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'El hombre en la azotea' de Abelardo Sánchez León: Las ONGS también matan

  
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Abelardo Sánchez León. foto:caretas
                                                                                 
“Lo mío, he tratado de explicarle, también sale del
corazón, de las convicciones, de los compromisos,
de las batallas diarias por superar el egoísmo. Ser
intermediarios, no ser nosotros , no ser yo, ser
intermediarios entre los donantes y los
beneficiarios. De eso vivimos...”.

por Luis Fernández-Zavala, Ph.D (*)

Abelardo Sánchez León (o Balo, como lo llamábamos en la universidad) es más que un multifacético escritor peruano (profesor universitario de Comunicaciones, líder de una ONG (Organización No Gubernamental), director de una revista socio-política, poeta y novelista) que ha publicado 25 obras entre trabajos sociológicos, poesía y novelas; ASL es también un válido referente de la  generación de los años 70  que ha sabido  combinar con vehemencia el quehacer social y la literatura. ASL pertenece a ese grupo de profesionales peruanos que se fueron a Francia a hacer un post-grado y terminaron formando un círculo de amistad al rededor de algo en común, más allá de nacionalidad, preocupaciones personales y políticas: su pasión por la literatura.

ASL no se metió a la literatura en Francia, el llevó su poesía a Francia y allá  hizo amistad con  narradores de la talla de Julio Ramón Ribeyro, Bryce Echenique entre otros,  que estamos seguros han influido en su prosa afable, intimista y humorística. Algunos críticos piensan que su mejor área de producción ha sido y sigue siendo la poesía, quizá porque en su obra  solo cuenta con 5 novelas de las obras 25 publicadas. El Hombre en la Azotea (Alfaguara, 2008) es su penúltima novela y merece  un comentario especial porque  recoge un retazo de la historia peruana contemporánea, el mundo de las ONGS, desmitificándolo a través de la visión de uno sus actores.

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foto:elcomercio.pe
Efectivamente, Gustavo Ibáñez, el narrador en la azotea, aunque no lo dice la novela, forma parte de ese grupo de Científicos Sociales de los años 70, cuya opciones de trabajo eran: o trabajar para el Estado, la universidades, las ONGS o ser consultor para una de la grandes agencias de desarrollo europeas o norteamericanas. Gustavo Ibáñez nos contará de sus experiencias e impresiones como funcionario de una ONG en Lima. El mundo de las ONG es, como cualquier otra organización, está plagado de agendas individuales, juegos de poder y alianzas a su interior, y de negociaciones, influencia y control a su exterior. No todo es perfecto en las ONGS que son organizaciones como cualquier otras, sujetas al contexto social más amplio y a las acciones de sus manejadores.

Desde el título, el autor nos  ubica en el lugar desde el cual se va a narrar la historia: en una azotea, o sea, desde la distancia, desde la memoria. El narrador ficticio se ubica física y mentalmente fuera de los hechos para irlos hilvanando  para los lectores. Él está en la azotea –donde en Lima se ponen las cosas en desuso– para presentarnos un “informe” de vida, el reporte final de entre los muchos que tuvo que preparar como líder de una ONG en Lima, pero sin la metodología interesada de los informes profesionales y burocráticos. El informe final de Gustavo Ibáñez es un reacomodo de lo que vivió en el mundo las ONGS: expectativas de hacer algo bueno, un círculo de amigos-colegas, un mundo profesional con sus intrigas y decepciones. Las experiencias vividas, vistas a la luz del tiempo, en un contexto específico (la invasión del Banco Mundial en el terreno de las ONGS) se convierte  el “informe”  personal, a veces desordenado y esconde el deseo de que se conozca su verdad. Ibáñez no trata de hacer un evaluación crítica de las ONGS, sino presentar su versión personal de las relaciones que entabla en este mundo profesional y cómo estos afectaron su vida.

Los personajes que van apareciendo en escena, según la versión del narrador, son arquetípicos: no hay un mayor conocimiento de ellos más allá de su papel en el juego interno o externo de las ONGS. Inclusive, Victoria Herrera, la asertiva esposa de Gustavo Ibáñez aparece ejerciendo sobre él presiones que podían ser tachadas de arribistas (o normales), tomando en cuenta las necesidades materiales de la familia (una casa, un carro). Ella es una fuente más de tensión afectando su trabajo. Lo ve como un sujeto demasiado pasivo y tímido que no se las juega para poder seguir escalando posiciones dentro de la ONG, a pesar de sus veinte años de trabajo estable. Ella arregla y desarregla sus informes (recuerdos), y lo deja de querer más o menos al mismo tiempo que se da cuenta que Gustavo ya no quiere seguir jugando el juego de poder y entra en una crisis emocional. En la narración, no hay sino la versión de Gustavo que siente que su mujer lo mira ya lastimosamente. Él siente que Victoria hubiera querido un esposo que hubiese podido ser un consultor para el Banco Mundial. Trabajar por una buena causa no elimina las contradicciones de la pareja, sino que con el tiempo, las acentúa.

Cuando discutíamos nos acalorábamos de manera extraña y nunca supimos bien la razones de ese inusitado cambio de ánimo. Pienso que no hay razones. Lo que hay detrás de cada riña de pareja es nuestro propio modo de ser, el tono de nuestra voz, nuestras actitudes. No nos soportamos e inventamos excusas para pelearnos.

Desde el principio de la novela nos damos cuenta de un actor fantasmagórico que cambia todas la reglas del juego entre ONGS y sus participantes: El Banco Mundial. Federico Gutti es el amigo que esperando su jubilación le pondrá al tanto de las formas de operar de esta institución.

Los seis mil empleados somos tristes amanuenses del gran imperio financiero. Aquí se produce gran cantidad de papel. En el fondo, no somos otra cosa que empleados que visitan países, negocian inversiones, promueven proyectos mano a mano con los gobiernos, les prestan dinero y luego redactan informes que den cuenta a sus jefes de las etapas realizadas. Claro, me decía, el Banco produce todo tipo de papel.

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foto:pucp.edu.pe
La manera de dar cuenta de esta relaciones interpersonales e institucionales, es a través la presentación de diversos personajes muchas veces aludidos usando sobrenombres: el Carioca, Mr. Meeting, Amor sin Fronteras, Emma Civil Society, Emma World Bank, The Romantic English Woman. Los estilos de manejo institucional de la ONG y sus manera de crear tensiones sobre la vida de Gustavo Ibáñez, se hace en acápites que llevan los nombres de los directores o personajes claves en el manejo de la de la ONG a la que perteneció. Los eventos suceden en Washington D.C. (el Mall) o en la sede de la ONG (el pasillo) y en el momento clave e ineludible de renovación de cargos (la despedida); la azotea es el lugar de la remembranza.

No hay en la narración de Gustavo Ibáñez un orden rígido y una trama clara que hable de una búsqueda de un derrotero. Se trata más que nada de impresiones y reacciones a los personajes que va encontrando. No queda claro cómo surge su “crisis emocional”, cómo es que “quema cerebro” y se refugia en la azotea para escribir su historia. Gustavo Ibáñez no es un necesariamente un tipo compulsivo, maniático que entra en crisis. Tampoco se deja ver si el mundo laboral lo lleva a esta crisis. Simplemente pasa que se “desconecta” de la realidad y empieza a escribir –ahora sí obsesivamente– el reporte de su vida laboral. Tal como está presentado en la novela, Gustavo Ibáñez, solo quiere hablar de lo que vivió. 



_______________________________
(*) Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas (Editorial Pukiyari, 2014).






CINCO VIAJEROS: Carlos Castán, José Luis Corral, Jack Kerouac, John Updike y Evelyn Wauch

—por Alberto Hernández—
1.-
Carlos Castán, José Luis Corral, Jack Kerouac, John Updike y Evelyn Wauch emprenden una aventura a través de Viajeros (Editorial quinteto, España 2003), un compendio de paisajes atrapados por los personajes, ellos mismos o sus referentes, en solitarias carreteras, vagones de trenes, góndolas, camarotes de cruceros, plataformas de camiones, vehículos de paseo, carretas de mulas, entre otros medios de locomoción que encontraron en los caminos de los distintos países visitados de donde extraen  para los lectores los más variados matices, que hacen que quien abra el libro viaje con ellos y descubra el carácter, el clima, la geografía y la humanidad de quienes aparecen en sus relatos.

Viajerosrecoge —en efecto— cinco viajes a través de un mismo número de relatos, caprichos de quienes hacen turismo y los convierten en crónicas para revelar los secretos de la geografía, de las ciudades, de los habitantes y hasta de los secretos de cada cultura. De esta manera, el libro nos permite viajar con el talante de narradores que incluyen en su labor el estado de ánimo y hasta el mal carácter de sus ímpetus y gustos.

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Carlos Castán. foto:elguapodelafoto.com
2.-
El primer viaje lo hace Carlos Castán con “El andén de nieve”: Frío de vivir, texto publicado por Ediciones y Publicaciones Salamandra, S.A., Barcelona, 1997. El segundo corresponde a José Luis Corral con “Los viajes del Cid”, publicado por Edhasa, Barcelona, 2003). El tercero lo realiza Jack Kerouac con “II”, “III”, “IV”: En el camino, de la Editorial Anagrama, S.A., Barcelona, 1989. El cuarto lo emprende John Updike con “George y Vivian” y “Crucero”: Lo que queda por vivir, publicado por Tusquets Edirores, S. A.,k Barcelona, 1997, y el quinto lo hace Evelyn Waugh con “Ocho”: Etiquetas. Viaje por el Mediterráneo, de Ediciones Península, S.A., Barcelona, 2002. La razón del nombre del tomo que recoge estos trabajos, “quinteto”, obedece a la unión de todas estas editoriales para dar a conocer estas crónicas o relatos de viajes.

Una travesía en tren ubica al pasajero en una situación inexplicable. Quien viaja se reduce a observador, o se multiplica en paisajes, nombres, pero lo que no logra entender, dado el perfil maravilloso, mágico o milagroso, es por qué por las ventanillas enfrentadas del ferrocarril mira espacios distintos. Es decir, de un lado ve una ciudad y de otro un campo ocupado por vacas y otros animales. La llegada a Chamartin lo ubica en la realidad, sin embargo, le costó bajar del tren porque en la otra ventana el paisaje era un prado verde, donde la paz brindaría una segunda oportunidad. El relato de Carlos Castán nos deja en un vacío. El cierre es abierto y el tren continúa su viaje rodeado por dos perspectivas.

Mientras tanto, José Luis Corral ubica al lector al lado de El Mío Cid, Rodrigo Díaz de Vivar, el héroe español más resaltante de toda su historia, pero también de su literatura. El Cid existió, claro, la ficción luego le fabricó otra épica. El autor de este viaje al lado de las desventuras de Rodrigo traspasa las fronteras: cuenta la verdad del hombre pero también lo viste con el traje de la invención artística. Traicionado, desterrado, el jinete de la llanura de Castilla, se transforma en el héroe de la península luego de haber sido condenado por su rey. Un viaje fascinante que hace sentir la cabalgata, las emociones y la misma muerte de quien sigue siendo parte del imaginario español.

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foto:hg2magazine.com
3.-
Jack Kerouac, irreverente, juvenil en su forma de narrar, describe el viaje de un personaje a través del mapa de los Estados Unidos. Un sujeto del fracaso, un tipo de la época, un vencido que busca un territorio para regresar luego a su Nueva York. Es un viaje de la modernidad: en camiones, en vagones, en plataformas destartalas, en carros de paseo, a pie, bajo la lluvia. Desde la Gran Manzana hasta Denver, pasando por pequeños pueblos y villas abandonadas, el narrador nos dibuja la sociedad de ese país: sus vicios, sus virtudes, su manera de encarar la realidad y la fantasía. Kerouac, uno de los escritores malditos de la Generación Beat, deja la huella de su estilo y de su mundo perdido.

El texto más largo, el más detallado es el de John Updike: se trata de un viaje por Italia en carro. Luego, un paseo por islas, acentos, crispaciones, recuerdos. El talante de los italianos, la gastronomía, los sitios de interés turístico, pueblos y ciudades. Discusiones de la pareja viajera. Gustos y disgustos. Después, el trayecto épico, el del héroe, el de la Odisea, el de la Ilíada, el de los poemas fundacionales en boca de un personaje que se vacila la travesía bajo el rigor de una carretera italiana y luego entre las pequeñas islas históricas e imaginadas de la antigua Grecia. Museos, ruinas, los escombros de una cultura que se sigue escribiendo desde la mirada del hombre de hoy. Intrigas íntimas de una pareja que alarga el destino de quienes terminan en un crucero que los dejará pasar por un estrecho ideado por Periandro y Calígula y empezado a construir por Nerón, luego terminado por el gobierno griego en 1893. Años antes, en 1882, una sociedad francesa estuvo al frente de la iniciativa de hacerlo posible. Fue excavado a mano, lo que “transformó el Peloponeso de península en isla”.

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Evelyn Waugh en 1940
Por último, Evelyn Waugh conduce al lector por el mar Mediterráneo. Un viaje por los países costeros, por las islas. Argelia, Mallorca, Málaga, Granada, Gibraltar, Sevilla por el Guadalquivir, Lisboa por el Tajo, el Canal de la Mancha hasta el puerto de Harwich en Inglaterra y de allí a Londres en tren.

Cada lugar, cada mirada es un retazo, una crítica, dura y a veces cariñosa de los espacios tocados. La autora no vacila en decir, por ejemplo, sobre la fealdad de Gibraltar. Desdecir de Lisboa. Reconocer la belleza de Sevilla. No gustarle Málaga. Y así hasta las mareas en las costas de la isla británica. Termina en una mesa en Londres, donde comió.
Este es un libro que podría parecer para turistas, pero no, contiene momentos que van más allá de liviandades. Es un libro poco silencioso.






Alberto Hernández y sus '70 poemas burgueses'


—por Juan Martins—

La voz de Alberto Hernández en 70 poemas burgueses (bid & co. editor, 2014) es el espacio poético en cuya definición final del poemario se trasparenta la realidad, si quiero entender que ésta se reduce al sentido de ironía con la cual se expresa el poema. La ironía del epígrafe, el verso y la estrofa se reúnen como discurso que atenta (o trasparenta) la relación que hemos adquirido con la naturaleza: aquello que se concreta en el poema no es más que la representación de la imagen que tiene el lector. La imagen se construye a partir de la subjetividad de la lectura, de su representación en el lector. Entonces la ironía, en tanto discurso decodifica esa realidad al tergiversar su sentido (¿lo irreal?) dispuesta en la voluntad de éste, el lector, quien a su vez imagina su relación con el entorno, su contexto o lo urbano.

La ciudad es una metáfora en la que sus personajes se ven por lo hierático de su condición humana, dispersos al ser extraídos de su relevancia y de su significación mediática. De manera que al ser colocados sobre el tono conversatorio son vistos desde la perspectiva irónica del discurso poético que se encamina con el estado de ánimo de aquel lector. Por ejemplo, nombrar personalidades, canciones de Pink Floyd, Jennifer López, Julia Roberts, Christian Dior, Walt Disney, Michael Jackson, Frank Sinatra entre otros, junto a un poema de Nicanor Parra, nos recrea esa línea disyuntiva del sentido por vía de lo que estos referentes significan en su contexto al que se opone el enunciado del poema cuando los desacraliza o los saca de contexto para devolverlos a la cotidianidad del lector. Es decir, la paradoja es el artilugio de la voz: poemas de lo conversacional ya conocemos suficiente, cambia un poco la cosa cuando son acompañados por la ironía. De allí que esta ironía es el estado subjetivo ante lo real: el lector hará predominar lo subjetivo sobre lo real. Todo estará imaginado en las líneas del poema, no, en cambio, fuera del artificio verbal. Así que el poder (lo que aprehendemos de lo real) se desvanece: la cotidianidad sorprende porque reconoce en la tensión del poema al referente:

to Sean Penn, today//El milagro ha llegado://una estrella fugaz acaba de ahogarse en el mar de las Antillas.

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Alberto Hernáandez.foto:Cobo
El tono también trasgrede la noción ideológica de ese referente. Todos conocen a Sean Penn. Todos reconocen la ironía. El sujeto de este o aquél referente quedará suprimido por el carácter connotativo del poema cuyo sentido, como decíamos, trasgrede lo real y lo pone en escarnio sobre esa representación del poema, donde, aun, el epígrafe es parte inexorable de la estructura para identificar el referente en cuestión. Así que la ironía subvierte la realidad para sostenerse de lo que sugiere el poema en pos de su alteridad:

Marx sufre/un barranco/frente a un poema lírico//Dios sabe que el materialismo dialéctico/también fue parte del Arca de Noé.

Es necesario aclarar entonces que referentes como Marx, ideología y política quedan desplazados por la atmósfera del poema: la otredad se instaura por encima de esa tergiversación de lo real al ser suprimido a un tiempo por el otro, por lo que se sustenta en sí mismo. El poema es real, como indicaba más arriba, por la voluntad de la lectura y el estado de ánimo con que es asumida (el rechazo al poema puede estar evidente ante el lector de acuerdo con su perspectiva hacia los referentes) estimula el lugar lúdico del discurso por otra parte. Y como toda propuesta lúdica estará para divertirme también.

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el escritor venezolano Alberto Hernández
Los mecanismos del verso serán suficientes para introducirnos en los límites de esa otredad. Y nos enteramos de lo que está sucediendo por ese estado irónico del discurso poético. Nos reconocemos todavía en el otro y la imagen que tiene éste de lo real. Las emociones devienen de esa interpretación de lo real en el poema: el amor y la solidaridad serán parte del lector:

Desayuno en Tiffany’s con una mujer demente//Repaso las hojas brillantes de ¡Hola!//Shakira mueve sus eléctricas caderas frente al tórrido cetáceo…

Emocionalmente cada referente dispone de mi voluntad, de mis creencias a la vez que juega con esa noción de las cosas: en constante desasosiego de mi pensamiento, lo cual estará sometido por el otro, lo distante. Por aquella otredad de la que dispongo en el poema. No sólo por el artificio del verso o la metáfora, sino por el sentido pragmático del discurso, por el relato mismo que lo contiene, ya que, lo ideológico es tan sólo la representación del poema en el lector quedando reducido al gesto de la palabra: ya no serán tan importante las personalidades mencionadas ni las ideas. Lo que está funcionando en otro nivel de la lectura es lo que le confiere al poema el orden de otredad: el dolor, la derrota de estas ideas e, insisto, el desasosiego para, en su lugar, instaurar la nueva realidad: la liberación de lo retórico, puesto que lo real se sustenta sólo en el poema:

Congreso/Luego de la precaria convocatoria al Congreso de la Internacional//saqué el perro a pasear.// ¿Cuántas reuniones de célula/Para darle el gusto a mi poodle?

Con este poema-epílogo cierra, por tanto, transparenta el sentido general de ese discurso como quiero decir y mi divertimento como lector y continúo, me desplazo hacia el instante lúdico del libro. El que se recepta por ambición al juego. Saber, que la sobriedad está en la ruptura de lo establecido, si acaso han servido para algo los patrones de consumo de las ciudades. Porque el mundo son los países y sus referentes. Sin embargo, con el poema, el silencio, dialoga con la duda, con el instante del vacío que se ha producido en el entusiasmo del lector. La risa del lector será detenida por la reflexión que le induce finalmente.





Domingo Michelli (1987-2014): TRISTICRUEL - Caracas

—por Alberto Hernández—

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foto:carmen michelli
1.-
Comencemos por la portada: un óvalo contiene el rostro barbado —fuera de foco— de alguien que sostiene un cartel: “Lea este libro”, en mayúsculas escritas a mano. El lector supone que quien muestra el mensaje es el autor del libro Tristicruel(bid & co. editor, Caracas 2014), Domingo Michelli (1987-2014). Después lo identificamos a través de la cédula de identidad y de algunos datos en la solapa de la publicación: Egresado de Letras por la Universidad Católica Andrés Bello en Caracas. Uno de los aventureros de una revista literaria con forma de Arepa. Estudió teatro en el Instituto Universitario Nacional del Arte en Buenos Aires. Y recibió mención honorífica en el I Premio Equinoccio de Cuento “Oswaldo Trejo” por el libro que tenemos en la mano.

Hace pocas semanas se quitó la vida. La muerte de este joven de 27 años convierte su obra en un espacio para albergar la desolación. Quien la lea se entera de su talento. Quienes llegamos a conocerlo un poco no albergábamos ninguna idea de la violenta iniciativa de viajar a la eternidad tan tempranamente.

2.-
El libro no es el trazado de un país ideal.  Se trata de un territorio en una puesta en escena que se hace literatura, narrativa. Michelli desglosa un país peligrosamente verdadero desde la ironía, desde un humor que escuece. El país es un virus. Una bacteria que se multiplica incesantemente. Domingo Michelli se vale de lo que acontece en la realidad de un mapa lleno de gente, de moradores que se valen de  máscaras para convertirse en pasantes de ciencia/ficción y en sujetos pre-fabricados: el país, borroso y salpicado de una humanidad torcida, se desplaza por los lugares más sórdidos y enfermos: los frecuentados por una estadística que se deja ver en los medios a medias. El narrador se quita la piel cuando relata ese país nada idílico. Es un libro triste y cruel. Es un libro que muestra esas facetas y las coloca al frente del lector sin reticencia alguna. Michelli ha abordado los espacios imposibles
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Domingo Michelli
foto:autopistainmovil.wordpress.com
y los ha transformado en la realidad que muchos no han querido ver. Este es un libro donde la vida y la muerte se tocan. Un libro donde los personajes hablan en venezolano, como el mismo escritor lo advierte al comienzo de sus páginas. Es un país hecho libro a través de las palabras que salen de la boca de quienes habitan sus hojas. Además, con la libertad creativa capaz de tutearse con Cabrera Infante. Este es un libro donde quien lo lee navega entre el miedo y la desesperanza. Una lectura agónica.

3.-
Nueve relatos hacen el cuerpo de Tristicruel. Cada uno desarrolla la historia de un tipo de venezolano o de una situación que hoy es parte de nuestra cotidianidad: “Adiós letrero” es un material que es vertido a dos voces, como casi todos los trabajos que contiene el tomo: en este caso, la del sujeto que se vende, al pedir una ayuda, a través de un discurso en un autobús. Relata la vida de sus amigos, la tragedia de su generación, la pérdida de la ciudad, el destino de quienes han sido víctimas de la pobreza. Al final, luego de soltar el cuento de sus tropiezos y la de quienes fueron sus compañeros de adolescencia, pide: “¿Serían tan amables de darme una colaboración? Alguito, loquesea, es pa’ completar mi libro de cuentos, selosjuro”. Cuenta para escribir. O para sobrevivir.

“Al paso que van”: combinación de diálogos donde se nota la influencia dramatúrgica del autor. Dos anécdotas: la tirante relación de un hijo con su madre y una huelga de sindicatos. Dos propuestas que dibujan un país íntimo y otro público, político. Las imágenes que se muestran en este relato forman parte del diario vivir del venezolano actual: manifestaciones, bombas de gases, disparos, heridos, muertos, presos. Pancartas que exigen el aumento del precio de la gasolina desatan una reacción terrible por parte del gobierno.

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foto:valentina mendoza
El tercer relato, “Lectura peatonal”, está formado por personajes codificados. Una mujer que cae de un árbol y se come a la gente. Una estancia de terror donde odio y ternura sucumben ante el lenguaje utilizado por el narrador. “Historia de los barrios escondidos de Caracas” es un inventario de eventos donde los personajes son desdibujados por la irrealidad: la infructuosa búsqueda de Alcoholópolis, para lo cual ha creído que la única manera de acceder a esa ciudad es “borracho como cuba”, pero su mujer le tiene prohibido abusar de la bebida”. “Perrulandia” es el otro barrio por donde circula este cuento: un paralítico deja su casa y se va a vivir a las orillas del Guaire donde hace amistad con unos perros. El inválido muere en su silla pero los perros imponen su ley. El autor se vale de largas citas al pie donde cuenta cada una de las aventuras de los canes. Otros barrios recorren las páginas en las que los actantes son referentes de una ciudad sombría, inundada de voces y de hechos que son parte de las noticias diarias, como la de los refugios o albergues, verdaderos antros en los que todo tipo de pecado es posible. Su relación con los ancianos, con la miseria. Las historias se imbrican: “Todos, todicos, todos” es la imagen de la torre de Babel, la mentada Torre de David convertida en la imagen de la indignidad. El caos, la perversión. “Repagando la muerte”: la morgue, los cuerpos de los difuntos de todos los días. El tratamiento de la muerte, el dolor de los parientes, el olor de la tragedia. Historias de quienes esperan por los mafiosos que entregan los cuerpos a cambio de dinero. “Carruseles” atosiga por la acción vertiginosa de las motos que se han convertido en una epidemia para lo cual el gobierno se ve obligado a inventar las motovías. La presencia visual de las colas en todos lados. Un cuento que nos respira cerca. “Gerontofobia” recorre los túneles del metro de Caracas mientras los mendigos ancianos repasan la lástima, la indolencia y la miseria. Y “Presovisión”: el mundo de los pranes, esa fórmula criminal que ha tenido en los organismos de seguridad del estado a unos aliados. De esta manera, desde esta mirada rugosa, cierra el libro, luego de reconocerse en un país que ha perdido el rumbo. Un libro en el que el lector pasa a ser también un personaje agónico.





SALIR A JUGAR: JULIO CORTAZAR, de la A a la Z


—por Gregory Zambrano—

Muchas veces se ha insistido en el carácter lúdico que destaca en la obra de Julio Cortázar. El afán por el juego se muestra en diversos cuentos, en sus poemas y en varias de sus novelas. Quizás sea en la más célebre de ellas, Rayuela donde las opciones de juego van más allá de los simples saltos entre cuadrículas persiguiendo un destino entre el cielo y el infierno.O una novela articulada al gusto del lector que, cincuenta años después de publicada, la sigue armando a placer mientras busca desentrañar las peripecias del amor entre La Maga y Oliveira; o los sentidos del idioma glíglico, que le permitan entender exactamente lo que significa amalabar el noema. (“Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes” (Rayuela, cap. 68).

También es un juego el arte de esconderse entre las palabras, donde alguien puede pasar de perseguido a perseguidor y viceversa, correteando para disimular sus obsesiones. Así pues, por ejemplo, La vuelta al día en ochenta mundos, ya de por sí una parodia al más famoso de los libros de su tocayo Julio Verne, es un collage de noticias singulares, enigmas, imágenes y textos dispuestos a desafiar las sintaxis más extravagantes para tratar de entender “cuántos mundos hay en el día de un cronopio o un poeta” (“La vuelta al día”, p. 296).

A finales del año 2013 se publicó un libro que va en sintonía con ese placer cortazariano de ir armando distintos rompecabezas y descubriendo mapas para organizar la significación: Cortázar de la A a la Z, un álbum biográfico. Editado por su viuda, Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga, estudioso de la obra del gran cronopio, y diseñado por Sergio Kern. El libro, articulado en clave cortazariana, va en sintonía con la no muy ortodoxa obsesión biográfica del autor, quien declaró que no era muy amigo de la biografía en detalle, de la documentación en detalle, y para quien “Toda biografía es un sistema de conjeturas”. (“Biografía”, p. 49).

Este libro-almanaque, como le gustaba a Cortázar llamar a estas “pequeñas aventuras imaginarias” (p. 287), puede leerse como indica su propuesta, de la A a la Z, como el diccionario, comenzando por la palabra clave, la palabra enigma, la palabra interés y pasearnos por sus detalles minuciosos y familiares, los viajes, los amigos, los lugares emblemáticos, literarios o no, paisajes y postales, fotografías propias y ajenas, los personajes de la historia y la literatura, otros creadores: artistas plásticos, cineastas, escritores, músicos, editores. También objetos cotidianos: anteojos, pipas, calidoscopios, instrumentos musicales. Es un libro visual donde una vez más se invita al juego, a la rayuela.

Así, vamos desde una semblanza de grandes pinceladas sobre su abuela, Victoria Gabel de Descotte, quien poseía un antiguo abanico japonés, hasta la ciudad de Zihuatanejo en el pacífico mexicano que corona El libro de los sueños, su texto para el bestiario de Aloys Zötl y la declaración de que alguien “era zurdo de una oreja”. En fin, somos invitados al juego, al entretenimiento y a la revelación de objetos personales y nuevos textos.

Hay un universo de opciones para mirar la trayectoria vital y artística del escritor. Esta valiosa recopilación nos permite entrar, aunque limitados por una celosía que sólo nos deja ver fragmentariamente, al entramado de amistades y a una copiosa correspondencia con figuras destacadas del siglo XX. Tomo a saltos algunos de sus atajos:

Juego

Cortázar concibió mucho de su literatura con el sentido del juego. Este elemento condiciona su visión del mundo, su personalidad y el fin último de su literatura: hacer sonreír y, sobre todo, hacer pensar, que es la finalidad esencial del humor. De hecho, su libro de poemas, finalmente titulado Salvo el crepúsculo, iba a titularse Palabras para el juego. Cuando ya tenía concluido y listo el volumen para darlo a la imprenta, Cortázar sólo esperaba que el título del conjunto se le revelara como un acto mágico; confiesa en una carta a su editor: “me falta el título, aunque saltará como un conejo en cualquier momento, en cualquier relectura” (p. 255).

En una entrevista con Ernesto González Bermejo señaló que “Todas las mujeres con las que he vivido —que no son pocas— todas sin excepción me han dicho en algún momento: “Lo que a veces es terrible en ti es hasta qué punto eres niño”. Y luego explica cómo su visión de la vida se asimiló al personaje de Peter Pan, el niño que no quería crecer, para finalmente preguntarse sobre el proceso natural que significa madurar. El escritor se responde: “Es una operación selectiva de la inteligencia que va optando cada vez más por cosas consideradas como importantes, dejando de lado otras. Para el adulto deja de ser importante jugar a la rayuela y pasa a ser importante pagar el alquiler. El niño, como a lo mejor ni sabe lo que es el alquiler, juega a la rayuela como algo muy importante” (p. 162). Al respecto, el libro recoge el testimonio de su amigo Mario Vargas Llosa, para quien visitar su casa era “la fiesta y la felicidad. Me fascinaba ese tablero de recortes de noticias insólitas y los objetos inverosímiles que recogía o fabricaba, —recuerda Vargas Llosa— y ese recinto misterioso, que, según la leyenda, existía en su casa, en el que Julio se encerraba a tocar la trompeta y a divertirse como un niño: el cuarto de los juguetes” (p. 174).

Humor

Deslindando el trigo de la paja, el escritor siempre sostuvo una defensa del sentido del humor. Decía que “a los humoristas les pegan de entrada la etiqueta para distinguirlos higiénicamente de los escritores serios. Cuando mis cronopios hicieron algunas de las suyas en Corrientes y Esmeralda, huna heminente hintelectual hexclamó: “¡Qué lástima, pensar que era un escritor tan serio!”. Sólo se acepta el humor en su estricta jaulita, y ojo con trinar mientras suena la sinfónica porque lo dejamos sin alpiste para que aprenda”. (“Humor”, p. 133).

En ese sentido, ver la vida desde el filón humorístico significa encontrar su lado más amable. Decía Cortázar: “La literatura ha sido para mí una actividad lúdica, en el sentido que yo le doy al juego y que usted conoce ya bien; ha sido una actividad erótica, una forma de amor”. (“Profesionalismo”, conversación con Ernesto González Bermejo, p. 226).

Música

Muchos hemos visto diversas fotos donde Cortázar aparece tocando la trompeta. No era una simple pose fotográfica. El autor fue un consecuente admirador de los grandes trompetistas como Charlie Parker, alter ego de Johnny Carter, un saxofonista de jazz y protagonista de “El perseguidor”. Él mismo, como ejecutante de la trompeta, va dando cuenta de sus progresos con el instrumento en cartas a sus amigos. El libro reseña por lo menos dos momentos: “…he pasado largas horas soplando en mi trompeta para horror de los vecinos, pues eso constituye mi más segura manera de entrar a fondo en cualquier cosa que me interesa de verdad y que quiero conocer por dentro” (Carta a Paco Porrúa, 18 de agosto de 1964, p. 285). En otra carta del mismo año anota: “…sigo haciendo progresos con mi trompeta, y ya los vecinos no se quejan. Aurora sospecha que es porque ya no queda ninguno” (a Sara y Paul Blackburn, 17 de diciembre de 1964, p. 285).

Jazz

A propósito de la música, fue el jazz el género que más le impresionó y al que dedicó memorables páginas, aparte de “El perseguidor”, como ésta de Rayuela: “…el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde (…) en Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires, en Ginebra, en el mundo entero, es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore: una nube sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia mexicanos con noruegos y rusos y españoles …” (“Jazz”, 141).

Poesía

Cortázar defendió su vocación poética en contra de las etiquetas que le arrinconaban de manera absoluta en su clasificación como escritor. El Cortázar poeta aludía a los: “…lectores que no están demasiado dispuestos a aceptar que un autor, a que tienen clasificado como cuentista o novelista, se les escape del casillero” (“Poemas”, p. 221). Se definía a sí mismo como un buen lector de poesía y desarrolló una interesante analogía de la mediación poética y los audífonos. Decía Cortázar: “…de alguna manera la poesía es una palabra que se escucha con audífonos invisibles apenas el poema comienza a ejercer su encantamiento (…) El poema comunica el poema y no quiere ni puede comunicar otra cosa. Su razón de nacer y ser lo vuelve interiorización de una interioridad, exactamente como los audífonos que eliminan el puente de fuera hacia adentro y viceversa para crear un estado exclusivamente interno, presencia y vivencia de la música que parece venir desde lo hondo de la caverna negra (…) el poema es en sí mismo un audífono del verbo; sus impulsos pasan de la palabra impresa a los ojos y desde ahí alzan el altísimo árbol en el oído interior” (De Salvo el crepúsculo) (“Audífonos”, p. 35).

Escritura terapéutica

Los elementos fantásticos que rodean muchos de los cuentos de Cortázar han nutrido las más intensas reflexiones por parte de la crítica. No sólo la perfección formal de los relatos sino la construcción de sus atmosferas inquietantes. Son muchas las imágenes que podríamos sumar como ejemplo. Me detendré solamente en “Carta a una señorita en París”, ese turbador relato en el cual el protagonista, que es también el narrador que cuenta en primera persona, vomita conejitos.  El autor confiesa: “escribir el cuento (…) me curó de muchas inquietudes. Por eso, si se quiere, los cuentos fantásticos ya eran indagaciones, pero indagaciones terapéuticas, no metafísicas”.  (“Conejitos”,  p. 76).

Vampiros

Uno de los elementos  que marcan su afición a los elementos fantásticos es la presencia de vampiros —más allá del efecto político que quiso darle a su historieta Fantomas contra los vampiros multinacionales— esta cercanía licantrópica le acompañó desde su infancia. Así lo resume el escritor: “Si el hombre-lobo no rondó demasiado mi cama de niño, en cambio los vampiros tomaron temprana posesión de ella; cuando mis amigos se divierten acusándome de vampiro porque el ajo me provoca náuseas y jaquecas (alergia dice mi médico que es un hombre serio), yo pienso que al fin y al cabo las picaduras de los mosquitos  y las dos finas marcas del vampiro  no son tan diferentes en el cuello de un niño, y en una de esas vaya usted a saber. Por lo demás las mordeduras literarias  fueron tempranas e indelebles; más aún que ciertas criaturas de Edgar Allan Poe, conocidas imprudentemente en un descuido de mi madre cuando yo tenía apenas nueve años, los vampiros me introdujeron en un horror del que jamás me libraré del todo” (“Vampiro”, p.290).

Madre

A propósito de la madre, Cortázar siempre destacó el hecho de que ella fuese una buena lectora y que le hubiera inculcado el amor por los libros y la lectura. Su relación fue buena, pese a la distancia física que medió entre ellos durante la mayor parte de sus vidas. Ante la pregunta de un entrevistador sobre su relación materna, al parecer creyendo que es el mismo Cortázar el protagonista de su relato “Cartas a mamá”, el escritor responde:

“Evitemos el criterio un poco ingenuo de atribuirle a los autores las características de los personajes. Te aseguro que permanezco a salvo de cualquier complejo de Edipo. Mi relación filial ha sido siempre muy intensa. Esto no me impide una completa independencia. El lazo se anuda con cariño y amistad” (“Mamá”, p. 166).

Entrar a las páginas de este libro es como entrar en un museo; no a ver las piezas en su triple dimensión sino a tocarlas en sus detalles y texturas. Gracias a estos folios podemos palpar metafóricamente los objetos que en él se encuentran, y no sólo los objetos, también aquí las palabras tienen el encanto de lo que se sabe único y perdurable. Los viajes, las lecturas, las fotos, los amores, los paisajes, la música, los amigos, la literatura. En resumen, la vida singular que se tradujo en libros, en obras. Estos, al fin y al cabo, según Cortázar, “van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo” (“Libros”, p. 160).

Refugiados entre estos objetos entrañables, rendimos homenaje al Gran Cronopio, porque nos ha legado una obra intensa y memorable, divertida y profunda. Así, pues, nos ha regalado excepcionales momentos como lectores, instantes que tanto pueden parecerse a la felicidad.


(Aurora Bernárdez, Julio Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico. México: Alfaguara, 2013).





Antón Chéjov: La mujer del boticario (1886) -cuento completo-

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Antón Pávlovich Chéjov (1860-1904)
La pequeña ciudad de B***, compuesta de dos o tres calles torcidas, duerme con sueño profundo. El aire, quieto, está lleno de silencio. Sólo a lo lejos, en algún lugar seguramente fuera de la ciudad, suena el débil y ronco tenor del ladrido de un perro. El amanecer está próximo.

Hace tiempo que todo duerme. Tan sólo la joven esposa del boticario Chernomordik, propietario de la botica del lugar, está despierta. Tres veces se ha echado sobre la cama; pero, sin saber por qué, el sueño huye tercamente de ella. Sentada, en camisón, junto a la ventana abierta, mira a la calle. Tiene una sensación de ahogo, está aburrida y siente tal desazón que hasta quisiera llorar. ¿Por qué...? No sabría decirlo, pero un nudo en la garganta la oprime constantemente... Detrás de ella, unos pasos más allá y vuelto contra la pared, ronca plácidamente el propio Chernomordik. Una pulga glotona se ha adherido a la ventanilla de su nariz, pero no la siente y hasta sonríe, porque está soñando con que toda la ciudad tose y no cesa de comprarle Gotas del rey de Dinamarca. ¡Ni con pinchazos, ni con cañonazos, ni con caricias, podría despertárselo!

La botica está situada al extremo de la ciudad, por lo que la boticaria alcanza a ver el límite del campo. Así, pues, ve palidecer la parte este del cielo, luego la ve ponerse roja, como por causa de un gran incendio. Inesperadamente, por detrás de los lejanos arbustos, asoma tímidamente una luna grande, de ancha y rojiza faz. En general, la luna, cuando sale de detrás de los arbustos, no se sabe por qué, está muy azarada. De repente, en medio del silencio nocturno, resuenan unos pasos y un tintineo de espuelas. Se oyen voces.

"Son oficiales que vuelven de casa del policía y van a su campamento", piensa la mujer del boticario.

Poco después, en efecto, surgen dos figuras vestidas de uniforme militar blanco. Una es grande y gruesa; otra, más pequeña y delgada. Con un andar perezoso y acompasado, pasan despacio junto a la verja, conversando en voz alta sobre algo. Al acercarse a la botica, ambas figuras retrasan aún más el paso y miran a las ventanas.

-Huele a botica -dice el oficial delgado-. ¡Claro..., como que es una botica...! ¡Ah...! ¡Ahora que me acuerdo... la semana pasada estuve aquí a comprar aceite de ricino! Aquí es donde hay un boticario con una cara agria y una quijada de asno. ¡Vaya quijada...! Con una como ésa, exactamente, venció Sansón a los filisteos.

-Si... -dice con voz de bajo el gordo-. Ahora la botica está dormida... La boticaria estará también dormida... Aquí, Obtesov, hay una boticaria muy guapa.

-La he visto. Me gusta mucho. Diga, doctor: ¿podrá querer a ese de la quijada? ¿Será posible?

-No. Seguramente no lo quiere -suspira el doctor con expresión de lástima hacia el boticario-. ¡Ahora, guapita..., estarás dormida detrás de esa ventana...! ¿No crees, Obtesov? Estará con la boquita entreabierta, tendrá calor y sacará un piececito. Seguro que el tonto boticario no entiende de belleza. Para él, probablemente, una mujer y una botella de lejía es lo mismo.

-Oiga, doctor... -dice el oficial, parándose- ¿ Y si entráramos en la botica a comprar algo? Puede que viéramos a la boticaria.

-¡Qué ocurrencia! ¿Por la noche?

-¿Y qué...? También por la noche tienen obligación de despachar. Anda, amigo... Vamos.

-Como quieras.

La boticaria, escondida tras los visillos, oye un fuerte campanillazo y, con una mirada a su marido, que continúa roncando y sonriendo dulcemente, se echa encima un vestido, mete los pies desnudos en los zapatos y corre a la botica.

A través de la puerta de cristal, se distinguen dos sombras. La boticaria aviva la luz de la lámpara y corre hacia la puerta para abrirla. Ya no se siente aburrida ni desazonada, ya no tiene ganas de llorar, y sólo el corazón le late con fuerza. El médico, gordiflón, y el delgado Obtesov entran en la botica. Ahora ya puede verlos bien. El gordo y tripudo médico tiene la tez tostada y es barbudo y torpe de movimientos. Al más pequeño de éstos le cruje su uniforme y le brota el sudor en el rostro. El oficial es de tez rosada y sin bigote, afeminado y flexible como una fusta inglesa.

-¿Qué desean ustedes? -pregunta la boticaria, ajustándose el vestido.

-Denos... quince kopeks de pastillas de menta.

La boticaria, sin apresurarse, coge del estante un frasco de cristal y empieza a pesar las pastillas. Los compradores, sin pestañear, miran su espalda. El médico entorna los ojos como un gato satisfecho, mientras el teniente permanece muy serio.

-Es la primera vez que veo a una señora despachando en una botica -dice el médico.

-¡Qué tiene de particular! -contesta la boticaria mirando de soslayo el rosado rostro de Obtesov-. Mi marido no tiene ayudantes, por lo que siempre lo ayudo yo.

-¡Claro...! Tiene usted una botiquita muy bonita... ¡Y qué cantidad de frascos distintos..! ¿No le da miedo moverse entre venenos...? ¡ Brrr...!

La boticaria pega el paquetito y se lo entrega al médico. Obtesov saca los quince kopeks. Trascurre medio minuto en silencio... Los dos hombres se miran, dan un paso hacia la puerta y se miran otra vez.

-Deme diez kopeks de sosa -dice el médico.

La boticaria, otra vez con gesto perezoso y sin vida, extiende la mano hacia el estante.

-¿No tendría usted aquí, en la botica, algo...? -masculla Obtesov haciendo un movimiento con los dedos-. Algo... que resultara como un símbolo de algún líquido vivificante...? Por ejemplo, agua de seltz.

¿Tiene usted agua de seltz?

-Si, tengo -contesta la boticaria.

-¡Bravo...! ¡No es usted una mujer! ¡Es usted un hada...! ¿Podría darnos tres botellas...?

-La boticaria pega apresurada el paquete de sosa y desaparece en la oscuridad, tras de la puerta.

-¡Un fruto como éste no se encontraría ni en la isla de Madeira! ¿No le parece? Pero escuche... ¿no oye usted un ronquido? Es el propio señor boticario, que duerme.

Pasa un minuto, la boticaria vuelve y deposita cinco botellas sobre el mostrador. Como acaba de bajar a la cueva, está encendida y algo agitada.

-¡Chis! -dice Obtesov cuando al abrir las botellas deja caer el sacacorchos-. No haga tanto ruido, que se va a despertar su marido.

-¿Y qué importa que se despierte?

-Es que estará dormido tan tranquilamente... soñando con usted... ¡A su salud! ¡Bah...! -dice con su voz de bajo el médico, después de eructar y de beber agua de seltz-. ¡Eso de los maridos es una historia tan aburrida...! Lo mejor que podrían hacer es estar siempre dormidos. ¡Oh, si a esta agua se le hubiera podido añadir un poco de vino tinto!

-¡Qué cosas tiene! -ríe la boticaria.

-Sería magnífico. ¡Qué lástima que en las boticas no se venda nada basado en alcohol! Deberían, sin embargo, vender el vino como medicamento. Y vinum gallicum rubrum..., ¿tiene usted?

-Sí, lo tenemos.

-Muy bien; pues tráiganoslo, ¡qué diablo...! ¡Tráigalo!

-¿Cuánto quieren?

Cuantum satis! Empecemos por echar una onza de él en el agua, y luego veremos. ¿No es verdad? Primero con agua, y después, per se.

-El médico y Obtesov se sientan al lado del mostrador, se quitan los gorros y se ponen a beber vino tinto.

-¡Hay que confesar que es malísimo! ¡Que es un vinum malissimum!

-Pero con una presencia así... parece un néctar.

-¡Es usted maravillosa, señora! Le beso la mano con el pensamiento.

-Yo hubiera dado mucho por poder hacerlo no con el pensamiento -dice Obtesov-. ¡Palabra de honor que hubiera dado la vida!

-¡Déjese de tonterías! -dice la señora Chernomordik, sofocándose y poniendo cara seria.

-Pero ¡qué coqueta es usted...! -ríe despacio el médico, mirándola con picardía-. Sus ojitos disparan ¡pif!, ¡paf!, y tenemos que felicitarla por su victoria, porque nosotros somos los conquistados.

La boticaria mira los rostros sonrosados, escucha su charla y no tarda en animarse a su vez. ¡Oh...! Ya está alegre, ya toma parte en la conversación, ríe y coquetea, y por fin después de hacerse rogar mucho de los compradores, bebe dos onzas de vino tinto.

-Ustedes, señores oficiales, deberían venir más a menudo a la ciudad desde el campamento -dice-, porque esto, si no, es de un aburrimiento atroz. ¡Yo me muero de aburrimiento!

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-Lo creo -se espanta el médico-. ¡Una niña tan bonita! ¡Una maravilla así de la naturaleza, y en un rincón tan recóndito! ¡Qué maravillosamente bien lo dijo Griboedov! "¡Al rincón recóndito! ¡Al Saratov...!" Ya es hora, sin embargo, de que nos marchemos. Encantados de haberla conocido..., encantadísimos... ¿Qué le debemos?

La boticaria alza los ojos al techo y mueve los labios durante largo rato.

-Doce rublos y cuarenta y ocho kopeks -dice.

Obtesov saca del bolsillo una gruesa cartera, revuelve durante largo tiempo un fajo de billetes y paga.

-Su marido estará durmiendo tranquilamente... estará soñando... -balbucea al despedirse, mientras estrecha la mano de la boticaria.

-No me gusta oír tonterías.

-¿Tonterías? Al contrario... Éstas no son tonterías... Hasta el mismo Shakespeare decía: "Bienaventurado aquel que de joven fue joven..."

-¡Suelte mi mano!

Por fin, los compradores, tras larga charla, besan la mano de la boticaria e indecisos, como si se dejaran algo olvidado, salen de la botica. Ella corre a su dormitorio y se sienta junto a la ventana. Ve cómo el teniente y el doctor, al salir de la botica, recorren perezosamente unos veinte pasos. Los ve pararse y ponerse a hablar de algo en voz baja. ¿De qué? Su corazón late, le laten las sienes también... ¿Por qué...? Ella misma no lo sabe. Su corazón palpita fuertemente, como si lo que hablaran aquellos dos en voz baja fuera a decidir su suerte. Al cabo de unos minutos el médico se separa de Obtesov y se aleja, mientras que Obtesov vuelve. Una y otra vez pasa por delante de la botica... Tan pronto se detiene junto a la puerta como echa a andar otra vez. Por fin, suena el discreto tintineo de la campanilla.

La boticaria oye de pronto la voz de su marido, que dice:

-¿Qué...? ¿Quién está ahí? Están llamando. ¿Es que no oyes...? ¡Qué desorden!

Se levanta, se pone la bata y, tambaleándose todavía de sueño y con las zapatillas en chancletas, se dirige a la botica.

-¿Qué es? ¿ Qué quiere usted? pregunta a Obtesov.

-Deme..., deme quince kopeks de pastillas de menta.

Respirando ruidosamente, bostezando, quedándose dormido al andar y dándose con las rodillas en el mostrador, el boticario se empina hacia el estante y coge el frasco...

Unos minutos después la boticaria ve salir a Obtesov de la botica, le ve dar algunos pasos y arrojar al camino lleno de polvo las pastillas de menta. Desde una esquina, el doctor le sale al encuentro. Al encontrarse, ambos gesticulan y desaparecen en la bruma matinal.

-¡Oh, qué desgraciada soy! -dice la boticaria, mirando con enojo a su marido, que se desviste rápidamente para volver a echar a dormir-.

¡Que desgraciada soy! -repite.

Y de repente rompe a llorar con amargas lágrimas Y nadie... nadie sabe...

-Me he dejado olvidados quince kopeks en el mostrador -masculla el boticario, arropándose en la manta-. Haz el favor de guardarlos en la mesa.

Y al punto se queda dormido.





PATRICK MODIANO PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2014


La academia sueca nos sorprende nuevamente otorgando el Premio Nobel de Literatura 2014 a un escritor relativamente desconocido.

Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 30 de julio de 1945) es un novelista francés, ganador del Gran Premio de Novela de la Academia Francesa (1972) y del Premio Goncourt (1978). Modiano es muy leído en Francia. Varias de sus novelas han sido llevadas al cine, y ha participado en la escritura del guión de algunas películas, entre ellas Lacombe Lucien, de Louis Malle.

De acuerdo a la academia Nobel, el galardón fue concedido por:   

"el arte de la memoria con la que ha evocado los destinos humanos más inasibles y descubierto el mundo de la vida de la ocupación".





NOCHE DE PENAS de Ani Palacios: Círculo de vida, dolor y fortaleza de las mujeres

por Luis Fernández-Zavala, Ph.D. (*)
I am neither a man,
nor a woman,
but an author.
Charlotte Brontë

En julio de este año, casi  al mismo tiempo en que Emma Watson era nombrada
Women’s Goodwill Ambassador ante las Naciones Unidas por su trabajo con mujeres jóvenes en Zambia y Bangladesh, y que se acusaba a dos profesoras de Louisiana por abuso sexual de sus estudiantes varones, Pukiyari Editores publicó la novela de Ani Palacios Noche de Penas.

La novela nos relata las historias de cuatro mujeres latinas viviendo en un mundo definitivamente adverso, muchas veces violento, en el cual ellas son víctimas o ejecutores de una cultura basada en el poder, el dominio y el abuso de sus semejantes. Los conflictos de las protagonistas surgen de la búsqueda de la felicidad más allá de los roles tradicionales socialmente aceptados, de inmiscuirse en el mundo dominado por los hombres, el ambiente corporativo; en tanto que otras serán producto de sus propias decisiones amorosas y del tipo de familia que tuvieron. Las historias de las cuatro mujeres son presentadas como una polifonía cuyo tema central se repite en diversos contextos: el enemigo está en la casa, ahí donde la mujer es más vulnerable.

Esta es la cuarta novela de Ani Palacios. (Con sus anteriores obras ha ganado múltiples International Latino Book Awards, incluidos 2010 con “Nos vemos en Purgatorio” (Alfaguara), 2011 con “Plumbago Torres y el sueño americano” (Alfaguara), y 2014 con la novela de inspiración espiritual, “99 Amaneceres” (Pukiyari Editores). Se podría caer en la tentación facilista de catalogar esta última obra como feminista —tal como lo harían algunos críticos muy apegados a las clasificaciones discriminatorias— por el simple hecho de tratarse de la historia de cuatro mujeres y de que la autora sea una mujer. Sin embargo, más que una defensa premeditada de los derechos de la mujer, o la denuncia panfletaria, Ani Palacios aborda las historias de cada una haciendo un retrato  individualizado de sus aspiraciones, contradicciones y conflictos, donde los hombres que las merodean no son todos buenos y generosos, pero sí los hay, y los inescrupulosos y perversos son dibujados en toda su bajeza inmisericorde.

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Ani Palacios
La arquitectura de la novela  separa las cuatro historias como cuatro mini novelas diferentes, pero para compartir y resarcirse de sus  tragedias, las mujeres se encontrarán en el mundo de los sueños, o lo supra natural, el mundo de los espíritus, al inicio y al final del libro.

¿Quiénes era esas personas? Nunca lo sabría. ¿Ángeles?¿Diablos? ¿Enviados divinos? ¿Simples humanos?...El hecho era que nos pusieron juntas en un presente y que eso constituía un regalo, un obsequio que muy pocas tienen la suerte de recibir.

Unos misteriosos personajes concertarán una ceremonia de Temazcal para Anaisa, Damaris, Micaela y Viridiana. Curiosamente, algunos de estos fueron parte de las tragedias de las mujeres. Sintiendo juntas cada historia individual, se creará un lazo solidario entre ellas que las identifica como mujeres que han sufrido y que, al compartir, pueden sentirse parte de un círculo especial, el de las mujeres fortalecidas con una segunda oportunidad en sus vidas.

En el caso de Anaisa, que viene de una familia tradicional Mexicana, su aventura empieza cuando busca construir su propio destino. Buscar la ansiada libertad, lejos de la familia, sin embargo, tiene sus bemoles. Esta situación puede ser positiva y moderna, pero también puede ser agobiante y demasiado costosa.

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ceremonia Temazcal
Micaela es una niña privilegiada creciendo en un mundo de comodidades y dispendios que se convertirán en su propia cárcel. Su padre, un traficante venezolano de armamento poderoso y cruel, le ha asignado un destino creado para servir sus intereses malévolos. Su rebeldía la llevará a enfrentar  muchas aventuras peligrosas que le abrirá la puerta a un doble propósito en la vida: rescatar a su madre de las garras de su nefasto padre y llevarlo ante los tribunales de justicia.

La esposa dominicana, que idolatra a su esposo bonachón y sensual, termina mal. ¿Hasta dónde se puede aceptar una situación de sumisión? En los juegos eróticos creados por su esposo —aun los más exóticos— puede haber un demonio de poder llevado al extremo. Damaris tendrá que pelear por sobrevivir y no dejarse utilizar como objeto sexual, yendo en contra de lo ya establecido en su relación por ella misma.

No te disgustes así conmigo…Yo me puse fea preguntándote lo que no debería interesar, de pura metiche, de chismosa nomás. Tú eres el hombre de la casa, mi bombón lindo, tú sabes lo que haces…Yo no sé lo que estoy diciendo, ay, ay, que te quiero completito esta noche… Mira que me quito todo y me quedo en tanguita nomás, así como te gusta… No te molestes…

Una mujer exitosa en el mundo de las corporaciones, imitando la exaltación casi sensual del poder puede llevarla a un invernadero de pasiones ocultas y destructivas. No solo los hombres usan y abusan, las mujeres también. Para Viridiana, sentirse dueña del destino de otras personas y ser el centro de atención, se convierte en una droga sin la cual no puede vivir. Ella logra sentir lo que los hombres sienten a diario, como los consumados jefes del mundo laboral.

Me imagino que a veces al diablo también le toca pagar por crear un monstruo que se sale de su control. El licenciado perdió las riendas, perdió el trabajo, y por último, perdió la vida tratando de regresar a su antigua gloria. No sería el primero en perecer luego de cruzar caminos con mi jefa.

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Temazcal de luna llena
Sin embargo, no todo está perdido. Las mujeres de Noche de penas pueden pensar y sentir que algo puede cambiar en sus vidas, porque hay una buena naturaleza intrínseca a los seres humanos y que solo necesitamos una ayudita, para sacarnos de ese ambiente de las lacras sociales. Aquí hay que prestar atención al título de la novela: Noche de penas, se refiere al momento en que los espíritus entran a ayudar a estas mujeres a abandonar el lastre de sus experiencias negativas y las hacen conscientes de que pueden tener una segunda oportunidad, alejada de egoísmos banales.

Con lenguaje dosificado, directo y claro, como si estuviera contando una historia a una amiga, la narradora inicial desaparece al principio de la historia y no se le vuelve a escuchar hasta el momento de lucidez creado por la ceremonia del Temazcal. La narradora ficticia, casi neutral y aséptica, cuyo su nombre es Tezcatl(que significa espejo en náhuatl), contrasta con las voces de las mujeres que provienen de diferentes partes de Latinoamérica, con sus modismos regionales. Hay un esfuerzo de la autora en hacernos ver que el tema de la polifonía transciende fronteras y que las mujeres están, o deberían estar, conectadas para darse cuenta que son parte de una cultura que tiene mucho de hermoso y destructivo a la vez, que hay un precio alto que pagar para cambiar su situación de dominación y que siempre hay una segunda oportunidad, si se sabe dónde mirar.



________________________________
(*) Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas (Pukiyari Editores, 2014), disponible en Amazon y Peruebooks.






El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas - Luis Fernández-Zavala

El brindis Remixed: fotografía y pulque ¡Salud!






—Ahorita que te levantaste, me acordé de una cosa —dijo—. De que mi comadre Flaviana no tiene nada aquí —siguió diciendo, mientras se tallaba el pecho—. Ahora que si los tuviera como tú, a lo mejor estarían llenos de pulque, así que no le servirían de ningún modo para engordar a una criatura.



Juan Rulfo escribió este fragmento en 1940 como parte de la novela El hijo del desaliento. En él se ejemplifica la crónica de su tierra nativa —sur de Jalisco, México—, una tierra en proceso de larga agonía, con pobladores subsistiendo en una comarca polvorienta y melancólica, donde los elíxires del agave, para bien o para mal, son parte intrínseca de esa cultura nativa.




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Actor de La escondida entre magueyes. Foto de Juan Rulfo
Muchos saben que Rulfo, además de escritor, fue excelente fotógrafo; y aquí es donde fuimos testigos de la noche cultural que los reunió a todos en la ciudad de Denver la semana pasada. La exposición de otoño, titulada El brindis Remixed, fue inaugurada por el Museo de las Américas, en colaboración con el Centro Cultural Mexicano y 
Consulado Mexicano de Denver.

La exhibición —estará abierta al público hasta el 16 de enero de 2015— cuenta con fotografías desde finales de siglo diecinueve a comienzos del siglo pasado, dando una mirada alegre a la bebida del pulque, el mezcal y el tequila, dentro de la cultura mexicana.




Pudimos disfrutar —por suerte, muestras de fina tequila incluidas— de trabajos fotográficos de artistas mexicanos de la talla de Agustín Víctor Casasola, Graciela Iturbide, Juan Rulfo, Gabriel Figueroa, Mariana Yampolsky, Manuel Ramos y otros creativos que formaron parte del círculo íntimo de amigos personales de Frida Kahlo y Diego Rivera.

En el año 2000 la exposición se exhibió en París para la celebración del Milenio y ahora se está presentando, por última vez en los Estados Unidos, aquí en Denver.

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“Todas las fotografías son sacadas de los negativos originales. Ha sido un trabajo arduo de selección, investigación y preservación; sin contar con la gran responsabilidad de estar a cargo de este tesoro cultural y fotográfico único.”

Nos dijo Elia del Carmen Ramírez Bocardo, curadora y directora general del Archivo Fotográfico Manuel Ramos, acervo compuesto por más de once mil fotografías y documentos que retratan las primeras cinco décadas del siglo XX en México y que permaneció prácticamente inédito —al reguardo de familiares del fotoperiodista Manuel Ramos (1874-1945) desde su muerte hasta los noventas—. 


El Archivo Fotográfico Manuel Ramos se fundó con el objetivo de conservar y difundir la obra de este testigo de la historia mexicana. Este archivo ha sido el principal proyecto del espacio cultural  La casa de los árboles de Apizaco A.C., de la capital mexicana.






En esta oportunidad, la exhibición fotográfica para Denver —muchas pertenecen al patrimonio del Archivo Casasola, fundado por los pioneros del foto-reportaje, Agustín Víctor Casasola y Miguel Casasola— tiene como tema central las bebidas alcohólicas producidas a partir del maguey, o “árbol de las maravillas”, en su variante conocida como agave. Los conquistadores españoles obtuvieron elixires aun más concentrados y poderosos que el aguamiel y el pulque, utilizando la misma materia prima con la que los indígenas preparaban un licor que llamaban mezcalli, mediante el cocimiento del corazón de aquellas plantas, destilándolas en rudimentarios alambiques, haciéndolas las bebidas más populares en el Nuevo Mundo y con el paso de los años devendría en un emblema de la mexicanidad.






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 Antes de eso el pulque fue el embriagante más antiguo, producido por las generosas plantas del maguey. Ese “jugo”, el líquido que ya fermentado acompañaba las celebraciones de los mexicas, producía una embriaguez que consideraban como un regalo de los dioses. Por más de tres siglos fue tradición que el pulque fuera de los llanos del altiplano y las pulquerías de la capital. Aunque para mediados de los años cincuenta todavía había en la ciudad de México más de un millar de pulquerías, ya no había nada que impidiera el triunfo de la cerveza. Fue entonces cuando las nuevas clases trabajadoras, los obreros y oficinistas prefirieron el convenio comercial y cultural entre las cantinas y las compañías embotelladoras.

Así pues, el Museo de las Américas de Denver, el Consulado de México en Denver y el Archivo Fotográfico Manuel Ramos, a través de sus directores y voceros, los invitan a no perderse esta oportunidad única de enriquecer y apoyar el acervo cultural latinoamericano.










Las horas claras de Jacqueline Goldberg


—por Alberto Hernández—

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Foto:prodavinci.com/Gustavo Valle
1.-
Leo Las horas claras (*) (Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana, Caracas 2013) como un poema, con toda la libertad que me ofrece una historia que también es novela en la medida en que los personajes se atan y desatan de las anécdotas. Y digo que leo aunque también podría afirmar que canto Las horas clarascomo un aria, porque tiene sentido si asumo la decisión de leer como si cantara.

La historia podría ser lo de menos, pero no es así. Tanto el fondo como la forma llaman al lector. Aquí se plantea un nivel de lectura, una forma de leer, de estar con una manera de deshacerse de viejas costumbres o mitos, de innombrables facturas de algunos editores en tanto fariseos de la publicación.

Leo Las horas claras con una rara pero cómoda postura espiritual y sicológica. Soy la voz que canta, la voz que cuenta, la voz que va descontando cada segundo de una mujer que quiere una casa en el campo, Madame Savoye. Voz que transmigra. Es decir, no leo una novela: leo un poema como si fuera una novela. O una novela como si fuera un poema. Pero también la siento la crónica de unos sujetos –hombres y mujeres- que se deshacen como la casa mientras el mundo sigue su curso. Leo algo de otro tiempo con un discurso joven, limpio, elegante: leo a Jacqueline Goldberg y siento que Las horas claras representan un género cuya libertad radica en no ser ninguno, por eso entonces  creo levitar sobre la fotografía de la mansión que está a punto de borrarse del paisaje del lector.

Leo, definitivamente, la impresión de un instante.

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Jacqueline Goldberg. Foto:queleer.com.ve
2.-
Una historia real, traída entre fragmentos. Una historia en la que flotan unos personajes reconocibles: París, sus adentros borrosos y el vaho del Sena. El campo verde de Poissy en Chemin de Villiers, en el que Le Corbusier (Charles Édouard Jeanneret-Gris) construyó la mencionada casa por porfiadas órdenes  de Eugénie Thellier de La Neuville, esposa de Pierre Savoye. Y fue una porfía en la que se movió mucho dinero, pero también la muerte de una amiga, el recuerdo, la soledad, las ganas de huir de la gran capital y someterse al clima de una campiña.

Me inclino a pensar en los lectores que también podrían caer en el desdén de algunos editores, quienes no encuentran qué hacer con un trabajo de esta naturaleza. De modo que quedarían huérfanas las personas, la manera de contarlos, de hacerlos parte de unas horas y provocar en ellos rasgos que más tarde darían con tesis y teorías como las que pronto aparecerán. Este señalamiento es una crítica directa a esos “editores” que desde lejos ven el libro y luego lo apartan porque no llenan los precipicios de su empresa. La declaración de la autora acerca de este comportamiento, deja ruidos en el ambiente, porque ha pasado con otros libros que no llenan las expectativas de X editorial. Pero el pasado es pasado. Hoy, Las horas claras es un libro que ha logrado quemar esa opinión y se ha convertido en una bella referencia literaria.

3.-
Como hablo en primera persona, debo dejar sentado que formo parte de los personajes que habitan en las páginas de la poeta y narradora. Ella es responsable de ese evento: Leer un libro “extraño” nos  hace “extraños”. Leer una novela que podría ser un poema largo, que podría ser una crónica, que podría ser una referencia nos convierte en una revelación: nos fragmentamos en cada página, en cada número que abre la posibilidad de un nuevo empeño: escribir desde Las horas clarasel proceso de escritura de una creadora que no para de inventarse. Ser ella desde sus fantasmas, para recordar a Sábato.

Jacqueline Goldberg divide su libro en horas, en estadios temporales que avalan los pasos de los personajes y de la misma historia. No me atrevo a decir capítulos, porque no lo son. Son horas, momentos, instantes. Podría llegarse a pensar que la autora imaginó el libro como un poema, porque es poeta, pero el poema se hizo un “extraño” híbrido que enriqueció la pieza y, por supuesto, al lector.

Su mirada puesta en la inscripción latina Nullas numero nisi serenas horas (Solo enumero las horas claras) constituye un precioso y preciso instante para decirnos que la sombra estaba sobre la casa, suerte de paratexto que aglutina toda la atención. Es decir, miramos la casa y la construimos con Le Corbusier, pero también la abandonamos y nos alejamos de Madame Savoye, de una porfía que pudo haber sido enfermiza, delatora de alguna patología.  No obstante, el tiempo le dio la razón: La casa vivía, vive, no es eterna, pero aún sus paredes son capaces de recibir el sol y la lluvia, la nieve y las hojas de la primavera. Una casa que respiró la pólvora de la ocupación, que delató las traiciones, delaciones y efectos de una guerra. La casa de un largo dolor. La casa enumerada bajo la luz que la mujer siempre soñó. ¿Leímos también un sueño? Pues sí, un sueño, un letargo. Los personajes pasan levemente. La escritura es tan cerca a la simbología, a su elegancia misteriosa, que nos hace acreedores de una lucha insistente. ¿Fue un fraude? Ella lo advirtió, lo denunció: la inclemencia y la malignidad de Monsieur Jeanneret quedó en evidencia. Ellas, la casa y la mujer, fueron víctimas de un silencio que no se merecían. Las horas también fueron oscuras, alevosas.

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Foto:twitter.com/JacGoldberg
5.-
Leo Las horas claras como una punzada. Como lector no dejo de ser Madame Savoye. No dejo de sentirla en carne propia. Cada fragmento de esta obra es ella en uno.

Si bien Proust hizo de la margarita un símbolo que aún se sostiene en su lectura, en Las horas claras de Jacqueline Goldbergnos queda el sabor mortal de la oronja verde, un hongo venenoso que pasó por la boca de su amiga Georgette y dejó en Madame Savoye la herida que sólo puede entenderse en el poema de Emile Verhaeren, tomado precisamente del libro Las horas claras (1896), donde se lee: En tiempos en los que tanto sufrí,/ Cuando las horas se me hacían trampas,/ Me entregaste la hospitalaria luz.
Entonces la luz se sobrepone a la sombra. Allá está la casa, viva aún.

____________________________________
(*) Con este libro Jacqueline Goldberg ganó la edición XII del Premio del Concurso Anual Transgenérico, Caracas 2012. Igualmente obtuvo el Premio Libro de Año de los Libreros Venezolanos 2014 y fue finalista en el Premio de la Crítica a la Novela 2013.




EL VIAJERO, EL INSOMNE VICENTE GERBASI


—por Alberto Hernández—

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El poeta.foto:mireyavasquez.blogspot.com
1.-
En el apartamento de Vicente Gerbasi donde Consuelo Orta era un bello escándalo, el precioso escándalo de la casa, el poeta de Canoabo vivía bajo una nube. No es poesía. No; se trata de una imagen exactamente real que, tanto Eduardo Casanova como éste que escribe fueron capaces de ver y de sentir, porque Vicente estaba sentado bajo la luz reverberante de una nube que no sabíamos de donde venía. Consuelo no supo decirnos por qué esa nube estaba allí, aunque dudamos de su versión negadora.  No era una nube de Campos Biscardi ni el anuncio de un chubasco de esos que caen en las colinas de Carabobo y luego se convierten en un sol que se derrama duro y a la vez inocente sobre los cafetales.

Pero la nube estaba sobre Vicente y él como si nada. No era con él. Sonreía y brindaba por todos los amigos que le venían a la memoria, por los vivos y por los muertos, hasta por las cabras que muchas veces vio  atravesar  por una polvorienta carretera de Israel.

De trotamundos, mucho. En vigilia, la mirada que tocaba la poesía. Por ese lado entró Eduardo Casanova para escribir El viajero, el insomne. Una biografía de Vicente Gerbasi (Fundación Cultural Vicente Gerbasi/ Editorial Equinoccio de la Universidad Simón Bolívar, Caracas 2014). Y por ese mismo lado onírico y mágico apareció el Gerbasi de carne y hueso, el que escribió Mi padre, el inmigrante y supo nombrar con todos sus accidentes la geografía de su país y la de sus moradores, el país que fundó en sus poemas y lo catapultó al mundo todo.

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Bodas de oro en 1988 (De izq a der Kristen, Beatriz, Consuelo, Miriam,
Vicente, Gonzalo, Fernando, e Irene). foto:lecturas-yantares-placeres.blogspot
2.-
Una biografía es el relato de una vida. En este libro de Casanova es la vida relatada, compuesta y aventurada. Es la vida de un hombre que vivió en poesía, que sólo respiró para escribir y hacer posible los libros que ya conocimos. Esta biografía escrita por Eduardo Casanova contó con la memoria del autor y con los relatos de quienes estuvieron cerca del poeta.

Por supuesto, no podían estar ausentes Beatriz, Fernando y Gonzalo Gerbasi, hijos de Vicente y Consuelo. Tampoco  Kristen Dratrup, el yerno “vikingo” tropicalizado, así como Irene Kaplun de Gerbasi y Miriam Navas de Gerbasi. Así como Hugo Álvarez Pifano, sangre de los Gerbasi. David López-Henríquez. Marco Tulio Bruni Celli y Sonia Rojas de Bruni. Todos están en este libro porque aportaron datos para que Vicente Gerbasi volviera a la vida de los lectores. No deja por fuera el biógrafo a Natalia López y a sus hijos, quienes se levantaron cerca del poeta, tanto en Dinamarca como en Venezuela.

De manera que estamos hablando de un libro familiar, bellamente escrito y bellamente editado, en el que Eduardo Casanova cuenta toda la vida y obra de Gerbasi, desde la llegada del padre, la muerte del Inmigrante, los viajes de Vicente y sus hermanos a Vibonati, hasta la despedida de quien dejara una obra de gran envergadura poética.

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El embajador Gerbasi después de presentar credenciales al
presidente de Israel Yitzhak Ben-Zvi y Golda Meir (1960).
foto:wikipedia
3.-
Nos topamos con anécdotas, alegrías y tristezas, cuentos, relatos, poemas, análisis de libros, viajes, travesías, sueños, regresiones,  la relación con los amigos tanto de Vicente como de Consuelo. Casanova, como buen novelista, deja ver el dolor del poeta a la muerte de su inseparable mujer, aquella encantadora y alta señora que enamoraba a todos con su gracia y alegría.

Este es un libro para leerlo con pausa, como si fuera un poema. Casanova lo escribe desde su más próximo conocimiento del personaje. Es un libro dedicado a un venezolano que hizo crecer a su país, que lo llenó de belleza, de imágenes, de palabras para sentirnos orgullosos.

Desde la inocencia del niño que fue Vicente Gerbasi. Un niño de mucha edad que supo ser niño desde todas las edades. Así lo vemos en estas páginas de Casanova.

Este es un libro donde un hombre llamado Vicente Gerbasi continúa su viaje, insomne, entre las tempestades  y la paz reveladora de los árboles del trópico.

Bajo la nube que nunca lo abandonó, como un ángel.





Notas sobre Jaime Bayly (Lima, 1965)


—Valmore Muñoz Arteaga—

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foto:prisaediciones.com
En la historia de la literatura ha habido escritores que, por razones diversas, han levantado grandes controversias, llegando muchas veces a ser odiados con una pasión tan turbada que resulta complejo no ver ciertas parcelas de seducción. La lista sería inmensa y notable en algunos casos. En América Latina no sé hasta qué punto esto pueda ser así, las controversias en este lado del mundo suelen estar matizadas por posiciones políticas que se vuelven controversiales, no tanto por consideraciones filosóficas de cierto respeto, sino por los altos niveles de intolerancia que se han vivido por estos ámbitos, en especial los últimos 10 años. Un protagonista constante de ese tipo de controversias es el escritor y periodista peruano Jaime Bayly. Controversias que giran en torno a su posición frente a los regímenes autoritarios y personalistas de América y por su condición sexual. Dualidad que lo único que ha revelado es la insana intolerancia de ciertos sectores políticos y religiosos de este albañal del mundo.

La obra literaria de Bayly se inicia en 1994 con la novela No se lo digas a nadie, escrita en Madrid bajo la égida de quien es su maestro literario, Mario Vargas Llosa. Es la terrible historia de un joven burgués limeño cuya vida familiar lo empuja hacia los más oscuros y retorcidos mundos de la psicología humana. El machismo y la intolerancia religiosa de la familia y la sociedad lo llevan a hundirse en un mundo espeso, tenebroso, en donde comienza a reconocerse como ser humano. En ese momento, Joaquín Camino, protagonista de la historia, logra superar las barreras que lo separaban de lo que él mismo era y es. La novela, absolutamente valiente, describe cómo se baja al infierno para lograr la superación personal y espiritual, un camino que no nos resulta extraño por tantas referencias en la literatura universal. Vargas Llosa la señala como “una excelente novela que describe con desenvoltura y desde dentro la filosofía desencadenada, nihilista y sensual de la nueva generación”.

Luego del éxito alcanzado por No se lo digas a nadie, incluso llevada al cine por Francisco Lombardi en 1998, Bayly publica su segunda novela, Fue ayer y no me acuerdo (1995). Mucho más vertiginosa y dura que la anterior. Nuevamente rasgos autobiográficos salen a relucir a través de la vida de Gabriel Barrios, joven comentarista de televisión. La historia se hace más lacerante que su novela anterior. La ciudad envenenada, la coca barata, la violencia inaudita y la homosexualidad se vuelven los grandes protagonistas, no sólo en la vida del joven Gabriel, sino de una sociedad entera. Novela que denuncia los demonios que persiguen a una juventud que no es escuchada, una juventud que debe vivir simulando para no transgredir las normas de convivencia, incluso dejándose muchas veces subyugar por conductas injustas y nocivas. Jaime Bayly describe en esta novela la lucha de un hombre contra sus fantasmas. Una lucha que lo lleva hasta el límite entre la vida y la muerte y en donde, una vez más, la aceptación de su identidad termina por salvarlo. A esta novela le siguió Los últimos días de La Prensa (1996), una exquisita obra en donde se deja ver la influencia de Vargas Llosa. Ahora será Diego Balbi quien lleve las riendas de la historia personal de Bayly. Esta historia marca un desvío de los temas que venía trabajando en sus novelas anteriores, aunque de igual manera es una historia de autodefinición. La novela apunta irónicamente hacia la vida dentro de una época en el periodismo peruano, vista a través de los ojos de un joven que va al diario La Prensa a hacer una especie de pasantía mientras está de vacaciones en casa de sus abuelos.

En 1997 aparece La noche es virgen. La novela ganó el prestigioso premio Herralde de Novela. Otra vez Gabriel Barrios aparece como alter ego de Bayly. La novela es quizá la más amoral de toda la narrativa de Bayly, la más amoral o la más honesta, todo depende de cómo quiera verse. Una novela en la cual se experimenta con el lenguaje de forma interesante y cuya historia se resuelve dentro del laberinto de una ciudad (Lima y Miami) en donde reinan las drogas, el sexo, la vida superficial de una clase social confundida y el rock. Claro está, el tema de la sexualidad vuelve a aparecer. Vuelve a aparecer, ya no como una búsqueda de la identidad, sino como la aceptación de una realidad, una realidad que sale a enfrentarse con la frágil realidad del mundo que le rodea. Bayly vuelve a su infierno personal buscando superarlo, sólo que no es fácil: “No puedo seguir siendo gay y coquero en lima. Me estoy matando. Lima me está matando”. Pero ¿qué es Lima? Lima es toda una confabulación social, es una mácula que pretende reafirmarse sobre la base de la subyugación de sus hijos más preclaros. Lima es Caracas, La Paz, Bogotá; Lima es América Latina; Lima es el reino de la ignorancia y la intolerancia, de la deshumanización y la insensibilidad; Lima somos nosotros que creemos ser otros, por supuesto, mejores, impolutos, píos, ejemplos de la moralidad absoluta, jueces de la vida ajena, dictadores de conductas falsas y endebles.

Dos años después aparece Yo amo a mi mami. La novela cuenta la historia del pequeño Jimmy, cuyo amor a su madre es incuestionable. Un niño que sueña con ser estrella del Barcelona F. C. y de conocer Miami. Una novela que, al igual que Los últimos días de La Prensa, rompe con los temas habituales de su narrativa. Yo amo a mi mami es una historia tierna y conmovedora en donde Jaime Bayly busca reencontrarse con su infancia, quizás para continuar ese camino de reafirmación ante el mundo. Quizás para hallar en esos episodios la posibilidad de recobrar un tiempo que se asume perdido, la inocencia perdida. Quizás para edificar una vía de escape momentánea a ese infierno personal. Quizás para reinventar una infancia que le ayude a justificar al hombre de hoy. Le sigue Los amigos que perdí (2000), cuyo protagonista, Manuel, hombre solitario que reside en una casa desahogada en Miami, redacta cinco cartas a cinco amigos, amigos que perdió, tratando de explicar las razones de sus actos que le llevaron a perderlos. Cargada de una enorme ironía, pero también de una poderosa honestidad. Las páginas transitan en un océano de recuerdos a veces cómicos, a veces vergonzosos, a veces dolorosos, pero que en el fondo apuntan hacia la búsqueda de una reconciliación que no necesariamente es con esos amigos perdidos. Un libro poderoso en el cual queda nuevamente evidenciado un manejo envidiable del idioma, algo que caracteriza la escritura de Bayly.

La mujer de mi hermano (2002), también llevada al cine por Ricardo de Montreuil y Stan Jakubowicz en 2004. La novela cuenta la historia de un triángulo amoroso entre Ignacio, Zoe y Gonzalo, con la particularidad de que Ignacio y Gonzalo son hermanos. Qué se esconde detrás de la perfección matrimonial, detrás del marido perfecto, detrás de la esposa abnegada, según Bayly, la monotonía y el aburrimiento más espantoso. Detrás de la muerte del amor se esconde agazapada la rutina que imponen los que una vez fueron amantes. Una historia terrible que devela y contrapone el pensamiento y las acciones de los personajes. Desnuda descarnadamente la hipocresía que sustenta muchas veces las relaciones familiares. Le seguirá El huracán lleva tu nombre (2004). Nuevamente Bayly recurre a la autobiografía y a Gabriel Barrios, quien se enamora de Sofía, una muchacha que, al igual que él, forma parte de la “gente bonita y confundida” de Lima. Se edifica entre ellos una relación por medio de la cual Gabriel, alter ego de Bayly, vivirá nuevamente ese infierno que ha significado la identidad sexual. Una identidad plenamente asumida y que ahora le corresponde hacer que el mundo que le rodea le acepte, o por lo menos, le respete. La novela cuenta sobre los deseos que ha tenido Gabriel de huir de Lima y de dedicarse a la escritura, y que, gracias a Sofía, logra alcanzar. Jaime Bayly vuelve a trazar su historia sobre la base de un antihéroe, de un amoral, de un bellaco que seduce por la honestidad de su actuación, independientemente de nuestras posiciones o convenciones sociales.

La novela Y de repente un ángel (2005), finalista del Premio Planeta de ese año, nos muestra a un escritor solitario, Julián Beltrán, que no limpia su casa, que la mantiene llena de polvo y de telas de araña. Un escritor que tiene una novia, Andrea, que vive increpándolo para que la limpie o que, por lo menos, contrate a alguien para hacerlo. Luego de que, por fin, logra convencerlo, Julián contrata a Mercedes, una criada envejecida y fiel, llena de una inusitada ternura e inocencia que va despertando en él sentimientos que consideraba inexistentes. Comienza a tejerse un hermoso paralelismo entre la casa y el alma del escritor. Mientras la casa va mostrándose reluciente, el alma de Julián transita por una limpieza similar. Esta novela muestra como en ninguna otra la tan presumiblemente conocida relación entre Jaime Bayly y su padre. Es una novela inusual, en donde la violencia y rudeza de sus anteriores historias quedan atrás para darle paso a una especie de paz interior. Una novela sumamente personal, a mi juicio, la más personal de todas. En ninguna de sus obras queda tan al descubierto algo que permanecía escondido, muy dentro del escritor. Y de repente un ángel es la historia de una amistad imposible que desborda el reencuentro con los aspectos más nobles del hombre.

Como apuntaba al inicio, Jaime Bayly se ha vuelto un escritor controversial, más por la ignorancia y la intolerancia que por otra cosa. Un escritor insólitamente repudiado por muchos, quienes le acusan de una infinidad de cosas. Quizás tengan razón en la mayoría de sus argumentos. Es probable que Jaime Bayly no sea un gran escritor, ni siquiera uno relativamente bueno. Yo no sé definir algo como eso, salvo por lo que experimento cuando leo una novela, un cuento o un poema. Mi experiencia con sus libros ha sido estupenda y reveladora. Con el perdón de los que sí saben de literatura, los autorizados por una instancia divina, he sentido mayor placer con sus libros que con Dostoievsky o Thomas Mann. No sé cómo diferenciar a un buen escritor de un mal escritor y en el fondo no tengo mucho interés en saberlo. Supongo que a Jaime Bayly tampoco le importa mucho ser un buen escritor o un mal escritor. Supongo que le importa otra cosa. Le importa crear una sensación de complicidad entre quienes le leemos y los que van a leerle. Haber leído sus libros me ha llevado a hacerme muchas preguntas, no sólo como lector, sino como ser humano; como padre, como esposo, como amigo, como todo, y eso, debo sospechar, debería ser importante. Probablemente el señor Bayly nunca gane el premio Nóbel, pero en el fondo, él y sus lectores sabemos que no hace falta.







El CORREO AÉREO de Seattle: esparciendo nuestra cultura

—por John Montañez Cortez—

Goethe, dijo: “Todos los días debemos escuchar al menos una pequeña canción, leer un buen poema, ver una pintura exquisita, y, si es posible, hablar unas pocas palabras sensatas”. Ayer caminaba por uno de los terminales del aeropuerto de Seattle y escuché mi pequeña canción. Reconocí de inmediato la majestuosa música llanera: las maracas y el arpa, ejecutada de forma excepcional. Me acerqué. Para mi suerte —y asombro—, se trataba de una rara ejecución en vivo del grupo “Correo Aéreo” (http://www.correoaereo.us/), conformado por los excelentes músicos y cantantes, residentes del área de Seattle, Washington, Abel Rocha y Madelaine Sosin.

Correo Aéreo es un dúo acústico multi-instrumental y vocal galardonado con el premio Latin/World Music. Se han especializado en ejecutar música tradicional de América Latina: en especial de Venezuela, Argentina y México, así como su propia música original. Su profunda inspiración proviene de haber nadado, y jugado, en las aguas de estos ríos milenarios al tiempo de estar conscientes de la innovación ecológica. El doctor Juan Tony Guzman, Jefe del Departamento de Jazz de la universidad Luther Collegeescribe: "Al escucharlos se puede unir el espacio y el tiempo a través de las culturas".

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el músico mexicano Abel Rocha (der .)
y el escritor venezolano
John Montañez Cortez 
Juntos, Abel Rocha y Madeleine Sosin, combinan una serie de instrumentos de cuerda, y de percusión, con armonías vocales de seda, descritas por el periódico texano Austin Chronicle, como "estar envueltos en un abrazo carnal". Su música es ricamente poli-rítmica y fervorosamente melódica; es inquietante, alegre. Abel canta y toca el arpa, la guitarra y el cuatro. Madeleine canta y toca los violines, maracas, bombo y jarana. Correo Aéreotambién está disponible como un trío, cuarteto,  o un conjunto más grande que incluye contrabajo, acordeón, clarinete y otros instrumentos.

Este fabuloso grupo también se ha comprometido a poner su música al alcance de las escuelas, la educación, el entretenimiento y la celebración cultural, conectando con los jóvenes y las comunidades de todas las edades y etnias a través de dinámicos componentes interactivos que están disponibles, y diseñados, especialmente para diseminar la rica experiencia musical y cultural.

Correo Aéreo se ha presentado en festivales y escenarios en todos los EE.UU. y el extranjero. Se presentaron en: el festival Folk de Winnipeg, Austin Music Hall, concierto internacional EMP de Seattle, Holland’s Moondive (proyecto de medios de comunicación y conciertos internacional producido por VPRO Televisión-Radio Ámsterdam), el festival internacional de Seattle Children and the Knitting Factory de Nueva York. Su música ha aparecido en programas de radio NPR; Latino USA, All Things Considered, Mesa Splendid, y en el programa Democracy Now moderado por Amy Goodman.
Correo Aéreo fue seleccionado ganador del prestigioso Premio Austin Music Award como ‘Mejor agrupación en la categoría Tradicional/Latino/Mexicano’.

Han colaborado con la aclamada compañía de música física, LelaVision, en Warped Like Space And Time, la cual tuvo su estreno mundial en octubre de 2006 en el Broadway Performance Hall de Seattle. Correo Aéreotambién ha compuesto bandas sonoras para películas y documentales, tales como, Shipibo Konibo del cineasta holandés Willem Malten y contribuyó con cuatro temas para el cine: La felicidad es, producido por Andrew Shapter/Faron West Productions en 2009.

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Madeleine y Abel en plena acción
foto:johnmontañezcortez
En materia de producciones discográficas, Correo Aéreo ha estado grabando desde la década de los noventa. Entre los álbumes publicados, nos podemos deleitar con: Semillas de inmensidad (2012), Para cantarle al río (2005), Lo que me dijo el viento (2000), y Provinces (1992). Así que si quieren arpa de los llanos venezolanos, o colombianos, arpa paraguaya, o arpa del hermoso puerto de Veracruz, tienen que oía tocar a Abel Rocha. En definitiva hay que apoyar nuestra cultura y la buena música argentina, mexicana, venezolana, etcétera, que Correo Aéreo ejecuta magistralmente. Apoyen este fabuloso grupo por favor.

Por si acaso, ya compré mi CD Lo que me dijo el viento, del cual mi pieza favorita es Fiesta Llanera.









La caja negra de Amos Oz

—por Juan Martins [*]

En La caja negra de Amos Oz se presenta la epístola como composición narrativa. Lo narrado se sustenta en el uso de un género en otro como vínculo entre los personajes y el lector. El narrador (en cada carta por separado) es personaje por medio del estilo de aquella escritura. Tenemos sobre el género de la epístola la sintaxis del relato y al narrador unificándose en el discurso. Por lo que en cada misiva emitida a su destinatario se contienen con uno o más relatos autónomos, a la vez que hilvanados a propósito de la novela que se justifican con la instrumentación de estas epístolas. La respuesta del destinatario va aportando con su nuevo tejido a la narración. Cada carta es un fragmento, un relato con autonomía interior la cual es unificada por el lector. Y en esa unidad sintáctica de todas las «cartas» los personajes confieren la estructura final de lo narrado. De esta manera cada carta es un relato y éste, al momento, será también la formalidad de quien es representado mediante el uso propio del lenguaje (el perfil de los personajes es sincerado para crear mayor tensión dramática entre éstos) tanto del emisor como de su destinatario. En ese proceso recíproco nos hallamos los lectores, conmovidos y curiosos por revisar aquellas cartas ajenas que ahora nos pertenecen por su encanto literario. Sin embargo la formalidad del género se representa por aquel mecanismo heterodoxo del relato al que Amos Oz le da uso. Es el lector quien recibe el carácter novelístico de la escritura. Cada carta está para corresponder al ritmo de la escritura epistolar. Sabemos entonces que a través de éstas las emociones adquieren una relación más directa con el lector. De modo que lector y personaje se colocan al mismo nivel emocional en la representación del discurso. Es decir, la retórica de la escritura se establece con la expresión de la emoción de aquéllos, la cual queda relevada por la sensibilidad y el carácter humano subrayado por el tono de la escritura: el enunciado es emocional porque se va correspondiendo con los nexos familiares en conflicto que, en el mismo contexto, se van desarrollando durante el relato que lo sostiene. Éste es a un tiempo la novela en sí.

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Amos Oz. photo credit:Daniel Estrin
Los personajes devienen de la epístola: sus realidades son construidas por este medio para el lector. Cada personaje identifica su necesidad afectiva y los compromisos socializados de unos con otros. Por ser ellos quienes se someten en el relato desde la intimidad epistolar. Sobre esa base del relato se ramifica la narración y cada carta, por su parte, fragmenta como quiero decir, la historia en sucesivas estructuras de vínculo sintáctico que hacen que se hilvanen para el lector finalmente. A fin de cuentas la escritura, por cualquier camino que decida su autor, debe sostenerse como discurso. La novedad no está allí —en la instrumentación de la escritura— sino en cómo reconocer de ésta el carácter emocional que permite sobreponer un género sobre el otro: la epístola sobre la novela a la vez que narración. El lector se acerca con la misma carga emocional: somos «voyeur» en la vida de éstos. Lo que sucede en el rigor de cualquier relato, esta vez para su atractivo, con la intimidad de la epístola. Incluso con el hecho cursi como mediación con las emociones más elementales de dichos personajes. Como sabemos, el uso de la voz en tercera persona formaliza la novela en sus tradición y así el narrador delimita su espacio en el relato: el narrador se distancia. En cambio, con La Caja Negra, el uso lúdico de la escritura nos compromete con los personajes en una relación diferente: sé que, como lector, estoy ante personajes representados sobre la fragmentación: cada carta es una parte del todo la cual deconstruyo mediante la lectura. La condición humana la cual se describe y se detalla se acentúa por la figura dramática con la cual se componen la vida de los personajes. No me quedo sólo con la sutileza sensiblera, sino que tejo, junto con el autor, el perfil social y político con el que se narra y se exhibe la noción conceptual del mundo judío israelí, hecho con rigor crítico sobre este país y su componente idiosincrásico. Pero el discurso logra atraerme hacia ese mundo en el que también me voy a reconocer. Me reconozco en el otro cuando ya me han seducido con el relato. Y el lector se mantiene hasta el final, probablemente por este entusiasmo que se produce por conocer lo que es diferente a mí. Cada emoción, sentimiento o reclamo dispuesto en las epístolas se regodea de esa visión crítica del país, de la historia. En ese desplazamiento del discurso se pone en evidencia aquella intensidad dramática por las características emocionales expresadas. Así que cada emoción corresponde a otra cuando son reconocidas por la pragmática del lenguaje usado en las «confesiones» y con ellas la visión que tienen del amor, la fidelidad, el país y la religión. Por ejemplo cuando se anuncia el contexto social y político del país.

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Oz in 2005. photo:wikipedia.org
Todos esperamos una confesión de amor, pero además la vida se impone:

… En este momento puedes estrujar la carta y echarla al fuego. El papel hará una llamarada durante un instante y luego se desvanecerá hacia otro mundo, una lengua de fuego se alzará y morirá como encendida por una pasión vacía, un pedazo de papel ligero y chamuscado saldrá por los aires y revoloteará por la habitación, aterrizando tal vez a tus pies. Y de nuevo estarás solo…

Se construye desde la prosa poética para afianzar aquél discurso emocional al que estamos haciendo referencia más arriba. La construcción poética se establece a partir de esa racionalización con las palabras. Dispuestas en ese nivel, la realidad embarga al lector y nos correspondemos cuando los persoanjes-narradores nos acercan a una relación de alteridad: soy aquél que se confiesa en la carta y me hago escritura. Y esto es sólo por poner un ejemplo, porque las ideas políticas se van a sustentar a lado de esta poética. Narración de una realidad que, como decía más arriba, se exhibe fragmentada pero unidas en la historia. Lo novelado es pensamiento, emoción y alteridad. Todo en proporción a la estructura. Sí, correcto, fragmentado a partir de la emoción del lector también. Ruptura, lenguaje, erotismo y ética a partir del pensamiento devenido en escritura, en novela. La ruptura con el diálogo por la fortaleza en la prosa, puesto que aquella intensidad dramática se sitúa en la forma de la epístola: la prosa es discontinua cuando separamos las cartas del todo, pero allí están, hundiéndose en mis afectos a modo de interpretar el sentido de los deseos, el amor y lo erótico como liberación. Y soy el personaje con la diferencia que la interpretación del lector, de mi yo que interpreta, hace suya su historia, su lugar narrativo. El ritmo de las cartas va creando esa relación más estrecha. Diferente pero comprometida con la literatura.






[*] Juan Martins, dramaturgo, escritor, crítico teatral y editor venezolano: estivalteatro@gmail.com; @estivalteatro; criticateatral.wordpress.com LINK





El Lejano Oeste de Alejandro Castro (Caracas, 1986)


—por Alberto Hernández—

1.-
No suenan disparos contra las piedras ni contra la arena del desierto. Ni mucho menos penetran las balas  en la carne de algún bandido desprevenido. No hay búfalos. No hay pieles rojas. No hay Clint Eastwood. No hay Franco Nero. Tampoco John Wayne. No hay colt 45. Pero sí los ruidos de la ciudad, los ruidos interiores de quien entra y sale de la infancia, se desnuda en un poema y lo multiplica a través de sus testimonios y confesiones. Entonces El Lejano Oeste, de Alejandro Castro (bid & co. editor, Caracas 2013), es un relatoen el que la poesía es una imagen fotográfica de lo que rodea a quien la escribe y la protagoniza. No hay polvo provocado por los cascos de los caballos, pero sí el estruendo de las motos y “el peso de la sangre” para que no haya similitud entre quien se desgarra en el texto y quien desde cierta distancia (con el libro en la mano o la calle en los ojos) toque o lea a quien le implora alejamiento.

“El Lejano Oeste” es Caracas, la ciudad, la insignia urbana de quienes la estudian y la agregan a sus angustias, olvidos, crímenes, pasiones y amores. La ciudad, marca indeleble en la piel de sus moradores, de los que aún se consideran ciudadanos, de los que la patean y desangran.

Este poemario de Alejandro Castro comienza con una advertencia, con un “A quien pueda interesar”, un poema donde el autor demuestra la excelencia de su canto: “qué haces ahí sentado al final de la página/ qué quieres del poema (…) quieres patadas    te gusta duro el poema/ te gusta dócil en cambio te gusta sabio/ atrevido moderno qué    qué buscas aquí/ la ciudad o el solo    una experiencia/ un modo una fosa una voz/ al final de la página/ qué”. Esa pregunta, formulada al lector, quien ya pasa a ser personaje, es la prerrogativa para ingresar en el submundo de las imágenes que aparecen en el engranaje de una escritura que se abre como un compás y descubre, no sólo a los habitantes de la ciudad, sino al mismo poeta en su soledad, en sus gustos sexuales, en su mirada sobre el país y en sus héroes y antihéroes.

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foto:eluniversal.com
2.-
El libro está dividido en cuatro partes, cuatro secciones por donde pasa la cuchilla del autor. Cuatro instancias en las que quien escribe esta destreza poética se muestra en su afuera y en su adentro. “Casalta”, “Textículos insurrectos”, “Monstruación” y “Vísceras de soledades” dicen de lo que el lector tendrá ante sus ojos. Un libro en el que Castro activa su inteligencia verbal y deja sentada su estatura de poeta. Una voz a la que hay que ponerle atención.

Así: en “Casalta”, el poema del barrio, el texto de las calles de la niñez, el poema que se destiñe entre los ojos. Es un texto que revela el comienzo de algo, “la música del odio”. Y de esta misma manera los demás que siguen agitando los sitios, cantándolos, develando la homofobia de las paredes, los letreros de la degradación. Una oración, el sermón de las aceras, el bienaventurado de los poetas “porque ellos horadarán la tierra”.  Uno de los textos más emblemáticos de este poemario es “Canto a Bolívar”, el personaje convertido en una pesadilla.

Ahora que todo lleva tu nombre,
y no es una metáfora,
vamos a poner las cosas en su sitio.

La voz del poema desgarra los nombres, los pone en su lugar: “A Miranda no lo mató el bochinche sino tú. / Y Colombia se hizo grande ahíta de miserias”. Y así, sin comillas, sin descanso, hasta las últimas estrofas en las que la boca de quien habla destaja el aire: “La única gloria en tu nombre, Libertador, / es una avenida sonora de tacones/ talla cuarenta y seis”.

La ciudad carente de buena ortografía. La ciudad hecha de barro. La ciudad agusanada, podrida. La ciudad poema invadida por el humo de las motos. La ciudad amenaza y disparo. La ciudad odio. La ciudad apocalipsis. La ciudad detritus. La ciudad patria: cielo e infierno. La ciudad revoluciones y fracasos. La ciudad hambre. Y la poesía, su función, la dificultad de su existencia. La poesía sin poesía, como dice el poema lleno de poesía. De esa que duele y se desviste en plena calle.

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Alejandro Castro. foto:prodavinci.com
3.-
Un hombre, un poeta, se ve en el espejo de su sexualidad. Habla sobre su condición, elabora la poética de su deseo. Entabla confianza con sus parecidos: Ginsberg, Verlaine, Lorca, Cernuda, Lemebel. Se pasea por las prohibiciones, por los dolores y penurias de los que tienen en el cuerpo masculino la proximidad de sus amores, y “ahora que no necesitamos ir a la cárcel ni a la marina ni al seminario/ para tener a un hombre adentro”. No obstante, el otro, la otra, no tiene ojos para ver la nueva realidad: “a quién le importa nuestro deseo ahora que está/ legalizado…”.

La valentía de esta declaración se desliza por la conciencia de quienes no han tenido conciencia sobre el asunto. El poeta se queja pero no vacila en destacar que ese amor es un testamento antiguo: “Amaos los unos a los otros: palabra de Dios”, y aproxima una afirmación: “Toda sexualidad es heterosexual/ a nadie seduce lo que es igual”. La voz del niño ironiza, frasea el futuro de esa condición frente a un padre que podría estar ausente. Hace humor con el tema: “La culpa es de los pollos.// Y qué genoma incompleto ni qué Edipo/ ni qué sexo gonadal o desorden endocrino.// (Compadre no coma pollo)”. Pero también la tristeza forma parte de esta voz, la de ser eso, una condición.

4.-
Un juego inventa la palabra: “Monstruación”, para darle nombre a la otra parte. O, mejor, al otro libro que hace el tomo. En este espacio la voz se decanta: un hombre, una mujer, un agobio: quien habla entona su soledad, su lado tierno y familiar. Su crianza entre mujeres. Un hombre con alma femenina que a veces no sabe qué hacer con su presencia. De allí que diga: “cuándo voy a aprender/ a jugar con los huecos que no se pueden llenar”.

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foto:twitter.com/ajcastrom
5.-
El último aliento de este trabajo de Alejandro Castro, “Vísceras de soledades”, tiene en el anterior su atadura. Aquí insiste en la sospecha de una pasión: “si ese amor no era más que sombra/ del amor que había en mí/ cómo podía ser bueno cómo podía/ ser sino un racimo de vergüenzas”. La interrogante asoma un reclamo, una rasgadura, de allí que “era sombra de una sombra/ nada más/ una tregua en el espejo”.

El poema es una teoría, un personaje. El autor habla de él como si fuera un cuerpo de carne y hueso: “voy a sabotear el poema”, porque “Tu cuerpo sólo me tiene a mí/ entre todos los artífices del canto”; “voy a meterle la mano a este poema. / Voy a lamerlo, voy a mentirle, voy a perder/ la cabeza por este poema como si fuese/ un hombre”. Y así, aparece un nombre que se inserta en el texto para agregarle la tensión con que casi finaliza el libro: “Cuando llegue Antonio vamos a exigirle/ que nos llene la boca con su lengua/ a cambio del poema”. Lo dice en plural: el nombre, el autor y el poema conforman la forma corporal del deseo. Y un reclamo rimbaudiano: “¿Qué se ha creído la belleza?”, y dejar la culpa de la derrota de Troya en Helena, secreto que se anuda a los dos poemas con que cierra El Lejano Oeste.





El último tango de Salvador Allende por Roberto Ampuero: Un extraño cambalache


—por Luis Fernández-Zavala [*]

Estando en el norte de Francia, amigablemente hospedado, pero con muy pocas posibilidades de gozar del paisaje playero que me circundaba dada la cercanía del invierno, decidí tomar por asalto la extensa biblioteca de mi anfitriona. Entre las innumerables obras de literatura francesa, revistas de cultura y la colección completa de Astérix y Tintín, de repente, casi misteriosamente, encontré un libro en español: El caso Neruda (Random House, 2012) del escritor chileno Roberto Ampuero (autor, guionista, profesor universitario, ministro de la Cultura y embajador en México durante el gobierno del presidente Sebastián Piñera).

Quedé tan gratamente impresionado por la agilidad de la obra, la forma en que estaba contextualizada, la presentación del detective en ciernes Cayetano Brulé y los vericuetos en los que navega para descubrir el secreto de Neruda, que cuando recientemente llegó a mis manos El último tango de Salvador Allende (Random House, 2012) ya sin el ventorrero de playas bretonas, pospuse otras lecturas pendientes y me sumergí en esta  obra, anticipando el mismo placer que obtuve leyendo El caso Neruda.

El título, muy sugerente, me ubicó inmediatamente en el contexto de la historia: los últimos días de la vida de Salvador Allende, su última “danza” antes de su inmolación trágica. Sin embargo, algo que yo pensaba era una manera alegórica de entrar a la historia dando cuenta de los detalles, conflictos y contradicciones de un líder carismático encerrado en toda su soledad política y personal, se desinfló muy rápidamente ya que la novela se queda en lo anecdótico de las escapadas de Allende para irse a bailar tango en medio de la crisis social y política que envolvía a Chile en 1973. El presidente de los chilenos, líder de la Unidad Popular y de una propuesta de socialismo en democracia, de repente se argentiniza, se enamora de los compases arrabaleros del tango, muestra su predilección por la lírica revolucionaria (?) de algunos tangos y sin saber bailarlo, se da un baño nocturno de masas, más preocupado que no lo reconozcan que por los derroteros de su gobierno.

¿Quién es Salvador Allende para Ampuero?

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Ampuero. foto:diario.latercera.com
Según Ampuero, con esta novela se quiere presentar el lado humano de Allende. En la voz de Cachafaz o Rubio, un ex-anarquista devenido en su cocinero-guardaespaldas-confidente, el lector aprenderá que Salvador Allende es un desclasado sibarita y sensualista que habla bonito y que viste mejor. Es un tipo disciplinado y preocupado por la democracia y la institucionalidad, pero también un idealista amarrado a sus principios y utopía, sin conexión con ese pueblo que pretende defender:

-¿Y entonces qué van a comer los compañeros pobladores para las once? -Me preguntó con seriedad.
-Tecito puro, nomás, pues, presidente, Y eso si es que queda aún té en los almacenes
-¿Y pan?
-Pero si no hay harina, presidente, ¿qué quiere que amase?
-Hay que combatir el mercado negro, compañero -dijo el presidente-. Por ahí el enemigo nos puede liquidar.

El Presidente no conoce o no siente las necesidades inmediatas de su pueblo y da una respuesta de retórica abstracta, vacía de contenido, que no llega a ser una consigna política porque ésta requiere conocer lo que está pasando y Allende aparece bastante desubicado jugando el ajedrez de la política desde su encierro en La Moneda y Tomás Moro.

El Doctor descubre el tango a través de Cachafaz durante las tertulias sostenidas después de sus intensas jornadas desplegadas como presidente. Le pregunta a Rufino en una de estas veladas de comiditas engreídas y whisky, si el tango tiene letras revolucionarias y no solo sobre el desamor y el pesimismo.

¿De verdad hay tangos revolucionarios? -Pregunto el Doctor.
Me interesan los tangos políticos, como Discépolo.

Discépolo (1901-1951), creador del tango Cambalache (“El mundo es y será una porquería...), fue un compositor que a pesar de las críticas de sus pares, defendió el peronismo desde sus programas radiales y fue conocido como el “filósofo del tango”. En algún momento le tocó defender públicamente su posición política con las siguientes palabras: “La verdad: yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a los malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado de un largo camino de miseria”.

De esto no se enteran los lectores. Se asume, equivocadamente, que todo el mundo sabe quién fue Discépolo y cuál fue su relevancia en el enrevesado camino entre política y canto popular en Argentina, no se le contextualiza, ni se intenta inmiscuir su lírica con lo que está pasando en la novela.

Rufino se autodefine como un amante del tango que conoce de orquestas y cantantes famosos de los años 30, 40 y 50 y nos llena de nombres y títulos tratando de educar al Doctor. Rufino menciona la música que escuchan en sus noches confidentes,  pero no informa al lector de qué se trata el tango. Este solo es una cortina musical que muy bien pudiera haber sido cubierta con tangos, boleros o danzones. Según el Doctor, a Cachafaz le gusta el tango desde sus días de trabajador porteño en Valparaíso porque le recuerda a Grisel, su amor perdido: el tango le trae nostalgia.

Para Cachafaz, el Doctor solo acepta los tangos revolucionarios y orquestados porque no quiere inmiscuirse en las emociones del amor: pena, nostalgia, angustia, desamor, al margen de que él tenga sus amantes. En el fondo, Allende es acusado de diletante y ambivalente, siempre viviendo en dos mundos. Allende le responderá:

—Soy un político, compañero —afirmó al rato sin entusiasmo—. Un hombre lleno de sueños y utopías, pero agobiado por el destino de su pueblo y de América Latina. Es entendible que como presidente revolucionario no pueda dedicar tiempo a esas letras románticas, compuesta por, y discúlpeme que se lo diga con todo respeto, compañero, compuestas a menudo por llorones medio amariconados, que no se atreven a cambiar las cosas de raíz.

En sus propias palabras Allende es presentado como absorbido por su propia utopía que no le da tiempo para las emociones amorosas que tilda de mariconadas pero además, confunde los planos entre el amor de pareja y la utopía revolucionaria. Otra vez, Salvador Allende aparece más perdido que clavo en el desierto de Atacama.

Ninguno de los protagonistas (y por lo tanto, los lectores) se enteran de algunas de las más poderosas líricas que expresan un malestar sobre lo que el capitalismo estaba trayendo a principios del siglo XX. No se puede aprender nada sobre estas composiciones musicales que expresan una visión popular de la historia y de las emociones, porque no se habla de ellas.

Para el caso del grueso de la tanguearía de la novela, la selección de la lírica es superficial y pobre, un recurso cinematográfico mal usado: el tango es la cortina musical, pero la selección de la lírica no va paralela a los acontecimientos, ni acompaña con dramatismo las emociones de los protagonistas. El espacio simbólico que explicaría la genética cultural de los tangos mencionados no está presente.

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foto:kunm.org
Ampuero no solo quiere presentar el lado humano de Allende, sino también el lado humano de la CIA con la presencia de David Kurtz, un ex-agente de la CIA que contribuyó a desestabilizar el gobierno de Allende. Kurt, ya jubilado y viviendo en los Estados Unidos, aparece como un gringo promedio que busca reconstruir los pasos de la vida de su hija cuando vivían en Chile. Ella le pide, antes de morir de cáncer, que lleve sus cenizas y un cuaderno escolar con la cubierta de Vladimir Ilich Lenin a un tal Hanibal en Chile. La búsqueda de Hanibal le da y un tono detectivesco a la trama desarrollada por Ampuero y despierta la curiosidad del lector para determinar cuándo la narración de Cachafaz, y la de Kurtz, se van a cruzar.

Kurt es la voz que describe a Chile después de veinte años de sucedido el golpe militar y que tiene sus momentos de arrepentimiento, o por lo menos de duda, sobre lo que hizo como agente de la CIA. Él propone que los chilenos deberían olvidar ese capítulo sangriento y bárbaro de la historia chilena porque el “olvido es el alero bajo el cual palpita la convivencia. No lo digo sólo por este país, sino por el mío, que también, quizá como todos, ha sido construido sobre el olvido.”

El peso de la narración lo lleva la voz a veces tierna y a veces ingenua y simplona de Cachafaz. A través de él, conocemos los gustos sibaritas de Allende  y sus deslices tangueros. Pero también a través de él conocemos una forma de percibir la historia del debacle del gobierno de Allende. Su visión es pragmática e inmediatista que lo lleva cuestionamientos y conclusiones un tanto sui generis, por ejemplo al poner en el mismo nivel de desconfianza a Pinochet (de manos muy cuidadas) y a Fidel Castro, (que tiene también las manos rosadas). Por contraste, la voz del ex-espía Kurtz es más distante de los hechos y brinda el contexto externo antes y después del debacle. Su voz que permite juzgar a los chilenos exilados, al partido comunista chileno y reflexionar sobre Chile en democracia desde de afuera.

El lenguaje usado para cada uno de los personajes principales está bien definido y diferenciado. Cachafaz habla simple y directo, el Doctor tiende a hablar como dignatario y el ex-espía Kurtz tiene un lenguaje aséptico, distante, de turista. En general, no hay una retórica que llame la atención o distraiga al lector, por lo tanto es fácil seguir la trama de la novela y su estructura no lineal.

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foto:nuevafuerza.wordpress.com
La estructura de la novela, con secciones o capítulos cortos que no necesariamente siguen una línea temporal consecutiva, o que intercala la historia de uno y otro personaje, brinda agilidad a la narración sin perder el hilo central.

El último tango… pretende ser una narración sobre el  lado humano de Allende, no una historia política. El problema que se le presenta al lector educado es determinar qué es lo humano de esta historia. Roberto Ampuero no es un escritor improvisado (cuenta con más de catorce novelas publicadas entre 1983 y 2012) y sabe cautivar la atención del lector, por lo tanto logra el objetivo de ser aceptado por un masivo público. Su narrativa es sencilla y bien estructurada. Sin embargo, la revista digital The Clinic cree que a pesar de su carácter de bestseller en su país, “El último tango de Salvador Allende es, desde su tópico hasta su desarrollo, una novela floja. Perezosa. Sin embargo, es primera en ventas en Chile. Una mina de oro. Una prueba más de que el sistema literario está fracturado; que la coincidencia entre eso tan subjetivo a lo que se le llama calidad, y masividad, es, en la realidad, casi inexistente.

La batalla político-cultural -de la cual forma parte esta novela- para capturar la imagen de Salvador Allende para la posteridad y la memoria colectiva, sigue su curso en Chile después de 41 años.

Curiosamente, en diciembre de este año se estrenará la película Allende en su laberinto del director Miguel Littin. Tal como lo anuncian, se trata sobre las últimas siete horas de Allende; la versión para la tv en formato de mini serie será un poco más extensa y presentará a Allende como líder, padre, amigo y amante (sin tangos).




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[*] Luis Fernández-Zavala Ph.D. Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas, Pukiyari 2014, en Amazon com y Peruebooks.com





Silva a las desventuras en la zona sórdida


—por Juan Martins [*]—

En Silva a las desventuras en la zona sórdidade Harry Almela (Ediciones Estival, 2012) la voz se nos hace espacio, país, destierro y derrota. Me niego ante la humildad de lo que reconozco como aquél espacio que también me identifica como lector (el paisaje que se produce en el interior del lector viene dado por la sensación de la palabra) por medio de la hermenéutica que el poema, en la representación de la lectura, se produce: interpreto el modelo simbólico de ese paisaje interior y a veces emocional: la mirada sobre lo lugareño siempre estará reducido a su lenguaje y a la estructura del poema, por lo cual el país se hace metáfora. Lo que tengo de país entonces ya no es sino una mirada o la memoria también desvanecida en el silencio: ¿Cómo puede un frágil recuerdo/ascender hasta el poema? Se asciende por la relación interior que ocasiona y así la rendición ante su sonoridad.

Pero su sonoridad me alcanza por aquella metáfora y de lo que voy a entender en él al país: su sordidez mediante el dolor, en tanto el canto expresa esta sensación que percibo de lo real desde la voz del poeta. Su realidad me condiciona en el verso y la estrofa. Y el desasosiego todavía me pertenecerá. Y a la vez el desasosiego se transfiere en contemplación para conferirle su carácter de denuncia:

El tiempo se nos pasa
inventando ventanas
donde aún aguardamos
un paisaje que se nos parezca

El paisaje se constituye en el lector porque entenderá que mira hacia el desvanecimiento. Aquí paisaje es aquel dolor que deviene de esa interpretación emocional de lo que nos rodea, el entorno es una sensación revelada en la imagen, siempre desde el otro lado de la realidad: la condición de lo que recuerdo es imagen también del deseo: inventamos esa mirada en espera de lo inasible: el país, la casa que se nos desvanece. Y se nos desvanece por la pérdida frente al sentido ético de nuestro paisaje. Decir del poema, es decir del país. Y el canto —la estructura del poema— es denuncia por el modo aún que es representada en el poema. No desde el tono conversador sino desde una sintaxis de rigor para la composición de la voz. En Almela es ya una responsabilidad con su poesía, construir desde su herencia literaria: la claridad del verso no busca sino la sonoridad, la sobriedad de la palabra necesaria y desatendida de la abstracción: un lugar común de lo real o la cotidianidad ascienden a las formas simbólicas del poema. Así, el dolor ahora me pertenece por la cercanía y la palabra frugal. Y nos miramos en esa ventana, con ello, la derrota: el país nos duele, el paisaje se desdice en la voluntad del lector. Y la formalidad de la escritura retoma la denuncia sobre ese cuidado: Este poema no quiere ser feliz. /Sólo desea levantar leve muralla/contra el mundo atroz que lo alimenta. El canto (por la sonoridad de las composiciones) es la representación de esa denuncia porque, como decía, se edifica en el poema y su dominio sintáctico para la
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Harry Almela.foto:el-nacional.com
significación del verso. Insisto, en el reconocimiento de aquella cotidianidad que se nos hace lenguaje y alteridad, porque el sentido no quiere conciliar con la noción «ideológica» del lector. Todo lo contrario, queda limitado al poema. Es decir, el país se redefine en el tratamiento de esa alteridad: la realidad se transfiere y adquiere en el lector su interpretación. De algún modo somos nombrados desde la otredad del poema. El país enunciado corresponde a una imagen de esta territorialidad que nos concierne. La ciudad es inherente a mis sensaciones en la medida de la escritura y de hallazgo con el lector. El país se nos hace poema, pero en el desarraigo, el dolor y el desasosiego:

Nunca te fuiste de tu primera comunión,
del pocillo y la fajina,
de la pira y el nepe que alimentan
a los cerdos del corral.

La aldea se simboliza y la cercanía al paisaje se hará accesible porque subyuga al lector ante lo posible, ante lo otro que se aparece, puesto que a pesar de él me hago en la voz del poeta: me acerco a la sonoridad del poema no sólo por su elaboración estética, sino por el candor y la sencillez de ese lenguaje. A fin de cuentas, el lector necesitará oír esta voz que acontece en denuncia. Por consiguiente, aprehendo de éste el poder del artista al configurar en el discurso su pronunciamiento ante lo que sucede en el país y sin lugar para el consuelo. Una y otra vez el poeta nos advierte de la caída de los héroes. El único recóndito es el pequeño espacio que le alberga, su querida Mariara, el lugar de la felicidad porque es donde logra erigir ese lenguaje. Y aquí es poema, lo cual no es más que el registro de sus lecturas. Almela nos hace saber qué le pertenece, entre esas lecturas, cuáles son esos poetas que no son comunes en esta patria que se hace ahora poema, sentido lírico tras la soledad.



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[*] Juan Martins, dramaturgo, escritor, crítico teatral y editor venezolano: estivalteatro@gmail.com; @estivalteatro; criticateatral.wordpress.com





ALBERTO HERNÁNDEZ Y LA CLASE MEDIA EN SETENTA POEMAS

—por Miguel Marcotrigiano [*]—

Entre las variopintas clasificaciones en las que se puede organizar a los poetas, hay una que en especial siempre ha captado mi atención: aquella que los divide en dos grupos con características distintivas en lo referente a cómo pueden ser percibidos por la crítica especializada, pero que esta nunca menciona porque definitivamente puede ser considerada ofensiva por estos aedos y por quienes los siguen. Por un lado están aquellos que, pese a ser conocidos por todos debido a su “fama” o a las invitaciones de que son objeto, o a ciertos premios “oficiales” y otros no tanto, o a razones más del azar o la amistad; lo cierto es que de una u otra manera, tenemos años escuchándolos como poetas que son, aunque su trabajo esporádicamente, muy esporádicamente, demuestre una calidad a toda prueba (lingüística, formal o en originalidad, por lo menos). Los otros que completan esta división, son poetas  igualmente reconocidos como tal, digamos, por sus años de ejercicio, y que, a pesar de que la crítica y el público lector de poesía en general reconozcan la calidad de sus libros, permanecen en una suerte de anonimato debido a distintas razones. A este último rubro pertenece Alberto Hernández, un poeta con una labor silenciosa, que no hace aspavientos, casi un desconocido. Yo, personalmente, supe de él cuando acudió a uno de los tantos proyectos editoriales alternativos de los noventa (Ediciones de la Casa de Asterión), que yo mismo coordinara, para publicar su Intentos y el exilio, de 1996.

Larga es la lista de libros hechos material (papel y tinta), del poeta que hoy nos convoca. Comienza con La mofa del musgo, publicado en el año 1980, y finaliza con estos 70 poemas… Todos sus libros editados hasta el 2008, están recogidos en El cielo cotidiano. Poesía en tránsito, del mismo 2008 publicado por la, para mí, legendaria Ediciones Mucuglifo.

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el periodista, escritor y poeta venezolano Alberto Hernández
No puedo decir que soy amigo personal de Alberto Hernández y esto me causa complacencia en este momento, pues pone en distancia la posibilidad de que mis palabras sean simple alabanza para el amigo que escribe. Me vanaglorio de que en mi trabajo Las voces de la Hidra. La poesía venezolana de los años 90 (Caracas/Mérida, 2002), la gran mayoría de poetas allí revisados los he conocido  mediante su palabra lírica y no en persona, ya que esto me coloca en una posición privilegiada: puedo hacer uso de lo que yo estimo “objetividad”, aunque esta, en estado puro, no exista. Entonces, me complace doblemente escribir estas pocas líneas sobre el libro de un autor que valoro por su trabajo y no por las cervezas compartidas.

Pero volviendo al libro que nos ocupa, lo primero que se precisa decir es que su título nos lleva obligatoriamente a finales de la década del 70, cuando apareció 70 poemas stalinistas, del Chino Valera Mora, específicamente en 1979. Estos otros 70, los burgueses, obviamente dialogan con ese otro libro, a ratos de forma más enfática; por ejemplo, cuando leemos “Oficio impuro” (Hernández, pág. 16). Pero basar la lectura de este nuevo trabajo de Alberto Hernández sólo en este diálogo, constituiría un craso error. No sólo el tinte político y social es el tema que puede seguirse en una lectura que, en tal caso, resultaría incompleta.

El libro está organizado en cuatro partes: “Perfil de lujo”, “Otros asuntos”, “Poemas de un sujeto que sueña con tornillos” y “Epílogo”, cada una de las cuales posee diversa cantidad de textos (veintitrés, veintiséis, veintitrés y uno, respectivamente, para sumar setenta y tres poemas). La “trampa” numérica contenida en el título, derivará también en una trampa temática. “Burgués” o “stalinista”, son adjetivos acá para calificar lo mismo: al hombre de la sociedad, engañado no sólo por su creencia política, sino fracasado en la misma por su condición humana. Da igual que el burro sea negro o gris. Su esencia rebasa el color. Cabría decir: ¿sospechamos de un político por ser de izquierda o de derecha, o por el simple hecho de ser un político?

Lo cierto es que este 70 poemas burgueseses hijo de estos años, es engendrado por la sombra que hoy nos cubre. Un libro político, sí, en el mejor de los sentidos; y social, también con perspectiva positiva.  Se sumergen los textos, y nos hunden con ellos, en una cotidianidad colectiva y personal, a un mismo tiempo. Y emergen luego, y nosotros junto a ellos, hechos poemas donde la banalidad es, a la vez, una virtud y una búsqueda.

El discurso que lo atraviesa va de la mano de una cierta frivolidad, presente en el individuo perteneciente a una sociedad que no termina de hacer pie. Su superficialidad denuncia por igual y mide con el mismo rasero al (son estos ejemplos actuales) opositor a un gobierno falsamente socialista, que está desesperado por valerse de su viveza para poder viajar al exterior y “raspar el cupo”, que al “patriota” rojo que se babea por pisar el mágico mundo de Disney, gastar un dinero que nunca ganó con su esfuerzo y desfallece por lograr una foto al lado de un desproporcionado ratón Mickey o de una pata Daisy. Individuos de una clase media cultivada a fuerza de costumbre o inventada de la noche a la mañana con el sudor… pero de los otros.

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Miguel Marcotrigiano.foto:queleer.com.ve
Por supuesto, no había otra forma de denunciar una realidad tal sino a través de unos signos ocultos en marcas comerciales, títulos de películas hollywoodenses o de canciones en inglés, fundamentalmente. ¿La forma del discurso?, la ironía o el amargo sarcasmo. Un poco de humor fino para poder trasegar la bilis que nos empaña el día. El día… el día a día que nos ocurre, que su burla de nosotros, que nos integra a la pantalla del televisor o del cine, desde donde somos rescatados por el poema. Este, siempre nos salva… o, al menos, nos cubre temporalmente. Nos protege de una intemperie tóxica que proviene más de nuestras entrañas y de nuestras almas, que de un exterior que creemos amenazante.

Saludo esta nueva publicación de Alberto Hernández que bid&co ha dado materia en papel, en una colección que —debemos decirlo— inscribe el nombre de este buen poeta, entre tantos otros poetas buenos. La posición del adjetivo, antes o después del sustantivo (es sabido por todos), a veces engalana, pero en otras  oportunidades hace justicia.



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[*] Miguel Marcotrigiano: Docente e investigador en la Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, Venezuela. Esta nota: Plaza Altamira, Caracas/Festival de Lectura/22 de noviembre de 2014.





Cuaderno de apuntes (una lectura de 70 poemas burgueses) por Néstor Mendoza (Venezuela)


—por Néstor Mendoza—

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Alberto Hernández
En el gran tomo de su Correspondencia, Truman Capote describe un episodio que no dejo de asociar con 70 poemas burgueses. Así anota el escritor norteamericano en una carta fechada en 1949: “Estoy viviendo con Loel Guinnes, que tiene una casa fantástica en la kasbah. Me lo estoy pasando enormemente bien y aún promete más, porque Cecil Beaton y Greta Garbo vienen la semana próxima y estarán con nosotros hasta septiembre, que es cuando ella tiene que ir a Francia a rodar una película (La Duchesse de Langaeis, de Balzac)”.

¿Quién tiene conocimientos de todas las personalidades que nombra Truman en su carta? ¿Quién ha leído esa obra de Balzac? ¿Quién sabe, sin necesidad de visitar Google, lo que significa kasbah? Y para hacer más digerible mi planteamiento, ¿es necesario conocer todos los referentes de un poema para acceder, al fin, a la degustación?

Alberto Hernández no le teme a la escena de la farándula. Por eso hago énfasis en el estilo libérrimo de su escritura: paso las hojas e imagino una revista Vogue, abandonada en la sala de espera de cualquier consulta ginecológica; y a Miranda Hobbes, con su cabello muy corto y rojizo, en un capítulo inicial de Sex and the City.

Al poeta se le pide concisión y contención. Que diga lo justo y necesario. Que tome el camino del gesto silencioso. Se trata de quitar y podar (dicen), no de adicionar. Con vigilancia, Alberto Hernández ha decidido sumar en este libro. Entonces, ¿cómo leer 70 poemas burgueses? Otra vez la pregunta y la expectativa de una respuesta convincente. Como primer ejercicio, quitaré los epígrafes, las dedicatorias y las citas indirectas; luego eliminaré los nombres de actores, cantantes, personajes de ficción, poetas y novelistas: nada de Milan Kundera, Pablo Neruda, Jennifer López, Frank Sinatra, Elizabeth Taylor o Jean-Baptiste Grenouille; también alejaré los nombres de revistas, fragancias y galletas. ¿Qué hay después de todo este desvalijamiento?

En 70 poemas burgueses hay celebración, quejas y exceso premeditado: observo un vaso colmado de agua, de vino, leche y arsénico, un universo de referentes que se superponen y se oponen, que se complementan y saltan a la vista con poco esfuerzo. Imagino a Alberto de este modo: abre un recipiente y poco a poco introduce lo que su memoria educada es capaz de recordar en ese preciso momento. Se deja colmar, llenar; Alberto aparece hinchado de memoria y de lecturas; ha leído sin distinción genérica; ha oído música diversa; ha viajado, por aire y por asfalto y en las páginas leídas. A contracorriente de la abundancia anterior,  me atrae, por ahora, la frase sin merodeos:

Voy a ocultarme
en el lenguaje, Alejandra.

En todo caso,
si lo hay,
es un lujo mirar el mundo
sin mirar a nadie.

Alberto Hernández es la materia prima de 70 poemas burgueses: “Dispuesto a ser confeccionado como traje de lujo/soy el personaje de estos destellos verbales”. El poema es él, con su vanidad de cultura (apetito continuo) y su bondad; es él en su apartamento, detrás del cementerio de Juan Vicente Gómez, en Maracay, con sus hijas y las travesuras de sus nietas. Leo otros poemas del libro: parece una crónica azarosa, escrita antes de desplomarse el edificio o del naufragio (papelitos enrollados y sumergidos en el vientre de la botella). Alberto escribe deprisa para dejar constancia de nuestro breve itinerario vital. También escribe porque es una de las pocas maneras honestas de existir en esta comarca de la navaja y el fraude. Escribe, igualmente, para saber qué hay detrás de nosotros mismos. Escribe en la época de “los insectos del ruido”, como una manera de defenderse y divertirse. Y parece que nos dijera: “En alguna grieta/busca la próxima fobia”.

El contenido social es una parte del libro, no su totalidad. Es otro pliegue que dialoga e invita a que leamos con atención. El adjetivo “burgués” tiene un sentido paródico. A Alberto Hernández no le interesan los antagonismos de clase. Paradójicamente, ha sido Marx quien mejor se ha acercado a las motivaciones artísticas de nuestro tiempo. Y por supuesto, a las motivaciones de estos poemas burgueses: “La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurista, al sacerdote, al poeta, al sabio, los ha convertido en sus servidores asalariados”. Lo ha dicho Marx, en alguna parte de su Manifiesto, pero bien pueden ser palabras del propio Alberto Hernández.

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Néstor Mendoza
Alberto Hernández escribe con intensión espontánea y su mirada aparentemente frívola es una estética. No hay diques o represas que contengan el deslave expresivo. Beber whisky en un velorio y admirar con lascivia las piernas tersas de la viuda es “moralmente” incorrecto. Tan improbable como ver a Truman Capote chatear con la infanta Cristina bajo el sol de Mallorca. Pero esto sucede, y mucho más, en 70 poemas burgueses, libro de absurdos (“Imagino una cronología de mis almuerzos”). Libro que no debe ser medido con la balanza de lo estrictamente lírico. Podríamos leerlo como un poema o texto satírico (poema a fin de cuentas), o comerlo como un canapé de sabores que no precisamos al instante. Alberto se arriesga, lanza sus dados sobre “el tapete de tela verde en las que reposan las esperanzas”.

Estos poemas se emparentan con las notas al margen de Edgar Allan Poe, sus conocidas marginalias: apuntes deliberados, descargas del pensamiento hechas con soltura, sin afectación. Algunas veces, necesitan la presencia de su referente; en otras, el texto puede caminar con su propia autonomía. Es decir, el placer puede estar supeditado al bagaje cultural del lector. Y quiero añadir algo más: con 70 poemas burgueses, nuestro autor se burla con la seriedad del caso, inclusive en los epígrafes; extiende su dedo y nos pide que miremos una escenografía íntima, la suya, que no es ajena del todo, que también nos pertenece: “Música para ti/desde el acoso de quien se sabe/tierra en los ojos/viaje sin maleta”.






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