura crítica ante mi madre, en el primer poemario, el de 1993, se ha tornado en admiración hacia ella, por su manera de vivir consagrada totalmente a que el crecimiento de sus hijos fuese sano y pleno. Y mi esfuerzo para superar la desconfianza en el ser humano y el nihilismo ha continuado hasta el presente.

portada de La bicicleta para mujeres
EL VIAJERO
A partir de tus vivencias en los distintos países donde has residido: Brasil, Bolivia y México, ¿de qué manera ha influido esa condición de viajero en tu trabajo literario?

La impresión más intensa que me dio la residencia de casi cinco años en Brasil (un poco más de dos años de 1964 a 1966 en São Paulo, y otros dos años y medio, de 1966 a 1968 en Río de Janeiro) fue la cultura y energía que tenían los descendientes de los negros africanos y los mulatos, especialmente sus capacidades excelentes para la música y el baile. Pero hasta el presente, he escrito solamente un poema sobre Brasil, titulado “Río de Janeiro ardiente”. Hay uno más, que tiene una escena de Río de Janeiro, pero su tema es el recuerdo de mi amigo, el pintor boliviano Héctor Jáuregui. No sé por qué no me surgen imágenes para escribir poemas sobre ese país donde tuve experiencias extraordinarias. Una de las razones sería que durante mi estancia en Brasil, debido a mis intensas ocupaciones, no pude establecer amistades con los artistas, poetas, pintores ni músicos de ese país.
En cambio, como dije antes, en mi estancia en Santa Cruz y La Paz de Bolivia, tuve relaciones amistosas con los poetas, pintores y cantantes, y pude escribir varios poemas sobre Bolivia, los cuales están incluidos en mis dos primeros poemarios, Kanasimi no tsukiru tokorokara (En donde se agote la tristeza) y Hana kariudo (Cazador de flores). Por ejemplo, “En donde se agote la tristeza”, “Selva de colores primarios”, “Rojo y negro”, entre otros.
Santa Cruz es una ciudad semitropical, con sus habitantes indígenas, descendientes de españoles y los mestizos. En La Paz, están vivas las herencias culturales prehispánicas, incluyendo las heredadas del Imperio Incaico, y están mezcladas con lo que aportaron los conquistadores españoles. Creo que los amigos artistas y la mixtura cultural han influido en mi creación poética.
La sociedad y el pueblo enigmático de México en donde residí durante dos períodos, para un total de siete años y medio (1985-89 y 1995-98), y su cultura compleja y profunda me motivaron constantemente a escribir poesía. Varios poemas de mi tercer poemario, Usuwarai no kamaen (La máscara sonriente), están relacionados con México: “Los sueños revolotean”, “A Uds., los mexicanos”, “La máscara sonriente”, “La paz de mi alma en la muchedumbre”, “La fila de los ojos", "El río de las luces”, etc.
En mi vida como funcionario de JICA por más de 40 años desde 1958, repetí estadías cada cinco años entre Japón y los países latinoamericanos (Brasil, Bolivia y México). En los siete años y medio de mi residencia en México, creo que asimilé la influencia de Octavio Paz en mi poesía, como ya he mencionado.

en Puerto Rico
¿Qué nos puedes contar de tu reciente participación en el V Festival de Poesía en Puerto Rico?

En el V Festival Internacional de Poesía en Puerto Rico, que se celebró del 15 al 20 de abril del 2013, participamos 25 poetas invitados de 17 países, además de los poetas puertorriqueños. Todos los países eran del mundo hispánico, excepto Japón: Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, España, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. De Japón, participamos dos poetas, Shoichiro Aizawa y yo.
El primer día del Festival, el día 15 de abril, a las 7 de la tarde, se celebró la Ceremonia de Apertura del Festival en el Teatro de la Universidad Interamericana de Puerto Rico, Recinto Metropolitano. En la Ceremonia, se proyectaron en la pantalla del escenario los nombres de los poetas invitados del exterior y sus países en origen, y cada poeta se levantó y saludó al público. Nosotros, los dos poetas japoneses, percibimos que los aplausos y gritos de bienvenida del público fueron mayores; tal vez la causa era la curiosidad por ser nosotros poetas orientales.
Después de la Ceremonia, algunos poetas invitados del exterior y puertorriqueños hicieron la lectura de sus poemas, y se presentaron algunos bailes y canciones. En las presentaciones muchos de los artistas puertorriqueños insistieron en el principio de que “Black is beautiful”.
Los 25 poetas invitados del exterior fueron divididos en cinco grupos, cinco poetas en cada grupo. Los miembros de nuestro “grupo A” eran Kary Cerda (México), Yolanda Duque Vidal (Chile), Indira Flamenco Vallecillo (Honduras), Shoichiro Aizawa y Yutaka Hosono (Japón). Nosotros, los cinco poetas y otros poetas puertorriqueños visitamos las Universidades y los Colegios en varias ciudades e hicimos lecturas de poemas y discursos breves delante de los estudiantes, los profesores y otros ciudadanos. Mi discurso, titulado “Explicación breve sobre la poesía japonesa tradicional moderna y contemporánea”, que pronuncié antes de la lectura de mis poemas, llamó la atención del auditorio. Especialmente las reacciones de los oyentes a mi explicación sobre la antología poética más antigua de Japón, Manyoshu, editada entre la segunda mitad del siglo VII y la segunda mitad del siglo VIII fueron muy positivas. Y también la lectura de poesía en japonés en voz alta y con el tono muy característico de Shoichiro Aizawa fue recibido por el auditorio con mucho entusiasmo.
Uno de los puntos importantes que reconocí durante mi estancia de seis días en Puerto Rico es que desde el punto de vista cultural y social, ese país pertenece al mundo hispánico, aunque política y económicamente está bajo el dominio de Los Estados Unidos como Estado Libre Asociado. El otro punto que me di cuenta era la simpatía un poco contradictoria que tienen los puertorriqueños hacia España, el antiguo estado protector.
Antes de mi visita a Puerto Rico, fui a Buenos Aires, Argentina, en mayo de 2010, invitado al V Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires. Ahí entre mis varias actividades, impartí una conferencia y también leí mis poemas en la clausura del evento. Esta participación fue reseñada en el periódico Página 12, fechado el 9 de mayo de 2010.
En esa ocasión, conocí a Pedro Enríquez, poeta granadino, y él me invitó al festival Poesía en el Laurel, de Granada, que se celebró en agosto de 2011. Estoy estrechando amistad con Pedro, y estoy pensando, de aquí en adelante, hacer algo en colaboración con él.

EL TRADUCTOR
Has trabajado en la traducción al japonés de poetas contemporáneos de México y de los poetas españoles de generación del 27, ¿hasta qué punto tu oficio como traductor retroalimenta tu propia escritura poética?

Desde mi juventud me interesaba la traducción de poemas extranjeros del inglés y del español al japonés, y cuando yo era estudiante del Departamento de Español de la Universidad de Lenguas Extranjeras de Tokio, en colaboración con mi amigo Akiyoshi  Uehara, poeta y estudiante del Departamento de Literatura Inglesa de la Universidad de Waseda, publicamos la Antología de Poesía Mundial. El tomo correspondiente a la poesía europea, fue un libro hecho a mano, en 1956. Allí se incluyeron los poemas de 77 poetas de 18 países europeos.
Quiero mencionar aquí lo siguiente: por mi trabajo de traducción de los poemas del mundo hispánico, no estoy intentando hacer conocer a los japoneses aspectos generales de la poesía de ese mundo ni dar explicaciones desde el punto de vista académico. He traducido poemas del español al japonés y estoy traduciéndolos para aprovechar ese trabajo como un alimento para la creación poética de acuerdo con mi interés y gusto. No me importa si el (la) poeta sea conocido o goce de buena fama en los círculos poéticos o no. Voy a escoger poemas que sean interesantes para mí, desde mi propio punto de vista, teniendo en cuenta la autenticidad y la posibilidad de una proyección futura de los poetas y sus poemas.
Basado en este principio, he traducido al japonés hasta ahora varios poemas sueltos y los he publicado en revistas; también poemarios completos o antologías. Entre los poetas que he traducido figuran: Ámbar Past (México), Caneo Arguinzones (Venezuela), Gregory Zambrano (Venezuela), Jaime Sabines (México), Octavio Paz (México), Pedro Enríquez (España) y Pedro Shimose (Bolivia).
Estos poetas han influido indirectamente en mi creación poética. Solamente de Octavio Paz he absorbido directamente la teoría poética, como ya mencioné. De aquí en adelante, si me permite el tiempo, quisiera dedicarme al estudio y a la traducción de los poemas de César Vallejo.
Uno de los puntos más importantes que aprendí por la práctica de la traducción de poesía del español al japonés es el asunto relacionado con el ritmo de un poema o el elemento musical de la poesía. Debido a la notable diferencia de la composición entre la lengua española y la japonesa, es casi imposible conservar el ritmo original de un poema en español cuando se traduce al japonés. El traductor debe absorber el ritmo original del poema con el corazón, y de acuerdo con el estímulo que su corazón le ofrezca alcanzar ese ritmo en la traducción al japonés.
Un poema se compone de los siguientes tres elementos: el sentido (elemento literario), la imagen (elemento figurativo) y el ritmo (elemento musical). El sentido y la imagen no son tan difíciles de traducir del español al japonés. Lo más difícil sería la traducción del ritmo.

el escritor centroamericano Horacio Castellanos Moya
En relación con tus traducciones de narrativa, ¿cuáles han sido los mayores retos, por ejemplo, traducir una obra como Insensatez, de Horacio Castellanos Moya?

Traduje la novela Insensatez, de Horacio Castellanos Moya gracias a la recomendación que de mí hizo a la Editorial Hakusuidha mi amigo Susumu Takagi. Él es profesor emérito de la Universidad Waseda y especialista en literatura inglesa, conocido especialmente por su excelente traducción de las novelas de David Lodge. Y la novela Insensatez, que el editor me propuso era muy atractiva para mí por su tema principal, el genocidio de los indígenas mayas en Guatemala. El estilo de la novela es muy característico, con frases muy largas, por ejemplo una oración continua sin punto a lo largo de dos páginas. Además, el autor de esta novela, Castellanos Moya y yo, nos pusimos de acuerdo en varios detalles sobre las peculiaridades más importantes de esta novela. Por ejemplo, el ritmo consecuente de la obra, y las palabras incorporadas como testimonio de los indígenas que sobrevivieron a las masacres, que son poéticas o son como poemas mismos.
Por eso, me costó tanto trabajo la traducción, y le hice al autor más de cien preguntas para evitar malentendidos o equivocaciones. Era para mí la primera experiencia de traducción de narrativa, por lo que quedó en mi mente un impacto muy significativo e inolvidable.

EL ACADÉMICO
Has impartido charlas y conferencias en diversos países; recuerdo que dictaste una conferencia en El Colegio de México sobre la poesía japonesa. Cuando hablas directamente para un público, ¿cuáles son tus expectativas, qué efecto o interés aspiras despertar en quienes te escuchan?

Cuando hice mi intervención en la Mesa Redonda de El Colegio de México, que se celebró en noviembre del 2004, hablé de la poesía japonesa moderna y contemporánea, enfocándome en los siguientes poetas: Yoshiro Ishihara (1915-1977), Minoru Yoshioka (1919-1990), Hiroshi Sekine (1920-1994), Kazuko Shiraishi (1927) y Tetsuo Nakagami (1939). Y expliqué que todos ellos mostraron en sus poemas no solamente las cicatrices causadas por la Segunda Guerra Mundial, sino también hicieron consciente o inconscientemente su crítica de la civilización occidental, en su racionalismo excesivo, y que podíamos ver también en la poesía mexicana contemporánea esta misma crítica, expresada en parte, en el gran interés de los poetas mexicanos por la poesía japonesa y el Budismo. Y llegué a la conclusión de que nosotros, los japoneses, somos fundamentalmente otra cultura diferente de la occidental, pero también fuimos enormemente influidos por la cultura y en general por la civilización occidental, ahora estamos en el tiempo de crear algo nuevo, basado en el patrimonio cultural tradicional que los occidentales han dejado para nosotros. En esta conferencia, la reacción del auditorio no fue tan positiva como yo había esperado.
En cambio, en el 5º Festival Internacional de Poesía en Buenos Aires, en abril de 2010, donde me encargaron la conferencia y la lectura de poemas en la clausura del evento, hablé en primer lugar de la poesía japonesa tradicional “waka” (poema japonés), “kanshi (poema chino)” y “haiku”, y después hablé de la poesía moderna y contemporánea de Japón, y leí mis poemas.
Con respecto a la poesía tradicional, hablé principalmente de dos antologías poéticas: una es Manyoshu, la más antigua antología poética de Japón que existe, que ya mencioné, la cual contiene más de 4.500 poemas, y la mayor parte de ellos son los “wakas”, poemas cortos de 5-7-5-7-7 sílabas. La otra es la primera antología imperial, el Kokin wakashu (colección de poemas japoneses antiguos y modernos) editada en el primer período del siglo X. En mi conferencia, inserté la recitación de algunos “wakas” de la primera antología mencionada, con el tono y melodía tradicional. Un poeta argentino acompañó la lectura de los mismos poemas traducidos al español. En esa oportunidad también estuvieron presentes el poeta español Antonio Gamoneda y la poeta canadiense Hélène Dorion.
Por la experiencia de ésta y de mi anterior conferencia en México, reconocí dos aspectos que quisiera explicar. Primero, desde tiempos antiguos, nosotros, los japoneses seguimos recibiendo y digiriendo las culturas extranjeras, es decir, la cultura china y coreana en los siglos VII y VIII, las culturas española, portuguesa y holandesa en los siglos XVI y XVII, y después de la modernización de Japón, que comenzó en la segunda mitad del siglo XIX, la cultura europea y estadounidense. Y entre esas épocas de recepción de culturas extranjeras, estaban las épocas de creación y maduración de la cultura característica japonesa, por la mezcla de la cultura tradicional y la proveniente del exterior. Siempre faltaban y siguen faltando para nosotros el esfuerzo de hacer conocer a los extranjeros la cultura o la literatura japonesa. En segundo lugar, para superar este problema, o para difundir nuestra cultura y literatura al exterior, yo mismo tendría que estudiar más y más la literatura japonesa, especialmente la literatura clásica, y esforzarme para crear una poesía japonesa que tenga características propias, independiente de la poesía occidental.

Finalmente, ¿en qué estás trabajando ahora, tienes un nuevo proyecto poético, sigues traduciendo? Háblanos un poco de tus futuros trabajos literarios.

Recientemente yo había estado un poco cansado por el estrés causado por mis ocupaciones como Presidente del Club de Poetas de Japón, que durará hasta junio del 2015. Pero ya me he recuperado y se ha puesto mi motor en marcha. No estoy seguro de si este cargo como Presidente sea positivo o negativo para mi creación y traducción poética.
De cualquier manera, estoy escribiendo mis poemas poco a poco, y traduciendo poemas de poetas contemporáneos del mundo hispánico. Estoy intentando publicar dentro de estos cinco años un nuevo libro con mis poemas, por lo menos, y el conjunto o la recopilación de mis poemas escritos hasta el presente. Y también quisiera publicar los libros de poesía de los poetas extranjeros que he traducido al japonés. Como mencioné antes, la meta final de mi trabajo como traductor sería la publicación de la obra poética de César Vallejo. Para realizar este objetivo, yo tendría que vivir hasta los noventa años de edad por lo menos, manteniendo mi salud física y mental.

Nos despedimos del poeta Yutaka Hosono deseándole la buena fortuna para que lleve a cabo sus proyectos, agradeciéndole su tiempo y generosidad para atender nuestras preguntas.







[1]Gregory Zambrano (Mérida, Venezuela, 1963), poeta, ensayista, crítico literario, editor, académico, profesor e investigador universitario; División de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Tokio, Japón. (http://gregoryzambrano.wordpress.com).





Poema: Tierra y Luna de Federico García Lorca (1898-1936) España

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“Desde Lope de Vega no se
ha conocido en lengua española
una seducción popular tan
inmensa dirigida a un poeta”.
Pablo Neruda

Foto: Rogelio Robles/Fundación García Lorca,
Madrid
Tierra y Luna

Me quedo con el transparente hombrecillo
que come los huevos de la golondrina.
Me quedo con el niño desnudo
que pisotean los borrachos de Brooklyn.
Con las criaturas mudas que pasan bajo los arcos.
Con el arroyo de venas ansioso de abrir sus manecitas.

Tierra tan sólo. Tierra.
Tierra para los manteles estremecidos,
para la pupila viciosa de nube,
para las heridas recientes y el húmedo pensamiento.
Tierra para todo lo que huye de la Tierra.

No es la ceniza en vilo de las cosas quemadas,
ni los muertos que mueven sus lenguas bajo los árboles.
Es la Tierra desnuda que bala por el cielo
y deja atrás los grupos ligeros de ballenas.

Es la tierra alegrísima, imperturbable nadadora,
la que yo encuentro en el niño y en las criaturas que pasan los
         arcos.
Viva tierra de mi pulso y del baile de los helechos
que deja a veces por el aire un duro perfil de Faraón.

Me quedo con la mujer fría
donde se queman los musgos inocentes.
Me quedo con los borrachos de Brooklyn
que pisan al niño desnudo.
Me quedo con los signos desgarrados
de la lenta comida de los osos.

Pero entonces bajó la luna despeñada por las escaleras
poniendo las ciudades de hule celeste y talco sensitivo,
llenando de pies de mármol la llanura sin recodos
y olvidando, bajo las sillas, diminutas carcajadas de algodón.

¡Oh Diana, Diana! Diana vacía.
Convexa resonancia donde la abeja se vuelve loca.
Mi amor es paso, tránsito, larga muerte gustada,
nunca la piel ilesa de tu desnudo huido.

Es Tierra ¡Dios mío! Tierra lo que vengo buscando.
Embozo de horizonte, latido y sepultura.
Es dolor que se acaba y amor que se consume.
Torre de sangre abierta con las manos quemadas.

Pero la luna subía y bajaba las escaleras,
repartiendo lentejas desangradas en los ojos,
dando escobazos de plata a los niños de los muelles
y borrando mi apariencia por el término del aire.

Copyright © Herederos de Federico García Lorca




Vintage Español (2012)
Federico García Lorca, considerado uno de los escritores españoles más influyentes de todos los tiempos, nació en Fuente Vaqueros, Granada, en 1898 y murió fusilado en agosto de 1936. Se licenció en Derecho en la Universidad de Granada, donde también cursó estudios de Filosofía y Letras. En 1919 estuvo en Madrid, en la Residencia de Estudiantes, donde convivió con parte de los que después formarían la Generación del 27, en 1932 dirigió la compañía de teatro La Barraca. En poesía, sus obras más emblemáticas son el Romancero Gitano, donde el lirismo andaluz llega a su cumbre y universalidad, y Poeta en Nueva York, conjunto de poemas, adscritos a las vanguardias de principios del siglo XX, escritos durante su estancia en la Universidad de Columbia. Entre sus obras dramáticas destacan Bodas de sangre, La casa de Bernarda Alba y Yerma.






La guerra, la paz y la literatura III: La hora azul de Alonso Cueto

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por Luis Fernández-Zavala, Ph.D. (*)

Comentando anteriormente las novelas de Santiago Roncagliolo (Octubre rojo) y la de Javier Cercas (Los soldados de Salamina) hemos encontrado que la ficción literaria puede abordar el tema de la guerra y la paz desde diferentes tribunas. En el caso de Octubre rojo, el autor se mete en la dinámica interna de la guerra para mostrar a los individuos y las instituciones permeabilizados por la violencia generalizada: la violencia lo envuelve todo, hasta el amor. Javier Cercas en cambio, usa la distancia del tiempo y la pesquisa periodística para explorar la humanidad de los buenos y los malos durante la Guerra Civil Española. Nos toca comentar la obra de Alonso Cueto, escritor peruano, que como Rocagliolo, fue testigo vivencial de la violencia ejercida por el Estado y Sendero Luminoso en el Perú.

La hora Azul (Anagrama/Peisa, 2007) ganó el Premio Herralde de Novela y el Premio de la Casa Editorial de la República de China a la mejor novela publicada en español en el bienio 2004-2005. Cuando encontré la obra en los estantes de mi pequeña biblioteca, no esperaba otra cosa que relajarme con la lectura de una novela de un peruano que como yo, anduvo por los pasillos de la Universidad de Texas en Austin. Tengo que confesar que más que nada era curiosidad lo que me motivó a decidirme por esta novela y no otras que están esperando su turno para ser leídas: ¿qué habrá escrito este peruano con quien nunca crucé palabra alguna durante nuestra estadía en Austin? —me pregunté— recordando su figura pausada y distante, su talla alta, para el promedio de peruanos, y su barba crecida, a la manera de un Francisco Pizarro miraflorino. Fue grata mi sorpresa cuando después de las primeras páginas pude darme cuenta que esta novela era algo más que un buen entretenimiento y decidí incluirla dentro de la serie La guerra, la paz y la literatura, que vengo escribiendo.

La hora azul es una novela inteligente y bien construida desde el título mismo. L’heure Bleue, para los franceses, se refiere a los años de la inocencia previos a la Primera Guerra Mundial; para los fotógrafos es la “hora mágica” y para los escritores es el momento breve de ambivalencia, de transición: no es de día, ni es de noche y las cosas se ven diferentes. Estos elementos de la metáfora se encontrarán no solo en un momento específico de la trama de la novela (Miriam escapándose de sus raptores), sino a lo largo de la historia narrada. Las certezas en la vida del protagonista principal, Adrián Ormache, se volverán difusas y él aprenderá sobre secretos familiares, sobre su padre ausente y su participación en la guerra anti-terrorista, sobre las masacres, la violencia y sus víctimas, y sobre sí mismo. Nada es totalmente oscuro, o totalmente claro, y es un período de transición.

Los acontecimientos son narrados desde la voz de un joven exitoso abogado limeño, de clase media, Adrián Ormache, quien vive una vida cómoda, con una esposa ideal, de su propio entorno de clase media y dos hijas adorables, sensibles e inteligentes. Nos dirá que su vida casi perfecta era un somnífero del cual nunca quería apartarse. Sin embargo, su vida ordenada y cómoda iba acompañada de un lado oscuro: a menudo tenía sueños violentos.

Estos impulsos eran como fogonazos. Me asombraba y me reía de mí mismo cuando venían. Pero me perdía en esas imágenes con algo de gusto.”

Hay algo de tanático, un sentimiento de autodestrucción que aparece en sus sueños y que va a cobrar vida en la reconstrucción de la existencia de su padre en Ayacucho donde él era comandante de una base militar anti-terrorista. A partir de aquí la novela entrará en un vértigo detectivesco. ¿Qué hizo su padre en Ayacucho? ¿Quién es, y dónde está, la mujer que su padre raptó? ¿Tiene él un medio hermano? ¿Sabía su madre de esta situación? ¿Por qué lo mantuvo en secreto?

photo: ©2012 Christian Dean Lange
Las masacres, la torturas, los pobres de las provincias y de los barrios marginales, van apareciendo en la vida ordenada y exitosa de Adrián en la medida que quiere saber el paradero de esta mujer y de su medio hermano. Cuando por fin llega a acercarse a ella, tiene sentimientos encontrados: quiere saber quién era esta mujer que despertó el deseo de su padre en una bizarra relación de dominio-amor, quiere resarcir el mal hecho y también la comienza a desear. La relación de dominio-poder, todavía está presente: él pertenece a la clase social protegida de la guerra, ella pertenece al grupo frágil que trata de sobrevivir los efectos de la guerra.

En la trama de La hora azul, la guerra afecta a los protagonistas de manera diferenciada. Para algunos, como el abogado Adrián Ormache, ésta llega a través de la actividad de su padre y la necesidad de conocer a una de sus víctimas. Si su padre no hubiera sido ese militar abusivo, la guerra no habría operado ningún cambio en su ordenada vida. Los cambios de su subsistencia estarían simplemente ligados a sus tendencias tanáticas. La manera como Ormache se aproxima a la guerra es emotiva, paternalista y como resultado de su decisión de conocer a la víctima de su padre (acaso otro elemento de sus tendencias tanáticas). Para Miriam Anco, la víctima, las consecuencias de la guerra le son cotidianas: mantener a su hijo, salir adelante con un pasado trágico que la alejó de su familia y su espacio. La muerte de Miriam cierra el círculo, no hay salida para los de abajo. Adrian Ormache, en cambio, volverá a lo suyo: su perfecta familia, la imagen de profesional exitoso, mientras el país se revuelve tratando de cerrar heridas.

Hay algo de tele-novelesco en la trama de las apariencias. El joven abogado pituco que se acerca a la cholita bonita e interesante a la que quiere ayudar (por la mala conciencia de lo que su padre hizo: “todos tenemos la culpa de nuestros padres, y de nuestros hijos también”; le dirá Platón) y que luego desea, es un poco un fairy tale. Es decir, Adrián se convierte en el príncipe azul que obvia las distancias sociales y culturales para tener un affaire con Miriam. Desde otra perspectiva más dulzona, él está perpetuando la misma relación de poderque su padre ejerció con despiadada violencia. Una vez que tienen su affaire, la hora azul los envuelve. Adrián no podrá ver luz u oscuridad en la vida de su padre porque se metió en una historia que no le pertenecía.

Habría que coincidir con algunos críticos que catalogan La hora azul como una novela inteligente por las siguientes dos razones: 1) Con la novela aprendemos algo del modo de pensar y actuar de la clase media acomodada, que si bien se siente incomoda por la violencia de las fuerzas beligerantes, todavía tiene espacio para seguir su vida normal: para la clase media limeña pareciera que la guerra no existiese. 2) La novela nos presenta los mundos de la cotidianidad de la clase media entremezclado con las emociones de Adrián frente a la muerte de su madre, sus emociones con respecto al padre ausente, la búsqueda de Miriam (quiero que ella me diga si mi papá fue tan desgraciado como dicen), y en el proceso, él va aprendiendo sobre las atrocidades la guerra en el Perú. Cueto nos presenta una trama fácil de seguir, pero con matices y niveles que hacen que el lector individualice la experiencia de conocer la guerra; en otras palabras, el lector reconoce la barbarie a partir de los descubrimientos de Adrián.

Alonso Cueto. Photo: lamula.pe
Habría que añadir que Cueto es un escritor de un lirismo fino, que no se contenta con imágenes simples, ni descripciones físicas obvias. Por ejemplo, un recurso literario que usa bastante frecuentemente es describir sus personajes secundarios usando un triángulo visual: los ojos o la mirada, la forma de la cara y, el cabello. Este triángulo descriptivo es conciso pero suficientemente claro y elaborado como para presentar tanto la descripción física del personaje como su interior. En otras ocasiones el autor pinta la hermosura del paisaje andino y su cielo sublime, interrelacionándolos con los acontecimientos crudos de la guerra: no porque la gente se esté matando, el paisaje desaparece. Pero todo adquiere un matiz diferente para el observador sensible:

Pensé que la belleza de ese cielo podría haber sido una última broma silenciosa de la muerte para alguno que hubiera llegado agonizando hasta allí y que hubiera muerto mirando ese gran cielo azul.”


photo: ©2012 Christian Dean Lange


Leer La hora azul es un placer a pesar de las tragedias reales.




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(*) Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas.





"Demasiado tarde para volver" por Miguel A. Hernández Navarro

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—por Alberto Hernández—

1
Abrumado por la hora, por la casi ficticia manía de empezar a ser personaje del libro, peregrino bajo una tormenta, ingreso en Demasiado tarde para volver (La Biblioteca del Tranvía, Ediciones Tres Fronteras, Consejería de Cultura, Juventud y Deportes de Murcia; España, 2008) de Miguel A. Hernández Navarro, “profesor de historia del arte, gestor cultural, crítico literario y eterno aspirante a tirador de esgrima”, según sus propias palabras. Se trata de un sujeto alto, medio calvo, barbado, muy español, de mirada inteligente, de trato simpático y alejado de alguna maledicencia si no sabe que quien lo ve de soslayo o lo maltrata de pensamiento (esto formaría parte de una de las condiciones para elaborar un reducido espacio de ficción), y desde esa suposición pasamos a ser parte de un juego. Parte del juego de un narrador que hace maromas y peripecias con la imaginación, no sólo con la de él sino con la del lector que sufre las consecuencias del ingenio del que escribe o inventa para solazarse en su osadía.

Valga la entrada un tanto agreste. Me topo con el libro y me doy a leerlo pasadas varias semanas de tenerlo al lado de mis exaltados y recurrentes sueños. De alguna pesadilla entrometida, luego de habernos encontrado en la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo en Valencia, Venezuela. Y digo que dormía conmigo porque en verdad dormía conmigo. Le pasaba la mano por la solapa, lo acariciaba, pero no lo abría, no lo despernaba. No lo despertaba. Me distraían otros títulos pendientes u otras emergencias (llegaron primero a esta mesa de angustia que significa ver un montón de libros al lado de la cama). Le daba vueltas, paseíllos de torero. Hasta que el mismo libro de Miguel me reclamó. Me hizo soñarlo. Así, lo tomé y me habló con recia voz y acento ibéricamente marcado:

Salió unos minutos a dar un paseo. Al poco miró el reloj. El tiempo había pasado volando. Ya era demasiado tarde para volver.

Entonces me agarré de mí mismo —me sujeté con los brazos de ese alguien que soy— y traté de no irme volando con el tiempo. El relato de Miguel A. Hernández Navarro tiene esa virtud: es tan corto y dice tanto que es capaz de borrarnos del mapa. Me da la impresión de que esa es la intención del autor. Su mala sangre es tan notoria: claro, todo escritor de minificción, microrrelatos o cuentos cortos o cortísimos tiene que tenerla, que no de horchata, de lo contrario sería un redomado militante del muy bajo y engreído romanticismo. O un monje a punto de recibir el aro testal del santo.

2
La lectura es a saltos. Como se deben leer algunos libros, sobre todo si tienen las características de éste de Hernández Navarro. Se trata de un compendio (mejor, de una buena ristra) de cuentos, relatos, historias, inflexiones, revelaciones, anécdotas, confesiones, secretos. Vaya, se trata de un libro de cuentos cortos donde el lector se ve (o siente que lo hace aunque sea con el vecino) dibujado y hasta sufrido. Y como es demasiado tarde para regresar a casa, nos quedamos en sus páginas para hablar un poco de ellos, de los cuentos, claro. El libro, bellamente editado, está dividido en tres partes, a saber: Viajar a ninguna parte, Poéticas del fango y Memorias del otro lado. Son tres instancias que hacen que quien las lea se arrugue un poco. Nuestro autor tiene una capacidad para entumecer a los lectores. Los achica, los acogota: es decir, es un libro muy bien escrito con historias que logran revolcar el alma, el espíritu y los músculos. Es un libro duramente peligroso. Digo, desestabilizador, conspirador contra el mismo lector porque lo preocupa, lo desencaja. A mí al menos me causó una alergia síquica. Quiere decir que es un buen libro. Porque un libro anodino, dulzón, gustavoadolfobecqueriano no me ajusta las cuentas que tengo pendientes. Este sí.

Y quiero decirlo, muy informalmente, con el primero que nos recibe en el portal de la casa: un personaje viaja en un avión que se va en picada, directo a estrellarse contra el copete del mundo. Quien cuenta, un sujeto que quiere dejar escrito el cuento más corto, pero que no ha podido hacerlo, se esmera en ello mientras el avión va directo al desastre. Tomó el lápiz y le puso energía a su imaginación. Sólo pudo rasguñar: “Todo lo que no he escrito”. Y dejó el papel. Pero el bendito aparato recuperó el vuelo, volvió a la normalidad y las amígdalas de los pasajeros también regresaron a su lugar, como las pelotas. Pero el escritor no logró sentirse sacudido por el hecho de haberse salvado como los otros. Quería morir inmortalizado por ese cuento. Nada: no dejó una obra acabada. La decepción lo llevaría a abandonar el oficio de, en serio, escribir una novela. Sólo le sale siempre el mismo cuento, la misma extensión. Desde ese instante, con el que termina el relato de su fallida muerte, comienza el libro que tengo en las manos.

Miguel Ángel Hernández. foto: Javier Carrión
La lectura de estas hojas de Hernández Navarro me conduce a la creencia de que el humor negro (hay humores de humores y de muchos colores, valga la rima, Quevedo) forma parte del éxito de todos los fracasos: el pesimismo, la certidumbre de que todo nos lleva a un precipicio. De que un cuento corto no es más que eso: un deseo, el de saber lo que nos espera.

Temas: la incertidumbre, la caída y la muerte. Mirar y escribir desde esas perspectivas, desde la cortedad para simular una herida, una cortadura, el instante del ahogo, la sensación de ser pisado por alguien que sonríe. Y la muerte, ese rostro macilento que nos enseña los dientes desde un espejo. Y, demasiado tarde para entenderlo. O demasiado temprano para tenerlo presente. O para volver, regresar, retornar, entrar o salir.

3
Viajar a ninguna parte contiene un viaje. La épica de la traslación, la de no estarse quieto, pero en esta porfía de nuestro autor quien viaja imagina que lo hace y convierte la travesía en un regreso, que a la larga es un viaje. Así:

Subió al tren con la única intención de perderse para siempre. Al sentarse, leyó este cuento y meditó unos segundos. Bajó en la siguiente parada y regresó a casa. No necesitó la distancia para errar eternamente.

El cuento como protagonista, como personaje, como inquina, motivo del regreso, ya existía. Es decir, el retorno estaba escrito. El errar eternamente indica un viaje interminable. Un cuento interminable. Una teoría que se agudiza en quien desanda paisajes. Viajar también indica quedarse en un solo sitio, eternamente. El que viaja se desgasta, mas no el cuento. El trabajo de Miguel le permite al entrometido que esto escribe hacer ficción, hacerse ficción con el mismo cuento. No hay realidad en medio de tanta errancia.

Y en el próximo, la pérdida, la creencia de que ella estaba allí. O de que estuvo con la llegada del tren. Nunca lo sabrá: no bajó al andén. O el anterior, el sujeto que se fue y logra probar en el espejo que ya se ha ido, que no está, que es en el lugar. Un viaje para no saberse, para no ubicarse. O, en todo caso, para situarse en un no lugar. Varios son los viajes: total, ninguno devela el regreso, el saludo de alguien que lo despida. Un viaje en el mismo lugar. Hasta en la muerte.

photo by Javier Carrión
4
Poética del fango
¿Por qué has dejado de escribir?, me pregunta a veces el hombre de gris. Yo lo miro fijamente, pero no sé qué responderle. Entonces me levanto del fango, hago como que estoy vivo, me siento frente al ordenador y escribo estas líneas. Perfecto, dice el hombre de gris. No queda ya nada en tu mente digno de ser contado. Vuelve al lugar donde te escondes. Nadie irá allí a buscarte.

¿Qué quiere decirnos este personaje, este narrador, este sujeto, este escritor que vive pegado del piso? ¿Se trata de un escritor de negro, es un esclavo, una visión dolorosa de quien no logra ser lo que quiere? ¿Un trozo de goma de mascar? ¿Metáfora del escritor marginado? ¿Acaso la que representa el vacío, la nada, el nonsense o la depresión de quien viaja y no viaja, sale y no regresa? El suicidio, la desmemoria, el crimen, temas que no necesitan presentación están colgados de estos relatos.

Dos que desafían la tranquilidad:

Al ver que ya nada tenía remedio, hizo de tripas corazón y se comió todo el amor que sentía por ella.

**

Tuve que comerme sus vísceras para comprender por qué decían de él que era una persona entrañable.

Ahora me sabe mal haberlo hecho, y también sé por qué lo llamaban el repetitivo.
Suficiente hasta el próximo almuerzo.

5
Memoria del otro lado nos lleva a sentirnos fantasmas, perseguidos, muertos en vida, simples imágenes borrosas de la existencia. Una atmósfera gótica en la que tanto escritor como lector forman parte del mismo misterio, porque quien sea lector no se juzga peor muchas veces que el mismo que inventa la historia. Y cuando afirmo peor digo perverso, maligno, ingenioso, buscador de tesoros perdidos, cuentista, invencionero.

Después de un largo período, hoy he vuelto a ver mi rostro en un espejo. Ha sido fugaz, apenas un segundo, el tiempo que la estaca ha tardado en atravesarme el corazón.

El lector, digo, este yo que lee, convertido en Drácula, en un miserable vampiro que lee con delectación el cuento que habrá de matarlo. El cuento es el espejo, la narrativa de la mortalidad.

Y así, este otro en el que Poe no se podría desmentir:

Pasaba las noches en vela rezando frente a aquella tumba solitaria. Al salir el sol, volvía a meterse en ella. Le costaba horrores volver a acomodar su cuerpo al ataúd. Cada vez menos, afortunadamente.

Si la soledad es un personaje, en este relato es tan visible, tan notable que hace que los huesos disminuyan.

6
Definitivamente, Miguel A. Hernández Navarro, autor de una importante obra narrativa, es un hombre que hace literatura. Él mismo lo ha confesado: el mejor de los placeres. Con este libro de bolsillo donde nos somete al escarnio público de hacernos parte de su imaginario, comprobamos que como lectores también somos sujetos de literatura. Existimos en la medida en que entramos en la ficción. Y con este trabajo lo hemos logrado, los lectores y quien la ha escrito.

Demasiado tarde para dejar a un lado estas páginas.





Bagatela nietzscheana

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—por Valmore Muñoz Arteaga[1]—

Estoy trabajando en un ensayo cuyo tema central es la relación entre Nietzsche y Wagner. En el ensayo deambulo de manera imprecisa sobre la idea de lo vital que fue el compositor en la vida del pensador alemán. Más importante que la propia relación que sostuvo con Lou Andrea von Salomé. Por cierto, mujer poderosa que sometió el corazón de Nietzsche con mayor virulencia de lo que pudo hacerlo Cósima Wagner. Dos mujeres que lo hicieron sufrir profundamente por amor. Se me antoja pensar que ambas mujeres fueron la venganza de Hegel. Nietzsche quedó atrapado dentro de las vicisitudes de la relación entre amo (Salomé y Cósima) y esclavo.

¿Qué es lo que deseas? Parece preguntarle desde la bruma eterna el viejo Hegel a Nietzsche. ¿Qué es lo que deseas? ¿Una historia? ¿Tu historia acaso? Hasta acá sube –¿o baja?– el aroma brutal de tu conciencia deseante. Aquí puedo sentir la calidez de su respiración. Fuelle de tu virtud. Ánimo impoluto de tu voluntad. Tu consuelo solemne. Sobre ella crece tu desierto, ese desierto que no has podido ocultar. Que asoma su calor y su aridez por tu bigote. Salomé y Cósima, sí, esas dos olas blancas que chocan irrespetuosamente contra la dureza quebradiza de tu lascivia. Entregado, entusiasmado, arrebatado orgullosamente en tu prisión. ¿Qué deseas, pequeño? Deseas tu deseo y tu deseo es el reconocimiento. Quieres ser reconocido como poder mítico de la vida. Quieres ser reconocido como la alianza sagrada entre los hombres, como rasgadura en el velo de Maya. Quieres que así te reconozcan esos dos animales humanos, pero has equivocado el camino. Te volviste dependiente. Olvidaste tu propio látigo. Tu palabra se hizo espeso líquido donde te disolviste solo. Ellas decidieron su rumbo. Tú decidiste matar a Dios por no poder matarte.

Nietzsche, portador confeso del Übermensch –Superhombre– no fue más que una conciencia frágil frente a la infinita fortaleza de estas dos mujeres. Sartre diría que, desde esta óptica, Nietzsche, justamente por esa fragilidad, terminó amando más a estas mujeres de lo que ellas pudieron haberlo amado. Esa conciencia frágil, débil, terminó sometida sensiblemente a estas dos mujeres. Y sí, claro, Nietzsche, pobre Nietzsche, débil y malogrado, termina cumpliendo con el dictamen de su propio pensamiento: pereció. Creo que sí, creo que se puede morir de amor puesto que, así lo creo, en ese momento, en ese instante infinito y eterno, el Yo queda totalmente en banca rota, abrumado, descompuesto, triturado, asfixiado entre recuerdos –reales y ficticios– que van afianzando más los pasos de la muerte, pero no la muerte física o biológica, hablo de otra muerte, una peor. Esa muerte que nos deja vivos, con la piel tan sensible que todo duele y ese dolor parece que va fundando otras comunidades en el cuerpo en cuya fuente parece nacer otro ser. Por eso, escribe Nietzsche en algún diario, me entrego a la fuerza disolvente de lo dionisiaco, me vuelvo grieta que cobra conciencia ahora frente al abismo. Esta soledad es un mar eterno, un tejer cambiante, un vivir ardiente que arde, quema. ¿Sobre qué parece sostenerse el Superhombre nietzscheano? Sobre la nada infinita a la que nos obliga el amor ausente.

El amor te ahogó el rugido, ese rugido moral que pretendiste lanzar ante las hijas del desierto. El amor te transformó en la sombra de un cuerpo descarnado, poseído por un dios desconocido. Pudiste con los múltiples espíritus peligrosos y extraños, con todos menos con uno. El amor, el brutal amor, te alejó de la conciencia de sus peligros. Ese sentimiento que, como sintió Baudelaire, te vuelve herida y cuchillo, bofetada y mejilla, víctima y verdugo. Sentimiento encarnado en Salomé y Cósima que nos condena siempre a una muerte prematura. Esta muerte desorientadora que desencadena al sol de la tierra. ¿Hacia dónde movernos ahora? ¿Cómo vivir dentro de esta incertidumbre de no saber si caemos realmente? ¿No saber si erramos como a través de una nada infinita? ¿Cómo pudiste soportar la vida así?

Bebiste del elixir wagneriano para cortar con las cosas del mundo, pero te envenenó. Te abrió los ojos a los ditirambos de Dioniso inflamándolos de lágrimas celestes y gotas de rocío. Te abrió los ojos para transformarte en bufón, en poeta, en ¿pretendiente de la verdad? Todas llevaron un nombre. Todas fueron Isolda. Isolda que dulce y tierna sonríe para hacernos resplandecer cada vez más luminosos. Nos inflama el corazón animoso con augustos suspiros y de cuyos labios, deleitosos y suaves, fluye un hálito puro. Escuchamos esa voz llena de maravillosa suavidad colocando sobre nuestros labios las palabras que nos sostienen la vida. ¿Y ahora, Federico? ¿A qué cosa aferrarse cuando esa voz se apaga luego de nombrar al mundo desde ella?



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[1] Maracaibo, Zulia, Venezuela. Profesor en la Universidad Católica Cecilio Acosta. MSc. En Filosofía.





El Polvo de los Muertos de Norberto José Olivar

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—por Valmore Muñoz Arteaga (*)—

Heinrich Heine es, algunos siempre son, un brutal poeta y pensador alemán cuya obra se desarrolló en lo que hemos acordado en llamar Romanticismo. Hace bien poco, mientras leía el soberbio libro Crítica de la Razón Cínica del filósofo, también alemán, Peter Sloterdijk, me topé con unos versos de Heine que dicen: “Conozco la melodía, conozco el texto / Conozco también a los señores autores / Sé que en secreto beben vino / y en público predican el agua” Estos versos conforman el inicio de su Wintermärchen dentro del cual el poeta reflexiona acerca del despierto saber que las cabezas dominantes pretenden ponerse como límites discretos; pues prevén en todo momento un caos social si de la noche a la mañana las ideologías, los temores religiosos y acomodaciones desaparecieran de las cabezas de muchos. En honor a la verdad, no sé si este verso tiene que ver con la novela de Norberto, ni siquiera sé si tiene que ver en parte, pero me pareció un buen punto para comenzar.

Norberto es mi amigo, creo que eso lo saben de sobra. Un amigo tal y como lo describiera Roberto Bolaño, que también es mi amigo aunque él no se enterara nunca, es decir, un dinosaurio que atraviesa un pantano y al que no podemos asir ni llamar ni advertirle nada. Los amigos son raros, siempre desaparecen. Por eso, da la impresión, de que uno está preparado para la amistad, pero no para los amigos. Los amigos siempre desaparecen y lo hacen en tan diversas formas que explicarlo sería un acto de desvanecimiento. Por ejemplo, Norberto lo hace a través de novelas donde todos desaparecen y sólo queda, allí, como una bofetada brutal, historias que parecen haber sido extraídas de algún secreto manual para conspiradores. Esto me recuerda al no tan amable de Schopenhauer, quien se sentó a escribir una historia de la filosofía que le gustara, algo parecido ha hecho otro conspirador llamado Michel Onfray, espíritu conspirador que animó a Enrique Vila-Matas a escribir su historia de la literatura portátil y a Norberto a escribir la otra historia de una ciudad carente de memoria. Creo que todos saben que ser historiador como Norberto y vivir en una ciudad sin memoria, ni reciente ni lejana, te convierte, aunque no se quiera, en un novelista. Para algunos esto puede sonar a insulto, pero no se preocupen, no parece un insulto, lo es.

Norberto José Olivar
foto: revistadomical.com.ve
El amigo Norberto emprende, una vez más, a extraer de las oscuras vísceras de esta playa, la otra historia, la pequeña, esa que se pierde en los periódicos luego de que religiosamente vamos al baño todas las mañanas. Esa historia pequeña que termina dándole vida a la gran historia, esa maltrecha, escandalosa, en fin, pequeña historia, que termina siempre por darle sentido humano a las cosas. Norberto asume, así como uno de los personajes de su novela, ser portador de sus difuntos y pensarlos para que no desaparezcan del todo, mantenerlos aquí con la finalidad de que sus ausencias nos digan algo, algo que, por lo general, no queremos ya escuchar, en vista de que usualmente nos comprometen la existencia. No, no se incomoden con esto, recuerden que nuestra memoria es corta y el espectáculo siempre está dispuesto para los charlatanes que saben cómo hacer encarnar el lenguaje y producir otras historias mucho más cómodas para nuestras indigencias morales.

El amigo Norberto lanza una pregunta en boca del matemático Kurt Gödel “¿Qué sentido tiene para la humanidad no poder probar ni siquiera aquello que asumimos como verdadero?” Quizás, como el mismo Norberto afirma, se trate de una trampa para que terminemos por aceptarlo todo. De ser así, qué terrible mácula la de ser historiador y novelista al mismo tiempo, en especial debido a que el acto de escribir siempre dice algo acera de nuestra fe en la humanidad. Esto me recuerda que un taxista le decía a Vila-Matas que dejara la escritura y se dedicara a ser taxista, ya que, según el hombre del volante, se es más feliz sabiendo menos. Quizás a esto se deba la inauténtica felicidad con la que en Venezuela se señala siempre al maracucho, ustedes saben que para esos otros maracucho y zuliano es la misma cosa. Felicidad boba, vacía, sin argumento, pero que siempre nos brinda la posibilidad de otra cervecita, ustedes saben, la del estribo. Entiendo ahora al pobre Projarov, así como a Hesnor Rivera y a otros tantos personajes de Norberto, entiendo por qué viven atormentados por el miedo al olvido. A los personajes de sus novelas y cuentos les horroriza saber que la gente los abandonará al cerrar el libro, al culminar la historia, así como nosotros, así como todo, así como siempre. Entonces, ¿la verdad es el olvido? No lo sé, se me ocurrió una vez preguntárselo a Nietzsche y me respondió, sin ninguna alteración en el rostro ni en la voz, que la verdad es sólo una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos. En resumidas cuentas, dirá, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado –otra vez el olvido– que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal.

El autor
foto: Williams Marrero
Maracaibo es un pueblo sin memoria y la memoria es el espacio donde el amor reside. El recuerdo es la mano que agita al corazón cuando late y los cementerios están llenos de recuerdos que de ahí no salen. El vivo al dar el paso fuera del camposanto siente el alivio del viento en la cara y continúa su camino intentando escapar de la muerte. Ricardo Blasco advertía con resignación que Maracaibo es un error tremendo y sin disposición de enmienda. La dignidad de un pueblo está en sus cementerios. ¿Cuándo fue la última vez que vieron un cementerio de la ciudad? Mejor todavía, cuántos turistas vienen a Maracaibo a visitar, por ejemplo, el Corazón de Jesús. No, ninguno, nadie, sólo hay tres cementerios abarrotados y al borde de quedar sin fosas, sólo monte, calor y recuerdos de recuerdos de recuerdos. Buscando entre la maleza de la memoria, Norberto vuelve a acudir a los espiritistas que hicieron vida en la ciudad. La historia del espiritismo de Maracaibo se pasea, consciente o inconscientemente, por todas las historias de Norberto. La historia de esta ciudad parece ser una vieja herida a la cual Norberto vuelve una y otra vez,, una herida brutal y sorda hecha seguramente por algún demonio alucinado, probablemente borracho como borracha es la realidad en esta playa vieja y fea, ridícula y acomplejada. Ese demonio le habló directo a Norberto para decirle que las cosas que vemos están en nuestra alma, que la realidad es insondable, acaso una representación de nuestro interior, que nunca hay que fiarse de lo que nos ocurre. Entonces, ¿Maracaibo es Norberto? ¿Lo que ve Norberto en Maracaibo es la representación de su alma? Cuando digo que Maracaibo es una playa vieja y fea, ridícula y acomplejada es porque, en realidad, vieja y fea, ridícula y acomplejada es mi alma. ¿Quién enfermó a quién? Ya qué importa, por suerte, yo soy maracucho y, yo diría que, dentro de cinco minutos, se me olvidará todo esto.

Importa, eso sí, que estamos presentando una nueva novela de Norberto José Olivar que es mi amigo que escribe, ahora no lo sé, sobre Maracaibo o su alma, pero que, en todo caso, un libro publicado es el simbolismo inequívoco de que esperanzas quedan. Importa que ahora guardo silencio por la salud de mi alma, guardo silencio en el silencio de Nietzsche que dice que la Filosofía ofrece al hombre un asilo en el que ninguna tiranía puede penetrar, la caverna de la intimidad, el laberinto del pecho: y esto enfurece a los tiranos. Nietzsche también dijo que el hombre debe poner a salvo su libertad en su interior. Aquí pretendo quedarme, sin decir una palabra más, que Norberto continúe este largo trecho de señalar la vulgar y repugnante mentira que enlaza a esta sociedad moderna, yo, sin duda, lo acompañaré en silencio sin dejar de seguir ni un solo día, ni un solo instante una verdad más antigua, la más antigua de todas.




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(*) Maracaibo, Zulia, Venezuela. Profesor en la Universidad Católica Cecilio Acosta. MSc. en Filosofía.







Las muertes de Molière

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—por Alberto Hernández—

I
Molière —como se le conoce en el mundo teatral— murió varias veces en escena, pero en una sola se convirtió en el verdadero “actor”. Es decir, Jean-Baptiste Poquelin fue obligado por una enfermedad a morir “de verdad” una sola vez, y dejar constancia de que sabía morir, o que al menos la muerte es genialmente histriónica.

El enfermo imaginario, una de las obras más celebradas del clásico francés, sirvió de telón de fondo funerario del propio autor. Molière falleció durante la puesta de esta pieza que sigue siendo la “muerte” de un hipocondríaco que hizo casar a su hija con un médico para sentirse atendido sin dilación. Así, mientras el verdadero enfermo que era Molière moría en proscenio, el público aplaudía y reía sin parar. La muerte triunfante, personificada por la misma muerte.

Innumerables veces quedó tendido el cuerpo muerto del personaje. Pero al cerrar el telón, el ingenioso comediante se levantaba con la muerte cerca, es decir, vivo él y viva la muerte. Estaba enfermo, gravemente amenazado por una dolencia que no era nada teatral o pública. Quizás se imaginaba —imaginario al fin— que la señora calva, la cantante amada de Ionesco, estaría lista para definitivamente despedirlo con un cerrado aplauso.

II
El personaje —mimesis, farsa, máscara— continúa vivo, muriendo cuantas veces sea posible poner en escena la obra de quien, actor, quedó definitivamente sobre las tablas, muerto. Personaje y actor se encuentran y se separan. Se encuentran en la muerte teatral. Se separan en la muerte histriónica, porque, tanto la muerte imaginaria como la verdadera, suelen ser festivas y dolorosas. La permanencia del personaje supera la realidad, supera al actor. Esta separación, esta frontera, confirma la imagen de quien a diario tiene que “morir” para hacer creer que venció a la muerte. Quien en verdad murió por una enfermedad nada imaginaria, quedó eternamente fijado en la mirada de quienes no advirtieron que el actor había sucumbido, en la creencia de que había sido el actor. La perfección de la muerte provocó la risa, el aplauso.
La enseñanza es clara: la verdad no existe en una sola perspectiva. Son tantas las maneras de verla y encontrarla, aunque se fracase como Diógenes. Creer tenerla al alcance es saber —si es que se sabe— que la razón podría ser la muerte. Límite entre el ahogo y la hipocresía.

El éxito es agonía. La muerte, en este caso, fue la culminación exitosa del dramaturgo francés. Murió para quedarse, más allá del actor. El personaje de El enfermo imaginario convirtió a Molière en personaje histórico. De volver a ocurrir que quien encarna al personaje muere en escena, hace de Molière pionero de la tragedia en plena comedia. ¿O acaso la muerte no es una comedia trasvertida?

III
¿Cuántas veces muere un hombre? El común afirma que se muere a diario, que el tiempo carga la muerte sobre sus hombros. Ver morir a alguien es parte del juego: morimos con quien muere porque repasamos su agonía. Vemos en la muerte ajena la propia. De manera que quienes ese día vieron morir de verdad al actor, supieron que la muerte de ellos estaba pendiente, seguía en la mirada imitativa del actor, toda vez que la muerte del actor se hacía festiva una vez salía el elenco a saludar y a agradecer los aplausos. Pero esa vez el actor no salió. El personaje quedó instalado en la memoria colectiva. La muerte, gozosa, aplaudió en el balcón más caro. Burguesa. La muerte eternizó al personaje: mató al actor. No obstante, personaje y actor también se confunden: Molière fue creador del personaje y carnadura del actor. El pasaje de su muerte quedó intacta: pequeño dios, contó su muerte, la celebró en público. Ambos, actor y personaje, lograron tocarse, ser los mismos en la inequívoca presencia de la tragicomedia. Fiesta y dolor suelen compartir el mismo espacio. La muerte es fiesta en el teatro, burla en la cotidianidad, dolor en la memoria que se hace olvido, mas no el teatro.

Pese a ser calificado de efímero, el arte de las tablas verifica sin pudor alguno que estamos vivos en medio de la muerte, o que la muerte es la vida del teatro o la vida en el teatro. Molière, con su muerte genial, sigue abofeteando a quienes lo han olvidado. Ser cortesano del teatro o majadero del poder, deja muy mal a quienes no saben morir con dignidad en escena.





Noche de Arte y Literatura en Denver

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John Montañez Cortez (Izq.), Luis Fernández-Zavala
y Frank Montañez
Galerías de arte y tiendas de antigüedades, en la conocida Santa Fe Drive de la ciudad de Denver, rodean el edificio del Museo de las Américas,  el marco apropiado para lo que fue la presentación de Noche de Arte y Literatura, evento presentado por el blog internacional Cervantes@MileHighCity.

Con una nutrida y compacta audiencia ávida de cultura y literatura en español, y gratamente arropados por la actual exhibición de artistas gráficos locales, el blog presentó trabajos literarios de los escritores John Montañez Cortez y el peruano Luis Fernández-Zavala, así como una muestra fotográfica a cargo del fotógrafo caraqueño Frank Montañez.

el escritor y editor venezolano
John Montañez Cortez.
En su presentación, el editor del blog, resaltó la importancia de la lectura y la escritura en castellano, como un vehículo importantísimo para mantener la vitalidad de la cultura hispana en esta parte del territorio norteamericano.

“Hace cuatro años, encontré que no existían espacios culturales y literarios, en castellano, en esta parte del oeste norteamericano, entonces decidí fundar el blog.”, dijo Montañez Cortez.

Presentación en el Museo de las Américas
Así mismo, destacó la importancia de uno de los objetivos primordiales de este medio: la promoción de la escritura y la lectura en español, dirigido a la comunidad hispanoparlante.

“¿Sabían ustedes, por ejemplo, que el idioma español es el segundo más hablado en el mundo? ¿Superado sólo por el chino mandarín? Somos 528 millones de hablantes, 37 millones sólo en este país.”, comentó el editor del
El escritor peruano
Luis Fernández-Zavala
autor de El guerrero de la espuma
y otras tantas despedidas
.
blog, invitando a los presentes a comprar y leer libros escritos en español.

Cervante@MileHighCity promueve la literatura en español, enfatizó Montañez Cortez, porque un idioma que no se lee, muere, un lenguaje que no se usa, muere, se congela, se fosiliza, deja de ser un instrumento de comunicación creativa, y es a través de la literatura que se rescata esa experiencia humana, ese lenguaje. De modo que hay que leer, leer y leer, en nuestro idioma; fueron las conclusiones finales antes de comenzar con las lecturas y la exhibición fotográfica.



Frank Montañez y Luis Fernández
en los estudios de Telemundo-Denver
durante la entrevista TV para el evento.


Asistentes al evento en el
Museo de las Américas, Denver, Colorado.









La guerra, la paz y la literatura IV: Radio ciudad perdida de Daniel Alarcón (Perú)

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—por Luis Fernández-Zavala [*]—

En un país como el nuestro
las guerras son una forma de vida.

Finalizando con nuestra serie de reseñas literarias sobre la La guerra, la paz y la literatura queremos resaltar que la selección de obras y autores no ha sido hecha basado en un criterio único o pretendido agotar todo lo literariamente producido acerca del tema.  Los autores y obras han ido apareciendo dentro de mi lista obligada de lecturas y por recomendaciones de otros lectores, que como yo, se hacían la misma pregunta: ¿cómo se ha manejado en la ficción literaria la virtual guerra civil en Perú? ¿Qué nos ha dejado, o dado, de diferente? Las repuestas encontradas son de carácter personal al hacer una lectura repensada de las obras y nos han abierto la posibilidad de entender más de cerca lo que se vivió en Perú en los años 80 y 90. No es función de la ficción literaria ofrecer un conocimiento absoluto y verdadero, pero sí la de brindar pistas que la Historia, por sus parámetros metodológicos, deja de lado, o le es difícil abordar.

Hemos encontrado que la ficción literaria permite entrar de distintas maneras, desde distintas tribunas, unas más cercanas e íntimas que otras más distantes, ya sea porque se usa la distancia del tiempo para desenredar la humanidad contradictoria de los implicados en la guerra (Javier Cercas), o porque se presentan las instituciones (inclusive el amor) devorados por la vorágine de la violencia generalizada (Santiago Roncagliolo), o porque se presenta a la visión escapista de la clase media urbana (Alonso Cueto), o porque se puede desde adentro de las vidas de los personajes sentir su manto avasallador (Daniel Alarcón).

el autor peruano Daniel Alarcón
Como lo diría Jorge Volpi: los cuentos y las novelas permiten que sus lectores nos coloquemos no solo en el impasible lugar de los hechos o en el efímero territorio del pasado, sino en el cuerpo y la mente de los que tuvieron la fortuna o la desgracia de presenciarlos. En otras palabras, la ficción es una mirada a la Historia desde adentro y esto da luces para entender un realidad tan compleja de una manera asequible y hasta terapéutica.

Nos toca ahora comentar Radio ciudad perdida (Alfaguara, 2007) del peruano-norteamericano Daniel Alarcón. Esta obra ganó el premio Pen USA 2008 y el Premio Internacional de Literatura 2009. La revista inglesa Grantacolocó a Alarcón en su lista de los mejores novelistas jóvenes del 2007 y desde esta época hasta la actualidad Alarcón ha publicado varias novelas entre las que destacan: la novela gráfica Ciudad de payasos (Alfaguara 2010), Los provincianos(Solar 2013), y De noche andamos en círculos (Seix Barral 2014). Ha participado en la dirección de la revista literaria Etiqueta Negra (Perú), ha escrito para el New Yorker, Harper’s, Virginia Quarterly Review, entre otras importantes revistas norteamericanas y ha desarrollado el proyecto de crónicas radiales: Radio Ambulante.  Llama la atención no solo la reconocida calidad literaria de Daniel Alarcón (al margen de paralelismos fatuos de algunos críticos), pero también su audacia para encarar proyectos literarios y culturales novedosos, teniendo como fuente inspiración recurrente el Perú, país que dejo a los tres años y al que no ha dejado de visitar.

En Radio ciudad perdida, se retoma el ambiente y tramas de algunos de sus cuentos publicados en Guerra en la penumbra(Harper-Collins 2005): los efectos de la guerra particularmente, los desaparecidos y las tragedias individuales dentro de una tragedia mayor que en la que toda la sociedad está envuelta de una u otra manera. Tal como lo dijo Alarcón en una entrevista, sus cuentos son muchas veces la antesala de sus novelas.

Algo que sorprende gratamente, tanto en los cuentos como en Radio ciudad… es la capacidad de Alarcón de recrear ese ambiente, ese contexto envolvente que hace sentir todo el peso de la guerra adentro y afuera de las circunstancias de los personajes. Es como si la guerra pululara, aún después de terminada, dentro de las mentes de los personajes, no solo con consecuencias físicas de muertos, desaparecidos y torturas, sino dentro la realidad cotidiana tiñéndola constantemente de miedo, agotamiento y vacío. La guerra pareciera que se alargara porque la violencia se perpetúa de otras formas: solo una estación de radio funciona y trasmite en la nación las noticas y mensajes manipulados por el gobierno, los familiares de los desparecidos no han podido cerrar el círculo que los agobia y todavía cosas siguen pasando.

Radio Ciudad Perdida, en la novela, es un programa radial exitoso conducido por Norma. Se transmite los domingos, desde la única y censurada radio emisora. El programa radial cubre la necesidad de la población de saber el paradero de sus seres queridos, y algunas veces, la esperanzadora voz de Norma logrará juntar lo que la guerra había separado. La suya era la única emisora de radio nacional que seguía funcionando desde el final de la guerra:

“Luego de la derrota de la IL, se encarceló a periodistas. Muchos colegas de Norma terminaron así, o peor… algunos desaparecieron y sus nombres, al igual que el de su esposo, fueron prohibidos.”

El programa radial de Norma no solo cumple una función social, pero también a escondidas, era una forma de buscar a Rey, su marido desaparecido y encontrar un cierre a su propio drama personal. Rey, fue parte de toda esa corriente de opinión —toda una generación— que hablaba desde antes de esta guerra, de una violencia purificadora, violencia que engendra virtud… Era el lenguaje del que su esposo Rey, se enamoró. También se enamoró de Norma. Con mucha sagacidad la voz del narrador describe ese manto ideológico que lo cubre todo y que la misma guerra destruye, al decir de Roncagliolo, al prostituir la palabra revolución:

Se promovía la violencia: rodea la ciudad, infunde terror. La campaña dependía de las acciones militares de las fuerzas del orden, y extraía su fortaleza y determinación de las ocasionales masacres de inocentes, o de la desaparición de algún importante y apreciado simpatizante.

La guerra se había convertido en un texto indescifrable, sino lo había sido ya desde su inicio. El país había dado un paso en falso, había caído en una pesadilla, a veces aterradora, a veces cómica, y en la ciudad solo quedaba una sensación y desaliento ante lo inexplicable del asunto.

Uno de los méritos de esta novela es precisamente el uso de una serie de recursos literarios: estructura de la trama dosificada, misterio, el azar, (el encuentro de Norma con Victor, un niño silvícola), lenguaje directo y simple, personajes secundarios bien delineados, uso diversificado de los tiempos, manejo de la alegoría de la radio como algo etéreo y envolvente pero que llega a toda la población, para hacernos entrar en este mundo ficcionalizado de la guerra de una manera directa y sin escapatoria . Al no nombrar al país y al referirse a las localidades con números, se logra dos objetivos importantes sobre el lector: por un lado, ayuda a concentrarse en la acción de lo que pasa evitando ficcionalizar lo obvio —ya que todo el mundo sabe que se trata del Perú, o un lugar similar—; en segundo lugar, da entender que existe un “diseño calculado” para manejar y manipular  la población y de esta manera el lector percibe una vez más ese efecto de entrampamiento en una realidad de la que nadie puede salir sin magulladuras sicológicas. Como alguien lo ha dicho: el brazo suicida y el brazo asesino se amarraron para desangrar al país por más de diez años. Era imposible a la población zafarse de este abrazo con la violencia generalizada.

photo: calhum.org
Alarcón pertenece a esa generación de escritores que vieron la guerra desde lejos pero que trata de entenderla en sus alevosías interiores para detallarnos su percepción omnipresente y devastadora. La capacidad de Alarcón para ficcionalizar desde adentro de los acontecimientos es verdaderamente admirable. La guerra es una estela omnipresente que llena de zozobra, soledad, angustia las vidas cotidianas de todos los ciudadanos, no importando su ideología, extracción social o género.


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[*] Luis Fernández-Zavala, Ph.D. Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas.





Cuento completo: Míster Taylor de Augusto Monterroso, 1921-2003 (Guatemala)

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foto: www.larepublica.pe
—Menos rara, aunque sin duda más ejemplar —dijo entonces el otro—, es la historia de Mr. Percy Taylor, cazador de cabezas en la selva amazónica.

Se sabe que en 1937 salió de Boston, Massachusetts, en donde había pulido su espíritu hasta el extremo de no tener un centavo. En 1944 aparece por primera vez en América del Sur, en la región del Amazonas, conviviendo con los indígenas de una tribu cuyo nombre no hace falta recordar.

Por sus ojeras y su aspecto famélico pronto llegó a ser conocido allí como "el gringo pobre", y los niños de la escuela hasta lo señalaban con el dedo y le tiraban piedras cuando pasaba con su barba brillante bajo el dorado sol tropical. Pero esto no afligía la humilde condición de Mr. Taylor porque había leído en el primer tomo de las Obras Completas de William G. Knight que si no se siente envidia de los ricos la pobreza no deshonra.

En pocas semanas los naturales se acostumbraron a él y a su ropa extravagante. Además, como tenía los ojos azules y un vago acento extranjero, el Presidente y el Ministro de Relaciones Exteriores lo trataban con singular respeto, temerosos de provocar incidentes internacionales.

Tan pobre y mísero estaba, que cierto día se internó en la selva en busca de hierbas para alimentarse. Había caminado cosa de varios metros sin atreverse a volver el rostro, cuando por pura casualidad vio a través de la maleza dos ojos indígenas que lo observaban decididamente. Un largo estremecimiento recorrió la sensitiva espalda de Mr. Taylor. Pero Mr. Taylor, intrépido, arrostró el peligro y siguió su camino silbando como si nada hubiera pasado.

De un salto (que no hay para qué llamar felino) el nativo se le puso enfrente y exclamó:

Buy head? Money, money.

foto: culturacolectiva.com
A pesar de que el inglés no podía ser peor, Mr. Taylor, algo indispuesto, sacó en claro que el indígena le ofrecía en venta una cabeza de hombre, curiosamente reducida, que traía en la mano.

Es innecesario decir que Mr. Taylor no estaba en capacidad de comprarla; pero como aparentó no comprender, el indio se sintió terriblemente disminuido por no hablar bien el inglés, y se la regaló pidiéndole disculpas.

Grande fue el regocijo con que Mr. Taylor regresó a su choza. Esa noche, acostado boca arriba sobre la precaria estera de palma que le servía de lecho, interrumpido tan solo por el zumbar de las moscas acaloradas que revoloteaban en torno haciéndose obscenamente el amor, Mr. Taylor contempló con deleite durante un buen rato su curiosa adquisición. El mayor goce estético lo extraía de contar, uno por uno, los pelos de la barba y el bigote, y de ver de frente el par de ojillos entre irónicos que parecían sonreírle agradecidos por aquella deferencia.

Hombre de vasta cultura, Mr. Taylor solía entregarse a la contemplación; pero esta vez en seguida se aburrió de sus reflexiones filosóficas y dispuso obsequiar la cabeza a un tío suyo, Mr. Rolston, residente en Nueva York, quien desde la más tierna infancia había revelado una fuerte inclinación por las manifestaciones culturales de los pueblos hispanoamericanos.

Pocos días después el tío de Mr. Taylor le pidió —previa indagación sobre el estado de su importante salud— que por favor lo complaciera con cinco más. Mr. Taylor accedió gustoso al capricho de Mr. Rolston y —no se sabe de qué modo— a vuelta de correo "tenía mucho agrado en satisfacer sus deseos". Muy reconocido, Mr. Rolston le solicitó otras diez. Mr. Taylor se sintió "halagadísimo de poder servirlo". Pero cuando pasado un mes aquél le rogó el envío de veinte, Mr. Taylor, hombre rudo y barbado pero de refinada sensibilidad artística, tuvo el presentimiento de que el hermano de su madre estaba haciendo negocio con ellas.

Bueno, si lo quieren saber, así era. Con toda franqueza, Mr. Rolston se lo dio a entender en una inspirada carta cuyos términos resueltamente comerciales hicieron vibrar como nunca las cuerdas del sensible espíritu de Mr. Taylor.

De inmediato concertaron una sociedad en la que Mr. Taylor se comprometía a obtener y remitir cabezas humanas reducidas en escala industrial, en tanto que Mr. Rolston las vendería lo mejor que pudiera en su país.

Los primeros días hubo algunas molestas dificultades con ciertos tipos del lugar. Pero Mr. Taylor, que en Boston había logrado las mejores notas con un ensayo sobre Joseph Henry Silliman, se reveló como político y obtuvo de las autoridades no sólo el permiso necesario para exportar, sino, además, una concesión exclusiva por noventa y nueve años. Escaso trabajo le costó convencer al guerrero Ejecutivo y a los brujos Legislativos de que aquel paso patriótico enriquecería en corto tiempo a la comunidad, y de que luego luego estarían todos los sedientos aborígenes en posibilidad de beber (cada vez que hicieran una pausa en la recolección de cabezas) de beber un refresco bien frío, cuya fórmula mágica él mismo proporcionaría.

Cuando los miembros de la Cámara, después de un breve pero luminoso esfuerzo intelectual, se dieron cuenta de tales ventajas, sintieron hervir su amor a la patria y en tres días promulgaron un decreto exigiendo al pueblo que acelerara la producción de cabezas reducidas.

Contados meses más tarde, en el país de Mr. Taylor las cabezas alcanzaron aquella popularidad que todos recordamos. Al principio eran privilegio de las familias más pudientes; pero la democracia es la democracia y, nadie lo va a negar, en cuestión de semanas pudieron adquirirlas hasta los mismos maestros de escuela.

Un hogar sin su correspondiente cabeza teníase por un hogar fracasado. Pronto vinieron los coleccionistas y, con ellos, las contradicciones: poseer diecisiete cabezas llegó a ser considerado de mal gusto; pero era distinguido tener once. Se vulgarizaron tanto que los verdaderos elegantes fueron perdiendo interés y ya sólo por excepción adquirían alguna, si presentaba cualquier particularidad que la salvara de lo vulgar. Una, muy rara, con bigotes prusianos, que perteneciera en vida a un general bastante condecorado, fue obsequiada al Instituto Danfeller, el que a su vez donó, como de rayo, tres y medio millones de dólares para impulsar el desenvolvimiento de aquella manifestación cultural, tan excitante, de los pueblos hispanoamericanos.

Mientras tanto, la tribu había progresado en tal forma que ya contaba con una veredita alrededor del Palacio Legislativo. Por esa alegre veredita paseaban los domingos y el Día de la Independencia los miembros del Congreso, carraspeando, luciendo sus plumas, muy serios, riéndose, en las bicicletas que les había obsequiado la Compañía.

Pero, ¿que quieren? No todos los tiempos son buenos. Cuando menos lo esperaban se presentó la primera escasez de cabezas.

Entonces comenzó lo más alegre de la fiesta.

Las meras defunciones resultaron ya insuficientes. El Ministro de Salud Pública se sintió sincero, y una noche caliginosa, con la luz apagada, después de acariciarle un ratito el pecho como por no dejar, le confesó a su mujer que se consideraba incapaz de elevar la mortalidad a un nivel grato a los intereses de la Compañía, a lo que ella le contestó que no se preocupara, que ya vería cómo todo iba a salir bien, y que mejor se durmieran.

Para compensar esa deficiencia administrativa fue indispensable tomar medidas heroicas y se estableció la pena de muerte en forma rigurosa.

Los juristas se consultaron unos a otros y elevaron a la categoría de delito, penado con la horca o el fusilamiento, según su gravedad, hasta la falta más nimia.

Incluso las simples equivocaciones pasaron a ser hechos delictuosos. Ejemplo: si en una conversación banal, alguien, por puro descuido, decía "Hace mucho calor", y posteriormente podía comprobársele, termómetro en mano, que en realidad el calor no era para tanto, se le cobraba un pequeño impuesto y era pasado ahí mismo por las armas, correspondiendo la cabeza a la Compañía y, justo es decirlo, el tronco y las extremidades a los dolientes.

La legislación sobre las enfermedades ganó inmediata resonancia y fue muy comentada por el Cuerpo Diplomático y por las Cancillerías de potencias amigas.

De acuerdo con esa memorable legislación, a los enfermos graves se les concedían veinticuatro horas para poner en orden sus papeles y morirse; pero si en este tiempo tenían suerte y lograban contagiar a la familia, obtenían tantos plazos de un mes como parientes fueran contaminados. Las víctimas de enfermedades leves y los simplemente indispuestos merecían el desprecio de la patria y, en la calle, cualquiera podía escupirle el rostro. Por primera vez en la historia fue reconocida la importancia de los médicos (hubo varios candidatos al premio Nóbel) que no curaban a nadie. Fallecer se convirtió en ejemplo del más exaltado patriotismo, no sólo en el orden nacional, sino en el más glorioso, en el continental.

Con el empuje que alcanzaron otras industrias subsidiarias (la de ataúdes, en primer término, que floreció con la asistencia técnica de la Compañía) el país entró, como se dice, en un periodo de gran auge económico. Este impulso fue particularmente comprobable en una nueva veredita florida, por la que paseaban, envueltas en la melancolía de las doradas tardes de otoño, las señoras de los diputados, cuyas lindas cabecitas decían que sí, que sí, que todo estaba bien, cuando algún periodista solícito, desde el otro lado, las saludaba sonriente sacándose el sombrero.

foto: Cuartoscuro
Al margen recordaré que uno de estos periodistas, quien en cierta ocasión emitió un lluvioso estornudo que no pudo justificar, fue acusado de extremista y llevado al paredón de fusilamiento. Sólo después de su abnegado fin los académicos de la lengua reconocieron que ese periodista era una de las más grandes cabezas del país; pero una vez reducida quedó tan bien que ni siquiera se notaba la diferencia.

¿Y Mr. Taylor? Para ese tiempo ya había sido designado consejero particular del Presidente Constitucional. Ahora, y como ejemplo de lo que puede el esfuerzo individual, contaba los miles por miles; mas esto no le quitaba el sueño porque había leído en el último tomo de las Obras completas de William G. Knight que ser millonario no deshonra si no se desprecia a los pobres.

Creo que con ésta será la segunda vez que diga que no todos los tiempos son buenos. Dada la prosperidad del negocio llegó un momento en que del vecindario sólo iban quedando ya las autoridades y sus señoras y los periodistas y sus señoras. Sin mucho esfuerzo, el cerebro de Mr. Taylor discurrió que el único remedio posible era fomentar la guerra con las tribus vecinas. ¿Por qué no? El progreso.

Con la ayuda de unos cañoncitos, la primera tribu fue limpiamente descabezada en escasos tres meses. Mr. Taylor saboreó la gloria de extender sus dominios. Luego vino la segunda; después la tercera y la cuarta y la quinta. El progreso se extendió con tanta rapidez que llegó la hora en que, por más esfuerzos que realizaron los técnicos, no fue posible encontrar tribus vecinas a quienes hacer la guerra.

Fue el principio del fin.

Las vereditas empezaron a languidecer. Sólo de vez en cuando se veía transitar por ellas a alguna señora, a algún poeta laureado con su libro bajo el brazo. La maleza, de nuevo, se apoderó de las dos, haciendo difícil y espinoso el delicado paso de las damas. Con las cabezas, escasearon las bicicletas y casi desaparecieron del todo los alegres saludos optimistas.

El fabricante de ataúdes estaba más triste y fúnebre que nunca. Y todos sentían como si acabaran de recordar de un grato sueño, de ese sueño formidable en que tú te encuentras una bolsa repleta de monedas de oro y la pones debajo de la almohada y sigues durmiendo y al día siguiente muy temprano, al despertar, la buscas y te hallas con el vacío.

foto: www.literaturas.com
Sin embargo, penosamente, el negocio seguía sosteniéndose. Pero ya se dormía con dificultad, por el temor a amanecer exportado.

En la patria de Mr. Taylor, por supuesto, la demanda era cada vez mayor. Diariamente aparecían nuevos inventos, pero en el fondo nadie creía en ellos y todos exigían las cabecitas hispanoamericanas.

Fue para la última crisis. Mr. Rolston, desesperado, pedía y pedía más cabezas. A pesar de que las acciones de la Compañía sufrieron un brusco descenso, Mr. Rolston estaba convencido de que su sobrino haría algo que lo sacara de aquella situación.

Los embarques, antes diarios, disminuyeron a uno por mes, ya con cualquier cosa, con cabezas de niño, de señoras, de diputados.

De repente cesaron del todo.

Un viernes áspero y gris, de vuelta de la Bolsa, aturdido aún por la gritería y por el lamentable espectáculo de pánico que daban sus amigos, Mr. Rolston se decidió a saltar por la ventana (en vez de usar el revólver, cuyo ruido lo hubiera llenado de terror) cuando al abrir un paquete del correo se encontró con la cabecita de Mr. Taylor, que le sonreía desde lejos, desde el fiero Amazonas, con una sonrisa falsa de niño que parecía decir: "Perdón, perdón, no lo vuelvo a hacer."


FIN



Orfeo revisitado (Viaje a la poesía de Eugenio Montejo)

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—por Alberto Hernández—

1
En pleno centro de Valencia, en la estrecha calle Colombia, donde está ubicada la muy vieja farmacia La Torre, Eugenio Montejo cuenta las vueltas de la tierra. Volátil, sumido en una hondura que hace que su mirada sea parte del silencio que corroe las agujas del reloj de la catedral. Camina lentamente hacia la plaza y regresa la mirada a la costra de los muros de la antigua iglesia. Un sonido leve, suave y a la vez firme emerge de sus labios:

La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide...

Entonces el poeta, el instalado en la bruma del tiempo, desaparece en plena calle. Nada pide. Nada pidió. Entregó toda su sabiduría, toda su belleza interior y se marchó en silencio, como siempre andaba.

En pleno centro del mundo, donde el vértigo eleva el significado de las palabras, Montejo retorna a la casa, a su casa, donde lo esperan algunos cercanos a la lectura de sus libros. Esa tarea de convocarlos y reunirlos fue de Aníbal Rodríguez Silva, gracias a la Universidad de los Andes, al Laboratorio de Investigaciones Arte y Poética y a la Dirección General de Cultura y Extensión, ambos organismos dependientes de la mencionada casa de estudios merideña.

2
Y así el título del encuentro, del estudio de la poesía del poeta de Adiós al siglo XX y de Papiros amorosos: Orfeo revisitado: viaje a la poesía de Eugenio Montejo (Mérida 2012). En sus páginas encontramos trabajos de Rafael Cadenas, Miguel Gomes, Josu Landa, Aníbal Rodríguez Silva, Antonio López Ortega, Miguel Marcotrigiano, Judit Gerendas, Gregory Zambrano, Carmen Virginia Carrillo, Nicholas Roberts, Mónica Navia, Harry Almela y Mariano Nava Contreras.

En el prólogo el compilador pergeña que “Eugenio Montejo escribía con letra menuda. Un horario nocturno configuraba su rutina de trabajo; tal vez intentaba escuchar a lo lejos el canto de los últimos gallos que despedían la noche y anunciaban el nuevo día. Quería retener los sonidos de la ciudad pequeña que se perdían en los laberintos urbanos de la ciudad moderna”.

He allí que Montejo, tan dado a silenciar el espacio que ocupaba, tenía en el poema el mejor instante para llenar el mundo de sonidos. Los mismos sonidos que han dado pie para que los mencionados en líneas anteriores se ocuparan de estudiar su paso poético por estos paisajes que aún nos contienen.

3
Quiero destacar las palabras de Antonio López Ortega en su ensayo “La muerte de Eugenio Montejo. De la quietud y sus alrededores”:

De las muchas pérdidas que Montejo nos deja, de las muchas orfandades que heredamos, extrañaremos sobre todo, en estos tiempos confusos, un ejemplo de integridad moral para todos los que se precien de ejercer una condición intelectual, pues estas son, quiérase ver o no, épocas en las que el ejercicio creador o reflexivo, sometido a los cantos de sirena del poder, sucumbe fácilmente a prebendas, parcialidades o, gesto peor, silencio crítico. La deshonra que acompaña a muchos intelectuales de hoy, su mudez inalterable ante las afrentas del poder, no podrá ser advertida de inmediato. Necesitaremos un mínimo de distanciamiento, de recentramiento moral, para recuperar lo que desde Albert Camus hasta Octavio Paz constituye la premisa básica del oficio: la pasión crítica, el ejercicio vigilante que toda sociedad debe darse (y la proa de esta embarcación son los intelectuales) frente a toda forma de poder. Perder a Montejo es perder un modelo, un ancla, un ejemplo cívico. Su ojo vigilante advirtió a muy temprana hora sobre la corrupción del lenguaje (palabras que son escupitajos, mentiras que pasan por verdades, alaridos que suplantan las conversas)...

El Montejo que se marchó en silencio, el silenciado, continúa presente en los textos de todos los poetas del mundo. Quienes lo silenciaron se olvidaron de que ellos pasarán como polvo antiguo.

4
Este libro/homenaje —en el que Eugenio Montejo es una presencia viva— revela la experiencia de la poética de nuestro desaparecido autor. Uno de los más relevantes poetas de la lengua castellana es hoy referencia que deja marcas en la madera de nuestro imaginario.

Que sean los lectores quienes sigan hallando luces en las voces de quienes se reunieron para celebrarlo, para mantenerlo vivo, tanto como estos versos: Con fuego alumbras, / no te olvides que alumbras, / eres tu propia vela / y estás ardiendo.

El gallo de Montejo arde e inventa el amanecer. Cada página de este libro representa su canto.





EL VIENTO LIGERO EN PARMA

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—por Alberto Hernández—

1.-
El último ensayo de El viento ligero en Parma, “El discurso de Caracas”, me alienta a acercarme una vez más a Enrique Vila-Matas. Publicado por la editorial independiente Sextopiso de España en 2008, este libro recoge una diversidad de asuntos que siempre han preocupado al escritor barcelonés: personajes de la literatura, reflexiones sobre la cultura, signos y símbolos de lugares, así como su presencia entre la ficción y la realidad, razón por la cual  estoy a punto de creer que el mismo fabulador  forma parte de una metaficción añadida a su larga lista de creaciones.

Digo del último ensayo porque toca de cerca nuestra naturaleza y milagros. El escritor, instalado en un hotel de la capital de mi país, fue asaltado por un ruido que lo sacó de su madrugada. La alarma de un vehículo lo condujo a desvelarse, pero más a desarrollar toda una historia acerca de ciertos sonidos que aún habitan en su memoria. En verdad, el autor catalán no se había percatado de algo que los caraqueños tienen siempre presente: el canto de grillos, ranas y aves, pero también el vértigo que produce el zumbido de un aparato que advierte la presencia de la diaria o nocturna inseguridad.

El hombre que estaba en la habitación y no pegó un ojo por la activación del dispositivo antirrobos, descubrió, al salir del cuarto y asomarse a la terraza que da al jardín, que no se trataba de tal cosa, sino de un pájaro tropical.

El bendito pájaro solitario de la noche caraqueña dio pie para que el ensayista mencionara al escritor venezolano Ednodio Quintero, citara a San Juan de la Cruz, aventara una travesía por diversos jardines donde William Carlos Williams fue parte de una experiencia en Coyoacán, lugar en el que comenzó a nacer El viaje vertical. También aparece Octavio Paz y un poema que aturde y aviva a la vez. Y luego hay otro jardín, en Madeira. Es decir, este trabajo concentra todo un viaje de recuerdos producidos por un extraño pájaro insomne,  instalado en el jardín del Hotel Ávila de Caracas. Pero el ensayo va más allá: hizo de ese pájaro solitario una metáfora, un abrevadero de experiencias, una lista de escritores que andaban solos en su canto y dejaron en el mundo (y al mundo) la escritura que hoy nos salva de la ingratitud.

Cierre insuficiente para volver atrás y leer este libro desde la primera página sin ninguna atadura geográfica. Con ese pájaro caraqueño comenzó al revés una lectura que se puede hacer a partir de cualquiera de sus títulos y quedar satisfecho.

photo: fr.wikipedia.org
2.-
Vago por el Gombrowicz que resume obra y vida, el que Vila-Matas repasa en bien dilatada biografía. Y así, sin dejar para el descanso, El viento ligero en Parma se convierte en un tejido en el que pernoctan Sostiene Pereira, aquella vieja  película de Faenza, con Marcello Mastroianni, y que tuvo mucho que ver con la escritura, una vez más,  de El viaje vertical, la novela que ganara en Caracas el Premio “Rómulo Gallegos”, quizá también cercana al jardín del pájaro solitario que trasnochó al autor.

Otras páginas que concentran la atención y condensan el imaginario de Vila-Matas están en el ensayo Bolaño en la distancia, título con paso de bolero en la voz de Luis Miguel, para ponerlo cercano, y tocar el mito hasta el cansancio. Bolaño se recorre solitario, como el pájaro, en sus Detectives salvajes, otra novela del “Rómulo Gallegos”, que nos atañe y nos abunda.
Los ensayos de este libro de Enrique Vila-Matas rozan su propia obra. En ellos está el fabulador, sus libros, la aventura de haberlos escrito, claves y momentos en que brotaron rodeados de otros autores que han consagrado sus novelas y otras búsquedas literarias. Él es parte de la experiencia de decirse. Vila-Matas es su autobiografía.

3.-
El ensayo que da título al tomo nos anima con La cartuja de Parma. Stendhal asoma su rostro. Es una nota de viaje, una nota que se reconoce en cada monumento, personajes y calles que recorre el autor con la felicidad de saberse en casa. Como saberse en la Cartuja, una estancia, una finca fuera de la ciudad, tan anodinaque nadie da con ella, sólo la encuentra el que no se ha despegado de la pasión por la lectura, por los fantasmas que revolotean alrededor de quien la busca. ¿Dónde estará Fabricio del Dongo? Nadie sabe. Las veces que Vila-Matas ha ido a Parma no ha estado en la Cartuja, un símbolo oculto, un secreto que despejan las palabras de nuestro autor, pero sin decir mucho. Sigue entonces Stendhal, entre rojo y negro, sonriendo en su eternidad.

Quien quiera adentrarse en esta pieza del también autor de Bartleby y compañía debe adquirir visa y anotarse con tiempo en cada uno de los títulos que dejamos a buen resguardo, con la intención de que otro lector más avispado que éste los ausculte y los eleve.

Queda de parte del escritor español regresar al Hotel Ávila y reconocerse en el pájaro solitario.






Ramos Sucre y la certeza del abismo. Rubi Guerra: La tarea del testigo (Venezuela)

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—por Gregory Zambrano—

La vida de José Antonio Ramos Sucre ha sido siempre un enigma. Sobre todo el sufriente tránsito de su insomnio y el desenlace que culminó con su humanidad llena de veronal, en la ciudad de Ginebra. Ramos Sucre, poeta de lenguajes abismales era el cónsul de Venezuela en Suiza. La prisa de sus últimos escritos revela el desasosiego y la angustia, que ya no le dieron otra oportunidad.

Los últimos meses de su existencia oscilaron entre el ferviente deseo de encontrar una solución a su salud nerviosa, largamente resentida por el insomnio, y la certeza de que esto no sería posible. De allí su angustia.

Ese tránsito lo explora muy de cerca la obra de Rubí Guerra, La tarea del testigo. Una novela-ensayo, un relato biográfico-epistolario; un libro hermosamente escrito, donde paso a paso nos aproxima a esa línea límite, a ese abismo del que no habrá salida. El libro se estructura en nueve partes y un apéndice titulado “Tres historias perdidas” (En la barca, La taberna, La campaña), e incorpora cartas, apuntes de breves reflexiones y una mirada retrospectiva  a todo lo que significó su escritura, no sólo para las letras venezolanas sino para la lengua castellana.

José Antonio Ramos Sucre
Ramos Sucre es un atormentado, y al mismo tiempo un iluminado por el don de las lenguas y las metáforas imprevistas. Su trágica lucidez, como se ha advertido con acierto, se consolidó en una obra singular, breve e intensa: Trizas de papelSobre las huellas de Humboldt, ambos acopiados luego en La torre de timónLas formas del fuego, El cielo de esmalte, y Los aires del presagio, un libro póstumo que reúne un conjunto de cartas, reflexiones y textos breves que revelan su aguda visión del mundo y la conciencia de su final cercano.

Mucho se ha dicho y escrito a cerca de su obra tan original, llena de reminiscencias clásicas, rica en giros y propuestas sintácticas. También su alucinada forma de escribir o resignificar los sueños, o las pesadillas recurrentes. Ramos Sucre depuró el lenguaje de artificios retóricos y, al mismo tiempo, propuso ciertos enigmas que un poco apuntan al misterio de sus angustias y a su permanente insomnio.

Rubi Guerra (photo: prodavinci.com)
La obra de Rubi Guerra transita limpiamente este camino. Ramos Sucre es “el Cónsul”, un personaje que no cuenta su propia tragedia sino que la vive, y nos acerca a un hombre profundamente humano; primero, angustiado por el insomnio y luego, cercado por sus pesadillas cuando por fin logra a medias conciliar el sueño. El tránsito vital de Ramos Sucre en procura de la salud va marcando también algunos escenarios europeos: Alemania, Génova, Italia y, finalmente, Suiza; este último espacio le augura la certeza del abismo. Ya no tendrá salida.

El narrador y el poeta se encuentran en una línea inestable entre la vida y la muerte, el sueño y la vigilia. El narrador siente su cercanía, le habla como a un amigo cercano, directamente, devolviéndole sus propias palabras: “Debería hablarte como a un hermano y encontrar alguna forma de consuelo (para ti, para mí) en el descubrimiento de que la muerte no es una blanca Beatriz que visitará la mar de tus dolores, pero tampoco hay lobos aullantes en la noche que cubre un desierto de nieve. La muerte es una hiedra que crece en los pulmones, una floración venenosa que ocupa toda cavidad de rosada entraña, un cristal de hielo que corta el paso del aire y destruye los tejidos”.

En vísperas de un aniversario singular, Ramos Sucre anota: “mañana cumplo cuarenta años y hace dos que no escribo nada. No me resigno a pasar el resto de mis días, quién sabe cuántos años más, en la decadencia mental. Toda la máquina se ha desorganizado”.

foto: delamanchaliteraria.blogspot.com
Este libro, escrito con sensibilidad y profundidad, condiciones propias de un escritor atento a los detalles, rinde también homenaje a otro de los poetas míticos y lamentablemente olvidados de Venezuela, Cruz María Salmerón Acosta, quien murió de lepra, rodeado de mar, en el ya mítico Manicuare, hogar de pescadores. Hay una pequeña y amorosa biografía de Salmerón Acosta intercalada en estas páginas. Bajo la complicidad del poeta Salmerón, Ramos Sucre habría de conocer el amor de mujer, experiencia al parecer, única y que quedó fuertemente atada a sus recuerdos adolescentes, pues sucedió el mismo día en que ambos se graduaron de bachilleres.

Grato leer esta obra de Rubi Guerra y seguir de cerca el tránsito del poeta cumanés en los últimos meses de su vida. Afortunado encontrar en estas páginas su prodigiosa palabra y como lectores, quedarnos deslumbrados por aquella inteligencia luminosa y su tragedia en un marco histórico ensombrecido por una larga dictadura. La tarea del testigo le valió a Rubi Guerra el Premio de Novela Corta Rufino Blanco Fombona en 2006.

(Rubi Guerra, La tarea del testigo, Caracas, El lugar Común, 2012, 110 p.)







MARIANA Y LOS COMANCHES de EDNODIO QUINTERO

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—por Alberto Hernández—

I
Una declaración de Ednodio Quintero nos somete al extravío, a cierta ambigüedad, al mareo de la realidad (siempre encomillada) o a una ficción extraída de lo que los personajes creen es una realidad. “Se me hace difícil interpretar lo que escribo”, dice el autor en entrevista con José María Pérez Zúñiga. Efusión esta que fragua lo que el escritor trujillano precisa como fórmula para esta novela, Mariana y los comanches (Editorial Candaya, Barcelona, España, 2004), por lo que nos convertimos, lectores al fin, en falsas conjeturas.

Pese a lo anteriormente señalado, Quintero ajusta: “Mi lugar de escritura es la conciencia”. Más allá de este pre-texto, de esta mirada en la que no faltan los abismos interiores del fabulador, los que nos enfrentamos al relato confirmamos que estamos al borde de un precipicio, de una inteligente contradicción. Es decir, interpretar la conciencia como oficio —como lugar donde arribarán uno o varios destinos—, hace dificultoso alertar a quien se enfrenta a la ilusión. El lector, entonces, se convierte en un problema, toda vez que se ve sometido a un “tema personal”, pulsado como teoría de novela: Edmundo Bracamonte crea, diseña y desdibuja a Mariana. Creación dentro de la creación. La muñequita rusa, la matriushka, y otra vuelta de tuerca para descubrir que en el fondo de esa conciencia se abate un sujeto auto-cuestionado. Quintero nada en dos aguas, mientras el lector intenta alcanzar una orilla donde los personajes esperan ser interpretados, puesto que el escritor no atina a hacerlo por cuenta propia, aunque revela la ecuación de la conciencia.

foto:revistarambla.com
II
Esta escritura ancla en una paralela. El ejercicio de quien lee, de quien pasa por el purgatorio, se sostiene solo: la realidad y la imaginación luchan para prevalecer una frente a la otra. El narrador —el fantasma que arma y estructura— entra y sale de sus propios desenlaces. El escritor inventa, diseña y hasta borra lo que el personaje le indica (las manos siniestras de Mariana y Martín saben de su insomnio).

Mariana y los comanches descubre un título que ubica un personaje y un lugar. Una mujer trazada por la memoria, una mujer ficcionada que se transforma en realidad y viceversa: se apropia del escritor Edmundo Bracamonte, habitante de una novela titulada Mariana y los comanches, que a su vez es pensada(o) por el trujillano. ¿Quién imaginó primero, el escritor/narrador o el personaje/bisagra? En esta instancia del correlato, el lector cae en la trampa del fabulador. La novela, entonces, es una herramienta para socavar los cimientos de quien se cree capaz de interpretar lo que el escritor no ha podido, pese a que la conciencia sabe lo que hace. He allí su teoría, un “tema personal”, una intimidad suspendida por la necesidad de imaginar.

foto:sergiodelmolino.com
III
Un hombre, Edmundo Bracamonte, se encuentra en una encrucijada: no sabe si ha soñado a una mujer o si ésta lo ha inventado a él. Un hombre, Edmundo Bracamonte, vive una aventura con una mujer, pero no sabe si se trata de un sueño, razón por la cual sueña como si viviera esa realidad. O como si realizara un sueño. En este tejido donde la pasión y el desenfado recrean el relato, aparece un sujeto, Martín, quien forma parte de la misma revelación. Ambos personajes le hacen la vida imposible a Edmundo, que a veces es narrador, y se podría pensar, fuera de los avatares de la historia, que se trata de Ednodio Quintero dando saltos mortales entre las líneas de la novela. Toda esta tela de araña conduce al narrador/personaje a elaborar un plan para deshacerse de ellos por haber perdido la capacidad de someterlos a sus propósitos: “Yo mantenía el control, yo movía los hilos de aquella trama vulgar. ¿Cómo iba a prever que Mariana desbaratara mi juego, que adquiriera vida propia y que acabara huyendo en mitad de la noche ante la mirada bobalicona de Martín?” (p. 212). ¿Se le escapó de las manos, del mismo relato? Ante esta “historieta de falsedades y traiciones”, Edmundo Bracamonte piensa destruir su invento: “Yo les di aliento, cuerpo y voz. Yo los destruiré” (p. 215); “yo creé ese monstruo, yo lo destruiré” (p. 219). Con Martín, un pintor adventicio, tuvo una experiencia manual (la masturbación mutua creó una relación extraña, con el agregado de que Martín sumió a Bracamonte en un estado de dependencia enfermiza). Con Mariana, cuerpo y alma para la sumisión, la traición y el temor. Ambos, convertidos en una obsesión, de allí el deseo de borrarlos de las páginas, de la ficción y de la realidad.

candaya.com
IV
Dejo para el final los lugares. O mejor, el lugar: el “Comanche” es un café (pudiera ser cualquier lugar público de Mérida o Mallorca, San Andrés o Margarita). Un café de los tantos que abundan en nuestras ciudades. Sólo que éste agrupa a pintores, escritores, consumidores de adormidera y drogas más comerciales, pero también a quienes quieren deshacerse de la bruma de la cotidianidad: los falsos profetas del arte, los desquiciados de los abismos. Una isla entonces. Un café en una isla. Una isla en un café. Lugar de citas, lugar de pérdidas. ¿Y la isla? Una justificación, un paraíso neblinoso, un lugar para morir o para deshacerse del mundo. Finalmente, Bracamonte lo hace con Mariana: la lanza por un puente. La muerte cumple su destino: un poco antes —imaginariamente afiebrada— se instala en la soledad del personaje: “Me llamo Edmundo Bracamonte, y a esta hora, diez de la mañana, estoy sentado en el porche de la cabaña, frente al mar. Hace rato ya que Mariana y Martín salieron en el jeep rumbo al puerto. Puerto que nunca alcanzarán, pues a esta hora en punto, sus cuerpos convertidos en un amasijo de huesos y de sangre, enredados en los hierros retorcidos del jeep, yacen en el fondo del abismo. Y gaviotas y albatros revoltean allá en lo alto, chillando como comadres asustadas, sorprendidos por la irrupción repentina de esos intrusos caídos del cielo en esta hermosa mañana primaveral” (p. 215). ¿Intrusos también en una historia, para una historia, necesarios para construirla, para crear la contradicción, la ambigüedad?

De regreso, Mariana viva, y en un salto del tiempo, Martín ahorcado con su propia correa. La casa incendiada por manos de Edmundo: “—Dime, ¿cómo hiciste para deshacerte del cadáver de Martín? ¿Dónde lo enterraste? ¿Cómo fue que lo acribillaste a traición? Pues no habrías tenido el coraje suficiente para enfrentarlo cara a cara. Si hubieras visto sus ojos dulces brillando como llamas verdes, ahí mismo te habrías desmoronado” (p. 217).

Un rato después, desde el Puente de los Suspiros cae el cuerpo vaporoso de Mariana. Edmundo Bracamonte cierra el manuscrito: “temo al vértigo y a la memoria. Me sacudo aquel lastre pegado a mis hombros como un piojo y lo arrojo al vacío. Adiós, paloma. Vuela, palomita linda, aprende a volar” (p. 223).

foto:letralia.com
V
¿De dónde emergieron estos personajes? ¿cómo cobraron vida? Un manuscrito extraído del abandono impulsa a Bracamonte a someterse a los designios de la realidad y la imaginación. Con la “muerte” de una de las Mariana, el escritor no sabe cuál de las dos aún forma parte de su abismo. ¿Quiénes son Edmundo, Mariana o Martín? ¿La personificación de una neurosis? Muy a lo lejos, donde no queda sitio para el mareo, los personajes miran hacia el fondo de ellos mismos. Ednodio Quintero se ha quitado un peso de encima. ¿O será que otro relato espera a la vuelta del olvido?






Notas sobre Jaime Bayly (Lima, 1965)

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—Valmore Muñoz Arteaga—

foto:prisaediciones.com
En la historia de la literatura ha habido escritores que, por razones diversas, han levantado grandes controversias, llegando muchas veces a ser odiados con una pasión tan turbada que resulta complejo no ver ciertas parcelas de seducción. La lista sería inmensa y notable en algunos casos. En América Latina no sé hasta qué punto esto pueda ser así, las controversias en este lado del mundo suelen estar matizadas por posiciones políticas que se vuelven controversiales, no tanto por consideraciones filosóficas de cierto respeto, sino por los altos niveles de intolerancia que se han vivido por estos ámbitos, en especial los últimos 10 años. Un protagonista constante de ese tipo de controversias es el escritor y periodista peruano Jaime Bayly. Controversias que giran en torno a su posición frente a los regímenes autoritarios y personalistas de América y por su condición sexual. Dualidad que lo único que ha revelado es la insana intolerancia de ciertos sectores políticos y religiosos de este albañal del mundo.

La obra literaria de Bayly se inicia en 1994 con la novela No se lo digas a nadie, escrita en Madrid bajo la égida de quien es su maestro literario, Mario Vargas Llosa. Es la terrible historia de un joven burgués limeño cuya vida familiar lo empuja hacia los más oscuros y retorcidos mundos de la psicología humana. El machismo y la intolerancia religiosa de la familia y la sociedad lo llevan a hundirse en un mundo espeso, tenebroso, en donde comienza a reconocerse como ser humano. En ese momento, Joaquín Camino, protagonista de la historia, logra superar las barreras que lo separaban de lo que él mismo era y es. La novela, absolutamente valiente, describe cómo se baja al infierno para lograr la superación personal y espiritual, un camino que no nos resulta extraño por tantas referencias en la literatura universal. Vargas Llosa la señala como “una excelente novela que describe con desenvoltura y desde dentro la filosofía desencadenada, nihilista y sensual de la nueva generación”.

Luego del éxito alcanzado por No se lo digas a nadie, incluso llevada al cine por Francisco Lombardi en 1998, Bayly publica su segunda novela, Fue ayer y no me acuerdo (1995). Mucho más vertiginosa y dura que la anterior. Nuevamente rasgos autobiográficos salen a relucir a través de la vida de Gabriel Barrios, joven comentarista de televisión. La historia se hace más lacerante que su novela anterior. La ciudad envenenada, la coca barata, la violencia inaudita y la homosexualidad se vuelven los grandes protagonistas, no sólo en la vida del joven Gabriel, sino de una sociedad entera. Novela que denuncia los demonios que persiguen a una juventud que no es escuchada, una juventud que debe vivir simulando para no transgredir las normas de convivencia, incluso dejándose muchas veces subyugar por conductas injustas y nocivas. Jaime Bayly describe en esta novela la lucha de un hombre contra sus fantasmas. Una lucha que lo lleva hasta el límite entre la vida y la muerte y en donde, una vez más, la aceptación de su identidad termina por salvarlo. A esta novela le siguió Los últimos días de La Prensa (1996), una exquisita obra en donde se deja ver la influencia de Vargas Llosa. Ahora será Diego Balbi quien lleve las riendas de la historia personal de Bayly. Esta historia marca un desvío de los temas que venía trabajando en sus novelas anteriores, aunque de igual manera es una historia de autodefinición. La novela apunta irónicamente hacia la vida dentro de una época en el periodismo peruano, vista a través de los ojos de un joven que va al diario La Prensa a hacer una especie de pasantía mientras está de vacaciones en casa de sus abuelos.

En 1997 aparece La noche es virgen. La novela ganó el prestigioso premio Herralde de Novela. Otra vez Gabriel Barrios aparece como alter ego de Bayly. La novela es quizá la más amoral de toda la narrativa de Bayly, la más amoral o la más honesta, todo depende de cómo quiera verse. Una novela en la cual se experimenta con el lenguaje de forma interesante y cuya historia se resuelve dentro del laberinto de una ciudad (Lima y Miami) en donde reinan las drogas, el sexo, la vida superficial de una clase social confundida y el rock. Claro está, el tema de la sexualidad vuelve a aparecer. Vuelve a aparecer, ya no como una búsqueda de la identidad, sino como la aceptación de una realidad, una realidad que sale a enfrentarse con la frágil realidad del mundo que le rodea. Bayly vuelve a su infierno personal buscando superarlo, sólo que no es fácil: “No puedo seguir siendo gay y coquero en lima. Me estoy matando. Lima me está matando”. Pero ¿qué es Lima? Lima es toda una confabulación social, es una mácula que pretende reafirmarse sobre la base de la subyugación de sus hijos más preclaros. Lima es Caracas, La Paz, Bogotá; Lima es América Latina; Lima es el reino de la ignorancia y la intolerancia, de la deshumanización y la insensibilidad; Lima somos nosotros que creemos ser otros, por supuesto, mejores, impolutos, píos, ejemplos de la moralidad absoluta, jueces de la vida ajena, dictadores de conductas falsas y endebles.

Dos años después aparece Yo amo a mi mami. La novela cuenta la historia del pequeño Jimmy, cuyo amor a su madre es incuestionable. Un niño que sueña con ser estrella del Barcelona F. C. y de conocer Miami. Una novela que, al igual que Los últimos días de La Prensa, rompe con los temas habituales de su narrativa. Yo amo a mi mami es una historia tierna y conmovedora en donde Jaime Bayly busca reencontrarse con su infancia, quizás para continuar ese camino de reafirmación ante el mundo. Quizás para hallar en esos episodios la posibilidad de recobrar un tiempo que se asume perdido, la inocencia perdida. Quizás para edificar una vía de escape momentánea a ese infierno personal. Quizás para reinventar una infancia que le ayude a justificar al hombre de hoy. Le sigue Los amigos que perdí (2000), cuyo protagonista, Manuel, hombre solitario que reside en una casa desahogada en Miami, redacta cinco cartas a cinco amigos, amigos que perdió, tratando de explicar las razones de sus actos que le llevaron a perderlos. Cargada de una enorme ironía, pero también de una poderosa honestidad. Las páginas transitan en un océano de recuerdos a veces cómicos, a veces vergonzosos, a veces dolorosos, pero que en el fondo apuntan hacia la búsqueda de una reconciliación que no necesariamente es con esos amigos perdidos. Un libro poderoso en el cual queda nuevamente evidenciado un manejo envidiable del idioma, algo que caracteriza la escritura de Bayly.

La mujer de mi hermano (2002), también llevada al cine por Ricardo de Montreuil y Stan Jakubowicz en 2004. La novela cuenta la historia de un triángulo amoroso entre Ignacio, Zoe y Gonzalo, con la particularidad de que Ignacio y Gonzalo son hermanos. Qué se esconde detrás de la perfección matrimonial, detrás del marido perfecto, detrás de la esposa abnegada, según Bayly, la monotonía y el aburrimiento más espantoso. Detrás de la muerte del amor se esconde agazapada la rutina que imponen los que una vez fueron amantes. Una historia terrible que devela y contrapone el pensamiento y las acciones de los personajes. Desnuda descarnadamente la hipocresía que sustenta muchas veces las relaciones familiares. Le seguirá El huracán lleva tu nombre (2004). Nuevamente Bayly recurre a la autobiografía y a Gabriel Barrios, quien se enamora de Sofía, una muchacha que, al igual que él, forma parte de la “gente bonita y confundida” de Lima. Se edifica entre ellos una relación por medio de la cual Gabriel, alter ego de Bayly, vivirá nuevamente ese infierno que ha significado la identidad sexual. Una identidad plenamente asumida y que ahora le corresponde hacer que el mundo que le rodea le acepte, o por lo menos, le respete. La novela cuenta sobre los deseos que ha tenido Gabriel de huir de Lima y de dedicarse a la escritura, y que, gracias a Sofía, logra alcanzar. Jaime Bayly vuelve a trazar su historia sobre la base de un antihéroe, de un amoral, de un bellaco que seduce por la honestidad de su actuación, independientemente de nuestras posiciones o convenciones sociales.

La novela Y de repente un ángel (2005), finalista del Premio Planeta de ese año, nos muestra a un escritor solitario, Julián Beltrán, que no limpia su casa, que la mantiene llena de polvo y de telas de araña. Un escritor que tiene una novia, Andrea, que vive increpándolo para que la limpie o que, por lo menos, contrate a alguien para hacerlo. Luego de que, por fin, logra convencerlo, Julián contrata a Mercedes, una criada envejecida y fiel, llena de una inusitada ternura e inocencia que va despertando en él sentimientos que consideraba inexistentes. Comienza a tejerse un hermoso paralelismo entre la casa y el alma del escritor. Mientras la casa va mostrándose reluciente, el alma de Julián transita por una limpieza similar. Esta novela muestra como en ninguna otra la tan presumiblemente conocida relación entre Jaime Bayly y su padre. Es una novela inusual, en donde la violencia y rudeza de sus anteriores historias quedan atrás para darle paso a una especie de paz interior. Una novela sumamente personal, a mi juicio, la más personal de todas. En ninguna de sus obras queda tan al descubierto algo que permanecía escondido, muy dentro del escritor. Y de repente un ángel es la historia de una amistad imposible que desborda el reencuentro con los aspectos más nobles del hombre.

Como apuntaba al inicio, Jaime Bayly se ha vuelto un escritor controversial, más por la ignorancia y la intolerancia que por otra cosa. Un escritor insólitamente repudiado por muchos, quienes le acusan de una infinidad de cosas. Quizás tengan razón en la mayoría de sus argumentos. Es probable que Jaime Bayly no sea un gran escritor, ni siquiera uno relativamente bueno. Yo no sé definir algo como eso, salvo por lo que experimento cuando leo una novela, un cuento o un poema. Mi experiencia con sus libros ha sido estupenda y reveladora. Con el perdón de los que sí saben de literatura, los autorizados por una instancia divina, he sentido mayor placer con sus libros que con Dostoievsky o Thomas Mann. No sé cómo diferenciar a un buen escritor de un mal escritor y en el fondo no tengo mucho interés en saberlo. Supongo que a Jaime Bayly tampoco le importa mucho ser un buen escritor o un mal escritor. Supongo que le importa otra cosa. Le importa crear una sensación de complicidad entre quienes le leemos y los que van a leerle. Haber leído sus libros me ha llevado a hacerme muchas preguntas, no sólo como lector, sino como ser humano; como padre, como esposo, como amigo, como todo, y eso, debo sospechar, debería ser importante. Probablemente el señor Bayly nunca gane el premio Nóbel, pero en el fondo, él y sus lectores sabemos que no hace falta.







Poema: Tierra y Luna de Federico García Lorca (1898-1936) España

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“Desde Lope de Vega no se
ha conocido en lengua española
una seducción popular tan
inmensa dirigida a un poeta”.
Pablo Neruda

Foto: Rogelio Robles/Fundación García Lorca,
Madrid
Tierra y Luna

Me quedo con el transparente hombrecillo
que come los huevos de la golondrina.
Me quedo con el niño desnudo
que pisotean los borrachos de Brooklyn.
Con las criaturas mudas que pasan bajo los arcos.
Con el arroyo de venas ansioso de abrir sus manecitas.

Tierra tan sólo. Tierra.
Tierra para los manteles estremecidos,
para la pupila viciosa de nube,
para las heridas recientes y el húmedo pensamiento.
Tierra para todo lo que huye de la Tierra.

No es la ceniza en vilo de las cosas quemadas,
ni los muertos que mueven sus lenguas bajo los árboles.
Es la Tierra desnuda que bala por el cielo
y deja atrás los grupos ligeros de ballenas.

Es la tierra alegrísima, imperturbable nadadora,
la que yo encuentro en el niño y en las criaturas que pasan los
         arcos.
Viva tierra de mi pulso y del baile de los helechos
que deja a veces por el aire un duro perfil de Faraón.

Me quedo con la mujer fría
donde se queman los musgos inocentes.
Me quedo con los borrachos de Brooklyn
que pisan al niño desnudo.
Me quedo con los signos desgarrados
de la lenta comida de los osos.

Pero entonces bajó la luna despeñada por las escaleras
poniendo las ciudades de hule celeste y talco sensitivo,
llenando de pies de mármol la llanura sin recodos
y olvidando, bajo las sillas, diminutas carcajadas de algodón.

¡Oh Diana, Diana! Diana vacía.
Convexa resonancia donde la abeja se vuelve loca.
Mi amor es paso, tránsito, larga muerte gustada,
nunca la piel ilesa de tu desnudo huido.

Es Tierra ¡Dios mío! Tierra lo que vengo buscando.
Embozo de horizonte, latido y sepultura.
Es dolor que se acaba y amor que se consume.
Torre de sangre abierta con las manos quemadas.

Pero la luna subía y bajaba las escaleras,
repartiendo lentejas desangradas en los ojos,
dando escobazos de plata a los niños de los muelles
y borrando mi apariencia por el término del aire.

Copyright © Herederos de Federico García Lorca




Vintage Español (2012)
Federico García Lorca, considerado uno de los escritores españoles más influyentes de todos los tiempos, nació en Fuente Vaqueros, Granada, en 1898 y murió fusilado en agosto de 1936. Se licenció en Derecho en la Universidad de Granada, donde también cursó estudios de Filosofía y Letras. En 1919 estuvo en Madrid, en la Residencia de Estudiantes, donde convivió con parte de los que después formarían la Generación del 27, en 1932 dirigió la compañía de teatro La Barraca. En poesía, sus obras más emblemáticas son el Romancero Gitano, donde el lirismo andaluz llega a su cumbre y universalidad, y Poeta en Nueva York, conjunto de poemas, adscritos a las vanguardias de principios del siglo XX, escritos durante su estancia en la Universidad de Columbia. Entre sus obras dramáticas destacan Bodas de sangre, La casa de Bernarda Alba y Yerma.






La poesía de Milagro Haack: puertas para un resplandor

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—por José Napoleón Oropeza—

Milagro Haack
foto:catherine haack
Cuando en el año 1991, Milagro Haack, nacida en Valencia, Venezuela, el 29 de noviembre de 1954, irrumpió en el escenario de la poesía venezolana contemporánea con un libro integrado por veintiséis poemas, reunidos bajo el título de Temple Ajeno, publicado por Editorial Amazonia, en el año 1990, sorprendió a los investigadores y estudiosos del panorama literario venezolano.

Emergía, con una voz propia, perfilando, en su propuesta, la indagación del ser interior, a través de la anunciación de un “viaje” cuyo itinerario estaría marcado por una voz, un susurro que registraba un diálogo permanente consigo misma:

“Todo
proviene de un pozo
con  el miedo y la soledad temible
uno junto a la otra
obligan a que nazca lo oscuro
al voltear hacia su origen

Helada angustia

bella por el reflejo que dejas
en la distancia
como vencida
cuando te acercas a mis pasos”

La anunciación del viaje hacia sí misma, nace de un “pozo” del cual se extraerán palabras e imágenes en el derrotero signado por un juego  fundamentado en el diálogo del yo de la poeta sostenido, a partir de Temple Ajeno, con “otra” misma, sumida en búsqueda de los espacios habitados en la infancia, paisaje y gozo inagotable, como inagotable sería, en otros momentos, la reinvención de temas e imágenes creados por grandes voces femeninas de la poesía como: Safo, Enriqueta Arvelo Larriva, Elizabeth Schön, Emily Dickinson, Anna Ajmátova, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, Hanni Ossott, Esdras Parra, entre otras figuras. Poéticas que han sido de gran soporte en la creación de nuestra poeta, quien no sólo se ha nutrido de estas voces sino, también, de las propuestas filosóficas de Platón, de Plotino, de Friedrich Nietzsche, en el “buceo” exegético de sistemas e ideas en torno a la problemática del ser y su existencia.

A través de su yo fragmentado, busca  registrar su origen, su partida y retorno a un impulso genésico. Cada verso, cada poema, se constituye en objeto de anunciación, tras una constante búsqueda de sí misma en el reflejo que deja la “otra”: ella misma (oteando en los versos de las voces femeninas dadoras de un pozo, cuyos versos o gotas extraídas del manantial creado por ellas, y que nuestra poeta reinventará en los suyos, o los fundirá ante el espejo) mientras rastrea detalles, puntos y trazos de lo que pudo haber sido el paso de la “otra”, ella misma ante sí, sin otra, sin novedades para registrar.

Sólo un cambio de “traje”, un vestido llevado, indistintamente, por una y otra.

La poeta se viste; se mira en el espejo; registra en el cuarto por donde anduvo la “otra”; revuelve las pertenencias de la ausente:

“Yo
pensé que era un arco
 íntimo
en dos cuerpos
que se dejaban llevar por el agua…”

con el poeta Eugenio Montejo
Entre sábanas, sueños, ambas entidades se funden en un solo cuerpo, sin importar que, tras el juego, todo quede reducido a cenizas, una de las imágenes recurrentes junto al agua, el cuarto donde ambas se miran y se intercambian sus mismas pertenencias. Un cuarto, un espejo para registrar ese diálogo, el espejeo continuo de una frente a la otra, divididas, buscándose. La que se queda para tratar de asir algún relámpago y la otra, aquélla que lleva un hilo mientras se interroga ante el espejo; una frente a otra reanudan el insondable el viaje hacia la interioridad, hacia la noche que apenas empieza:

“…esta noche
llévate ese hilo
amarrado
en mi boca”

Ese hilo lo entrega uno a la otra, frente al espejo. Quien decide proseguir el viaje anuncia, a su paso, otro hallazgo distinto en la doble interrogación, anuncio y partida, vuelta y retorno al cuarto, al espejo, la puerta antosta, la zona o pozo de relámpagos. El espacio se reduce a un cuarto. Se constituirá en infinito e insondable lugar, mínimo y solo, en la búsqueda de otra figura dibujada en el espejo: la niña, envuelta en su ternura. Prepara un traje para quien ha permanecido ante el espejo recogiendo frases, juntando reflejos, tratando de unir resplandores y relámpagos:

“…encontrando
al doblar las sábanas
su reflejo que no se ha movido
de la angosta puerta”

El hilo que una le entregó a la otra, tras la intención de enhebrar los registros de su “viaje”, sirve, al mismo tiempo, de arma para el escarceo, para el continuo juego de apariciones y desapariciones, como quien juega ante el espejo consigo mismo.

En Temple Ajeno el escarceo de voces y de espacios, en cada poema, constituye  el registro de puntos en el inicio de un tránsito insondable hacia la interioridad de un yo frente al espejo, a lo largo de viajes o indagaciones que surgen, en su poesía, como propuesta genésica, desde este libro, y se mantendría  en todas las indagaciones posteriores de esta gran poeta llamada Milagro Haack, tras la búsqueda de un absoluto nudo formal.

La poeta, inexplicablemente desconocida, o no estudiada con profundidad en los escenarios de la crítica literaria venezolana, a pesar de poseer una obra sólida, de impecable factura formal “al tejer abundantes nudos”, se erige como una de las creadoras más trascendentales en la historia de la poesía venezolana.







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